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Un soneto me manda hacer Violante
que en mi vida me he visto en tanto aprieto;
catorce versos dicen que es soneto;
burla burlando van los tres delante.

Yo pensé que no hallara consonante,
y estoy a la mitad de otro cuarteto;
mas si me veo en el primer terceto,
no hay cosa en los cuartetos que me espante.

Por el primer terceto voy entrando,
y parece que entré con pie derecho,
pues fin con este verso le voy dando.

Ya estoy en el segundo, y aun sospecho
que voy los trece versos acabando;
contad si son catorce, y está hecho.

Lope de Vega

 

En mi vida me he visto en tanto aprieto

Recordar a Luis Feduchi tarde o temprano te lleva a evocarlo recitando algún poema. Y este soneto de Lope, el primero que me vino a la cabeza tras asumir la tarea de escribir estas líneas en su memoria, es uno de los que le escuché recitar. No en vano es un poema que habla sobre una forma de acometer la tarea, enfrentando la dificultad sin medias tintas, conteniendo el miedo, confiando en que va a ir saliendo poco a poco. Y todo con una envoltura festiva, alegre, como de celebración, que te hace reír y disfrutar del camino. La vida, al fin y al cabo. Eso lo aprendimos con Luis.

El soneto de Lope es también una hermosa alegoría de la interesante integración que Luis conseguía entre la disciplina y la libertad en su quehacer como psicoanalista, e intuyo, en toda su vida. Podía así ajustarse a las exigencias del encuadre cuando estaba bien diseñado. A una métrica y una rima, sin la cual nunca se podría conseguir el efecto deseado. Y a la vez, subvertir sus límites explotando, en un juego creativo, todas sus posibilidades. Por supuesto los encuadres son modificables, mejorables y deben contener la potencia que se desarrolla en su interior para hacerla verdaderamente efectiva, como ocurre con el soneto. No siempre los encuadres cumplen esta función. Como le gustaba ejemplificar en tono de chanza, con el deporte del balonmano que, en su opinión, adolece de un campo demasiado grande para su desarrollo.

Cuando recitaba poesías, que asociaba en algún momento de la conversación, lo hacía disfrutando de cada verso, regocijándose del intercambio con las miradas de sus oyentes, deleitándose con la potencia de su memoria. Podría poner ahora unos puntos suspensivos, pero a él no le gustaban. Supongo que por no eludir con ellos el intento de agotar el esfuerzo para buscar las palabras adecuadas. Las palabras adecuadas. De nuevo la poesía. Cosa que no siempre es fácil ante los aprietos en los que te pone la vida, la muerte el más radical de ellos. ¡Cómo lo echamos de menos!

Él nos ayudó a buscar las palabras para describir, para comprender la complejidad, lejos de los reduccionismos cuya pereza mental denunciaba. Supervisar con él era una estimulante conversación, guiada por el placer de la reflexión, en un clima de cercanía, respeto y agudo sentido del humor que hacía natural la libertad de expresión y la construcción colectiva del significado. En alguna ocasión se había definido a sí mismo como un traductor. Traductor de una lengua a otra, de lo emocional, del inconsciente a la palabra dicha. Yo creo que también era un creador y un provocador de la creación de los demás. La realidad no solo se descubre, también se crea con nuestra forma de verla, con nuestra mirada. Nuestra descripción de la vida también la acaba conformando, a veces impulsando su desarrollo, a veces dañándola irremediablemente. Por eso era tan cuidadoso huyendo de la doctrina y el dogmatismo. Por eso consiguió no crear escuela y desconfiaba de ellas.

Supervisar con él casos difíciles era un verdadero “aprieto”, pues se dejaba afectar por lo más negativo de la situación, conectándonos a todos con la desesperanza. Para luego, cuando el desahucio parecía inevitable, encontrar posibilidades, rescatar los más recónditos aspectos sanos, definir focos de intervención o reconducir el caso en función de los límites y la viabilidad de recibir otro tipo de ayuda. Todo un proceso de elaboración depresiva que tenía lugar entre las cuatro paredes donde manteníamos la reunión.

El aprieto no eludido, de tener que enfrentar la complejidad, agudizó en él una visión panorámica que lo convirtió, si no fuera redundante decirlo, en un auténtico psicoanalista social. Desde el análisis del contexto sociopolítico, la cultura de cada país, de cada barrio, de cada institución, de las relaciones familiares o aquellas más emocionalmente significativas para el sujeto, a la influencia de la propia metodología del equipo y la intimidad de los fenómenos transferenciales y contratransferenciales en la privacidad de la sesión. Y todo en una ajustada perspectiva sistémica que evitaba las atribuciones sesgadas ya fuera a lo individual o a lo relacional. Se hacía así claramente cargo de la indisociable interdependencia entre todos esos niveles. 

Ahí quedan sus valiosas aportaciones a la comprensión de la importancia del entorno en el desarrollo de las y los adolescentes. El interjuego entre el control del entorno y las ansiedades claustrofóbicas en la adolescencia o el de las dinámicas expulsivas y la ansiedad agorafóbica, que dieron lugar a la idea del “síndrome del adolescente abortado”. El encierro y el destierro, los dos castigos ejemplares de la humanidad, como le gustaba recordar. También su denuncia de los malos diagnósticos provocados por la intolerancia del entorno y de los sistemas profesionales, como ocurre con el así llamado trastorno oposicionista desafiante, que puede oponerse a la excesiva exigencia y desafiar los intentos de infantilización y control del entorno. O el trastorno hiperactivo y por déficit de atención, que justamente reclama más atención de la buena cuando escasea. O la sensibilidad del adolescente a los mensajes que la sociedad le envía en forma de leyes, exigencias normativas o a través de la publicidad. En este sentido, todos recordamos su insistencia en señalar la falta de claridad a la hora de explicar a alumnos y alumnas el significado de la “O” de la “ESO”. Algo que contribuye a la confusión de creer que es el adolescente el obligado a estudiar, cuando en realidad es la sociedad la obligada por ley a suministrar una formación hasta los 16 años. En una ampliación de los derechos para promover la igualdad de oportunidades. 

Y, en consonancia con todo ello, su contribución a la definición de la metodología del trabajo multi e interdisciplinar en el abordaje de las problemáticas de salud mental. La única manera de enfrentar la complejidad y la tozuda indisciplina de lo vivo. Advirtiéndonos tanto del riesgo de rivalizar e invadirnos entre disciplinas como de delegar en exceso unas en otras.

Burla burlando van los tres delante

Como quien no quiere la cosa, sin solemnidades y con esa aura de juego que estimulaba la creación. Así era hacer algo con Luis. Era contagioso sentirlo disfrutar con las cosas, del buen vino a la buena conversación, eso sí que maridaba con él. 

La pasión era en él clara heredera de la ilusión infantil que seguramente se había hecho más fuerte sorteando las adversidades de una infancia en la posguerra. Y era esa pasión la que le hizo tan buen comunicador y definitivamente inscribirse en la corriente de la tradición oral para transmitir sus conocimientos. A muchos nos frustró su reticencia a escribir y fueron contadas las ocasiones en que se animó a hacerlo. Parecía esconder una secreta aspiración al anonimato, coincidiendo así con una de las características principales de esa tradición oral que tanto respetaba. 

Los que lo disfrutamos como corrector sabíamos también de su exigencia al poner negro sobre blanco las palabras que tanto cuidaba. Una exigencia cultivada con la pasión lectora de los círculos literarios y poéticos con los que convivió y entabló fuertes vínculos de amistad. Una exigencia que, en alguna ocasión, venció la perseverancia de los que intentábamos escribir, condenando eternamente al cajón algún intento de elaboración que la experiencia con él estimulaba. Solo con el tiempo, bien porque su exigencia se dulcificó, bien porque desarrollamos mayor capacidad de autonomía o bien porque nos dio por incorregibles, pudimos llevar a buen puerto escritos de los que él ha sido substancial inspirador.

Su sentido del humor era agudo, en consonancia con una capacidad de observación a la que daba mucha importancia. Luis se lamentaba del descuido en el que había caído la observación clínica en la medicina y en muchas praxis asistenciales. Criticaba la invasión de la tecnología en este terreno, así como la fatua pretensión de objetividad que la alimentaba. Por eso nos animaba a cultivar nuestra capacidad de observación, reivindicando un papel más protagonista de la misma en los planes de formación. Pero observar es gratis y poderoso caballero es don dinero. 

Fruto de su capacidad de observación era su talento para distinguir similitudes y diferencias, y establecer gradaciones como el pintor hace con su paleta. Así describió series de fenómenos que ayudaban al discernimiento clínico. Como la que iba de la dureza a la lenidad pasando por la firmeza y la flexibilidad en las funciones parentales. Comparaba la flexibilidad en las relaciones con la elasticidad, como propiedad física de los cuerpos sólidos, subrayando la importancia de recuperar el límite que se ha flexibilizado al igual que los cuerpos elásticos recuperan su forma original tras ser deformados. También precisó una escala en la relación del sujeto con la verdad, formada por la exageración, la fabulación, la idea delirante y la mentira. O resaltó la importancia de diferenciar conceptos, como la tolerancia de la transigencia. El respeto que implica la primera hacia la diferencia, del consentimiento con la injusticia que implica la segunda, precisamente para negar diferencias y evitar conflictos. Nos ayudó a entender el fenómeno del aburrimiento diferenciando el mecanismo de la diversión, que constituye una escapatoria, de lo que es la aparición del interés, donde una motivación interior se conecta finalmente con un estímulo exterior permitiendo la salida creativa del aburrimiento. O las interesantes diferenciaciones entre la fuga, la ruta y el viaje. Vecina la primera de la huida y la escapada, que deja tras de sí algo odiado por malo o peligroso. Diferenciándola del absentismo, más marcado por la indiferencia y carente de odio. La ruta, exploradora, aventurera, que mira hacia adelante sin un final escrito. Y el viaje, que incluye la idea de retorno, aventura con billete de vuelta.

En su sentido del humor, en ocasiones socarrón, se intuía también una contención que, de no haber existido lo habría convertido en mordaz. Era algo que, en definitiva, te podía transmitir seguridad, al igual que le puede suceder a un joven violento cuando siente que si su terapeuta no es violento, lo es por propia elección y no porque no pudiera serlo si se lo propusiera. La mordacidad sería un arma que en caso de necesidad se podría desplegar, pues la potencia de la sátira es un eficaz corrosivo contra la opresión de tantas dictaduras, las que provienen del exterior o las que también pueden intentar esclavizarnos desde nuestro interior.

No hay cosa en los cuartetos que me espante

La contención del espanto, del miedo, saber cuándo el miedo nos advierte de un peligro a considerar seriamente, o es justamente el peligro de sucumbir a la cobardía lo que nos anuncia. De nuevo una diferencia que sus investigaciones sobre la acción y la actuación, la etapa adolescente y su trabajo con jóvenes en el ámbito de la Justicia Juvenil, le habían llevado a discernir con finura. Diferenciar la valentía de la temeridad, la prudencia de la cobardía.

Su manera de hacer recordaba siempre la importancia de la aceptación de los límites en la superación de los requerimientos del narcisismo y la omnipotencia. Es ese reconocimiento de la impotencia el que te puede conectar con tus capacidades y tu potencia. El que ayuda a calibrar los riesgos y cosechar el impulso que da la claridad para acometer una acción valiente y no temeraria. Algo que nos mostraba en sus reflexiones sobre la metodología de la intervención y en sus análisis sobre la clínica del narcisismo y que, uno intuía, provenía también de una experiencia personal de convivencia con su personalidad atractiva. “El narcisismo es lo peor” solía decir con la expresión sentida del que sabe de lo que habla. 

Nos fueron de mucha ayuda en la época en la que se pusieron de moda los diagnósticos de anorexia sus reflexiones para entender el auténtico trastorno anoréxico, que se manifestaba en un verdadero ataque a la sensación de necesidad. Algo que se podía forjar en la colusión perversa de una relación materno filial en la que, por un lado, se niega la necesidad de alimento justamente para no crecer, y por el otro se estimula su aceptación para retener en una relación de dependencia. El alimento es lo que te hace crecer y te permite ir ganando autonomía, no autosuficiencia, otra de las actitudes de las que abominaba. De nuevo la poesía era utilizada por Luis para, esta vez por boca de la mística Teresa de Jesús, expresar con fuerza la atracción que una muerte liberadora y regresiva puede llegar a ejercer: 

Aquella vida de arriba,
que es la vida verdadera,
hasta que esta vida muera,
no se goza estando viva:
muerte, no me seas esquiva;
viva muriendo primero,
que muero porque no muero.

Creo que fue su observación crítica del narcisismo la que le llevó también a una especial prevención contra la ilusión grupal, la idealización y la manipulación que, en ocasiones, pueden darse en las organizaciones. Lúcido analista de las fuerzas seductoras de los movimientos sectarios y de las motivaciones inconscientes que nos pueden llevar a quedar atrapados bajo su influjo. Algo que nos ayudó mucho a comprender la captación de adolescentes por parte de bandas violentas. Le gustaba recordar a Escrivá de Balaguer, uno de los mayores virtuosos en este tipo de malas artes, y recordar como clamaba seductoramente: ¿Adocenarte? —¿¡Tú… del montón!? ¡Si has nacido para caudillo! Entre nosotros no caben los tibios. Humíllate y Cristo te volverá a encender con fuegos de Amor. No vueles como un ave de corral, cuando puedes subir como las águilas.

Fue esta visión que le llevó a mantener una actitud ética siempre en tensión creativa con su pertenencia a las instituciones con las que era muy crítico y que finalmente le condujo a desvincularse dolorosamente de la SEP. Una organización con la que tanto intercambió y en la que se había mantenido incluido casi toda su trayectoria profesional.

Y parece que entré con pie derecho

No sé qué diría Luis de esta frase, habiendo sido él tan de izquierdas. Digno heredero de los valores republicanos que con tanta viveza supo mantener actuales. Pero me sirve para recordar como entró con “pie derecho” en tantas cosas. Como iniciaba con confianza las tareas, conectando con los aspectos más sanos y las fuerzas más constructivas y creativas con la que se podía contar, implicándose a fondo.

Con él compartíamos el interés por la res pública. No es casual que ese sea el origen etimológico de la palabra “República”. El bien común, la construcción de un nosotros colectivo que, como bien señalaba, es también necesario para que las y los adolescentes se sientan impulsados a sumarse y participar en la vida adulta. 

La implicación de Luis con lo social se expresó a través de su comprometida participación en el desarrollo de servicios de atención en diferentes campos. Su apoyo, junto con el de otros psicoanalistas, al desarrollo de la práctica de la psicoterapia en las Instituciones Públicas de Atención a la Salud Mental cuando la red empezó a desplegarse, fue fundamental. En esa época participó en la creación de un grupo que bautizaron con el nombre de “Psicoterapia Psicoanalítica en la Institución Pública” (PPIP). Durante algo más de diez años contribuyeron al desarrollo de la psicoterapia en la red, a través de supervisiones in situ, conociendo las organizaciones sobre el terreno, entendiendo su cultura y ayudándolas a integrar en ella una perspectiva psicoterapéutica que implicaba una actitud generalizada de escucha y diálogo con el paciente, más allá de la mera aplicación de una técnica de tratamiento. El grupo se disolvió cuando algunos de sus integrantes decidieron montar una organización para la formación de psicoterapeutas. Luis, junto a otros, no quiso participar en ese proyecto. Y siguió hasta el momento de su retiro profundizando y ampliando esa tarea de fortalecimiento y apoyo de la red pública.

A mi modo de ver esta dedicación supuso una contribución esencial para que muchos psicoterapeutas desarrolláramos una confianza en nuestro método de trabajo, evaluando sus resultados y alejándonos de la sensación de estar en la atención pública desbordados por la masificación y sin poder aplicar nuestros conocimientos. Construir metodologías de intervención bien adaptadas a los límites de recursos y a las necesidades de los pacientes, como ocurre con la psicoterapia focal y breve, permitió la defensa de una praxis con la convicción necesaria para conseguir su reconocimiento en la red de atención en Salud Mental. Un reconocimiento que permitió la consolidación de unidades de psicoterapia tanto infanto-juveniles como para adultos. Aplicando unas metodologías que no eran sucedáneos de ningún noble metal y tenían su propio sentido e indicaciones adecuadas.

Fruto de su interés por la adolescencia que compartía con su mujer Leticia Escario, psicoanalista también implicada en la red de asistencia pública infanto-juvenil −¡cuántas cosas debieron surgir de esa cocina compartida por los dos!−, participó a finales de los ochenta en el inicio del despliegue de esa red. Constituyó un espacio de supervisión con profesionales de diferentes centros en la que se pudo desarrollar un rico e interesante intercambio profesional sobre realidades muy diversas. Adolescencias en medios rurales, urbanos, suburbiales, en situaciones de inmigración, de desestructuración familiar y provenientes de todas las clases sociales. Un grupo que prestó especial atención a la definición de las metodologías de intervención, cuidando su adaptación tanto a las necesidades específicas de la etapa como a los variados contextos psicosociales en los que se desarrollaban.

Pronto comenzó también a colaborar con los profesionales del incipiente sistema de Justicia Juvenil que empezó a organizarse también en esa época. Trabajó desde su arranque con los programas de mediación y reparación, de asesoramiento técnico a los jueces y de seguimiento de las medidas judiciales en medio abierto. Fue en estos últimos programas en los que rescató la importancia de otra palabra: la “vigilancia”. Función esencial de los profesionales que se encargaban del seguimiento de las medidas de la libertad vigilada, y que se encargó de diferenciar con precisión del “control”. Emparentaba la vigilancia con el cuidado del niño o de la niña, a los que se vigila, mirando atentamente y solo interviniendo cuando lo necesitan para no coartar su desarrollo y permitir su exploración del mundo con autonomía. Al contrario que el control, que siempre nace de las necesidades de un entorno intolerante con el riesgo y actúa antes de que realmente sea necesario para el niño.

Era esa época un momento sociopolítico lleno de ilusiones y esfuerzos para la construcción de un Estado del bienestar tras la caída de la dictadura en España. Y la coincidencia en Cataluña en 1985 de la aprobación de la Ley de Protección de Menores con la publicación del documento para la Reforma de la Asistencia psiquiátrica a nivel estatal no fue casual. Luis estuvo ahí, en muchos frentes como uno de nuestros mejores remeros, entrando “con pie derecho” en pos de estos objetivos colectivos. 

Su implicación en el sistema de Justicia Juvenil contribuyó también de forma importante, en 1993, a la creación del Equipo de Atención al Menor (EAM) de la Fundación Sant Pere Claver y dependiente del Servei Català de la Salut. Un dispositivo pionero en el trabajo interdisciplinar e intersectorial entre los sistemas de Salud Mental y Justicia Juvenil que sigue su curso desde entonces, y que Luis asesoró y supervisó hasta el final de su trayectoria profesional. Como Lope con su soneto nos animó a vencer las reticencias que en un primer momento tuvimos como psicoterapeutas ante la idea de tratar jóvenes transgresores obligados por la Justicia a acudir a nuestras sesiones. Y como a Lope, nos salió un hermoso soneto, aprendiendo las artes de transformación de lo que empieza como obligatorio y puede irse conectando paulatinamente con el deseo que mueve la voluntad.

En este mismo campo de la adolescencia colaboró en la creación de la red de hospitales de día para adolescentes participando activamente el diseño del modelo de atención del Hospital de Día para adolescentes de Sants-Montjuic, Ciutat Vella y Sant Martí Sud, gestionado por la Fundación Sant Pere Claver. Un modelo de atención que integraba en un mismo equipo la posibilidad de estrategias interdisciplinares en el abordaje del trastorno mental.

Su implicación se mantuvo siempre cosida a la actualidad social a través de la reflexión apasionada sobre cualquier fenómeno en el que como psicoanalistas pudiéramos aportar algo. Los fenómenos migratorios contemporáneos despertaron su interés, lo que le llevó a colaborar con diferentes equipos profesionales y a describir las particularidades de cada uno de estos procesos. La migración magrebí en la búsqueda de algo mejor, la de jóvenes latinos arrancados de su tierra para una reagrupación familiar con sus madres desconocidas, la de los refugiados expulsados de sus maltrechas tierras. También le interesó la violencia de género y el movimiento feminista al que animaba a sumarse solidariamente a los hombres. La solidaridad, explicaba, queda muy dañada al verse afectada por la depresión social, que nos lleva al repliegue, a la incomunicación y al aislamiento. Por eso valoraba especialmente como el movimiento de los “yayoflautas” había sabido captar la solidaridad de los jóvenes. Del mismo modo llamaron su atención la crisis financiera, el cambio climático, las redes sociales, las políticas sanitarias. Y, por supuesto, todo aquello especialmente vinculado con la adolescencia, el mal llamado “fracaso escolar”, la también mal llamada violencia filioparental, el embarazo precoz en esta etapa, el suicidio, el consumo de drogas, el fenómeno de los “botellones”. Su inquietud y su curiosidad movilizaba fácilmente a los grupos de profesionales con los que trabajaba, llevándonos a mejorar nuestras praxis y a convertirnos en agentes de salud dispuestos a participar activamente en los debates públicos y científicos. Algo que siempre estuvo facilitado por su capacidad para expresarse en un lenguaje accesible, muy conectado con la realidad y sin tecnicismos. 

Voy los trece versos acabando

Tristes son los finales. Pero queda la satisfacción del trabajo bien hecho, de la vida bien vivida, con sus errores incluidos, por supuesto. 

El interés de Luis por los procesos de reparación le convirtió en un eficaz catalizador de la elaboración de la culpa y de la recuperación del vínculo social cuando queda dañado por los conflictos. Diferenciando de nuevo estos procesos del mero acto de contrición de la teología cristiana que solamente considera el dolor del reconocimiento –“lo siento mucho”−, el rechazo y la asunción de la afrenta –“me he equivocado” −, y el propósito de enmienda –“no lo volveré a hacer más” −. O del más antiguo de la expiación, a través de la que se intenta eliminar mágicamente la culpa en base al castigo impuesto por un tercero. En la reparación, subrayaba, cobra especial importancia la recuperación del vínculo, restableciéndose la confianza en la relación a través de un auténtico perdón.

¿No supone aprender de los errores también un proceso de duelo? Como con todo aprendizaje nos despedimos de una imagen idealizada de nosotros mismos, también de una ignorancia que nos había acompañado hasta ese momento, nos dolemos de no haberlo sabido antes y nos abrimos a la novedad que implica el descubrimiento. ¿No es la adolescencia la etapa vital paradigmática de los procesos de duelo? Como decía Luis: “Elaborar la pérdida y adquirir lo nuevo al mismo tiempo: eso es la adolescencia.” Y, ¿no está el duelo siempre asociado a la novedad? Como ante cualquier pérdida de alguien significativo ha comenzado nuestra vida sin Luis, y eso aparte de doloroso, se hace extraño cuando la relación te ha acompañado tantos años.

Contaba Luis la anécdota de cómo intentaba explicarle a su amigo Gabriel García Márquez el proceso de duelo que podía llevarlo a dejar de fumar. Y le señalaba cómo la clave residía en la capacidad de imaginarse la idea de “no volver nunca más a fumar” y conectar con el sentimiento que esa representación podía provocar, y resistirlo. “Nunca más” ¡Qué difícil! Cuantas trampas nos hacemos para esquivar el nunca más. Y cuantas novedades nos perdemos así. Desconozco el efecto que la respuesta de Luis a su invocación tuvo en Gabo, pero muchos de los que disfrutamos de su amistad, de sus enseñanzas y de su ayuda pudimos abrirnos a las novedades en las que nos introdujo y hacer crecer las semillas que, con la que llegamos a llamar su vespa-sembradora, fue esparciendo por tantos terrenos.

Contad si son catorce y está hecho

“¡No le toques ya más,
que así es la rosa!”

Para acabar, el poema más corto de Juan Ramón Jiménez, que tanto le gustaba recordar a Luis. Por algo sería.

 

Jorge Tió 
Psicólogo clínico, psicoanalista (SEP-IPA) 
jorgetiordez@gmail.com