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Transferencia: real o irreal

A lo largo de su historia, los psicoanalistas han estado desconcertados acerca de la naturaleza de los fenómenos analíticos, cómo el entorno analítico engendra la experiencia psicológica y qué constituye estas experiencias. Conceptos como el tercero analítico, el compromiso intersubjetivo y, por supuesto, la matriz transferencia-contratransferencia son descriptores de fenómenos que intentan relatar la naturaleza del compromiso analítico y lo que surge en él. Sin embargo, el significado de los propios conceptos puede variar según los fundamentos epistemológicos y la persuasión teórica. A pesar de que Freud escribió durante el cientificismo de la era de la Ilustración, plantó las semillas de muchos de estos descriptores contemporáneos que llevan consigo una sensibilidad más social-constructivista, emergente y posmoderna. Así, surgen ahora contradicciones teóricas que se derivan de diferentes supuestos epistemológicos e implican ambigüedades clínicas y técnicas argumentadas y debatidas por escritores contemporáneos hasta el día de hoy.

Ninguno ejemplifica la necesidad de mayor claridad que nuestra comprensión del fenómeno de la transferencia. Aunque el concepto impregna casi todos los escritos de Freud, su artículo sobre el amor de transferencia (1915) expone las ambigüedades con las que luchamos hoy en su forma más accesible. Como observó recientemente Morris (2012), este artículo se estructura en torno a la polaridad de la transferencia como real o irreal. Dado que todo analista necesita una definición práctica del fenómeno de la transferencia de la cual deriva la técnica cotidiana, este no es un punto oscuro de interés únicamente para aquellos que aspiran a un alto nivel de sofisticación teórica. Más importante aún, la claridad conceptual es necesaria para cualquier clínico que se enfrente a la traicionera situación de las transferencias eróticas con la finalidad de derivar estrategias técnicas sólidas en momentos de confusión, presión e intensa influencia afectiva. Puede ser sorprendente saber que una de las racionalizaciones que sirven para justificar las transgresiones de los límites sexuales es la convicción del analista: “Fue un amor real”.

Para plantear la pregunta de la manera más simple: ¿El amor de transferencia, tal como surge en el entorno analítico, es sinónimo de amor real o el amor que se experimenta en el entorno analítico es una especie de amor de transferencia irreal?[1] En el artículo de Freud sobre el tema, su resolución a esta irritante cuestión se extiende a ambos lados:

Por lo tanto, es tan desastroso para el análisis si el ansia de amor del paciente se gratifica como si se reprime. El curso que debe seguir el analista no es ninguno de estos; es uno para el que no hay modelo en la vida real (…) Debe mantener firme el amor transferencial, pero tratarlo como algo irreal (Freud, 1915, p. 166, cursiva agregada).

Entonces, ¿es real o no? En resumen, Freud parece estar diciendo: “sí y no”.

Por debajo de la derivación del concepto de transferencia, y quizás produciendo el cisma entre las concepciones dicotómicas reales e irreales de la misma, está el eje del tiempo y la experiencia fenoménica de la temporalidad. La transferencia en sí misma es un concepto que abarca el tiempo: es una descripción del proceso por el cual el pasado vive en el presente, en contraste con una visión secuencial, lineal y cronológica del tiempo. La idea de que lo pasado es pasado va en contra del trabajo que la transferencia intenta realizar. Tampoco vivimos en el presente de una manera que descarte la realidad del pasado como pasado. Las preguntas se formulan con más acierto: ¿Cómo encapsula el pasado la transferencia de tal modo que viva en el presente? ¿Cuál es el efecto de la transferencia en el presente de modo que el pasado sea revivido continuamente?

Con estas aclaraciones conceptuales en mente, entendemos que la polaridad real/irreal es una dicotomía falsa. La transferencia (como en la historia de nuestras relaciones y en particular, las que quedan sin resolver) es la lente a través de la cual atribuimos significado al presente. De esta manera, la transferencia define lo real. Es el ojo el que ve (Schafer, 1983). No podemos salir de él (en el marco analítico o en otro lugar), ni experimentar la realidad sin su estructura. Por lo tanto, no hay transferencia que sea irreal y ningún modo de comprometerse donde no recurramos a algún antecedente histórico para obtener significado y perspectiva. Cada relación surge y se desarrolla como una amalgama de viejos patrones temidos junto con esperanzas de nuevas resoluciones. Lo que llamamos transferencia es el modo particularmente intenso de relacionarse inducido por la situación analítica, es decir, aquellas transferencias que se estructuran en torno a un desequilibrio de poder y que se remontan a las condiciones más tempranas de producción amorosa, deseante y fantaseada. Es la esperanza y el temor de una nueva resolución a este viejo problema particular lo que el tratamiento psicoanalítico pretende deconstruir.

La transferencia vista a través de esta lente es una forma, una estructura que significa, más que un fenómeno estático que podría ser considerado real o irreal. De modo que no es que el pasado, tal como lo encapsula la transferencia, sea irreal, sino que la transferencia estructura los significados del presente. De esta manera, el pasado estructura la realidad y significa el presente (y también nuestros sueños para el futuro). Es una fenomenología paradójica que produce un telescopaje del tiempo: el pasado a la vez estructura y significa el presente que simultáneamente construye también un futuro imaginado.

La tarea analítica es interpretar las raíces y el sentido de estos significados para poder liberarnos de modos repetitivos y neuróticos (es decir, malsanos) de compromiso. De modo que no es que la transferencia sea real o irreal; de hecho, la transferencia es lo que significa la realidad y lo que hace que ciertos rasgos del presente sean más importantes que otros. Deberíamos estar disponibles para investigar si estos significados pueden deconstruirse o analizarse.

El psicoanálisis invita a los sueños de amor[2]. Los sueños que emergen en el encuadre analítico son respuestas a la seducción del mismo encuadre, una seducción paralela a la seducción primaria de la madre (Laplanche, 1997) porque el analista promete mantener el límite entre el análisis y la vida externa. Como en todos los sueños (y todos los fenómenos psicológicos), entendemos la transferencia en múltiples niveles, incluidos el simbólico y el presimbólico, así como los significados manifiestos y latentes. Los modos de pensar y de estar en análisis son también seducciones a formas de ser más primitivas, sin procesar y reales (en el sentido de indefenso). En el intento de asociar libremente, el paciente en análisis trata de descartar los lugares comunes, las convenciones sociales y especialmente, las formas de minimización en favor de afirmaciones de deseo más descaradas y sin disfraz. Podríamos decir que el proceso analítico es más verdadero y, en ese sentido, se acerca más a los sentimientos reales que las típicas evasiones que caracterizan el diálogo social educado. La promesa de mantener a raya las convenciones sociales (una promesa hecha, custodiada responsablemente y mantenida por el analista) abre el espacio para que el paciente en análisis exprese formas arcaicas, fundamentales y primarias de deseo. “El analista mantiene abierto el espacio presimbólico para evitar el espacio simbólico, los tipos habituales de cierre semántico convencional y defensivo” (Morris, 2012). Más importante aún, si esta promesa no se hiciera o no hubiese confianza en cumplirla, estas formas de deseo no surgirían.

Entonces, creo que definitivamente podemos decir que el “amor de transferencia” en el análisis es más real “que en la vida ordinaria”. Por tanto, la pregunta no es: ¿Es real o irreal el amor de transferencia? La pregunta más correcta es: ¿se conserva el análisis de la transferencia? Esa es la promesa y la ética. Daría un paso más y diría que no es que el amor de transferencia dentro del marco analítico sea irreal, sino que el amor de transferencia dentro del marco analítico es una forma malsana de amar. Es una forma de amor particularmente intensa, sin procesar ni metabolizar. Además, la estructura asimétrica del marco analítico evoca formas de desear ese amor incestuoso paralelo con todos los significados incrustados. La resolución de la transferencia no implica reconocerla como irreal, sino vivir esta forma de amar para ponerla en perspectiva, es decir, reconocer los significados y cómo estos están arraigados en el pasado mientras se lamenta las pérdidas inherentes al mismo.

Cuando el/la paciente pregunta, «¿realmente me amaba?»

Una de las secuelas más persistentes y dolorosas después de las transgresiones de los límites sexuales es la pregunta aparentemente irresoluble: “¿Realmente me amaba?” A pesar de los claros recuerdos de haber dicho, tanto con palabras como con hechos, que es amada (a menudo expresada directamente por el analista), siempre hay una profunda duda interna que permanece en la mente del paciente-víctima. ¿Por qué estos supuestos momentos de amor no resuenan o se sostienen? Con bastante frecuencia, son las dudas del/la paciente sobre su amabilidad las que, en primer lugar, formaron un fundamento consciente para la transgresión. De hecho, con frecuencia era el propósito consciente del analista, al violar los límites, mostrarle de una vez por todas que era realmente amado/a.

Esta duda persistente sobre si el transgresor amaba realmente al/la paciente-víctima se basa en dos problemas conceptuales, el primero es la confusión sobre la naturaleza esencial del amor en el marco analítico y su calidad de realidad, como se discutió anteriormente. La segunda es la cuestión de cuál es exactamente la naturaleza de la traición en las transgresiones de los límites sexuales. ¿Es la explotación sexual? ¿Es realmente el sexo? Sugiero que la violación fundamental, y la desilusión más dolorosa, es la mentira, inherente a la violación misma y, a veces, declarada explícitamente: «Esto es para ti». Toda violación de los límites sexuales incluye tal mentira como parte de la perversión del contrato de tratamiento asimétrico, aunque el analista puede negar, racionalizar o justificar tal inversión de medios/fines (ver Celenza, 2014 para una discusión de la perversión en este contexto).

El contrato de tratamiento gira en torno a la promesa de preservar el espacio presimbólico del análisis para el trabajo de expansión en la construcción del significado. Esta promesa se actualiza a través de los roles que desempeña cada miembro y lo más importante es que el analista mantenga la distribución asimétrica de la atención, el enfoque y el cuidado. En el caso de violaciones de los límites sexuales, sin embargo, es a través de esta promesa rota que el analista transmite su capacidad de mentir o disimular, de haber hecho una promesa que no se cumplió y quizás nunca fue intencionada. Habiendo hecho esto, nada de lo construido sobre esta mentira sonará cierto.

Para aquellas transferencias que surgen dentro del marco analítico, la promesa es analizar y, por lo tanto, fomentar la comprensión, especialmente desde una perspectiva psicoanalítica; es decir, para hacer eso y solo eso. Por ello, las transferencias surgen con gran intensidad, al haber sido alentadas y seducidas por la promesa de mantener la estructura y la seguridad del entorno[3]. En virtud de haber hecho esta promesa, nuestros pacientes corren más riesgos al revelar sus deseos de forma sincera e indefensa. A través de la personificación de nuestro papel, afirmamos continuamente: “Ud. no está obligado hacia mí”. Por este motivo, la explotación de estas revelaciones para los propios fines del analista es particularmente perversa.

Como analistas, asumimos continuamente este compromiso en un estado del yo que está restringido en términos de nuestros deseos y necesidades separados. Debido a la promesa de restringir nuestro propio deseo, invitamos a que surjan los deseos desenfrenados y relativamente indefensos del paciente. Invitamos especialmente a los afectos y deseos presimbólicos, no metabolizados, a los aspectos desconocidos, secretos, que inducen quizás a la vergüenza, de los anhelos del otro que aún no han sido simbolizados. Es en este contexto de la promesa, el compromiso con la asimetría, donde se intensifica la invitación al deseo y el deseo mismo, una promesa de presencia sin repercusión, obligación o consecuencia. La promesa seduce el deseo de intensificarse, de expresarse en su máxima pasión y complejidad. Prometemos y por lo tanto evocamos fe, confianza y fe en nuestra fuerza e integridad, que mantendremos nuestra conciencia de la separación e inhibición de nuestros propios deseos y necesidades; en resumen, que cumpliremos nuestra palabra.

Hay dos condiciones que pueden producir una colusión creando una inversión de roles (generalmente sexualizada) y una eventual transgresión de los límites. Uno es el paciente empático (y quizás demasiado complaciente) que ha sido socializado para satisfacer las necesidades de los demás. Esta es una condición caracterológica de muchos pacientes (en su mayoría mujeres) y a menudo, forma el nexo por el que buscan tratamiento. La segunda condición es el analista agotado, narcisísticamente frágil que ya no puede reprimir sus deseos y necesidades. Paradójicamente, podríamos reescribir una cita famosa de F. Robert Rodman, del prefacio de Playing and Reality de Winnicott, “La madre (léase el paciente) proporciona lo que el bebé (léase al analista agotado) está listo para imaginar y al hacerlo, facilita el placer del bebé en un mundo que fomenta su sentimiento de omnipotencia” (1971).

Entonces la pregunta no es, ¿realmente me amaba o me estaba mintiendo? sino, ¿es este amor saludable y estimulante del crecimiento (o es enfermizo y repite amores desequilibrados del pasado)? Un amor sano incluye un amor mutuo y simétrico donde los desequilibrios de poder son negociables. Esto contrasta directamente con el amor asimétrico evocado en el marco analítico que, por definición, se basa en una variedad de desequilibrios de poder estructurados (y por lo tanto no negociables). Además, es un amor malsano porque tiene sus raíces en un pacto roto y por lo tanto, ha sembrado las semillas de la desconfianza.

 La multiplicidad de la experiencia

Así como la transferencia captura la fenomenología de la realidad temporal (la experiencia sincrónica y telescopada de la temporalidad pasada, presente y futura), también encarnamos múltiples relaciones con nuestros pacientes que tienen dimensiones tanto temporales como espaciales. No somos solo una cosa para nuestros pacientes y muchos de estos modos de relacionarse se contradicen entre sí a pesar de la sincronicidad de su aparición (ver Celenza, 2010a, 2014, para descripciones clínicas de esta multiplicidad, incluidos varios estudios de casos). Por ejemplo, somos, a la vez, una persona para nuestros pacientes (que refleja un nivel de realidad ordinaria), al mismo tiempo una mujer (u hombre), un analista (con expectativas de rol) y (tal vez) una figura paterna (dependiendo de la situación) sobre la experiencia inconsciente del paciente). Estas identidades y modos asociados de relacionarse están respaldados por transferencias que pueden o no entrar en conflicto entre sí. Además, corresponden a diferentes niveles de realidad (Modell, 1990) que representan múltiples lentes a través de las cuales podemos discernir los complejos estratos del compromiso relacional en cualquier momento.

Probablemente, lo más relevante para la experiencia del paciente en análisis son los niveles de realidad que se remontan a recuerdos tempranos, especialmente a experiencias dolorosas o traumáticas. Estos son estados encarnados del ser, a veces contradictorios, pero que paradójicamente, surgen simultáneamente en el presente. La recontextualización de esos modos de relacionarse que se remontan a patrones de memoria autodestructivos es el trabajo principal de análisis. El analista debe hacerlo sin simplificar demasiado la naturaleza compleja y múltiple del ser.

El énfasis en una modalidad relacional particular con la exclusión de otras supone una grieta [1], como si este modo de relacionarse fuera discontinuo con otras experiencias del Yo. Por ejemplo, hablar con el bebé mientras se resta importancia, ignora o descuida al adulto puede ser regresivo y humillante. Un ejemplo perturbador se describe en el libro basado en el caso Bean-Bayog[4] (McNamara, 1994). Si bien no puedo dar fe de la veracidad de esta interpretación de la trágica historia de Bean-Bayog, el autor describe astutamente una dinámica inconsciente plausible que gira en torno al deseo continuo de Bean-Bayog de tener un hijo. En esta interpretación especulativa de la dinámica subyacente del caso, Bean-Bayog trató a su paciente como el hijo que ella quería, fomentando una relación muy regresiva con él que no logró apoyar o fomentar sus capacidades más maduras. De esta manera, el analista estaba poniendo en primer plano su papel paterno para la parte infantil del paciente mientras descartaba sus otras experiencias del self, más adaptativas al efecto desastroso.

La asimetría definitoria del entorno analítico es un desequilibrio elaborado entre los modos de relacionarse ordinario, personal y profesional. El analista es responsable de reafirmar los límites en torno a la modalidad profesional y de poner en primer plano este modo mientras mantiene en suspenso los modos de relacionarse personal, ordinario y otros modos de deseo. En efecto, el analista promete continuamente, a través de su comportamiento y formas de encarnar su rol profesional, ser más analista que hombre (o mujer). Prometemos renunciar a cultivar, expresar y actuar sobre lo que podríamos desear personalmente para mantener un enfoque asimétrico y así analizar al paciente. Pero habiendo hecho esta promesa continuamente, el/la paciente y sus deseos y necesidades emergen en una forma más indefensa de lo que podrían (como se señaló anteriormente). Los patrones, deseos, pensamientos y recuerdos arcaicos se expresan con mayor libertad debido a la promesa de que no habrá contingencias. Aquí radica la naturaleza de la seducción: una invitación a la unidireccionalidad con adaptaciones y salvaguardias especiales que tienta al paciente en análisis a una mayor apertura, autenticidad, frescura y vulnerabilidad.

Dado que el analista encarna múltiples estados del self en relación con el paciente, la multiplicidad de roles asociada puede colapsar bajo la presión de un deseo o necesidad indebidos. La perplejidad que sentimos a menudo cuando un psicoanalista previamente competente, incluso reconocido, llega a describir su papel en relación con su paciente de una manera demasiado simplificada y justificadora es impactante tanto por la distorsión del proceso como por su unidimensionalidad.

El analista no solo ha cercenado un proceso sumamente complejo, sino que también ha renegado del mandato de su superyó de mantener en suspenso su personalidad, su Yo deseante. ¿Qué pasó con la integridad de su superyó? En estas circunstancias, encuentro útil considerar, en lugar del Superyó del analista, los superyós (en plural) del analista. Esto encaja con la teorización contemporánea sobre la multiplicidad de estados del Yo y también tiene en cuenta la división vertical normal. Así como somos capaces de múltiples estados del yo y modos de participación, algunos pueden ser reunidos con fines defensivos.

Como he descrito en otra parte (Celenza, 2007), mis propios hallazgos clínicos en transgresores incluyen una división vertical en las estructuras del superyó. Sin embargo, el analista puede, bajo el influjo de un deseo o una necesidad indebida, realizar una función disociativa más extrema para relegar el comportamiento perverso a una autorrepresentación que no sea del self. Dentro de esta autorrepresentación del no self, existe una estructura de superyó no-yo que permite la gratificación en contextos que de otro modo estarían prohibidos. Entonces, este estado del self no-yo puede ser negado y rechazado. De esta manera, pretendo proponer un modelo basado en la multiplicidad de estados del self, cada uno de los cuales contiene una estructura de superyó con diferentes mandatos morales y que pueden disociarse de otros estados del self.

De manera similar, también creo que es útil tener una visión evolutiva de nuestras capacidades para defender los estándares éticos de conducta. Para el analista clásico, el apego y la identificación con los ideales de neutralidad, anonimato y abstinencia pueden disminuir con el tiempo. Para el analista relacional, la capacidad de auto aplazar, de mantener la asimetría y de poner las necesidades y deseos personales en un segundo plano puede debilitarse[5]. Coincidiendo con tal debilitamiento de las capacidades del Yo, en cualquier marco, hay una transformación en los mandatos del superyó, los cuales son concordantes con un estado del Yo alterado, inusual, atípico o negado durante mucho tiempo.

Debemos llegar a este trabajo centrados y fortalecidos, con las heridas pasadas en gran parte curadas y con el duelo elaborado, una auto cohesión más o menos integrada y nuestros deseos presentes en gran parte saciados. La importancia de los apoyos sociales, incluida una relación íntima primaria, es un aspecto crucial del marco necesario alrededor del cual llevamos a cabo nuestro trabajo. La separación, el divorcio y la muerte de una pareja pueden ser períodos de intenso desafío y riesgo emocional[6]. No se trata de privilegiar el matrimonio per se, sino de enfatizar la necesidad de intimidad en nuestra vida diaria. En el mismo punto, hemos visto la insuficiencia de los grupos de supervisión y la consulta entre pares para prevenir violaciones de los límites sexuales.

La promesa de mantener un marco de no contingencia, ausencia de obligación y un enfoque de atención continuada en el paciente son promesas que quizás no siempre podamos cumplir. Sin embargo, las hacemos de todos modos, o el analizando asume que las hemos hecho porque son inherentes a la estructura del encuadre. Las promesas, los desequilibrios, incluso las idealizaciones y la autoridad de la que estamos dotados son estructurales, es decir, aspectos del entorno y no “encantos de nuestra persona” (Freud, 1915, p. 160-161). La vulnerabilidad universal a las transgresiones de los límites sexuales se niega fácilmente en nuestro estado actual del Yo; Es difícil imaginar algún momento en el futuro cuando la muerte se avecina y seamos menos capaces de tolerar las frustraciones inherentes a nuestros roles[7].

Entonces, la siguiente lección que debemos admitir es la humildad. No es nuestro Yo personal el que encarna el poder terapéutico, sino el entorno mismo. Además, admitir que somos capaces de autoengañarnos, especialmente en relación con nuestra inversión narcisista en nosotros mismos como analistas, la capacidad de curar a otros y ser admirados, apreciados e incluso idealizados en virtud de esta capacidad. A medida que nos hacemos mayores, experimentados y con el camino hecho, el atractivo de lo excepcional también aumenta. Creemos que sabemos más porque hemos experimentado más, tenemos más éxitos en nuestro haber. Sin embargo, también tenemos el terror inminente de la muerte, ese acortamiento invasivo del tiempo de tal manera que lo excepcional puede servir como una negación defensiva de la mortalidad. Esto puede coincidir con un debilitamiento de la capacidad de decisión. El psicoanálisis es una disciplina que gira en torno a la auto sumisión, la humildad y el enfoque continuo en las necesidades de nuestros pacientes (a expensas de las nuestras). Si bien la reciprocidad inherente a la díada analítica es ineludible (y no requiere ningún esfuerzo de nuestra parte), la asimetría es un compromiso disciplinado con la gestión de los límites que debe reafirmarse y renegociarse continuamente en cada cambio de perspectiva y momento de interacción.

Conclusión

Soy consciente de que las aclaraciones teóricas difícilmente serán suficientes para prevenir violaciones de los límites sexuales. Como bien sabemos, “La voz del intelecto es suave” (Freud, 1927). Especialmente donde los sueños de amor flotan (motivados por el miedo a la muerte, el agotamiento narcisista, la pérdida intolerable u otros estados de auto negligencia y desequilibrio narcisista), la psicosexualidad puede convertirse en una fuerza irresistible y bien racionalizada. Aun así, mi esperanza es dilucidar ciertas formas de malinterpretar el proceso del psicoanálisis y nuestro marco conceptual, de modo que pueda haber al menos un momento de pausa antes de deslizarse por esa pendiente destructiva. Además, para aquellos de nosotros que tratamos a víctimas y/o analistas que han transgredido, mi esperanza es que estas aclaraciones teóricas ayuden a guiar nuestro trabajo para resolver muchos enigmas asociados con las secuelas de este problema persistente y siempre irritante.

Artículo publicado, ampliado, en Psychoanalitical Psychology 2017. Volumen 34 (2). pp.157-162.

Traducción inglés-castellano de Guillermo Bodner.

 

 Referencias bibliográficas

 Celenza, A. (2007). Sexual Boundary Violations: Therapeutic, Academic, and Supervisory Contexts. Jason Aronson.

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Celenza, A. (2010b). The analyst’s needs and desires.  Psychoanalytic Dialogues, 20, 60-69.

Celenza, A. (2014). Erotic Revelations: Clinical Applications and Perverse Scenarios. Routledge.

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Freud, S. (1915). Observations on transference love. Standard Edition. Hogarth Press. (12). pp. 157-171. 1961.

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Gabbard, G.O. (2016). Boundaries and boundary violations in psychoanalysis. American Psychiatric Association Publishing.

Gabbard, G.O. (2017). Sexual boundary violations in psychoanalysis: A 30-year retrospective. Psychoanalytic Psychology, Volumen 34(2), pp.151-156.

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Laplanche, J. (1997). The theory of seduction and the problem of the other. International Journal of Psychoanalysis. (78), pp. 653-666.

McNamara, E. (1994). Breakdown: Sex, Suicide, and the Harvard Psychiatrist. Pocket Books.

Modell, A. (1990). Transference and levels of reality. In Other Times, Other Realities. MA: Harvard Universities Press. pp. 44-59.

Morris, H. (2012). Constituting the ethics of psychoanalysis: Observations on “Observations on Transference Love,” the story. Paper presented on Panel on Ethics, Boston Psychoanalytic Society and Institute. May, 2012.

Schafer, R. (1983). The Analytic Attitude. Basic Books.

Schoener, G.R., Milgrom, J.H., Gonsiorek, J.C., Luepker, E.T. and Conroe, R.M. (Eds.). (1989). Psychotherapists’ Sexual Involvement with Clients: Intervention and Prevention. Minneapolis: Walk-In Counseling Center.

Winnicott, D.W. (1971). Playing and Reality. Routledge.

 

Resumen

Este artículo aborda varias ambigüedades, contradicciones y caprichos conceptuales que pueden desempeñar un papel como telón de fondo inconsciente o como justificación consciente de las transgresiones de los límites sexuales. El primero gira en torno a la naturaleza de la transferencia, en particular, su carácter real o irreal. En segundo lugar, está la cuestión de si el analista transgresor alguna vez amó verdaderamente al paciente, una cuestión con la que la víctima-paciente puede luchar después durante años. Finalmente, se retoma la dinámica fundamental de la relación con la pregunta ¿quiénes eran el paciente y el analista el uno para el otro? El supuesto teórico de la multiplicidad contradice esta pregunta unidimensional y revela un colapso de la complejidad en la expansión del tiempo y del espacio analítico. Se espera que la aclaración de estos conceptos fundamentales dé por lo menos un momento de pausa previo al deslizamiento por esa pendiente destructiva. Además, para aquellos de nosotros que tratamos a víctimas y / o analistas que han transgredido, estas aclaraciones teóricas ayudarán a guiar nuestro trabajo hacia la resolución de muchos enigmas asociados con las secuelas de este problema persistente y continuamente irritante.

Palabras clave: transgresiones de límites sexuales, límites, multiplicidad, ética.

 

 Abstract

 This article addresses several conceptual ambiguities, contradictions, and vagaries that can play a part as either an unconscious backdrop or as a conscious rationale for sexual boundary transgressions.  The first revolves around the nature of transference, in particular, its real or unreal character. Second is a question of whether the violating analyst ever truly loved the patient, a question with which the victim-patient can wrestle for years in the aftermath.  Finally, the fundamental dynamic of the relationship is taken up with the question ¿Who were the patient and analyst to each other?  The theoretical assumption of multiplicity belies this unidimensional query and reveals a collapse of complexity in the analytic temporal and spatial expanse.  It is hoped that the clarification of these fundamental concepts will at least give a moment’s pause before the slide down that destructive slope.  In addition, for those of us treating victims and/or analysts who have transgressed, these theoretical clarifications will help guide our work in resolving the many conundrums associated with the aftermath of this persistent and continually vexing problem.

Keywords: sexualy boundary violations, boundaries, multiplicity, ethics.

 

Andrea Celenza
Doctora en Psicología Clínica
Psicoanalista con funciones didácticas y de supervisión en la Sociedad e Instituto Psicoanalítico de Boston.
Profesora asociada en la Escuela de Medicina de Harvard.
email: acelenza@andreacelenza.com
www.andreacelenza.com

 

 

[1] Nota del traductor: en la versión original dice “fault-line” que se refiere a un accidente geológico.

[2] Nota del traductor: en el original “mourned” literalmente el lamento por algo perdido.

 

 

[1]Ver Celenza (en prensa) para descripciones de las diferentes formas de amor que están encarnadas en la relación de transferencia y en el ser del analista.

[2] Para ilustración y discusión de transferencias eróticas, ver Celenza (2014).

[3] A lo que Humphrey Morris (2012) se refiere como la desautorización constitutiva habilitante del marco analítico, es decir, la promesa de mantener una separación ilusoria entre análisis y vida externa.

[4] Este caso tuvo lugar en Boston a fines de la década de 1980, cuando un paciente masculino de 28 años de la psiquiatra/psicoanalista Margaret Bean-Bayog estaba siendo tratado por depresión. Finalmente, el paciente se suicidó, nueve meses después de que Bean-Bayog terminara una terapia intensa y poco ortodoxa. En el apartamento del paciente se descubrieron una serie de cartas, fantasías sexuales explícitas, tarjetas y notas, todas escritas con la mano de Bean-Bayog. Parecía como si este joven brillante se hubiera reducido a un estado de dependencia infantil debido al intento de Bean-Bayog de ser una «mamá» simbólica.     ’

[5] Ver Celenza (2010b) para una discusión sobre las necesidades y deseos del analista en el encuadre psicoanalítico.

[6] Nunca he visto un caso de transgresión de los límites sexuales que no ocurriera en un contexto del llamado ‘estrés situacional’. Además, varios estudios han demostrado la vulnerabilidad del analista o terapeuta que está aislado de los apoyos sociales y demasiado dependiente de los pacientes en su práctica para satisfacer sus necesidades interpersonales (ver Gabbard, 2016; Celenza, 2007; Gabbard y Lester, 1995; y Schoener et al., 1989)..

[7] Me ha impresionado cada vez más, a nivel clínico, la alta prevalencia de transgresiones de los límites sexuales en psicoanalistas mayores y muy respetados. Que yo sepa, ningún estudio de prevalencia o datos empíricos ha examinado la edad como factor diferenciador más allá del perfil de una vulnerabilidad profesional en la mediana edad (ver Schoener et al., 1989; Gabbard y Lester, 1995; Celenza, 2007; y Gabbard, 2016, 2017)