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Leticia Glocer Fiorini es médica y psicoanalista, miembro titular con funciones didácticas de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA) y Magister en Psicoanálisis. Entre los cargos institucionales y científicos que ha ocupado, destacamos la presidencia de la APA, siendo también fundadora de la Comisión de Publicaciones, de la que fue directora durante un tiempo. Ha dirigido la Comisión de Publicaciones de la Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA) y actualmente es directora para Europa, América del Norte y América Latina del comité de la IPA Estudios sobre diversidades sexuales y de género. Ha sido secretaria de la revista de la Federación Psicoanalítica de América Latina (FEPAL) y representante de la APA en el Comité de Mujeres y Psicoanálisis (COWAP). Su actividad docente se ha desarrollado en el Instituto de Psicoanálisis de la APA y en la Universidad de Buenos Aires como profesora y miembro de la Comisión de la Maestría Estudios interdisciplinarios de la subjetividad, de la Facultad de Filosofía y Letras.

Recibió el premio Celes Cárcamo otorgado por la APA, por su trabajo La posición femenina: una construcción heterogénea.

Su interés por lo femenino y el papel de la mujer empieza antes de la universidad, a partir de la literatura y las ciencias humanas. Se nutre de lecturas que influyen en su interés por los temas de la mujer, que va desarrollando y enriqueciendo desde el psicoanálisis, y que se amplía hacia las diversidades sexuales y de género. Pero es a partir de su experiencia clínica, en la que se encuentra con unas problemáticas ante las que la teoría psicoanalítica le resulta insuficiente, cuando se plantea nuevas perspectivas. En sus propias palabras: “Mi objetivo fue siempre no solo señalar los puntos ciegos y contradicciones en la teoría sino proponer otras formas de pensarlos, otras lógicas”. Como resultado nos encontramos ante un pensamiento innovador, que incluye otras disciplinas como la filosofía y la antropología, y que se aparta del enfoque monocausal, de los dualismos clásicos y del binarismo en general. Propone la deconstrucción de aquellos conceptos que puedan obstruir la comprensión para pensar las diferencias desde la perspectiva de la complejidad, y con una mirada muy atenta a los cambios experimentados por nuestra sociedad con relación a las diferentes expresiones de la sexualidad y las nuevas formas de familia.

Ejemplo de ello lo encontramos en sus libros y artículos, entre ellos: Lo femenino y el pensamiento complejo. Subjetividades en transición (2001, 2020) y La diferencia sexual en debate. Cuerpos, deseos y ficciones (2015), ambos traducidos al inglés, que la autora nos comenta en la entrevista.

Mediante este diálogo con Leticia Glocer querríamos dar a conocer a los lectores de Temas de Psicoanálisis y a nuestra sociedad psicoanalítica sus valiosas aportaciones en relación con las teorías de género y la transexualidad, a la vez que despertarles la curiosidad y la motivación por conocer su pensamiento. La comprensión de estos temas está elaborada a partir de una mirada amplia, que incluye cuestionamientos y una elaboración personal y creativa. Asimismo, son destacables su capacidad didáctica y su generosidad en mostrar los caminos recorridos en sus reflexiones.

Las autoras de esta entrevista estamos muy agradecidas a Leticia Glocer por su colaboración con Temas de Psicoanálisis, y esperamos que su lectura resulte tan estimulante para los lectores como lo han sido para nosotras sus aportaciones.

Temas de Psicoanálisis.– Dra. Glocer, usted pertenece a la APA, que fue la primera institución psicoanalítica en Argentina. Se fundó con discípulos de Freud que habían emigrado de Europa y que fueron muy bien acogidos por médicos y psicólogos del país. Pero esto no explica por sí solo, a nuestro entender, el arraigo del que goza el psicoanálisis en la sociedad y en la cultura argentina, hasta el punto de que actualmente es el país con más psicoanalistas con relación a su población. ¿Cómo lo explicaría usted?

Leticia Glocer Fiorini.– Efectivamente, el psicoanálisis se instaló fuertemente en Argentina desde 1940, principalmente en Buenos Aires, y tuvo un desarrollo que siempre atrajo la atención, comparado con otras regiones. En Argentina analizarse no es visto como un signo de “locura” sino como una forma de conocerse a sí mismo y poder encarar eventuales conflictos de la persona que consulta. Todavía no existía la carrera de Psicología, pero los primeros analistas –Rascovsky, Garma, Marie Langer, entre otros– difundieron el psicoanálisis en la carrera de Medicina de la Universidad de Buenos Aires desde fines de la década de los cincuenta, a través de conferencias que congregaban gran cantidad de estudiantes. De aquí surgieron muchos analistas que, a su vez, contribuyeron a un fuerte crecimiento del psicoanálisis en Argentina. Asimismo, hubo mucha difusión a través de los medios de comunicación disponibles, especialmente en las capas medias de la sociedad. Pero esto solo no lo explica. A mi juicio, estos factores se conectaron con el arribo, desde fines del siglo XIX, de gran cantidad de inmigrantes de origen español, italiano y centroeuropeo que huyeron de las hambrunas y/o de las guerras, especialmente la Segunda Guerra Mundial. Gran cantidad de los hijos e hijas de esos inmigrantes concurrieron a la Universidad de Buenos Aires, de excelente nivel y que siempre fue gratuita, y muchos de ellos se conectaron con la novedad del psicoanálisis. A la conjunción de estos factores se agrega la disposición de la población –especialmente de las clases medias con una identidad muy diversa– a recibir lo nuevo, no solo desde el psicoanálisis sino de la cultura en general.

TdP.– ¿Qué aspectos de su vida cree usted que han podido influir en la elección de sus estudios y en su dedicación al psicoanálisis?

L. Glocer.– Es difícil identificar la cantidad de motivos que pueden haber influido. Básicamente, mis intereses y lecturas diversas, tanto desde mi acercamiento desde muy joven a las ciencias humanas, la literatura, la sociología, la filosofía como, a la vez, a las ciencias básicas y a la investigación. Esto me condujo a la Medicina y luego al Psicoanálisis. Si tuviera que identificar una influencia importante, recordaría a mi abuela materna que migró a Argentina desde Odessa, Europa del Este, a principios del siglo XX. Era una inmigrante sin estudios formales, pero con un inmenso interés por el mundo de la cultura, especialmente el teatro y la literatura, y con una gran admiración por mujeres destacadas como Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Marie Curie, entre otras. Creo que fue un disparador de mis intereses sociales, en los que siempre tuvieron un lugar preponderante el lugar de las mujeres. Más adelante surgieron otras lecturas: Simone de Beauvoir, Doris Lessing, Virginia Woolf, entre muchas otras, que luego se extendieron a ensayos y publicaciones académicas.

TdP.– ¿Cuáles han sido sus referentes en psicoanálisis? ¿Qué aportaciones psicoanalíticas han tenido una influencia en su pensamiento o en su práctica clínica?

L. Glocer.– Mis referentes fueron mis analistas, Emiliano del Campo y Rubén Piedimonte, y mis diálogos con autores a través de sus lecturas. Desde el psicoanálisis me considero básicamente una psicoanalista freudiana con espíritu crítico. En mis publicaciones destaco la complejidad de la obra freudiana y también lo que considero puntos a revisar principalmente con respecto a lo femenino y la diferencia sexual. También me nutrí de la obra de Winnicott, Green y Laplanche, de aspectos de la obra de Lacan, así como de Pichon Rivière y los Baranger, en Argentina. A esto se agregan lecturas de psicoanalistas que han tratado el tema de las mujeres y lo femenino, que siempre fue de mi interés. En la mayoría de estos autores me incliné por los aspectos que se alejan de un pensamiento monocausal y de los dualismos clásicos y se aproximan a un pensamiento plural que incluye también el campo de la otredad en todas sus dimensiones.

TdP.– Es muy destacable su capacidad para incorporar conceptos derivados de otras disciplinas, como la literatura, la antropología y en especial, la filosofía. En sus libros y artículos se refiere a Deleuze, Foucault, Morin… ¿Cuáles han sido sus referentes en estos campos? ¿Con quién, o quiénes, “ha dialogado” para construir su pensamiento?

L. Glocer.– A mi criterio, es fundamental ese “diálogo”. Es un diálogo interno que practiqué siempre, en el que tienen lugar discusiones, interrogantes, respuestas provisorias, tal como se me fueron planteando. Conocer la obra de Morin y el paradigma de la complejidad fue fundamental para mí, porque me permitió pensar desde otra lógica aspectos de la teoría que me resultaban problemáticos y que tienen fuertes repercusiones en la clínica. La contribución de Morin enfoca otras formas de pensamiento que superan los dualismos clásicos que también atraviesan la obra freudiana: masculino-femenino, fálico-castrado, entre otros. Propone trabajar con conjuntos de más de dos variables (tres o más) y sostener sus diferencias y heterogeneidades, en tensión, sin quedar atrapados en las falsas elecciones o síntesis engañosas a las que conducen los dualismos.

Luego encontré más elementos en las obras de Deleuze y Guattari, E. Trías, Foucault, Derrida, Castoriadis, y muchos otros. En todos estos autores hallé otras formas de pensamiento que van más allá del pensamiento dicotómico, y que ofrecen aportes claves para abordar lo femenino, así como las diversidades sexuales y de género.

TdP.– En 2020 publicó la segunda edición, revisada y ampliada, de su libro Lo femenino y el pensamiento complejo. Subjetividades en transición. En palabras de André Green[1], “es el trabajo más completo sobre la cuestión de lo femenino”. ¿Cuáles fueron los puntos de partida que la estimularon a profundizar y teorizar sobre el tema?

L. Glocer.– Siempre estuve muy agradecida a Green por su lectura tan pormenorizada de mi libro y los comentarios que me envió en una carta manuscrita. La segunda edición del libro es una ampliación de la primera, publicada en español en 2001 y en inglés en 2007. El punto de partida fue mi interés por las problemáticas vinculadas a la feminidad y las mujeres, y lo que a mi criterio eran obstáculos teóricos en el campo psicoanalítico para pensar cuestiones tales como la violencia de género, las relaciones de poder-dominio reflejadas en el espacio restringido y secundario que siempre se otorgó a las mujeres, las inequidades sociales, entre otras con fuertes efectos en la teoría y en las problemáticas clínicas. Muchas de estas nociones replican los saberes comunes sobre el tema. Se trata de cuestiones que son entendidas de distinta manera por cada analista y su marco teórico y esto tiene cruciales repercusiones en la escucha clínica y la cura. A mi juicio, no hay una escucha libre de los marcos teóricos de los que cada analista dispone, así como de sus creencias, ideología y prejuicios. Hay concepciones sobre las mujeres y lo femenino que responden a ideas ancestrales pero que se presentan como eternas e inmutables. Solo cuando pude enfocar desde otras lógicas estas cuestiones, logré avanzar en el tema, y así surgió el libro.

TdP.– Para los lectores que no conozcan su pensamiento sobre lo femenino, ¿podría explicar las reflexiones e ideas básicas que usted ha elaborado al respecto, aunque sea de forma esquemática?

L. Glocer.– Es difícil explicar estos desarrollos en forma esquemática, ya que pueden prestarse a malentendidos por la cantidad de conceptos que están en juego en relación con lo femenino, desde la teoría, la clínica y las prácticas sociales. Las nociones de envidia del pene, ecuación simbólica y prioridad fálica, esta última, aún desde la teoría del significante, me resultaban insuficientes. Considero que la teoría freudiana sobre la evolución psicosexual de la niña se apoya, por un lado, en las teorías sexuales infantiles construidas por el mismo Freud y que impregnan la teoría psicoanalítica. Aunque Freud afirmó que eran “falsas”, su carácter imaginario propio de una mirada androcéntrica refleja la angustia de castración no solo del niño varón sino del investigador. Muchas cuestiones con repercusión clínica, como la violencia de género, los feminicidios, el masoquismo femenino, la “histerización” de las mujeres, el/los deseos en las mujeres, la sublimación, la maternidad como destino princeps de la feminidad, están en juego. Hay una concepción androcéntrica que infiltra la teoría. Son temas que trato en mis libros y que amplío en otras publicaciones también. Quisiera acentuar que mi objetivo fue siempre no solo señalar los puntos ciegos y contradicciones en la teoría sino proponer otras formas de pensarlos, otras lógicas, como lo planteo más adelante.

TdP.– Esto nos lleva a la siguiente pregunta. En diferentes espacios, usted ha mencionado la necesidad de revisión, de deconstrucción, de algunos de los conceptos básicos del psicoanálisis, como el complejo de Edipo. Respecto a éste, ¿ha influido en ello sus estudios sobre el feminismo y sobre la diversidad sexual? ¿O ha sido a la inversa?

L. Glocer.– Creo que no hay un antes y un después. Podría afirmar que el complejo de Edipo, si bien se puede aplicar como hecho clínico en algunas condiciones, es una narrativa insuficiente para explicar la posición femenina más allá de las normativas y convenciones ya conocidas. En otras palabras, me encontré con un obstáculo intradisciplinario. En este punto el concepto de castración simbólica, entendida como incompletud, como límite, aplicable a ambos sexos, me resultó útil pero no suficiente. Al mismo tiempo, mis estudios sobre las diversidades sexuales y de género me mostraron problemáticas similares que convergieron a repensar el concepto de diferencia sexual. Indudablemente esto coincide con mis lecturas del feminismo académico y sus diferentes versiones, así como otras desde el campo del género y lo queer con las que también “dialogué”.

TdP.– Con relación a lo queer, ¿qué nos podría decir del papel de Judith Butler como referente de este movimiento? Incluso más allá de éste, parece que sus reflexiones acerca de la fluidez de género o del género performativo, por señalar algunas, han tenido influencia en el pensamiento actual sobre el tema. ¿Cuál es su opinión al respecto? Y, por otro lado, así como la teoría psicoanalítica ha tenido un lugar en el pensamiento de Butler, ¿cree que éste es tenido en cuenta, en general, por el psicoanálisis?

L. Glocer.– La obra de Butler es una referencia importante para destacar los aspectos performativos en la construcción del género, más allá de las determinaciones anatómicas. Los conceptos de máscara, mascarada, performance, aparecen íntimamente vinculados a la construcción imaginaria del género. Creo que es una propuesta que merece ser discutida en el campo psicoanalítico, aunque esto no ha ocurrido por distintos motivos que no podría desarrollar aquí.

Como lo he planteado en mis libros Lo femenino y el pensamiento complejo y La diferencia sexual en debate, entiendo que el género –basado en identificaciones– siempre entra en relaciones complejas con la pulsión y el deseo, así como también con lo que traen los cuerpos, siempre interpretados y significados. En este sentido, la performatividad tiene sus límites. Sigo en esto la línea de pensamiento complejo planteada por Morin y no excluyo ninguna de esas tres variables heterogéneas, siempre atravesadas por los discursos vigentes.

TdP.– En 2015 publicó el libro La diferencia sexual en debate. Cuerpos, deseos, ficciones[2]. Su lectura resulta muy esclarecedora con relación a diferentes aspectos, imposibles de enumerar dentro de los límites de esta entrevista. Una de sus aportaciones es la necesidad de pensar la diferencia sexual con otras lógicas, más allá de la lógica binaria, y apoyándose en el paradigma de la complejidad, como ha mencionado anteriormente. Propone trabajar desde las intersecciones y las interfases. ¿Qué más nos podría decir sobre ello?

L. Glocer.– Algo ya comenté con respecto de las lógicas subyacentes al concepto clásico de diferencia sexual con su resolución heterosexual dicotómica. Sus efectos se constatan en el campo de lo femenino y de las diversidades sexuales y de género. El pensamiento binario expresa relaciones de poder y a la vez, las relaciones de poder utilizan los binarismos. Esto se comprueba en la polaridad masculino-femenino. Por eso, había propuesto otras formas de pensar la categoría “diferencia”. Los filósofos que mencioné anteriormente aportan otras lógicas: Morin con su propuesta que permite trabajar con la coexistencia de lógicas heterogéneas; Deleuze y Guattari con sus nociones de líneas de fuga y de rizoma; Trías y su concepto de que “el ser se constituye en el limes”; Castoriadis y su noción de magma psíquico. No podría desarrollar aquí estas ideas, pero están desplegadas en mis libros. Igualmente, quiero agregar que, desde el psicoanálisis, son indispensables el concepto de espacio transicional de Winnicott, así como el uso que hace Lacan del nudo borromeo en algunas partes de su obra. Asimismo, resalto especialmente aspectos de la obra de Freud en los que se aparta del pensamiento dualístico y adopta un pensamiento complejo.

Estas consideraciones me condujeron a distinguir la categoría “diferencia”, como una operatoria simbólica íntimamente ligada al reconocimiento de la otredad, de otros niveles en que se juegan diferencias que detallo en el libro que mencionan. En cuanto al trabajo en interfases implica no solo abordar los entrecruzamientos entre distintas variables en juego ni simplemente efectuar una sumatoria de las mismas, sino atender a lo nuevo que puede surgir en esas interfases en las que variables heterogéneas no alcanzan una síntesis dialéctica.

TdP.– Se desprende de lo anterior que usted es una de las psicoanalistas que ha aportado luz al pensamiento y a la comprensión de la diversidad sexual. Atendiendo a la transexualidad, ¿cómo cree usted que habría que pensar el sufrimiento en estos sujetos? ¿Cree que se trata de un tema de diversidad de género o de identidad personal?

L. Glocer.– Si tomamos la transexualidad en un sentido amplio, el sufrimiento puede tener motivaciones internas o provenientes del rechazo social; en general hay una mezcla que las hace indiscernibles. Gran parte de estas presentaciones corresponden a variantes de género que se apartan de las normas clásicas. En mi opinión, la diversidad de género y la identidad personal están interrelacionadas. El género se sostiene en identificaciones que son parte de la “identidad”. Esto incluye los géneros clásicos masculino y femenino, y otras variantes como género fluido, pangénero, no binario, neutro, entre otros. Pero hasta el agénero alude a un cierto anclaje identitario. Por supuesto que utilizo la palabra “identidad” como identidad subjetiva, en movimiento, con zonas parciales y temporales de anclaje. Esto excluye a la noción de identidad como lo igual a sí mismo, que obviamente no es propio de los procesos de subjetivación

TdP.– ¿Cómo explicaría usted, a grandes rasgos, la evolución de la teoría psicoanalítica a la hora de entender la transexualidad? ¿Cómo cree que ha impactado en los psicoanalistas y qué cambios teóricos deberían poder darse?

L. Glocer.– Este es un tema que está en discusión en el ámbito psicoanalítico y cada teoría tiene sus respuestas. Desde el diagnóstico de psicosis clínica, luego de psicosis latente, hasta de paranoia localizada referida al género, se ha pasado a la noción de disforia de género, y actualmente de incongruencia de género, en el marco de no patologizar estas presentaciones por definición. En este contexto, hay psicoanalistas que están atentos a los cambios en las consultas y dejan un margen abierto para repensar sus propias teorías evitando las interpretaciones estereotipadas. Otros consideran que el psicoanálisis ya tiene sus propias respuestas y no debería revisarse. Me incluyo en el primer grupo. Estoy convencida de que debe haber cambios teóricos y clínicos, algunos de los cuales mencioné, porque el cambio de subjetividades no debería ser tomado solo como una moda. Como señalaba Braudel, hay cambios a largo plazo, cuya evaluación no debe ser apresurada.

TdP.– Uno de los capítulos de su libro lleva por título Deconstruyendo la función paterna: ¿función paterna o función tercera? Considera que esta última va más allá a nivel simbólico, debido a que la función paterna arrastra el peso cultural de una determinada época. ¿Qué diferencias establece entre ambas?

L. Glocer.– El punto es que la denominada función paterna es una función simbólica que responde a los cánones de una sociedad androcéntrica. Esto tiene enormes consecuencias en la condición femenina, así como en otros grupos débiles de la cadena social y se constata tanto en las prácticas sociales como en los discursos y teorías al respecto. Asimismo, la denominada función paterna incluye el desconocimiento de la(s) función(es) simbólica propia(s) de la madre, salvo que tenga incorporada esa función mal llamada paterna. Por eso propuse nombrar a esa función simbólica como “función tercera” y desligarla de las connotaciones patriarcales que conlleva la denominación función paterna. De esta manera, se abre un camino para pensar de otra manera la maternidad y las condiciones de separación madre/hijo-a. Por cierto, esto no significa desconocer la y las funciones simbólicas que puede cumplir un padre, pero no como la ley con mayúsculas, propia de las culturas patriarcales. Estas ideas las desarrollo extensamente en mis libros.

TdP.– En junio de 2021 tuvo lugar el Segundo Diálogo Latinoamericano, organizado por el Comité Latinoamericano de “Estudios de Diversidades Sexuales y de Género” de la IPA, que usted coordina. Lo titularon Tecnomorfismos. El giro poshumano y el psicoanálisis contemporáneo. De ahí surgen dos preguntas. La primera es si nos puede explicar en qué consiste el giro poshumano.

L. Glocer.– Con giro poshumano me refiero a los cambios que se producen en las sociedades actuales en las que se constata un descentramiento de lo humano en varios sentidos. Se trata de momentos de cambios e incertidumbres en los que no hay respuestas definitivas. La sociedad poshumana es definida de distintas maneras y presenta distintos aspectos y facetas. Alude al final del humanismo y es un tema clave de nuestra época. El poshumanismo tecnológico impacta fuertemente en las subjetividades. No vivimos en las sociedades victorianas, puritanas. Tampoco en la primera ola de liberación sexual de los setenta. El desarrollo tecnológico, los mundos virtuales, la inteligencia artificial y la robótica crecen en forma exponencial. La biotecnología, los cambios quirúrgicos de sexo, la reproducción tecnológica, las parentalidades múltiples, los cambios en la familia nuclear, impactan en las subjetividades. Todo esto genera una hiperdependencia del humano con respecto a la tecnología y comienzan a desplegarse otro tipo de subjetividades, con efectos en la sexualidad, así como en los conceptos de diferencia sexual y de género. La metáfora del cyborg (Haraway) expresa estos cambios en las subjetividades. La fusión del ser humano y la máquina se hace cada vez más evidente. Como señalé, esto descentra lo humano como eje central de la vida en el planeta. Por otro lado, surgieron movimientos críticos con respecto al poshumanismo tecnológico que replantean otros tipos de poshumanismo en el sentido de incluir en las perspectivas actuales a todo el mundo animado e inanimado, con vistas a torcer el destino del planeta de la sexta extinción, destino posible en el marco del neoliberalismo y el poder de los mercados. Este poshumanismo crítico (Braidotti) o neohumanismo para algunos, se sostiene en las prácticas ambientalistas y ecologistas, y en ciertos aspectos de movimientos poscoloniales, xenofeminismos, ecofeminismos y de diversidades sexuales, entre otros. Este es un ámbito del que el psicoanálisis, que se ocupa de las subjetividades y sus conflictos, no puede desentenderse.

TdP.– La segunda pregunta es en relación con su ponencia, en la que se refirió, entre otras cuestiones, a la necesidad de cambios en la noción de sujeto y en la noción de género. ¿Podría explicarnos algo más al respecto? ¿Cómo se pensarían estos u otros cambios desde el psicoanálisis?

L. Glocer.– En continuidad con lo anterior es necesario repensar la noción de sujeto y abordar el llamado sujeto de las multiplicidades, más allá del sujeto dualístico enmarcado en el par masculino-femenino. No anula al sujeto del inconsciente, pero incluye heterogeneidades y pluralidades en coexistencia. Se construye en los límites entre mundo interno y mundo externo. Abordar las posibilidades de pensarlo en forma rizomática y no solo arbórea-trascendental en términos de Deleuze y Guattari, abre otros caminos de abordaje.

Con respecto al género creo que los psicoanalistas deberían conocer las teorías de género que son muchas y diferentes entre sí y ver qué pueden aportar al psicoanálisis. Pero también saber que hay teorías postgénero, teorías queer, cuyos aportes también es necesario abordar porque apuntan a una noción de subjetividad más allá de los casilleros dualísticos.

TdP.– Una frase suya: “Siempre vuelvo a Freud”.

L.  Glocer.– Lo señalé al principio de la entrevista. Freud no está agotado. Su obra es multicéntrica y responde también a multiplicidades crecientes. Hay distintas lecturas de Freud. Yo tomé una línea no binaria que es muy interesante para rescatar. Desde esa línea se puede desarrollar una lectura muy distinta de los temas planteados en esta entrevista, a pesar de los puntos ciegos y aporías que toda obra inevitablemente presenta.

TdP.– Desde sus diferentes cargos de responsabilidad en la APA, FEPAL, IPA, y desde la perspectiva adquirida a través de múltiples conferencias por Europa, Estados Unidos, Canadá y los diferentes países de Sudamérica, ¿cuál es su visión sobre el futuro del psicoanálisis? ¿Cuál es su punto de vista acerca de las diferentes escuelas psicoanalíticas conviviendo en el seno de la IPA? ¿Y al margen de ésta?

L. Glocer.– El futuro del psicoanálisis depende de los psicoanalistas y de las instituciones psicoanalíticas. Hay propuestas que es necesario rever. Todo pensamiento cerrado es contrario a un futuro posible. Si todas las respuestas están presentes dentro de la teoría, el psicoanálisis está en riesgo. Incluyo aquí las instituciones IPA y no IPA. Creo también en la pluralidad de teorías siempre que no se establezcan como una coexistencia indiferente de nociones. Es decir, hacer “trabajar al psicoanálisis” evitando establecerse en una posición confortable con respecto a los saberes vigentes.

 

Isabel Laudo
Psicóloga clínica, psicoanalista SEP-IPA.
islaudo@gmail.com

 

Marta Areny
Psicóloga clínica, psicoanalista SEP-IPA.
martareny@gmail.com

 

 

 

[1] Abel Mario Fainstein (2020), Prólogo a Lo femenino y el pensamiento complejo. Subjetividades en transición, Leticia Glocer Fiorini, Buenos Aires, Lugar Editorial.

[2] Leticia Glocer Fiorini (2015), La diferencia sexual en debate. Cuerpos, deseos y ficciones, Buenos Aires, Lugar Editorial.