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Se nos ha muerto José Manuel Díaz Munguira, un gran amigo y compañero. José Manuel, Jose para los amigos (Donostia 7 de agosto de 1943-Barcelona, 25 de enero de 2022), ha sido un psicoanalista de la SEP y la API, psicoterapeuta y psiquiatra de larga trayectoria en nuestra sociedad y a nivel profesional. Había estudiado en Valladolid, cuando todavía no había Facultades de Medicina ni de Psicología en Euskadi y, al terminar la carrera, como otros compañeros vascos, se vino para Barcelona, atraído por el europeísmo y el cosmopolitismo incipientes de la capital catalana, tanto a nivel cultural, como a nivel psicoanalítico.

Aunque trabajó durante más de cuarenta años como psicoanalista, psicoterapeuta y psiquiatra, antes había ganado y desempañado plazas de Neurología y Neurofisiología Clínica en el Hospital Vall d’Hebron de Barcelona, así como en varias consultas públicas de Neuropsiquiatría. Quizás se podría destacar, por los buenos recuerdos que siempre le supusieron, las décadas de trabajo en el Centro de Atención Primaria (CAP) de Santa Coloma de Gramanet, donde (como él subrayaba) lo que había que tratar, en muchos casos, eran trastornos mentales muy influenciados por motivos de clase y nivel socioeconómico.

Ese es un antecedente indispensable que hay que recordar de él: su amplia formación profesional, a la que unía una gran inteligencia (demostrada incluso psicométricamente, pues nos tocó testarnos en la mismísima IBM para acceder a una beca de investigación, y los resultados fueron bien claros). En el ámbito intelectual, sus otras pasiones eran la cultura, particularmente por la historia y la música, y la política nacional y de las nacionalidades de la Península Ibérica. Últimamente, había publicado un amplio libro histórico sobre Julio Domingo-Bazán, su bisabuelo, un militar y jurista liberal en el umbral de la modernidad.

Pero hay otras tres cualidades que me han impulsado a escribir estas palabras de recordatorio: Su prudencia y modestia (que han conducido a que fuera insuficientemente conocido en nuestros medios profesionales y psicoanalíticos), su capacidad de trabajo, y su resistencia para afrontar los embates de la vida. 

Su prudencia y modestia han llevado a que, por ejemplo, sea poco conocido su trabajo como investigador. Durante más de un decenio fue miembro del Colectivo de Investigaciones Psicopatológicas y Psicosociales (CIPP) de la Fundación Vidal i Barraquer, fundación que hoy ha dado lugar al Institut de Salut Mental de la Universitat Ramón Llull, de Barcelona. También fue uno de los miembros de sus Juntas directivas que impulsaron persistentemente el compromiso con la orientación comunitaria de la asistencia y la concertación de sus servicios con la asistencia pública en Salud Mental.  En tanto que investigador, publicó trabajos sobre lactancia y oralidad, las migraciones interiores a la Península Ibérica, la automatización de las historias clínicas en psiquiatría, la importancia diagnóstica de los motivos de consulta, la introducción de test de cribado tales como el GHQ en diversos encuadres asistenciales, la diferenciación entre neurosis y personalidad patológica, el insight, la reforma de la psiquiatría ambulatoria… También fue co-compilador del volumen sobre El biologismo: implicaciones teóricas, repercusiones en la asistencia sanitaria (Informaciones Psiquiátricas, 1986) y coautor del volumen Migraciones y salud mental (PPU, 1993). En el mismo sentido, muchas personas y muchos profesionales no saben que José Manuel, como miembro del CIPP, estaba en posesión del Premio Nacional de Investigación en Neuropsiquiatría de 1983 por sus trabajos en migraciones y salud mental. 

Pero como intentaba transmitir otras características personales, además de la prudencia, la firmeza y la lealtad como amigo y compañero, eran su capacidad de resistencia y resiliencia. Me gustaría recordarlas aquí con dos momentos de su vida también poco conocidos, tal vez por la modestia y prudencia que siempre le caracterizaron, como persona y como profesional. 

Por un lado, José Manuel fue uno de los responsables de los primeros cambios desde la “Neuropsiquiatría de zona” hacia una salud mental comunitaria. Dada la desmemoria que se ha impuesto sobre la historia real de los pueblos de nuestra península, muchas personas, incluso profesionales, no saben que la forma de funcionar la “Medicina de cabecera”, la “Neuropsiquiatría de zona”, y todas las especialidades médicas ambulatorias en la España de aquella época era con la típica despersonalización y distancia disociativa con respecto a los consultantes: llegabas a la consulta a la hora a la cual comenzaba, pedías “tanda” o “cogías número”… y esperabas hasta que te tocara. Eso implicaba una pérdida de tiempo y organización para los consultantes y para los profesionales, pero, sobre todo, implicaba una profunda despersonalización de la asistencia y transmitía el poco interés de algunos de los profesionales de tales consultas por sus consultantes.

Pero así estaba “organizada” la asistencia “ambulatoria” hasta bien entrada la transición democrática. Un resultado no menor: la masificación de las consultas por despersonalización, medicalización, ineficacia e ineficiencia… Sin embargo, las consultas de “Neuropsiquiatría de zona”, como creación posterior al PANAP (Patronato Nacional de Asistencia Psiquiátrica), suponían los únicos dispositivos de salud mental ambulatorios existentes en los cuales podía consultar la población trabajadora de este país. El desbarajuste asistencial era tal que sobrevivir como profesionales interesados por sus pacientes resultaba enormemente difícil. Por ello, cuatro de nosotros (un vasco –José Manuel–, una castellana, un gallego y un catalán) comenzamos a reunirnos semanal o quincenalmente para transmitirnos experiencias, apoyarnos y contenernos mutuamente. También para idear sistemas con el objetivo de, antes que nada, resistir, y después, enfrentarnos con esa situación (incluidas auténticas “campañas de prensa”, que en más de una ocasión llegaron a los periódicos de mayor circulación del país). Pero el medio de resistencia fundamental en aquellos años para nosotros fueron nuestras reuniones semanales. Por lo abrumados, quejosos y casi desbordados que nos hallábamos entonces, acabamos llamándolas “El muro de las lamentaciones”. 

El desbarajuste asistencial y deontológico era tal, que uno de nosotros llegó a visitar en una sola mañana (con contratos de dos horas y media que a menudo superaban presencialmente las cinco horas) a ¡101 pacientes diferentes! Llevábamos meses preparando una respuesta contra ese atentado asistencial y, a partir de ese día, pasamos a aplicarla. Con la colaboración de las enfermeras titulares de nuestras consultas (y, al poco tiempo, con la colaboración de los propios consultantes), pasamos a implantar la visita programada, con un máximo de 10 visitas en las dos horas y media de nuestra consulta. Se ha escrito que esa fue la primera experiencia de programación y organización de las visitas en la atención ambulatoria o Atención Primaria en España y tal vez en Europa, pero pocos compañeros saben que la misma, y jugándose las plazas ganadas por concurso-oposición, la hicieron cuatro psicoanalistas (los del “muro de las lamentaciones”) y una psicoterapeuta, todos ellos vinculados con la Sociedad Española de Psicoanálisis. Y en la decisión de poner límites a ese desbarajuste y de resistir los embates posteriores (por parte de algunos directores e inspectores de la Seguridad Social e incluso por parte de la Guardia Civil), la firmeza y prudencia de José Manuel jugaron un papel determinante en nuestra capacidad de resistencia.  

La segunda muestra de capacidad de resistencia y resiliencia de José Manuel es algo más conocida… y admirada. La enfermedad que nos lo ha arrebatado, cuando le fue diagnosticada, tenía un pronóstico estadístico de pocos meses de vida. Muchos tuvimos que hacer un duelo anticipado ya entonces… ahora hace casi ocho años.

Ese era José Manuel Díaz Munguira: lealtad, firmeza y capacidad de resistencia caracterizaron toda su vida. Me han recordado en estos días que, por su insistencia en las discusiones del equipo de investigación, acabé llamándole “el vasco obstinado”. Hoy, ese apelativo, aunque hecho desde el cariño y el humor, me parece excesivo… Prefiero el de “vasco resistente” … Pero en todo caso, un vasco muy vasco y con una firmeza, lealtad y capacidad de resistencia muy por encima de lo común. Su familia, sus amigos y sus ex pacientes recordaremos siempre esas y otras muchas virtudes y capacidades suyas. ¡Agur, bidelagun eta lagun ahaztezina! ¡Deica logo, amigo e compañeiro! *

 

Jorge L. Tizón.
Psiquiatra. Neurólogo. Psicólogo. Psicoanalista (SEP-IPA).
Docente en el Institut Universitari de Salut Mental de la Universitat Ramon Llull

 

 

¹¡Adiós, compañero y amigo inolvidable! ¡Hasta pronto, amigo y compañero!