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El padre materno
Simona Argentieri
Xoroi Edicions, 2021

 

El padre materno es una especie de tapiz resultado de la urdimbre para la que la autora ha necesitado una serie de elementos derivados de su triple condición: mujer, italiana y psicoanalista (Asociación Psicoanalítica Italiana). Estos son los hilos: como mujer, la sensibilidad; como italiana, su vasta cultura que incluye la historia del arte, el cine, la literatura e incluso la publicidad; y un hilo que los atraviesa a todos, la teoría y práctica psicoanalítica. Es un libro sobre el “hombre”- materno, escrito por una mujer. Todo ello, expresado en una escritura elegante, concisa y atractiva.

Que una mujer hable de la “maternidad” del hombre permite observar a este desde la perspectiva femenina respecto de una función estrechamente ligada a la mujer.  Aunque la inclusión en la obra de un capítulo escrito por un hombre, Adolfo Pazzagli, también psicoanalista, patentiza la voluntad de dejar clara la necesidad de una perspectiva complementaria. En este sentido, el estudio del “padre materno” incluye la relación con la madre, es decir, la pareja, además de relación con el hijo, así como las combinaciones que el triángulo posibilita.

Aunque presente a lo largo de la historia, el padre materno es un fenómeno que ha adquirido especial relevancia desde época reciente en nuestra sociedad occidental. No podemos recoger aquí las muchas preguntas que la autora se plantea, con respuestas que considera provisionales. Pero hay una pregunta central: ¿será capaz el padre materno de encarnar la eterna fantasía del padre tierno y protector, sin sacrificar su función paterna?

La autora comenzó a interesarse sobre las nuevas parentalidades, incluida “el padre materno” hacia los años ochenta. Desde entonces hasta la actualidad, ha habido un auténtico revuelo en lo que se refiere a las diferencias y de manera particular entre géneros, dada la proliferación de formas familiares distintas de la tradicional. La toma de conciencia del uso secular de tales diferencias en beneficio de un género (el masculino) en detrimento del otro (el femenino), ha supuesto una gran y justificada indignación, en general, y de manera especial en el colectivo femenino. Tanto, que se tiene la impresión de que, a veces, ha impedido pensar serenamente, al atribuir el origen de ese mal al hecho mismo de la diferencia. Y de ahí, la necesidad —en ciertos colectivos— de reivindicar la negación de cualquier distinción entre uno y otro ser humano. Reivindicación que parte de un malentendido, el de confundir que el “todos somos iguales”, indiscutible como seres humanos, ha de soslayar toda diferencia biológica. Se confunde la percepción ética con la percepción biológica. Paradójicamente, se reivindica al mismo tiempo la singularidad de cada individuo, y de cada género, como de cualquier grupo social por minoritario que sea. Nada más acorde con la naturaleza misma, donde la diversidad de los seres vivientes es, no solo una realidad, sino una cualidad enriquecedora. Por tanto, la cuestión estriba en la nada fácil tarea de aceptar el hecho de las diferencias, pero exigiendo un trato igual.

En este sentido, El padre materno es una necesaria y seria reflexión para poner de manifiesto la complejidad del tema, y evitar su banalización y los tópicos en los que se suele caer.

Los nuevos padres, sensibles y capaces de realizar la función de “los cuidados primarios”, fueron vistos al principio con una sonrisa irónica y despectiva por parte de muchos varones, pero con el tiempo el fenómeno se ha constituido en un valor adquirido. Para Argentieri, se trata de realizar esta tarea junto a la madre, sin usurpar la función de esta, y al mismo tiempo sin descuidar su función paterna, en particular, la construcción del sentido del límite como actitud protectora.

La urdimbre, que he utilizado como metáfora para describir el libro, tiene un punto central para la autora de donde parten, o convergen, los otros hilos del entramado. Se trata de un óleo del siglo XVIII, de la familia de la autora, que representa a una Sagrada Familia[1]. En primer plano, José, un hombre maduro y fuerte, sostiene a un niño en pañales que avanza su cuerpo hacia el padre. El pequeño levanta una mano que toca, acaricia o explora la barba del padre, mientras sus piernas quedan alzadas en el aire. José rodea al niño con su brazo derecho, mientras que apoya ligeramente la mano izquierda en el vientre desnudo del bebé, que puede tener casi un año. No se sabe si el padre deposita al niño en el taburete, o lo alza. Pero son evidentes el cuidado y la ternura en sus movimientos. El padre, con cara serena y los ojos entrecerrados, mira con arrobo al pequeño. Este dirige su mirada hacia arriba para encontrar la del progenitor, con la boca suavemente entreabierta, con alborozo. Al fondo de esta íntima escena, María, sentada con un libro entre sus manos, lee con devota atención. Parece ajena al intercambio afectivo entre padre e hijo. O simplemente confiada.

Esa imagen llevó a Argentieri a la exhaustiva exploración de la figura de José a través de la Biblia y de la iconografía, muy variada según las épocas; un interesante y bello recorrido. José ha sido tratado de manera ambivalente. Desde el santo idealizado y el humilde y modesto carpintero que es el hombre que se ocupa de cuestiones domésticas (tender la ropa o cambiar los pañales del niño) en el más moderno estilo de “padre materno”, al hombre desvalorizado, viejo y calvo. Al final de ese recorrido de José como “padre materno”, la autora considera que representa “la imagen esencial y maternal del ‘padre materno’ […] de una figura protectora y fuerte pero también tierna” que todos quisiéramos tener. Pero es una imagen disociada, añade, donde la sexualidad y la agresividad están ausentes, si nos atenemos a la imagen de José según el relato bíblico. Esto parece reflejarse en ciertas formas de padre materno de la actualidad, que al borrar las diferencias en las funciones parentales, oculta la complejidad psicológica con los correspondientes conflictos de la relación de pareja. No obstante, en el lienzo que sirve de referencia a la autora, la imagen de José muestra en primer plano una pierna flexionada desnuda, musculada, que podrían expresar la fuerza y capacidad sexual del varón. Por lo que esta imagen, aunque sea una excepción, si parece cumplir con la del padre materno no disociado.

Pazzagli explica que ante el nacimiento de un hijo se activa en el padre una constelación de vivencias que requieren de un trabajo psicológico que, de no realizarlo, da lugar a formas de reacción patológicas. Unas surgen ante la proximidad del parto de la pareja por excesiva identificación con la madre, con una serie de síntomas corporales psicógenos (vómitos, dolores lumbares, pérdida de apetito, etc.). Otras reacciones son: depresión, o actuaciones en el sentido de infidelidades, cuando existe en el padre una personalidad previa frágil o patológica.

En línea con lo anterior, Argentieri señala que, para comprender al padre materno, hay que preguntarse por la identidad masculina y el tipo de relación de pareja previa a tener el hijo. Y habrá que tener en cuenta aspectos como la sexualidad de la pareja, o si hubo separación de la pareja, si ocurrió cerca del momento del nacimiento del hijo; también interesa lo que cada uno busca en el otro: ¿el objeto idealizado interno inalcanzable?, ¿la repetición del objeto externo maltratador para perpetuar el victimismo?, ¿algún otro del que se espera que cambie según el objeto interno? Y concluye, el núcleo del problema de la pareja, en esencia, es el de toda relación humana pero acentuado: reconocer al otro en su realidad y diversidad; el miedo a la alteridad y la angustia en encontrar la distancia de seguridad adecuada, ni demasiado cerca, ni demasiado lejos. Ante esta complejidad, una tendencia es la de una “regresión a la indiferenciación” llevado a la educación, donde no se trabaja la construcción de una identidad masculina y femenina fuerte, sino la ambigüedad. El coste es el desarrollo de estructuras de carácter fluidas, como tanto gusta ahora en ciertos sectores en aras del progresismo, que originan un Yo plástico y frágil, y un Superyó poco protector. Argentieri insiste en las consecuencias de ese planteamiento de las relaciones donde predomina lo indiferenciado: hay una negación del Edipo, por tanto, es difícil establecer los límites que frenen lo (auto)destructivo, salvo que se reaccione con la inhibición, lo que también se evidencia en la clínica psicoanalítica. La capacidad de distinguir entre padre y madre, masculino y femenino, es un largo, tortuoso y necesario proceso. El individuo necesita aprender a aceptar los confines entre Yo y No-yo, y luego reconocer a los progenitores, no solo diferenciados, sino distintos entre sí. La identidad masculina y la femenina son el resultado de la integración de varios niveles (anatómico biológico, roles determinados socioculturalmente) que se transmiten a través de las generaciones. Aunque de pasada, la autora toca el tema muy actual de las tendencias en algunos niños a vestirse con ropa del sexo opuesto, como algo que no debe ser reprimido ni alentado, a la espera de cómo se desarrolla el conjunto de su personalidad.

Existen una variedad de “padres maternos”. Junto al padre materno que contribuye al crecimiento del hijo, describe también el que está al servicio defensivo de sortear los conflictos ineludibles de toda relación padre-hijo. Uno sería el representado en la mayoría de la iconografía del José de la Sagrada Familia, asexuado y no agresivo. A esta imagen, la autora contrapone la imagen especular amenazante de la mujer fálica, es decir, la mujer con atributos masculinos.

Argentieri, afronta con valentía las dudas surgidas sobre el “padre materno”, en cuanto el riesgo de erotización incestuosa en el desarrollo de sus funciones, en especial las del cuidado físico. Como sea que la autora ha estudiado esa lacra antigua de los adultos que se benefician de la “confusión de lenguas” a la que someten al niño, al procurarle caricias en beneficio sexual propio —es decir, sabe de qué va la pederastia— puede claramente diferenciarlo del cuidado sano del padre materno por su hija. La cuestión es, nos dice, encontrar la justa distancia, de manera que la intimidad y afecto entre padre e hijo no se acerque a la excitación erótica. Una ternura que no debe estar reñida con la autoridad para establecer los límites cuando sea necesario.

Su empuje por explorar el tema del padre materno no se arredra para hacerlo incluso con el padre del psicoanálisis, en el que verá una forma defensiva de padre materno. Nos habla de la especial relación de Freud con su hija Ana, con “incesto analítico” incluido, al haber analizado a su propia hija, algo sin embargo, no extraño en los comienzos del psicoanálisis. Pero la hija no deseada, sino rechazada por la madre que esperaba un varón, encontró en el padre un refugio que ningún otro hombre pudo ofrecerle en toda su vida. De manera que el propio creador del complejo edípico no pudo sustraerse a dar satisfacción a dicha relación defensiva.

La autora explora también el tema en la vida de otro insigne psicoanalista, Jaques Lacan, en relación con dos de sus hijas: “una, negada y despreciada, y la otra (fruto de su relación extraconyugal), construida a su imagen y semejanza, capturada en la seducción afectiva” . Es desconcertante, añade la autora, confrontar al Lacan como padre real, con el que describió en sus escritos, el padre simbólico que representa la ley y que administra el límite.

El libro concluye con un análisis sobre la función paterna y la función materna. Argentieri celebra el hecho de que muchos hombres en la actualidad realicen funciones maternas primarias de manera exitosa y satisfactoria. Sin embargo, le preocupa que si bien hombres y mujeres están dispuestos a ser madres, hay pocos dispuestos a ejercer la función paterna. En la medida que la paternidad implica la función necesaria de interrumpir la fusión entre madre-hijo para abrirla a la realidad, así como, para mostrar los límites de esta. Ante esa dificultad, los hombres, o bien huyen, o se convierten en hijos o en madres, como señala Pazzagli. Otra versión del padre materno que la autora lamenta es la del padre infantil, que ni es buen marido ni buen padre, pues solo sabe jugar con los hijos.

Si bien el padre materno ha existido siempre, antes y después de San José, la posición psicológica interior es muy variable. La variedad de estructuras familiares en el mundo de hoy requiere que cada uno de nosotros desempeñe distintas funciones intercambiables, no codificadas por géneros.

La urdimbre de este libro configura una imagen poliédrica del “padre materno”. Con facetas halagüeñas, a veces, y otras menos amables pero que Argientieri describe con valentía como realidades que están ahí.

En esa urdimbre, creo que el lector puede entrever, por contraposición de lo ausente, una figura de la que no se habla pero que se supone está implícita en el texto. Y es la de la “madre paterna”. Y no solo en el sentido “negativo”, es decir, de la madre que se ve obligada a realizar la función del padre ausente o débil, que encontramos en la clínica, o en una posición extrema “la madre fálica” citada, sino de la madre capaz de una función “paterna” de manera complementaria, de la misma manera que el “padre materno” es complemento de las funciones maternas.

En definitiva, un libro de agradable lectura, que invita a la seria reflexión y dirigido a un amplio abanico de lectores: psicólogos, psicoterapeutas, psicoanalistas, profesionales de la sociología y del ámbito sanitario, e incluso a los padres y madres actuales. La versión castellana ha sido posible gracias a la esmerada tarea de Cecilia Álvarez, también psicoanalista de la Sociedad Psicoanalítica Italiana y obviamente, también mujer.

 

Antonio Pérez-Sánchez
Psiquiatra y psicoanalista con funciones didácticas en la SEP-API
Coordinador del Grup de Estudios Portugués de Psicoanálisis (API)
Miembro del equipo de redacción del Diccionario Enciclopédico Interregional de la API
e-mail: aps.nijar@gmail.com

 

[1] La autora me ha facilitado una copia del cuadro lo que me ha permitido hacer la descripción del mismo.