Discretamente, se va la vida, y el 1 de diciembre de 2021 Luis se nos ha ido como había vivido, discreta y sabiamente. En el registro de lo humano, lo más importante de la muerte, de cada muerte allegada, es poder tener y mantener en nuestro mundo interno lo bueno del sujeto que muere, los resultados de la identificación introyectiva con sus cualidades y valores. Y Luis Feduchi, nacido en Madrid en 1932, era un experto en recoger y transmitir experiencias y, en particular, experiencias creativas.
Luis Martínez-Feduchi Benlliure fue, ante todo, un psiquiatra y un psicoanalista clínico, dedicado de lleno y focalizado en la clínica. Trabajó durante decenios como psicoanalista y miembro de la International Psycho-Analytical Association (IPA) y de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP). Su querencia por la psiquiatría y el psicoanálisis fue tal, que nada más terminar la carrera en Madrid se vino a Barcelona porque era el único lugar en el cual, en aquellos años, se podía especializar en psicoanálisis. Y tal como él era, lo vio y lo decidió. Se vino “con lo puesto”, orientado por su intuición y por un deseo perentorio, pero enormemente clarividente.
Ya en el ecuador de su vida profesional, impulsado tal vez por el interés de comprender a sus hijas y sus familiares, se sintió especialmente curioso con esa edad entonces poco estudiada y valorada de la vida humana que se ha dado en llamar “adolescencia”. Partía para ello de sus vivencias familiares, de la formación psicoanalítica y de sus incesantes lecturas, pero, sobre todo, de su curiosidad; esa curiosidad genuina, abierta y comprensiva que siempre fue una de sus características personales y clínicas más apreciables. Comenzó a centrarse, pues, en ese período humano lleno de cambios, búsquedas y creatividad: la revolución biológica, psicológica y social que en nuestros medios supone la adolescencia, con la creatividad inherente a todas las revoluciones y con los riesgos inherentes también a todas ellas –si de verdad son revoluciones–.
Gracias a su enorme capacidad clínica, a su curiosidad y a su tolerancia, su aproximación a la adolescencia, como al resto de la vida humana, estaba marcada por esa apertura y ese estímulo de la libertad de observación y pensamiento que me atrevo a calificar de libertaria, pues iba mucho más allá de la mera tolerancia y la “libertad” descontextualizadas; desde luego, más allá de las seudolibertades “neo-liberales” y “yoistas”. Libertad encuadrada por la solidaridad. Al comenzar a centrar su mirada en los adolescentes en riesgo (por migración, por marginación, por problemas legales y con la justicia…), esa actitud tenía que chocar con tantos a prioris y condenas previas de la adolescencia y de los sujetos adolescentes, actitudes tan predominantes en nuestro medio. Empero, su sabiduría y el cuidado con el cual comunicaba sus observaciones y propuestas (al tiempo curioso y realmente respetuoso) hicieron que varias promociones de técnicos de los Departamentos y Programas de Salud Mental, Justicia y Bienestar Social de Catalunya confiaran en él como uno de sus principales supervisores y orientadores. Como tal, colaboró durante decenios con dichos departamentos de la Generalitat de Catalunya y, principalmente, con el Departament de Justìcia.
Con la ayuda de sus supervisados y colaboradores, dichas asesorías y supervisiones fueron más tarde dando pie a la creación de estructuras y programas para la ayuda a esa juventud especialmente vulnerable y especialmente vulnerada, tanto en el Departamento de Justicia, como en el de Salud: programas de mediación, equipos de medio abierto encargados del seguimiento de medidas judiciales, estructuras de apoyo a la adolescencia en riesgo y, finalmente, a la creación del equipo intersectorial del EAM (Equipo de Atención en Salud Mental al Menor, en colaboración Salud Mental-Justicia). Trabajos todos ellos de los que se sentía especialmente contento por haber contribuido a su desarrollo (Feduchi et al. 2006; Feduchi, 2014; Tió et al, 2014).
Aportaciones teórico-clínicas: adolescencia y cultura
Fruto de esas experiencias fundamentalmente clínicas nació su libro introductorio sobre la adolescencia, que sigue siendo una de las mejores presentaciones del tema que conozco (Feduchi, 1977). Me consta que fue presionado directamente por la editora Rosa Regás para que lo escribiera, pero también que no hemos conseguido que lo volviera a publicar, revisado o no, cuando se agotó aquella colección combativa de la transición en la que había aparecido, “La Gaya ciencia”, dirigida por Rosa Regás.
No es fácil resumir sus aportaciones al conocimiento de la adolescencia porque se fueron desgranando sobre todo en los tratamientos que realizó y en esas supervisiones y relaciones con los equipos de atención a los menores en riesgo psicosocial; también, porque esas aportaciones, salvo para los que tuvieron la suerte de trabajar profesionalmente con él, están repartidas en publicaciones diversas, documentos filmados, vídeos y demás. Intentando resumirlas, seguro que, de forma incompleta y parcial, mencionaría al menos las siguientes, que pueden ampliarse, por ejemplo, en la entrevista publicada en Tió et al. (2014).
Luis Feduchi concebía la adolescencia como una crisis o, al menos, un período con crisis. Ahora bien, crisis no tiene por qué asimilarse a catástrofe, y menos aún, a patología, sino a un cambio generalizado de coordenadas, de estructuras relacionales internas y externas. A menudo, una verdadera revolución, y Luis Feduchi no era de los que se asustaba por el uso de ese término, tanto refiriéndolo a la adolescencia como refiriéndolo a la realidad político-social. Había nacido en 1932 y, por tanto, se había criado en el tiempo de la Revolución Española, del 1931 al 37. La adolescencia significa, pues, un replanteamiento total de los logros y organizaciones de la relación anteriores, una posibilidad de re-elaboración de los aspectos infantiles, en especial de la primera infancia, la relación con los padres, los conflictos ambivalentes con ellos y con uno mismo…Si se aplica lo punitivo a la parte infantil, te arriesgas a que no entienda nada y se malogre del todo. Y, por el contrario, si le tratas por completo como un niño y le dices “simplemente ha sido una chiquillada”, le conviertes en un irresponsable o en un “triunfador”.
Como etapa de transición y como revolución que es, la adolescencia implica toda una serie de duelos y una amplia serie de “tareas” a realizar, hoy profundamente modificadas por la acelerada transformación de nuestras sociedades y los cambios psicosociales que ello supone (Feduchi, 1997, 2011). Por eso, algunos siguiendo sus enseñanzas, hablamos de la adolescencia como la “revolución biopsicosocial que implica afrontar al menos seis tareas psicosociales y elaborar cinco duelos en cinco ámbitos diferentes, y en un mundo sometido a profundas y aceleradas trasformaciones”: El adolescente vive esos cambios y conflictos en mundos diversos, a menudo disociados o en franca oposición entre ellos: el mundo de los adolescentes, el de sus padres, el de sus tutores y el mundo “adulto” en general. Una forma de ayudarle es facilitar que integre sus vivencias y relaciones en esos mundos, disminuir la disociación, pero sin minusvalorar el amplio y recóndito mundo de la propia intimidad e incluso soledad adolescente.
Feduchi insistía siempre que, para esa ayuda, hemos de estar especialmente atentos a sus ansiedades agorafóbicas (el miedo ante un futuro incierto y no definido) y agorafílicas (y, por tanto, claustrofóbicas, por la posibilidad de quedar encerrado en lo viejo, lo que cambia poco o mal, lo que le atrapa). Agorafobia y claustrofobia juegan un importante papel en el desarrollo del/la adolescente, que a menudo nos queda ocultado por la agorafilia o la claustrofilia excesiva de algunos de ellos, desde el actuador impenitente hasta el hikikomori más atrincherado. Y sin olvidar que, particularmente en los adolescentes mentalmente más vulnerables, el cuadro en movimiento de cuando en cuando es alcanzado por la presión, el “tufo” de las ansiedades catastróficas, de ruptura y desintegración de la identidad y la personalidad trabajosa pero frágilmente construidas.
Por eso las transgresiones hay que entenderlas no sólo desde el prisma de la agresión, la violencia, la ira no contenida y actuada, la ruptura de las normas, la lucha contra el Superyó social, sino también alternativamente, como una expresión de esos conflictos claustrofóbicos-claustrofílicos no suficientemente elaborados o como huidas urgentes de los miedos primitivos y ansiedades catastróficas o confusionales. Ante esas situaciones tan frecuentes en la relación con los adolescentes, Luis Feduchi había acuñado un apotegma: Tolerancia, pero no transigencia. Por eso solía insistir:
El entorno y los padres (del adolescente vulnerable) actúan de manera intolerante ante ciertas ideas y propuestas; y, en cambio, transigen con posturas y acciones inadecuadas por las ansiedades o incomodidades que produce poner límites. La tolerancia y la intransigencia deben conjuntarse y no al revés, intolerancia y transigencia, como por desgracia ocurre con tanta frecuencia (Feduchi, 2014).
Se trata de una confusión que durante la crisis de la pandemia de la COVID-19, que Luis alcanzó a observar y reflexionar, se ha producido una y otra vez y con gran espectacularidad. “Tolerancia (es)… la capacidad de escuchar, observar y dialogar con otras posturas o ideas, aunque no las compartas, sin tener que ceder en valores o convicciones éticas para tranquilizarse u obtener objetivos. Eso último sería transigir” (Feduchi, 2014).
Interesado como se hallaba por la creatividad en todas sus formas (como sujetos, creatividad psicoanalítica, terapéutica, artística…) no es de extrañar que insistiera tanto en la curiosidad, la indagación del adolescente, un beneficio en sí mismo para la sociedad y la familia, un beneficio que hay que procurar cuidar y no angostar, aplastar o manipular. Porque adolescencia significa siempre juventud, creatividad y, por tanto, una de las fuentes del progreso personal, familiar y social.
Otro campo de especial atención para entender a las personas atravesando esta etapa de adolescencia, es observar sus identificaciones / contraidentificaciones y, por tanto, poder estar en contacto cuando se dan con los excesos de identificaciones proyectivas, o con las ausencias de identificaciones introyectivas suficientemente contenedoras para la vida futura. De ahí la gran importancia que les concedía a los tutores y, en general, a las figuras de identificación.
Son vías para atender a la trabajosa construcción de la identidad, de las distintas formas y caminos para llegar a adulto. Hay que valorar el importante papel que en esos caminos juegan las emociones primigenias potenciadas en el adolescente y no banalizarlas. Como nosotros diríamos, hay que estar especialmente atentos a sus miedos y fobias, claro está, pero también a su ira, a su curiosidad e indagación, a su deseo y psicosexualidad, a la evolución de sus formas de apego, a sus ansiedades ante la separación, a sus alegrías y forma de concretarlas en los juegos y actividades cotidianas.
En ese sentido, insistía una y otra vez en la importancia de no banalizar su psicosexualidad, su deseo, y en ayudarle a dignificar y valorar las primeras experiencias y relaciones psicosexuales y, más aún, los primeros embarazos. El embarazo durante la adolescencia no es solo un “acontecimiento vital” en un período de la vida, sino que supone importantes impactos en la génesis del self (o identidad, en tanto que objeto interno). Y tanto para la joven embarazada como para el “embarazador”, aunque con distintas cualidades e intensidad del impacto.
Clínica con las adolescencias
Consecuente con esas concepciones, Luis Feduchi había mantenido una serie de actitudes técnicas básicas para la atención y cuidado de los adolescentes vulnerables. Podríamos resumirlas en una serie de principios: intimidad, novedad, creatividad, cuidar también a los padres y redes sociales, mantenimiento de límites, escolarización obligatoria, oponerse activamente a la manipulación y mercantilización de la adolescencia, y no banalización del uso de drogas, alcohol y psicofármacos.
Cuidar de la intimidad de/la adolescente significa, por ejemplo, que siempre que sea posible, las primeras entrevistas han de hacerse sin la familia y con especial atención a las novedades que está viviendo y a su creatividad. Además, hay que tener en cuenta que las pruebas y comprobaciones que se pone pueden ocurrir en cualquiera de los mundos o ámbitos en los cuales investiga y experimenta el adolescente, y no solo en los ámbitos más clásicos, como el académico o el deportivo.
Pero eso no implica descuidar o dejar de lado sus grupos de socialización, tanto anteriores como actuales, a su “red social” tanto digital como carnal. Así pues, insistía en diferenciar, tolerar, de transigir y también en cuidar de los padres para cuidar de los hijos . Y cuidar significa no culpar, sino al contrario, ayudarles a empatizar con el/la adolescente y estar preparados para ayudarles a nivel psicoterapéutico a ellos mismos si lo piden, pero de forma separada del adolescente, manteniendo la intimidad de éste e incluso, a ser posible, por parte de profesionales diferentes.
Es una forma de mantener, desde el mismo encuadre terapéutico, una atención a los límites. Los límites (transgeneracionales, sociales, morales y otros muchos) existen y hay que aceptarlos, pero deben ser claros. Es cierto que, hoy por hoy, los padres están obligados a cuidarles, vestirles, alimentarles. También, que los padres y la sociedad están obligados a proporcionarles formación (“la formación obligatoria”), que es una necesidad básica en nuestro mundo. De ahí que entendiera que la “O” de la ESO (Enseñanza Secundaria Obligatoria) no es solo para los adolescentes, sino también para los padres y para la sociedad. No hay que cargar a los jóvenes con esa obligación, porque es obligación de los padres y la sociedad; cualquier organización social debería saber cómo arreglárselas con los jóvenes que rechazan esa necesidad. Si no se hace así, aparece el absentismo, que es la insumisión escolar. Pero la tarea no debe vivirse y transmitirse como una obligación que se impone, sino una necesidad del joven que se atiende. En ese sentido, siempre valoró la valentía de algunos jueces de menores que eran capaces de dictaminar “tratamiento obligado”, lo cual puede plantear serios problemas a determinadas líneas pedagógicas, así como problemas técnicos y afectivos para los psicoterapeutas. Y para ese paso, que hay que individualizar, la experiencia y finura clínica de Luis Martínez-Feduchi han sido insustituibles para la realización de muchas de esas mediaciones, tratamientos, psicoterapias, trabajos del Equipo de Atención al Menor.
La atención a la novedad y a la creatividad no puede hacerse si no logramos poderle transmitir un genuino interés por su mundo y sus ámbitos de experiencia, algo que a Luis le resultaba especialmente fácil, dado su gusto por el diálogo, las conversaciones, las tertulias, formas que “entrenan” para la conversación con el adolescente.
Pero, al mismo tiempo, hay que estar sumamente atentos y cuidadosos con las tendencias a la manipulación del adolescente, tanto por parte de la cultura y mentalidad conservadoras, como por los supuestos liberadores “neoliberales” que tienden a pervertir la curiosidad, convirtiéndola en consumismo, la libertad en trasgresión insolidaria, el ocio y la diversión adolescentes en “ocio nocturno”—en realidad, en “ocio alcohólico”.
En ese sentido, Luis Feduchi era un psicoanalista especialmente atento a las perversiones del Superyó en el perimundo de los adolescentes y, en general, en el mundo “neoliberal”. Un problema fundamental hoy, tanto a nivel social como en los equipamientos asistenciales, es la transigencia para con la deriva del ocio y la diversión adolescentes hacia diferentes drogas y/o organizaciones antisolidarias. Una deriva a menudo promovida con lenidad y venalidad, banalizando el uso de los estupefacientes o degradando las exploraciones sexuales hacia meros prêt a porter de “usar y tirar”. Con el peligro omnipresente de la cosificación y mercantilización de la adolescencia y los adolescentes, en particular por la vía del consumismo y las drogas. Recuerdo haberle oído en más de una ocasión criticar con dureza un fenómeno que para otras muchas personas pasa inadvertido, el hecho de que en muchos locales “de ocio nocturno” no hubiera agua potable funcionando, con las ventajas crematísticas para los empresarios y los problemas sanitarios correlativos a esas “averías” para los jóvenes que consumen alcohol y/u otras drogas y, encima, sin hidratación suficiente. Porque en este ámbito se atrevía a pensar y a decir que, posiblemente, la despenalización de muchas drogas psicoactivas en varios países colindantes las despojaría del atractivo de la prohibición y de ser utilizadas como transgresión. Pero que entonces habrá que estar especialmente atentos al peligro de la banalización de sus daños y la explotación especulativa de su uso, como ha sucedido con el alcohol y durante siglos sucedió con el tabaco.
En todo caso, hay que tener muy en cuenta, explorar y valorar las capacidades de indignación del adolescente y el joven, y sus mensajes (a menudo metaforizados) de denuncia. Siguiendo directamente su influencia, con los equipos que atienden a estos jóvenes suelo trabajar con la idea de que El adolescente tiene siempre razones y motivos, solo que (a menudo) se explica mal.
Desde los tiempos de su docencia en el Hospital Clínico de Barcelona (cátedra de Psiquiatría), había practicado su perspectiva de los grupos de reflexión, primero con médicos y psicólogos, luego con psicoterapeutas y psicoanalistas, y más tarde, con profesionales del ámbito de atención al menor. EL Dr. Feduchi no entendía esta labor como “supervisiones”, es decir, fundamentalmente asimétrica, sino como grupos de co-reflexión, co-observación, co-creación de nuevos espacios, modelos, tratamientos, estructuras en perpetuo cambio. Pensaba que son indispensables para los equipos que trabajan con casos complejos o graves y, desde luego, con adolescentes; más aún, si cabe, para los equipos que intentan cuidar y que se cuide a los adolescentes de alto riesgo (sometidos a medidas sociales o de justicia, inmigrantes, familias gravemente disfuncionales…).
Como psicoanalista y como profesional sostenía la importancia de un psicoanálisis bien entendido y aplicado en numerosos ámbitos de la asistencia y la cultura humanas y que, desde luego, las ayudas psicoterapéuticas siguen siendo básicas incluso para los adolescentes altamente vulnerables y sometidos a numerosos factores de riesgo. Por supuesto que era consciente y somos conscientes, en parte gracias a él, de las dificultades especiales de ese trabajo con adolescentes altamente vulnerables (y altamente vulnerados). Pero sostenía y enseñaba cómo tales dificultades provienen no solo de los jóvenes y sus familias; también tienen mucho que ver con la sensibilidad, capacidades, formación y conocimientos de los profesionales. Son dificultades que no debemos revertir sobre las espaldas de los jóvenes, responsabilizándolos totalmente de las mismas. Hay que observar, aprender de ellos, arriesgarse a innovar, supervisar, corregir… Y sobre todo dando tiempo, pocos psicofármacos y mucha tolerancia.
Y eso no debe significar que, ante esas dificultades del encuadre para atender a los adolescentes con estas vulnerabilidades, pasemos a desarrollar actitudes de banalización o parcialización de los cuidados, ninguneo de sus protagonistas, “ligerezas”, “colegueos” y variabilidades innecesarias del encuadre de la actividad psicoterapéutica y asistencial. El Dr. Luis Feduchi defendía que también deberíamos mantener una cierta intransigencia ante alteraciones del mismo motivadas por lenidad o incapacidad, por nuestro narcisismo, por las tendencias a manipular al adolescente, por transigencia con normas sociales o socioculturales manipuladas o transgresiones dañinas del propio adolescente. Por eso defendía una y otra vez la importancia de que existan equipos interdisciplinarios bien constituidos, apoyados y supervisados para atender a estos jóvenes, así como, la importancia de una comunicación estrecha y fluida entre todos los equipos que participan en sus cuidados integrales, sean sanitarios, de salud mental, pedagógicos, sociales o de de justicia (Tió et al., 2014; Feduchi et al, 2007, 2014; Tió et tal. 2014, Tió y Vázquez, 2014). Había llegado a esta certeza por su trabajo “pegado a los casos” y a sus colaboradores en varias disciplinas, incluso años antes de que intentaran difundir ideas similares programas como los de Open Dialogue (Seikkula y Arknil, 2019), ÁMBIT (Bateman y Fonagy, 2016) o algunos equipos psicoterapéuticos británicos, españoles e italianos (Magagna et al., 2022). Todo ello le llevaba a reivindicar una perspectiva relacional de la asistencia, no sólo de la adolescencia, sino, en general, de la atención comunitaria a la salud mental, así como una perspectiva relacional de los sistemas de ayuda y de los tratamientos.
Clínico, intelectual, profesional
Como clínico practicaba esa actitud de tolerancia extrema, con curiosidad y respeto para la libertad, las actitudes y las opiniones de los demás, esa auténtica bonhomía, que me he atrevido a calificar como libertaria En la clínica y en sus supervisiones o grupos de reflexión sobre casos de adolescencia practicó como nadie el proverbio chino que reza: Quiéreme cuando menos me lo merezco, pues es cuando más lo necesito. De ahí también su recomendación repetida, intentando evitar la yatrogenia biologista, psicologista o social: Con los adolescentes: tiempo, pocos fármacos y mucha tolerancia.
Otra de sus virtudes primordiales como clínico (y más como clínico de jóvenes) es que sabía mostrarse como nadie respetuoso, al tiempo que curioso en las entrevistas y el análisis.
Aun sin perder el encuadre profesional, era especialmente hábil para atraer la atención hacia focos de sufrimiento, pero también de creatividad, hacia los cuales dirigir la atención mutua junto con el paciente (o con el clínico en supervisión).
Como intelectual y como profesional fue un avanzado en la concepción de un replanteamiento más integral, humano y reparatorio de la Justicia Juvenil y de una visión de la adolescencia y de las medidas judiciales renovadas para los adolescentes. Eso le llevó a atender incluso las realidades y avances de otros países y culturas, pero recogiendo siempre la creatividad, las dudas y las necesidades de transgresión de la adolescencia, de nuestra adolescencia. A la larga llegó a ser un gran observador y comentador también de la abuelez (que en su caso personal pudo prolongar hasta la bisabuelez) y de la creatividad para el adulto, el niño y la sociedad que significaría profundizar y apoyar esas relaciones desde una perspectiva actualizada.
Siempre se mostró enormemente preocupado por la sociedad, las ideologías y las culturas contemporáneas, como no podía ser menos de alguien que nació con las espumeantes ilusiones de la Segunda República Española y pasó su propia adolescencia con el fascismo y el miedo bien instalados en la sociedad y las mentes, en “las miserables circunstancias de la postguerra española”. Esas inquietudes y su propio devenir vital le llevaron a preocuparse intensamente de temas de política, cultura, inmigración y acogida de los numerosos inmigrados que vivifican nuestras envejecidas sociedades europeas. Fiel a su reivindicación de la duda, de la necesidad de dudar siempre sobre las verdades adquiridas, se atrevió a replantear el tema de la integración de los inmigrantes. Defendía que el objetivo de la acogida en nuestra sociedad de los inmigrados, vengan como vengan, no es tanto la integración, que adopten nuestra cultura, usos, costumbres, pensamientos, sino la inclusión, es decir, que puedan tener y les ayudemos a tener “un lugar en el mundo”. Un cambio de perspectiva notable que ha de repercutir directamente sobre las funciones y misiones de los servicios sociales y comunitarios, sobre la atención a la Salud Mental, sobre los servicios educativos y culturales… Pero es que su forma de pensar y su forma de ayudar a pensar se asentaban en la duda pedagógica, en la duda y el replanteamiento como vías para el conocimiento. Sin la duda sistemática, decía él, no hay posibilidad de cultura, ni de ciencia, ni de progreso.
Una labor como intelectual que debe salir a la luz es su frecuente compromiso en la lectura de los manuscritos de amigos, conocidos e incluso de personas que habían oído de su capacidad para leer originales, revisarlos con minucioso cuidado y sagacidad, y de proporcionar ajustadísimas observaciones, aportaciones y críticas.
Otro ámbito en que me consta que también le estaba interesando cada día más, es lo que humorísticamente dimos en llamar el profesional psi de cabecera. Probablemente, se trata de una consecuencia de las numerosas consultas que incluso en los últimos años recibía y le hacíamos sobre uno o más miembros de nuestras familias. Y una vez que percibíamos lo acertado de sus observaciones y aportaciones, apreciábamos su valor para otros familiares y situaciones. Y es que, tal vez también a causa del deterioro progresivo de la Atención Primaria de Salud y la Atención Comunitaria a la Salud Mental, cada vez recibía más consultas de varios miembros de la familia, consultas que no pueden ni deben “despacharse” con la simple y simplista indicación de psicoterapia para unos y otros, aunque ello fuera posible (que tampoco lo es). Me consta que estaba pensando las bases de una nueva forma de entender la ayuda psicológica y psiquiátrica a esas familias, partiendo de una actitud menos profesionalista de dichas “ayudas familiares”, una actitud más respetuosa con la creatividad personal y familiar. Eso le facilitaba poder atender a varios miembros de la familia en sus diversas crisis vitales o del desarrollo, pero en función de las dinámicas afectivas vividas previamente por el individuo y la familia. Y como este tipo de consultas son cada vez más frecuentes en nuestra vida como profesionales senior, tal vez valdría la pena reflexionar sobre ellas con el objetivo de desarrollar ayudas más dialoguistas, menos profesionalistas, más atentas a la creatividad del otro que las habituales; en resumen, más democráticas, un poco en una línea parecida a la que están desarrollando actualmente algunos equipos nórdicos (Alanen, Cullberg, Aaltonen, Seikkula…).
Unos comentarios sobre la persona, sobre el sujeto
Como clínico y como persona, Luis Feduchi practicaba un tipo de tolerancia tan cuidadosa y acogedora que por eso he hablado de bonhomía. Empero, también era y fue capaz de manifestar su indignación e intransigencia por ejemplo para con la relajación ética y deontológica de nuestros especialistas y sociedades científicas y su antecedente frecuente, la banalización y lenidad para con la responsabilidad profesional. Su rechazo radical al sometimiento acomodado, su hipersensibilidad ante cualquier imposición abusiva, marcaron su vida y le llevaron a renunciar a posiciones institucionales y sociales que tuvo muy a mano (Lasa, 2021). Tanto a nivel profesional como en su vida personal lo suyo era atender, oír y “traducir” cualquier voz justamente sublevada.
Cuando hablaba, cuando se decidía a hablar, era porque sabía de lo que hablaba. … Y casi siempre era capaz de aportar, tras sus dudas y su silencio, posturas novedosas, ilustrativas o creativas, pero que no repartía por doquier, ni de cualquier forma, ni en cualquier lugar… Su creatividad libre, libertaria, no llegaba nunca a lo desafiante, pues resultaba matizada por su bonhomía e integridad (Erikson, 1963, 1968).
Es ampliamente sabido su conocimiento, respeto y admiración para con los literatos y los artistas en general (y su relación de amistad con algunos de los más conocidos y famosos). Se trata de una consecuencia completamente lógica en alguien tan creativo y atento a la creatividad en todas sus formas; alguien proveniente de una familia de artistas y que, conjuntamente con Leticia Escario, han generado nuevos artistas especialmente dotados para la sensibilidad y las técnicas creativas, comenzando por sus hijas y alguno de sus nietos. La lástima es que una persona tan profundamente dialogante y que podía hacer profundas disertaciones sobre el diálogo en todas sus formas resultara tan parco en escribir. Mi insistencia a lo largo de los años, que ha convencido o estimulado a otros en ese sentido, nunca tuvo repercusión en él… No conseguí ni siquiera arrancarle la reedición de su libro de divulgación sobre la adolescencia.
Y ello es más notable en el caso de Luis Feduchi, que siempre mostró una prodigiosa memoria para lo profesional, para los casos, para tu caso, pero también para lo personal propio, lo vivencial y la cultura. Por ejemplo, podía disertar largamente sobre el diálogo, los conflictos y las transgresiones, declamar poemas enteros de variada procedencia y recitar las retahílas escolares más lejanas (desde los “reyes godos” a los cabos de su querida península Ibérica).
Entre colegas y profesionales fuimos muchos los que recibimos su ayuda personal directa. En otros casos, ayudas familiares, en la profesión, en temas culturales y organizativos. Como psiquiatra y psicoanalista, la profundidad de su clínica, su capacidad de ver “más allá”, su capacidad de captar “otras voces, otros ámbitos” (Capote, 1948), se hallaban bien servidas, como vengo insistiendo, por una inagotable curiosidad y una reflexión que huía de las seguridades rápidas e impostadas y aleteaba junto con la duda. Era un gran dialogante también (y sobre todo) porque escuchaba muy bien y podía grabarlo casi todo en su prodigiosa memoria. Si en algo podía mostrarse intransigente e incluso indignado era con la mentira y su agravante, la manipulación. También con la desigualdad, la ignorancia, el cultivo de la incultura. Su apuesta decidida era vivir y ayudar a vivir la vida intensamente, participando de todas sus emociones, dudas e incertidumbres.
Como se ha dicho anteriormente, se nos ha ido un sabio del que tal vez no sabíamos lo mucho que sabía. Pero que saboreaba y sabía ayudar a saborear, sobre todo, el amplio y burbujeante caleidoscopio de la vida…
Este trabajo es una adaptación abreviada del que se publicará por parte de la Asociación Española de Neuropsiquiatría.
Referencias biblilográficas
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Jorge L. Tizón.
Psiquiatra. Neurólogo. Psicólogo. Psicoanalista (SEP-IPA).
Docente en el Institut Universitari de Salut Mental de la Universitat Ramon Llull