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Introducción

El artículo que expongo a continuación es fruto de la presentación que realicé para  la mesa redonda organizada por el departamento DANA de la SEP‹1›, en octubre de 2021.  

Empecé a preparar esta presentación durante las vacaciones del mes de agosto 2021, aunque tuve que volver la vista atrás para situarme en marzo 2020, cuando un cambio rotundo y brusco irrumpió en nuestras vidas. Entonces, como dice el filosófo Byung-Chul Han, “la pandemia vuelve a hacer visible la muerte que meticulosamente habíamos reprimido y desterrado” (Byung-Chul, 2021). La enfermedad y la muerte asumen un protagonismo real y mediático, colocándonos frente a nuestra vulnerabilidad y a las consecuencias que ha traído consigo.

Las medidas para controlar el virus, el agente que causa tan rotundo cambio, inciden directamente en la cotidianidad como pocas veces en la historia reciente ha sucedido. De golpe, los ritmos habituales como asistir a clase, ir al trabajo, a la compra, reunirse con los amigos, etc., se interrumpen y nos vemos obligados a alejarnos también de los espacios y ámbitos cotidianos como son el colegio, la oficina, el centro de salud o el teatro,para quedarnos “confinados” con nuestros temores, dificultades e incluso con los beneficios que ha supuesto convivir y relacionarse forzosamente. A pesar de decirlo y repetirse constantemente, este insólito acontecimiento hace necesario detenerse y valorar el coste que ha supuesto a nivel colectivo e individual y concretamente, a nivel emocional, así como las secuelas cuya dimensión y alcance real aún desconocemos. Ha sido un trauma colectivo en base al cual tendremos que buscar la (mejor) manera de recuperarnos personal y colectivamente.

Siendo éste un problema de todos, adultos, adolescentes y niños, me voy a centrar en el impacto emocional en las vidas de los jóvenes, según las características propias de su momento vital.

Los jóvenes

Podemos encuadrar la franja de edad entre los 20 y los 30 años, simplemente como un dato sociológico, pues lo importante es considerar ese periodo, esa franja de edad, como aquel momento de la vida en que la persona va despidiéndose de la adolescencia y empieza a tomar decisiones concretas que encarrilen o pongan los cimientos de lo que poco a poco será la construcción de la vida adulta, “el tránsito hacia la madurez”.

Cuando hablamos de la juventud la entendemos como el proceso natural del abandono del nido familiar y la búsqueda de nuevos horizontes tanto formativos como laborales y relacionales. Pues bien, el confinamiento ha interrumpido, en muchos casos, este proceso y ha forzado una convivencia familiar intensa y regresiva, en estas edades. Sin embargo, dependiendo de la calidad de los vínculos previos, para algunos ha supuesto un reencuentro en un espacio que no se daba de forma espontánea cuando cada uno tenía sus propias actividades y los miembros de la familia se movían a su aire. Sea como fuere, la pandemia ha supuesto un parón en el desarrollo personal y ha venido a ralentizar el arduo camino hacia la independencia y la realización de los proyectos de los jóvenes. Por otra parte, ha puesto en evidencia un modelo de sociedad basado en la competitividad, las exigencias del mercado y el lucro desmedido.

La sociedad actual 

Junto a la negación del deterioro y la muerte, otro de los espejismos de la sociedad contemporánea es la sensación de omnipotencia, el (falso) convencimiento de que gracias a los avances científicos y tecnológicos “todo” es posible, todo tiene solución, que el sistema socioeconómico funciona a pleno rendimiento y que al menos en algunas zonas del planeta disfrutábamos de una sociedad del bienestar, pese a la la desaceleración que supuso la anterior crisis económica. Pues bien, para los jóvenes criados en estas circunstancias, la pandemia ha sido un duro despertar que pone en evidencia las enormes contradicciones del “mundo” en el que habían crecido y como sus sueños se veían truncados. Asediados por los medios de comunicación de masas (internet, las redes sociales, etc.) que estimulan un consumo desaforado y una satisfacción sin límites, los jóvenes se encuentran que la “vida feliz” que se les había prometido y que estaba al alcance de la mano se ha esfumado y tienen que enfrentarse a un futuro, cuando menos, incierto.

Gemma Altell (2021), en un artículo de prensa, entre otras cosas, comenta lo siguiente:

La pandemia ha puesto sobre la mesa la salud mental de la población (…) en concreto, la erupción de malestar psicoemocional de la población joven y adolescente (…) Se multiplican los casos de jóvenes que sienten que no encajan en este mundo que hemos construido (…) Observo una contradicción entre conceptos como excelencia, altas capacidades, alto rendimiento y la promesa de singularidad y éxitos futuros (…) Y me pregunto, si esta emergencia de “prole” extraordinaria tiene alguna relación con el nivel de malestar emocional. Posiblemente se reduciría un poco la presión sobre estos jóvenes si no recibieran tan insistentemente el mensaje de que para ser algo en la vida, para tener éxito, hay que ser extraordinario en algún aspecto. En cambio, habría que potenciar la autonomía, la asertividad, la resiliencia. Resiliencia que nos permite vivir y encontrar la manera de seguir adelante a pesar de las adversidades. 

En ese sentido, considero de gran importancia recuperar el concepto resiliencia de Cyrulnik (2013, 2014), es especialmente necesario en este momento para afrontar favorablemente las consecuencias sociales y psicológicas que van a quedarse, aunque la pandemia (parece que) comienza a remitir. 

Los jóvenes se han encontrado, pues, con un equipaje poco adecuado para superar esta adversidad. Repasando el libro El adolescente cautivo, que escribí junto con Gualtero (2013), quisiera destacar las alusiones sobre las dificultades de los jóvenes en nuestra sociedad y más si sumamos los efectos de la pandemia: 

Un hecho llamativo del momento actual es que mientras en la adolescencia, incluso durante la infancia, se promueve la inmediatez y la facilidad para conseguirlo casi todo, a la hora de acceder a la vida adulta lo que se exige a los jóvenes es justamente lo contrario: madurez para saber esperar o capacidad y serenidad para saber adaptarse a las situaciones cada vez más inciertas y cambiantes… (Gualtero y Soriano, 2013).

Ahora bien, excepto en situaciones extremas, podríamos destacar que los jóvenes reaccionaron como pudieron; no lo tenían fácil. Justo en el momento de alzar el vuelo se les pide que se queden quietos, que renuncien a sus necesidades y expectativas profesionales, afectivas y sexuales. A aquellos que no han podido realizar el esfuerzo exigido, se les ha penalizado, criticado y tratado como “niños que se portan mal” y no como adultos que no pueden soportar el sufrimiento que implica detener su camino, su proceso de crecimiento cuando aún es incipiente y lleno de temores de “no ser capaz”. Estoy de acuerdo con aquellas voces que han cuestionado la poca agilidad de buena parte de los dirigentes a la hora de promover discursos empáticos con los jóvenes y estimular sus capacidades adultas de cooperación. Al contrario, se les ha pedido “obedecer como niños”. Unos no han podido hacerlo y otros se han rebelado y se han dejado atrapar por el discurso oportunista, negacionista y según el lenguaje al uso, “conspiranoico”.  

Es evidente que todas las ansiedades inherentes al proceso de crecimiento han sido redobladas por el confinamiento y las restricciones. Un mecanismo de defensa habitual en el adolescente y el joven es pasar a la conducta aquello que no pueden soportar como es el aburrimiento, la incertidumbre, la desesperanza (Tió et al., 2014). Esto explicaría, aunque no lo justifica, algunas de las actuaciones en contra de la norma como, por ejemplo, los famosos “encuentros de botellón”. Considero que, tal vez, hubiera sido más sensato no ignorar las dificultades propias de la juventud y así, disminuir su malestar emocional en vez de fomentar lo que ya sentían de los adultos y de los poderosos: que querían manipularlos.

Además, el mundo adulto, en algunos casos prepotente y autosuficiente, se vio en la tesitura de navegar sin rumbo ante un peligro desconocido e imprevisto, mostrándose débil e inseguro y sin los suficientes conocimientos ni recursos para salir a flote. Ante esta situación tan preocupante los adultos no lograban ofrecer ni medidas ni mensajes confiables, con lo que la ansiedad y los temores de los jóvenes sobre su realidad más inmediata y sobre su futuro tuvieron que capearlo, mayoritariamente, en soledad y sin el acompañamiento y el apoyo de los “colegas”. Curiosamente, si bien es cierto que el distanciamiento social y la pérdida de contacto con los iguales la pudieron sobrellevar gracias a las nuevas tecnologías; el miedo a la enfermedad y a la muerte, importante para los adultos, para ellos no lo fue tanto, ya que son preocupaciones de las que se sienten lejanos (Feduchi, 2011). Otra cosa fue el temor y la culpa de poder contagiar a los mayores, justamente por la cercanía afectiva que tenían con ellos. En cualquier caso, ignorar aquello que es distante no es un mecanismo exclusivo de los jóvenes, a título de ejemplo, podemos mencionar lo difícil que es detener el cambio climático para evitar desastres futuros, algo que adultos de todo tipo y relevancia, consideran como un “problema lejano”.

Los jóvenes, en definitiva, sin ser plenamente conscientes de la gravedad de la situación sanitaria, del riesgo de enfermedad y muerte, y de manifestar ciertas actitudes insolidarias, se han visto muy afectados por las restricciones. El aislamiento, la pérdida de contacto con los pares, el freno a los proyectos, ha requerido tal esfuerzo emocional que algunos han sucumbido. Como se ha constatado en los servicios especializados por el incremento de determinadas patologías, especialmente, los trastornos de la conducta alimentaria, ansiedad, depresión, el aumento de ideas obsesivas, el abuso de drogas y, también, las tentativas de suicidio. 

Los jóvenes hablan: testimonios 

Ante todo, quiero agradecer a todos los chicos y chicas que siendo pacientes, amigos o familiares han tenido la generosidad de hablarme de sus vivencias durante el confinamiento. De las diferentes conversaciones deduzco tres estilos, dado que la subjetividad es única y personal, que paso a describir a continuación.

Un aspecto en común es que la llegada de la juventud evidencia el proceso evolutivo de la infancia y sobre todo, cómo han resuelto la crisis adolescente que les precedió. Y justo, en este momento evolutivo aparece la pandemia como un cuerpo extraño al que hay que hacer frente, cada uno con el equipaje biográfico anterior y con la estructura psíquica contraída hasta entonces.

Joan (los nombres son, por supuesto, ficticios) es un joven con dificultades en los estudios, muy sociable, la vida y las satisfacciones se centran en lo lúdico, el grupo, los amigos y la fiesta. Quiere hacer un cambio, busca salir del entorno, pero acaba reiterando unas relaciones sociales y familiares muy regresivas. Necesita una situación externa que le obligue a apostar por sus capacidades de progreso: se va al extranjero, allí tendrá que espabilar.

 Con la llegada de la pandemia se ve obligado a abandonar el país donde estaba y de nuevo vuelve a casa. Después de un periodo de confusión, desesperanza y desorientación, intenta recuperar desde el interior sus capacidades y deseos de crecimiento. La pandemia no lo ha puesto fácil; al contrario, ha venido a dificultar el momento de emprender el vuelo, de abandonar la seguridad y el calor del nido. En su caso, algo más lentamente, pero logrará encontrar otras vías de desarrollo. 

Podríamos catalogarlo como un joven con tendencias externalizantes y que la crisis de la adolescencia no permitió resolver sus aspectos regresivos de cara a la organización de su proyecto vital. 

A continuación transcribo algunas de las frases que pueden ser representativas de este estilo vivencial: “Soy social, necesito ver a los amigos”,  “trabajar desde casa es peor, necesito comunicarme”, “los que tienen pareja no lo viven tan mal… yo me sentí muy solo, conocer gente nueva… una tragedia”. “Ya no sabía qué hacer con mi vida”, “no podía plantearme nada… Independizarme pasó a ser una idea imposible”. “Decepción, pérdida de interés por la política”. “Algo positivo, darme cuenta de que mi situación familiar y personal tiene cosas buenas, vivo en un buen lugar, he hablado más con mis colegas más cercanos y la familia”. “A veces pienso que no hay nada bueno, me siento deprimido, desorientado, y con los proyectos truncados”.

Montse. Otro perfil vendría representado por aquellos jóvenes sobreadaptados, que no dieron signos de crisis en la adolescencia y que su vida transcurría en un continuum previsible. Normalmente son chicas o chicos que satisfacen las expectativas de los adultos que les rodean pero que les cuesta alzar el vuelo y tomar sus propias decisiones. Para algunos la pandemia supuso seguir con esta sobreadaptación, estudiar online no fue un obstáculo y restringir la vida social, que ya era escasa, tampoco. La fuerza de la vida hace que algunos jóvenes hayan convertido la situación negativa de la pandemia en una fase de crecimiento. No obstante, la incertidumbre ha podido parar el continuum de sus vidas y hacerse preguntas que les permita encontrar una identidad más suya, quizá no tan a acorde con los estándares del entorno familiar pero que les da una fuerza identitaria. Algunos de ellos han tomado decisiones valientes como cambiar los estudios, buscar otro trabajo e iniciar nuevas relaciones.

Destaco algunas de sus expresiones: “Con esta decisión me siento tranquila y sé que todo esto no hubiera pasado sin el COVID; sin la pandemia no hubiera sido capaz de parar y saber qué es lo que quiero realmente estudiar”. “La pandemia nos ha traído cosas malas y mi familia ha tenido problemas económicos, pero a mí me ha obligado a detenerme, a pensar en mí, y siento que me estoy transformando en una persona que me gusta y que quiero, y eso se lo debo a la pandemia”.  

Jordi puede ser representativo de aquellos jóvenes que previamente sufrían dificultades emocionales y síntomas psicopatológicos que más o menos sobrellevaban pero que las restricciones y el aislamiento han exacerbado.

Sería el caso de aquellos jóvenes que han tenido que recibir tratamiento porque las ideas obsesivas, que antes permanecían en un segundo plano,  empezaron a mostrarse más intrusivas y dolorosas. O los estados depresivos, las ideas de pérdida, la ruindad, el sin sentido, que ha traído consigo o potenciado la situación de ruptura o incertidumbre sobre sus proyectos o trayectorias vitales. Para ellos la pandemia ha sido un potente altavoz de su mundo interno frágil o seriamente afectado.

Citaré algunas frases expresadas en este contexto: “Mis problemas estaban ahí, pero la dura situación los acentuó”. “Cuando estoy inactivo y sin ver a mis amigos, las preocupaciones dan vueltas en mi cabeza sin cesar”. “Todo el día conectado a internet, el tiempo de día se difuminaba, las noches de insomnio fueron inacabables y angustiosas”. “Hubiera querido consultar, pero lo que me ocurría por dentro no parecía importante, solo el Covid lo era”.

Es cierto que la emergencia sanitaria debía ser atendida pero, también hay que decir que se descuidó el impacto emocional que previamente no estaba suficientemente cubierto por los servicios públicos de salud ni, en el caso de la Salud Mental, suficientemente adaptados a estas edades. Por ello es preciso que los responsables de la administración tengan la valentía de promover unos Centros de Salud Mental ágiles en el manejo de las demandas, adaptados a las necesidades psicológicas de los jóvenes y con profesionales suficientemente formados para entender este momento de transición; es decir, no pueden tratarlos como niños, pero necesitan la suficiente calidad humana que les permita empatizar con su adultez aún incipiente. Todo ello ayudará a que, en situaciones sociales o sanitarias graves, como la pandemia, no se conviertan en un colectivo precarizado, sino que puedan encontrar un lugar idóneo en una sociedad comprensiva y cuidadosa con las generaciones que en un futuro más o menos cercano serán las que asumirán el destino de la humanidad.

A manera de conclusiones 

Me gustaría en este apartado final citar a Marie Rose Moro (2021), psiquiatra, psicoanalista y directora de la Maison du Solenn, un servicio público e integral para adolescentes en París. En un artículo publicado recientemente dice:

Me preocupa ver los sueños de nuestros jóvenes destruidos o ridiculizados. En ocasiones también me preocupa que no sean suficientemente combativos, y verlos renunciar ante un esfuerzo que les parece insuperable a fuerza de haberles transmitido que el mundo es injusto o aterrador, sin futuro. Me preocupa la no invitación a la diversidad en los conocimientos y en las fantasías… ¿Cómo podemos pretender que los jóvenes se desarrollen si no cesamos de repetirles que están viviendo una época terrible y que vamos hacia la ruina? No podemos acusar a estos jóvenes de males que no les competen, ni destruir sus sueños o de no creer en ellos.

Lo que caracteriza a la juventud es la necesidad de inventar, innovar, imaginar formas de actuar, modificar las jerarquías, vivir, comprometerse, experimentar todas las formas de libertad, formas adaptadas a su tiempo y a su subjetividad. Sin duda existe algo de trasgresión y un deseo de emanciparse de la tutela y consejos parentales. Pero es mucho más que eso. Es, ante todo, un compromiso con la vida, de invención de formas y de maneras que corresponden a esa edad de la diversidad, a la necesidad de realizarse y de pensar y hacer por sí mismos (Moro, 2021).

Y para concluir, parafraseando las palabras de Braidotti (2015) con respecto al posthumanismo, podríamos decir que la situación que ha generado la pandemia nos exhorta a ponernos a prueba respecto a la complejidad y las paradojas de nuestros días. Para cumplir con esta tarea necesitamos una nueva creatividad intelectual. Repetir siempre lo mismo sin una apuesta crítica y creativa solo nos lleva al oscurantismo y, lamentablemente, a un callejón sin salida. 

Tal como diría Victoria Camps (2016) en su libro El elogio de la duda, dudar, pensar, cuestionarnos y conocer los límites que tenemos como seres humanos es una tarea inaplazable, aunque la olvidemos a ratos. El Coronavirus nos ha puesto delante del espejo de nuestra fragilidad y ha roto los ideales narcisistas de omnipotencia. Es algo bueno a rescatar dentro de la debacle que hemos tenido que soportar y algo importantísimo que debemos transmitir fielmente a las futuras generaciones.

Creo que la sociedad adulta ha de ofrecer a sus jóvenes los recursos necesarios para ayudarles en su proceso vital que inevitablemente la pandemia ha entorpecido. Por otro lado, ellos tendrán que asumir la incertidumbre, el esfuerzo, la lucha por la vida. Si en algún momento se creyeron la promesa de que todo iba a salir bien sin esfuerzo ya es hora de saber que todas las generaciones han tenido que ganarse el lugar en el mundo, encontrar el sentido de sus vidas y saber encontrar como labrarse el futuro entre las ilusiones y la realidad, en ese estrecho pacto necesario para ser razonablemente feliz con la época y el mundo que a cada generación le ha tocado vivir. 

 

Agradecimientos

 Para acabar quiero agradecer a los jóvenes que han dialogado conmigo y se han sincerado sobre esta situación: Alex Velarde, Juanita Satizabal, Sergi Navarro, Luca Aldighieri y a los pacientes de la consulta que han confiado y buscado ayuda. También agradezco a Rubén Gualtero y a Hilda Botero las conversaciones previas y la revisión del texto que ha sido imprescindible. 

 

Referencias bibliográficas

Altell, G. (2021). Que ha fet aflorar la pandèmia? El periódico. 20/08/2021, pp. 20.

Braidotti, R. (2015). Lo Posthumano. Gedisa.

Byung-Chul, Han. (2021). La sociedad paliativa. Herder.

Camps, V. (2016). Elogio de la duda. Arpa.

Cyrulnik, B. (2014). De cuerpo y alma. Neuronas y afectos: la conquista del bienestar,   Gedisa.

CyrulniK, B. (2013). Sálvate, la vida te espera, Debate.

Feduchi, L (2011). ”El adolescente frente a su futuro”. www.temasdepsicoanalisis.org

Gualtero, R. y Soriano, A. (2013). El adolescente cautivo. Gedisa.

Moro, M. R. (2021) Los adolescentes y el mundo. Un enfoque transcultural. Revista de la Asociación Española de Neuropsiquiatría. Vol. 41(139), pp. 151-169.

Tió, J. et al (2014). Adolescencia y trasgresión. Octaedro.

 

Resumen

El texto describe la situación emocional de los jóvenes durante la pandemia y postpandemia. La lucha contra el virus ha impedido darle el lugar necesario a esta situación que tuvo unas características muy concretas en los jóvenes. Su momento evolutivo se frenó, causando un daño tanto emocional como en la incipiente trayectoria vital de muchos de ellos.  Los servicios de salud mental, poco adaptados a las necesidades de los jóvenes, se han mostrado claramente insuficientes en esta emergencia sanitaria. Por otro lado, la sociedad no ha sabido empatizar y favorecer la colaboración de los jóvenes, sino que se ha demonizado y generalizado algunas de sus conductas transgresoras. De nuevo se demuestra las dificultades sociales de cuidar y tener en cuenta a las futuras generaciones.

 

 Asunción Soriano Sala
Médica Psiquiatra y Psicoanalista SEP- IPA.
Excoordinadora del Hospital de día y de la “Consulta Jove” de Sant Pere Claver, Fundació Sanitaria.

 

‹1› Presentación en Sesión Científica de la SEP en la Tercera Mesa Redonda sobre los efectos de la pandemia, organizada por el Departamento de Análisis de Niños y Adolescentes (DANA) de la SEP el 21 Octubre de 2021