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Introducción

En esta presentación reflexionaré sobre el tema del dolor mental vinculado a la catástrofe climática y lo haré principalmente desde una perspectiva del sujeto. Por lo tanto, focalizaré mi punto de vista sobre un fenómeno de largo alcance que sobrepasa, en mucho, el ámbito del individuo pero que lo incluye de forma comprometida e inevitable.

Consideraré el carácter traumático de la situación actual, cómo nos impacta y cómo nos defendemos de su impacto. Asimismo, describiré cómo la dificultad de simbolizarla entorpece una implicación mayor, más realista y activa. Plantearé que los movimientos defensivos con que enfrentamos las ansiedades profundas despertadas por la catástrofe climática actúan de manera sincronizada, a fin de anular una toma de conciencia efectiva.

Las civilizaciones antiguas del Próximo Oriente tenían una cosmovisión que contemplaba las catástrofes y los cambios climáticos formando parte de ciclos renovables en un trasfondo inmutable, eterno (Cohn, 1995). Existieron como tales durante unos tres milenios y se extinguieron. Soy de los que opinan que nuestra civilización secuestrada y gobernada por un sistema capitalista neoliberal se está extinguiendo, pero que triste y trágicamente muere matando a través de un funcionamiento extractivo y expoliador que no tiene fin, amenazando con no dejar nada vivo detrás.

Al borde del precipicio

Si llegamos al borde de un precipicio que se interpone entre nosotros y nuestro objetivo ¿qué hacemos? ¿damos un paso al frente o media vuelta? En el momento actual tenemos claras muestras de la situación catastrófica que vivimos. Todas las “profecías” científicas más pesimistas formuladas por los estudiosos del clima se van cumpliendo. Y deprisa. No obstante, parece que frente a los hechos no sabemos hacer otra cosa que ir desde el desamparo y la angustia más insoportable a la negación, para acabar instalados, de hecho, en la indiferencia, es decir, escasamente movilizados frente a la emergencia climática. Al pie del precipicio, parece que estamos dando un paso al frente, el que falta para precipitarnos al vacío.

El verano pasado “las piedras del hambre” se han vuelto a hacer visibles en varios ríos de Alemania. Los ríos bajaban secos, dejaban de ser navegables, las piedras del lecho quedaban al descubierto: ha habido un período de sequía pertinaz, con cosechas pobres y de mala calidad. Por eso se las llama piedras del hambre. Esta sequía ha abarcado desde la costa oeste de los EUA hasta extensiones enormes de China. Hemos visto quemar grandes extensiones de bosque en diferentes lugares de España, Portugal, Francia y otros países. Estamos viviendo sequías, temperaturas extremas y olas de calor nunca vistas, cada vez más extensas y largas en el tiempo. En otros lugares, las lluvias torrenciales provocan inundaciones, destrucción y muerte, sin ir más lejos en Afganistán, y también en Pakistán donde las aguas han mantenido un tercio del país inundado durante semanas. Todos estos fenómenos están vinculados, sin duda, con el calentamiento global.

Observamos todo eso y podemos sentir el dolor de vivir atrapados dentro de una situación apocalíptica frente a la cual estamos desprotegidos, indefensos. El diario británico The Guardian publicaba un artículo el pasado mes de agosto en que anunciaba un final de partida climático de acuerdo con las últimas previsiones de los científicos. En esta noticia se hablaba de una publicación reciente, Proceedings of the National Academy of Sciences, que plantea la necesidad de profundizar en los estudios sobre los peores escenarios posibles a fin de evaluar correctamente los riesgos y podernos avanzar a los mismos con respuestas adecuadas que prevengan contra su materialización. Los autores de dicho artículo lamentan que este enfoque esté tan poco desarrollado. Y aquí nos podemos preguntar si no es consecuencia, en parte, por la dificultad para representarnos la situación y concebirla como un final de partida, un game over, lo que precipitará al género humano a una extinción masiva.

En un artículo anterior, Emergencia climática. Del trauma a la negación, de la integración  la acción (Sala, 2021),  he considerado la paradoja que vivimos en el sentido de estar, hoy en día, mejor informados que nunca y en cambio seguir aumentando la emisión de gases de efecto invernadero. En aquel trabajo resumía algunas de las maneras con las que nos defendemos de la ansiedad climática, así como la influencia del imaginario colectivo en el mantenimiento inalterado del status quo. Pero quizás subestimaba la cualidad y la intensidad de aquellas ansiedades, así como la manera de defendernos de ellas.

Una previsión que contemple la desaparición más o menos cercana de la especie humana como resultado de la acción destructiva que perpetramos sobre nuestro propio hábitat tiene que provocar forzosamente un trastorno del estado de ánimo y un dolor profundo en nuestro mundo interno y nuestra conciencia. En ese sentido, la dificultad en poner ante nuestra mirada y representarnos “el peor de los escenarios posible” entorpecería el estudio multidisciplinar, profundo y sistemático sobre el futuro que está por venir, así como la necesidad urgente de aplicar medidas necesarias para paliar sus efectos.

Desde su especialidad, los autores del artículo citado creen urgente plantear y estudiar a fondo cuestiones tales como 1) cuál es el potencial del cambio climático para poner en marcha extinciones masivas, 2) cuáles son los mecanismos que pueden llevar a una morbilidad y mortalidad humana masivas, 3) cuáles son las vulnerabilidades de las sociedades humanas con respecto a secuencias encadenadas, como por ejemplo, la que puede llevar desde el conflicto a una inestabilidad política  y, de ahí, al riesgo de un colapso financiero, y 4) ¿podemos estudiar, entender y valorar a fondo y en detalle los peligros globales de forma integrada, teniendo en cuenta el desencadenamiento en cascada de unos hechos irreversibles y la sumación de circunstancias que lleven a un fallo general del sistema y del planeta como lugar habitable para los humanos?

Carácter traumático de la situación climática

Por lo tanto, en la situación actual es obligado e inevitable preguntarnos desde nuestra perspectiva psicoanalítica qué dolor está asociado a esta situación apocalíptica, qué cualidad tiene este dolor y cómo lo manejamos.

En artículos, reportajes, comentarios y noticias sobre la cuestión se hace referencia a la eco-ansiedad y a la ansiedad climática, que en el fondo son términos que se utilizan para referirse a síntomas y manifestaciones derivadas de las angustias de muerte que la situación despierta. Y visto el panorama que acabo de describir, una primera dificultad que hemos de considerar es la extrema ansiedad paranoide que representa vivir atrapados dentro de una situación global asfixiante que no tiene salida, una ansiedad claustrofóbica frente a la cual nos sentimos desprotegidos e incapaces de resolver o de huir, no disponiendo como personas individuales de las armas necesarias para hacerlo.

Pensar más detenidamente sobre el dolor psíquico y su relación con los hechos catastróficos nos lleva a considerar las vivencias asociadas a las situaciones traumáticas. Sabemos que la muerte de una persona querida puede ser vivida como una catástrofe. Así mismo perder la vivienda, un trabajo, una cosecha, o una ruptura sentimental. Una catástrofe lo es por razones objetivas, atendiendo a la intensidad, alcance y extensión del daño que comporta. Pero lo es también por razones subjetivas de acuerdo con la amenaza que representa para el equilibrio mental de la persona afectada dado el complejo entramado inconsciente que las situaciones traumáticas activan.

En lo que atañe al clima, los hechos que ya vivimos y el pronóstico de los científicos tienen de sobra un carácter traumático. El trauma paraliza, bloquea la capacidad de pensar y la capacidad de dar una respuesta. Como sabemos, hace falta un período de trabajo psíquico doloroso para ir haciéndose a la idea de los hechos y recuperarse del impacto traumático.

Este período de elaboración es necesario para poder entender el impacto emocional del trauma y hacerle frente. En otras palabras, es necesario un trabajo psíquico de simbolización de los hechos vividos. El proceso de simbolización es una función mental fundamental que interviene en la elaboración del dolor psíquico al hacerlo representable. La experiencia emocional impacta en nosotros a diferentes niveles y en diferentes intensidades. Consideremos la tan conocida situación del bebé que recibe unos impactos que le resultan indigeribles y a los cuales reacciona a un nivel senso-perceptivo, expulsando aquellos estímulos que de entrada son experimentados como tóxicos y amenazadores. Gracias al proceso de contención y de reverie maternas, las reacciones del bebé son acogidas, procesadas y devueltas de manera asimilable. Aquello que en un principio era un impacto perturbador se transforma dentro del vínculo madre-bebé en una experiencia significativa, en un significado que orienta y organiza al self naciente, la relación con el otro y consigo mismo, y que además moviliza estrategias para abordar nuevas experiencias.

Hago esta breve descripción del proceso de reverie para considerar los efectos sobre la personalidad de situaciones en las que la contención del impacto emocional fracasa, bien sea por la intensidad masiva de la experiencia, bien sea por el fracaso de la capacidad de contener y procesar.

En esta situación, el aprender de la experiencia (Bion, 1962) queda seriamente comprometido: el sujeto no puede vincularse emocionalmente con la experiencia, aprender y modificarse en consecuencia. Quizás solo puede rechazarla y/o anular toda conciencia del impacto que le produce.

Creo que esta es una de las situaciones que se pueden dar en nuestra vida frente a hechos y circunstancias catastróficas. Podemos poner palabras a los hechos, pero no los podemos pensar, no los podemos incorporar a nuestra vida de manera emocionalmente significativa. Al menos en un primer momento. Por ejemplo, en muchos círculos, ya no es extraño hablar y hablar del desastre climático en cada ejemplo que lo pone en evidencia. Podemos describir los hechos con estupor, de una manera que recuerda la de un accidentado grave o un operado en circunstancias extremas, que describe detalladamente la situación, por falta de contención del impacto emocional que la experiencia ha introducido en su vida.

Es estar ante la intrusión violenta de unos hechos sin un aparato mental adecuado para pensarlos. Las experiencias traumáticas en sí mismas producen tal desconcierto y desorden en nuestro mundo interno que nuestro aparato mental no encuentra manera de reaccionar.

Se puede afirmar que uno de los primeros efectos del trauma es la destrucción de las representaciones mentales simbólicas que dan sentido y organizan nuestra vida. El poder disruptivo, inesperado y desorganizador del trauma moviliza ansiedades profundas de tipo psicótico frente a las cuales ponemos en marcha defensas muy poderosas. Y el dolor psicótico se concreta en el dolor de la fragmentación y el temor a la aniquilación del self, el dolor de la persecución y de la confusión que amenaza la capacidad de pensar. Sostengo que ese dolor está en el trasfondo, de manera más o menos inconsciente, de nuestra recepción y que propulsa las diferentes estrategias defensivas frente al cambio climático catastrófico.

¿Podemos pensar la catástrofe antes de que sea demasiado tarde?

Pere Folch, en un artículo del año 1991, distingue “dolor” de “sufrimiento” y afirma: “Sufrir equivale a soportar (etimológicamente hablando), a tolerar y, por tanto, contener dentro del área psíquica de la experiencia. El dolor psíquico, en cambio, por la intensidad o la particular cualidad del malestar que supone, desborda más fácilmente el espacio mental, y así la participación corporal sería más evidente.” (Folch, 1991). Asimismo, Betty Joseph (1981) sugiere que el dolor mental no es solamente ansiedad o depresión. Sostiene que este dolor está vinculado a una concienciación mayor del self y de la realidad de las demás personas, y en este sentido lo ve relacionado con el sentimiento de separación. Pero también con una mayor conciencia de las acciones que llevamos a cabo con las consecuencias que tienen, el dolor de la separación, de la soledad y por tanto de la vulnerabilidad intrínseca del individuo. Y en el caso que nos ocupa del calentamiento global antropogénico, hemos de considerar, además, el dolor por el sentimiento de culpa que se genera por el hecho de ser agentes activos que contribuimos a crear y sostener un desorden destructivo que se escapa de nuestro control.

Siguiendo la diferenciación que introduce Folch, podemos afirmar que el dolor, si solo queda como dolor, moviliza defensas de evitación y provoca síntomas de expresión poco simbolizada. Tendría un carácter predominantemente persecutorio y quizás también psicosomático. Pero cuando el dolor psíquico puede sentirse como sufrimiento el sujeto entra en otro escenario: tiene la posibilidad de contener el dolor, pensarlo, ver con qué está relacionado y, por tanto, tiene la posibilidad de promover acciones en la dirección de frenar el daño y poner en marcha acciones reparadoras hasta donde sea posible. En el sufrimiento la persona se hace consciente de su implicación en el dolor, tolera esa conciencia y la conciencia de ser un agente activo como causante de este dolor en ella misma y en los demás. En ese caso estamos hablando de un dolor de carácter depresivo, de posición depresiva, aun admitiendo que la culpa y el remordimiento tienen también una cualidad persecutoria intensa. En este punto, entiendo que una dificultad importante en relación al calentamiento global es qué hacer con el sufrimiento de sabernos a la vez víctimas y verdugos, agentes activos en la medida que contribuimos con nuestra manera de vivir a aumentar las emisiones de efecto invernadero y agentes pasivos que recibimos las consecuencias desastrosas de nuestra actividad, además de traspasarlas a las generaciones posteriores.

Hasta ahora, la historia nos ha explicado que después de una catástrofe viene un tiempo de recuperación, otra organización de las cosas, un sistema nuevo nacido de la base subvertida del antiguo y que ofrece nuevas posibilidades de progreso.

Pero hoy, por primera vez en la historia humana, se prevén escenarios sin futuro. La catástrofe que viene equivale a la previsión de un futuro que no se puede pensar, parecido a la dificultad de hacer pensable nuestra propia muerte y lo que viene después de ella. Las previsiones apuntan a una situación en que la vida, tal y como la conocemos, será incompatible con el clima del planeta. Y eso parece que nos aboca a un vacío existencial.

Considerado de manera global y pensando en la dificultad de pensar este futuro fatal, volvamos al proceso de simbolización. Simbolizar significa vincular, establecer una relación entre partes destacando aquello que las une, establecer un vínculo entre la percepción y la conciencia, pero también entre la información y su significado. Aquí tomo el término simbolizar para denotar cualquier operación mental que vaya en la dirección de vincular y crear significado, y que tiene como finalidad convertir un hecho concreto que impacta en nosotros en una experiencia vivida significativamente. Por ejemplo, nos podemos sentir preocupados y concernidos por la naturaleza si hemos podido establecer una relación significativa con ella de reconocimiento y respeto, si no hemos perdido de vista que somos seres vivos que formamos parte de la naturaleza y dependemos de ella, y a la que podemos representar como una madre nutricia o bien como un superyó sádico que nos puede destruir con su fuerza retaliadora (Pick, 2012).

La cultura y el pensamiento neoliberales que dominan hoy en día parecen haber cortado los vínculos emocionales con la naturaleza. Es una cultura tan llena de excitación, violencia y muerte que no deja espacio para entretenerse en el dolor, la pena, la culpa o el duelo. Más bien niega tener ninguna relación con las evidencias de vulnerabilidad y transitoriedad humanas. Asimismo, niega la fragilidad y la transitoriedad del equilibrio necesario para la vida dentro de nuestro hábitat.

A la manera de una “reversión de la perspectiva

A continuación, quiero plantear una reflexión sobre cómo tratamos el dolor y el sufrimiento que provoca la situación catastrófica climática. En Elementos de Psicoanálisis, Bion (1963)  dice: 

La reversión de la perspectiva es una evidencia del dolor; el paciente revierte la perspectiva (de la interpretación) para convertir una situación dinámica en estática. La tarea del analista es restaurar la situación dinámica y así hacer posible el desarrollo (…) Si (el paciente) no puede revertir la perspectiva de forma inmediata puede ajustar la percepción de los hechos escuchando erróneamente, comprendiendo erróneamente, de manera que se concrete una situación estática: entonces un delirio se pone en marcha.

Inspirado por esta cita de Bion, me planteo si más allá de los mecanismos defensivos específicos más o menos bien detectados y descritos frente a las ansiedades catastróficas y las situaciones intensamente dolorosas, como lo es la actual, no podríamos hablar de una acción concertada de estos mecanismos con la finalidad de revertir la perspectiva, es decir, de convertir una situación dinámica en estática.

Teniendo en cuenta los estudios científicos, las informaciones sobre los fenómenos climáticos extremos y sus consecuencias, y las previsiones sobre un futuro cercano, la ansiedad tendría que actuar como una ansiedad señal que nos movilizase en la dirección de reaccionar y defendernos del peligro de manera realista. Y sin embargo nos defendemos de la “verdad”, del dolor que esa realidad comporta, escondiendo la cabeza debajo del ala, haciendo desaparecer no así el peligro, sino su conciencia.

Cuando está en funcionamiento una reversión de la perspectiva no se aprende de la experiencia. Su significado no es solamente ignorado, sino que es tergiversado y desactivado en el mismo momento en que se hace sentir el impacto de la experiencia. La finalidad última sería hacer desaparecer el dolor que provocan los elementos nuevos, disruptivos, amenazadores, que cuestionan nuestro funcionamiento y nuestros hábitos. Esta estrategia formaría parte de una respuesta defensiva de múltiples capas en la medida que la sospecha primero, y la evidencia de catástrofe después, es sentida como una amenaza a la integridad del self: se teme la invasión de ansiedades catastróficas psicóticas, el derrumbe de sí mismo y de todo lo que tiene un sentido para el sujeto.

Todos nosotros tenemos un conflicto entre la parte preocupada que ama la realidad y la parte narcisista que la odia cuando aquella realidad frustra nuestros deseos. Y la situación climática actual nos exige poner límite a nuestro deseo de vivir instalados en la satisfacción y el placer inmediatos e ilimitados (Weintrobe, 2012). Pero no se trata solamente de frustración de deseos. La catástrofe climática, desde la perspectiva que presento, puede ser sentida como una catástrofe del self. Y la catástrofe definitiva es la destrucción total, la muerte del self, la muerte del sujeto. Afirmo esto sin olvidar que esta crisis es también el fracaso de un modelo de vida y de organización económica y social.

Recurro a la propuesta de Bion de la “reversión de la perspectiva” en un plano hipotético y suponiendo que aquello que, mirado en su globalidad, es un desastre climático antropogénico irreversible, en la perspectiva revertida no es sino una excepción circunstancial que no tiene por qué afectar nuestro estilo de vida, tan “avanzado” y tecnificado; y que en términos geológicos no sería sino una variación circunstancial de una climatología que se acaba corrigiendo ella misma. Así, no es extraño ver cómo hay quien sostiene que a lo largo de la historia geológica siempre ha habido incendios, sequías, períodos calurosos y otros que han sido glaciales. Y que no tenemos porqué  preocuparnos más allá de lo razonable.

Lo que intento plantear es si, en esas operaciones defensivas, a cada grieta abierta en la conciencia por donde se infiltra una parte de verdad, se aplicaría un parche que la taparía de forma inmediata con la finalidad de mantener el estado de conciencia inalterado. De esa manera se podría mantener en acción una visión y una práctica delirantes sobre el planeta como inagotable e inmutable, siempre a nuestra disposición y servicio. Esta visión se acopla perfectamente al funcionamiento del sistema neoliberal capitalista. Pero esa visión y la práctica que deriva de ella nos está llevando al borde del precipicio. En este punto, los psicoanalistas tenemos la posibilidad de explorar los procesos mentales implicados en la creación y el mantenimiento de estas operaciones que llevan a una reversión de la perspectiva, a nivel del sujeto, del grupo y de la comunidad. Y dentro de cada relación analítica.

Comentarios finales

La humanidad se enfrenta a una situación inédita, la de un cambio climático provocado por la acción del hombre que anuncia cataclismos inevitables si no corregimos nuestros comportamientos de producción, consumo y envenenamiento del medio. Aun disponiendo de datos tan abundantes y contrastados de consenso en la comunidad científica; aun comprobando y sufriendo los efectos extremos en el clima, la destrucción de la fauna y de los ecosistemas; aun comprobando el sufrimiento que causan nuestros comportamientos, aun teniendo un conocimiento generalizado y bastante bien informado de la situación, seguimos haciendo nuestro día a día sin alterar demasiado nuestros hábitos y costumbres.

La literatura psicoanalítica sobre el tema (Weintrobe & al., 2013, Hollway & al., 2022, Dodds, 2019) nos informa y ayuda a considerar los mecanismos que participan en la creación de la “reversión de la perspectiva” gracias a la cual el conocimiento que tendría que poner en marcha la acción inmediata y radical es desactivado y convertido en una información inútil, por lo tanto, en una situación estática sin trascendencia práctica. La banalización, negación, renegación, disociación y fragmentación de la realidad contribuyen a desactivar la preocupación de nuestras mentes. Y este es un funcionamiento de carácter psicótico de consecuencias desastrosas.

Atrevernos a explorar a fondo los escenarios catastróficos, llegar a conocer de manera emocionalmente implicada, quiere decir vincular la percepción y la información que recibimos a la conciencia y por lo tanto a la formación de símbolos. Significa convertir el dolor en sufrimiento “simbolizado”, en un padecimiento que nos compromete.

El dolor emocional de conocer de esta manera el desastre que estamos perpetrando puede ser insoportable. Sin embargo, solo la contención del dolor depresivo, del sufrimiento que resulta de un contacto significativo con la realidad -—es decir, saber qué estamos haciendo, por qué, contra quién, a quién beneficia, qué consecuencias tiene, a quién perjudica— nos puede poner en marcha, evitando caer tanto en la desesperación de una posición trágica, como en un carpe diem ciego, indiferente al problema común.

¿Qué podemos hacer nosotras y nosotros como psicoanalistas y profesionales de la salud mental? Creo que, además de nuestro compromiso personal, —en primer lugar, descarbonizar progresivamente nuestras vidas— debemos estar atentos a reconocer y no colusionar con las estrategias negadoras a fin de tener presente el problema también en nuestras consultas, y estar atentos a cómo la pareja analítica puede participar de la negación del problema. Tengamos presente que somos miembros de una comunidad y que participamos de su imaginario colectivo. 

Pero también, recordando el artículo de Hanna Segal Silence is the Real Crime (1987) escrito en plena guerra fría y escalada de armamento nuclear, hemos de ser capaces de hacer sentir nuestra voz, de contribuir al esclarecimiento de las maniobras negadoras, de cómo nos acercamos y cómo nos separamos de esta dolorosa realidad. 

No podemos hacer la vista gorda ni oídos sordos y callar.

 

Referencias bibliográficas

Bion, W. R. (1962). Learning from Experience. Karnac Books, 1984.

Bion, W.R. (1963). Elements of Psychoanalysis. Karnac Books, 1984. 

Cohn, N. (1995). Cosmos, Chaos and the world to come. New Haven and London.

 Dodds, J. (2021, enero). Catástrofe natural: el ecopsicoanálisis y el siniestro virus del Covid19. Temas de Psicoanálisis. https://www.temasdepsicoanalisis.org/wp-content/uploads/2021/01/Co%CC%80pia-de-Joseph-Dodds.-Cata%CC%81strofe-Natural-el-ecopsicoana%CC%81lisis-y-el-siniestro-virus-del-Covid-19-1.pdf

Folch, P. (1991). A propòsit del dolor psíquic. Revista Catalana de Psicoanàlisi. Volumen VIII. ( 1-2). Publicat a La poesía de la paraula en psicoanàlisi. Obres Complertes Pere Folch. Vol. II. Monografies de Psicoteràpia, Psicoanàlisi i Salut Mental, 2018.

Hollway, W., Hoggett, P., Robertson, Ch., & Weintrobe, S., (2022). Climate Psychology. A Matter of Life and Death. Phoenix Publishing House. Bicester. 

Joseph, B. (1983). Toward the experiencing of psychic pain. En Do I Dare Disturb the Universe? J. Grotstein.  Karnac Books. 1993.pp.93-102.

Kemp, L. et al.( 2022).  Climate Endgame: Exploring catastrophic climate scenarios. PNAS. Ed. By Kerry Emanuel. MIT.

Pick, I. B. (2013). Discussion: The Myth of Apathy en ​Engaging with Climate Change​ Sally Weintrobe. London Routledge. Beyond the Couch series. pp.135.

Sala, J. (2021, enero): Emergencia climática. Del trauma a la negación, de la integración a la acción. Temas de Psicoanálisis. https://www.temasdepsicoanalisis.org/2020/12/20/emergencia-climatica-del-tauma-a-la-negacion-de-la-integracion-a-la-accion/

Segal, H. (1987). Silence is the Real Crime. Int. Rev. Psychoanal. (14). pp 3-12.

Weintrobe, S. (2013). Engaging with Climate Change. The New Library of Psychoanalysis. Routledge. pp.33

 

Jordi Sala
Psicólogo clínico. Psicoanalista didáctico de la SEP-IPA.
<salamjjc@copc.cat>