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Miguel Perlado nació en Pamplona hace cincuenta años y trabaja desde hace más de veinte como psicólogo clínico, psicoterapeuta y psicoanalista. Se ha especializado en ayudar a familiares, miembros y exmiembros de sectas y otras dinámicas adoctrinantes. Realiza función docente y es tutor de casos y supervisor en varias universidades de Barcelona y el País Vasco, así como en el Instituto de Psicología Forense de Barcelona. Es el actual presidente de la Sección de Psicoterapia Psicoanalítica de la Federación Española de Asociaciones de Psicoterapeutas (FEAP). Junto a su trabajo como psicoterapeuta de adultos, familias y parejas, interviene también como perito especialista en juzgados tanto en cuestiones civiles como penales en casos relacionados con sectas y situaciones afines.

Perlado es también profesor del Máster de Espiritualidad Transcultural, así como del Máster en Psicoterapia Psicoanalítica Contemporánea, de la Fundación Vidal Barraquer (URL). Colabora regularmente con los medios de comunicación, habiendo participado como especialista en diversos documentales, entre los más recientes El Palmar de Troya (2000) o Edelweiss (2021). Ha publicado numerosos trabajos técnicos sobre el tema, destacando sus dos libros, Estudios clínicos sobre sectas (2005) y ¡Captados! Todo lo que debes saber sobre las sectas (2020).

 

TdP.─ Hemos presentado su carrera profesional procurando reflejar su especificidad y compromiso, pero interesa también el aspecto humano de los profesionales que entrevistamos, ¿podría decirnos qué fue lo que le hizo interesarse por la Psicología? Y, más concretamente, en tratar a personas afectadas por las sectas.

Perlado.─ Esta es una pregunta personal, que no tiene una respuesta simple, especialmente teniendo en cuenta que sabemos que nuestro funcionamiento mental está sobredeterminado, al igual que nuestras elecciones profesionales. En mi experiencia, y diría que también en la de otros colegas, uno de los motivadores para la elección de los estudios de Psicología tiene que ver con el contacto con el sufrimiento propio o cercano, al mismo tiempo que una curiosidad acerca del funcionamiento de la mente. Por otro lado, provengo de un contexto familiar de profesiones relacionadas con el derecho, la medicina o el periodismo, lo que sin duda también habrá dejado huella psíquica en mi práctica profesional, por ejemplo, a la hora de intervenir en juzgados como perito especialista, en donde se unen dos campos del saber en una misma intervención.

En cuanto a la pregunta acerca del por qué me dedico a ayudar a personas atrapadas en una secta, y teniendo en cuenta que nuestro mundo adulto hunde raíces en la infancia, hoy podría decir que son varias situaciones las que finalmente dieron forma a mi especialización. En primer lugar, el haber crecido en un contexto vinculado a una organización religiosa restrictiva que, posteriormente, en un aprèss coup, tomaría conciencia que funcionaba con altos niveles de control ideológico. En un segundo momento, ya durante mi adolescencia, el haber transitado por una escuela esotérica que estaba dentro de un centro parapsicológico, en el que la ruptura psicótica de un buen amigo en ese lugar, junto con el inicio de mis estudios en psicología, hizo que me fuera retirando de tal contexto alienante en el que estuve unos dos años. Tan solo algunos años después de haber terminado mis estudios de psicología, una buena amiga me propuso ─de manera totalmente random, como dirían ahora los adolescentes─ si me apetecía colaborar en una asociación que se dedicaba a esta cuestión. De manera que empecé a trabajar en calidad de documentalista ─como si de un periodista se tratara─, dedicándome durante ese tiempo a organizar toda una amplia y diversa documentación sobre centenares de sectas, lo cual me ayudó a comprender el funcionamiento de estas. Un año más tarde, empezaría a desarrollar funciones de psicoterapeuta en cuestiones relacionadas con sectas, grupos radicales violentos y otras relaciones adoctrinantes. En paralelo, continué mi trayectoria formativa en el ámbito de la psicoterapia psicoanalítica y, posteriormente, en psicoanálisis.

Después de diez años de trabajo y especialización con colegas americanos, abandoné el trabajo en esa asociación e inicié un nuevo proyecto ─que también se extendería otros diez años─ poniendo en marcha una asociación de profesionales dedicados a estas cuestiones, ahora ya no tanto desde la perspectiva de las adicciones, sino desde la perspectiva del trauma y del daño psicológico. En ese mismo contexto, imaginé y puse en marcha los Encuentros Nacionales sobre Sectas que se celebran anualmente, desde hace ya nueve años, en una provincia diferente de la geografía española, con la finalidad de visibilizar y dar un espacio de encuentro a todos aquellos preocupados o sensibilizados ante tal problemática que cabalga entre lo clínico y lo social. En la actualidad, mi función con diversas asociaciones de familiares o afectados es más de supervisión o consultoría, desarrollando mi actividad clínica de forma privada, dentro del conjunto de España, pero también en Latinoamérica y en ciertas regiones de Europa de habla inglesa.

TdP.─ Dentro del psicoanálisis no es frecuente una especialización tan marcada. ¿Qué vino primero, el psicoanálisis o el interés en las sectas? 

Perlado.─ Fue durante mi adolescencia que encontré Psicología de las masas y análisis del yo, lectura que desde el primer momento me cautivó, aunque más que ese texto, debo reconocer que inicialmente fueron las obras completas de Ferenczi, ─cuyos cuatro volúmenes encontré en aquellos años en una librería de segunda mano─, las que de manera directa estimularon mi interés por el psicoanálisis. Si miro hacia atrás, hay una superposición de momentos que dan cuenta del presente, y me parece que también es el modo en que entendemos hoy el funcionamiento mental, ya no tanto desde una mirada lineal de etapas sino desde una perspectiva sincrónica, lo que también encontramos después en el proceso de ser entrado en una secta. En mi práctica profesional sucede del mismo modo, no la concibo como compartimentos estancos. Si bien a la hora de la intervención psicoterapéutica en temas de salud mental general frente a temas relacionados con sectas, es necesaria cierta disociación funcional, en el plano de la elaboración teorico-clínica hay puntos de contacto muy estimulantes. Una de las ventajas de esta formación en paralelo es la versatilidad de mi identidad profesional. Por ejemplo, en casos relacionados con sectas, puedo desempeñar una triple función. La primera, la atención psicoterapéutica a familiares, pero sobre todo a los mismos exmiembros que la solicitan, una ayuda psicoterapéutica que puede ser individual, de pareja o en grupo. Una segunda función pasa por las intervenciones para la salida, intervenciones clínicas más complejas que llevo a cabo con familiares y amigos para promover la salida de estas dinámicas de relación con miembros que todavía están activamente adheridos a estas agrupaciones (lo que antiguamente se describía como “desprogramación”). Finalmente, desarrollo también una función de evaluación forense en aquellos casos que terminan en juzgados y requieren de una evaluación especializada para determinar el daño psicológico (prueba pericial) o bien determinar el riesgo asociado a ciertas dinámicas de grupo y/o interpersonales (prueba documental).

TdP.─ En toda la historia de la humanidad han existido las sectas, pero puede sorprendernos que hoy en día tengan todavía tanta presencia y poder. ¿Cree que hay alguna diferencia entre las sectas de hoy en día con las de épocas remotas? Es decir, si las sectas, sobre todo las destructivas, tienen algunas características que vienen marcadas por las tecnologías disponibles o por organizaciones globales poderosas. 

Perlado.─ Es así, las sectas siempre existieron. De hecho, la primera de las referencias que podríamos encontrar ─como bien lo señaló mi colega, el sociólogo Stephen A. Kent, de la Universidad de Alberta (Canadá)─, es la que aparece en uno de los relatos del escritor sirio Luciano de Samosata, en relación al falso profeta Alejandro que vivió en el siglo II d.C., quien conformó un culto en torno a su persona bastante importante y cuyo funcionamiento, mirándolo de forma retrospectiva, nos llevaría a pensar en ciertos paralelismos con el funcionamiento de un narcisista maligno; después volveremos sobre esta cuestión del narcisismo maligno porque, en mi experiencia clínica, es una de las dimensiones esenciales a tener en cuenta.

El desarrollo de las sectas, contrariamente a lo que muchas veces se relata, no arranca a finales de los sesenta en los Estados Unidos, sino que más bien explosiona de un modo masivo en ese país durante aquellos años. Éste es un tema muy interesante, y que introduce la idea de un proceso, algo que también veremos que es importante tener en cuenta a la hora de describir el funcionamiento de estos grupos y las transformaciones que pueden derivarse sobre la persona. Y es que podríamos recorrer la Historia a través de diversas corrientes sectarias ─muchas de ellas transformando esquemas basados en prácticas gnósticas muy antiguas─ que dan cuenta de las derivas que han atravesado toda Europa durante siglos hasta llegar a la actualidad. La explosión del fenómeno en los Estados Unidos tuvo que ver con un momento cultural y social muy determinado, en donde se produjo una tensión importante de esquemas, valores y modelos sociales, y fue en aquel contexto en el que tales grupos encontraron un terreno por el que extenderse. Los momentos de convulsión social son propicios para la emergencia de formaciones sectarias. Las sectas pudieron entonces capturar a muchos jóvenes que estaban inmersos en la contracultura, llenos de idealismo y radicalidad transformadora, y que terminaron por ser seducidos por discursos de grupo que sostenían aparentemente los mismos valores de la contracultura pero que, paradójicamente, terminaron desarrollando un proceso de grupo que derivaba en una sumisión explotadora a una figura autoritaria, en una cultura de grupo que empezó a describirse como sectaria y destructiva.

En cuanto a lo que me pregunta, de si los grupos de hoy día serían más o menos parecidos a los de antaño, lo cierto es que, sin perder de vista que hay un núcleo esencial que permanece constante ─la experiencia sectaria─, ésta adquiere diversas formas a lo largo de la Historia. En la actualidad, las formaciones sectarias se presentan como empresas instagrameables de la iluminación, la salvación, la purificación o del insight rápido, se han insertado bien dentro del mundo globalizado. Una segunda nota distintiva es que, junto a una mayor sofisticación, se han acercado a personas influyentes, personajes públicos o académicos que sostengan la pretendida idoneidad de sus prácticas. En tercer lugar, y de acuerdo con el espíritu narcisista de nuestra época, se han introducido de forma bastante significativa en ámbitos que tienen que ver con el cuidado personal o el crecimiento personal, con propuestas de lo más chic. Además, funcionan cada vez más en red, en una aparente horizontalidad que da una mayor sensación de control al adepto potencial. Y, globalmente, disponen de importantes recursos económicos y tecnológicos, habiéndose introducido en lugares de decisión que posibilitan su continuidad.

Si bien, etimológicamente, secta fue considerada toda aquella escisión de un grupo religioso dominante, la noción que manejamos actualmente va más allá de lo religioso ─de hecho, hay una amplia multiplicidad de propuestas sectarias que van de lo filosófico hasta la ayuda a personas con drogadicciones─, para englobar dinámicas de grupo en las cuales: 1) emerge una figura de liderazgo controlador y explotador, por lo general, en un funcionamiento como decíamos antes que entraría en el registro del narcisismo maligno, 2) se detectan procesos de grupo abusivos que se han institucionalizado como la vía de ascensión, transformación, sanación o iluminación, y 3) donde encontramos una parte importante de exmiembros que refieren daños psicológicos, económicos, espirituales y/o sexuales. Las personas suelen tener nociones confusas al respecto, por lo que conviene que el lector recuerde que estamos hablando de grados de riesgo en una línea de continuidad que no es idéntica en todos los grupos por los cuales han podido consultarme. Por un lado, no todos los grupos son iguales, aunque tenemos cierta constancia que determinados grupos tienden a impactar de un modo muy determinado sobre una parte importante de sus adherentes. Por otro lado, no estamos ante un problema lineal ni tampoco de blanco o negro. De hecho, diversos parámetros que serían definitorios de la problemática asociada a contextos sectarios los podríamos encontrar en otras situaciones clínicas o de la intervención social como, por ejemplo, en el contexto de la violencia en la pareja, en procesos de radicalización violenta, en contextos de tráfico sexual, entre las bandas violentas (maras), en dinámicas de acoso sexual o de abuso en el lugar de trabajo, pero también en otros ámbitos como entre las familias disfuncionales o “tipo clan”, los seminarios vivenciales o transformacionales (coaching intensivo y similares), en comunidades polígamas, en contextos donde se incurre en abuso espiritual o religioso e inclusive en contextos de marketing multinivel, en terapias new age o en contextos de abuso terapéutico. Todos estos ámbitos tienen puntos de contacto con lo que sucede en el contexto de una secta, por lo que en no pocas ocasiones he tenido que intervenir en alguno de esos campos adyacentes.

Tradicionalmente se han definido las formaciones sectarias bajo un esquema simplificador, a mi entender, por el que se describe a las sectas, desde una mirada racional e intencional, como grupos que emplean la manipulación psicológica desde su inicio, entendiendo que tales maniobras orquestadas habrían dejado a sus víctimas en un estado hipnótico. En el otro extremo, tanto en la sociología como en la psicología, se ha sostenido por contraposición que tal cosa sería imposible, o bien, que la conversión ideológica forzada no habría sido demostrada, pudiendo cada persona escoger lo que libremente desee. Estas dos miradas han dado lugar a modelos de comprensión e intervención antagónicos. Lo cierto es que la práctica clínica nos muestra más bien un escenario de interacción compleja por la que la persona se entrega a un proyecto de transformación personal del cual desconoce su naturaleza y sus potenciales consecuencias. Por el lado de la formación de grupo, también debemos mirar todo el proceso y no la foto final, y en mi experiencia el punto de inicio de una formación sectaria no tiene tanto que ver con lo delictivo —si bien pueden terminar desembocando en ello con el tiempo─, sino con procesos de grupo inconscientes e interacciones proyectivas invasivas en un contexto de grupo en donde emerge una persona que se siente escogida para una tarea trascendente. Las sectas, en este sentido, no son grupos de trabajo, sino que en términos bionianos funcionan bajo supuestos básicos, después volveremos sobre ello. Particularmente, me siento más cómodo hablando de relación sectaria como el núcleo del problema, entendiendo como tal toda aquella relación de poder desigual en la que una persona se erige en poseedora de un don, un talento o unas capacidades especiales y que exige del otro una entrega (un darse al otro) que termina transformándose en la exigencia de un sometimiento masoquista, derivándose de ello un daño personal, moral o espiritual.

TdP.─ ¿Cómo le ha ayudado el pensamiento psicoanalítico a entender el problema sectario y que aportes cree que hace al tratamiento de las personas y familias afectadas? 

Perlado.─ Hace algunos años, antes de la pandemia, presenté justamente un trabajo a propósito del que considero que es el primer psicoanalista que se acercó a la cuestión de las sectas en fecha tan temprana como 1915, Herman Rorschach, tarea que no pudo continuar pese a estar muy interesado en esta cuestión y habernos dejado un par de trabajos pioneros en este sentido. Podemos considerar que, de hecho, es el primer profesional de la salud mental que se acerca al fenómeno con el ánimo de estudiarlo desde un punto de vista clínico. No me extenderé sobre esta cuestión ahora, pero el psicoanálisis tiene todavía mucho que aportar a una clínica de la convicción, donde entrarían desde los fenómenos pasionales puntuales (¿quién no se ha sentido fascinado alguna vez con un ponente carismático o seductor?) o más sostenidos en el tiempo (fenómenos de marca, fans) hasta aquellas otras situaciones que tienen que ver con una radicalización violenta (fanatismo, adoctrinamiento ideológico violento), como punto álgido de esa línea de continuidad a la que antes me refería, pasando por múltiples grados intermedios de adhesión a un proyecto, una idea o una persona. En esa clínica de la convicción, tanto la intensidad como el grado de convencimiento, son dos elementos clave a la hora de establecer el diagnóstico. La fascinación va desde momentos puntuales hasta extremos crónicos, pasando por múltiples situaciones intermedias de fascinación transitoria.

El pensamiento psicoanalítico puede aportarnos diversos elementos de comprensión, tanto desde el punto de vista de la formación y la deriva patológica de muchos de estos grupos, así como también elementos de análisis acerca de las alteraciones del mundo interno que acontecen en el contexto de una relación sectaria. Es más, planteo que el psicoanálisis puede ofrecernos un modelo explicativo de las alteraciones relacionadas con las sectas. De hecho, uno de los referentes teóricos dentro del ámbito de las sectas, Robert Jay Lifton, fue formado psicoanalíticamente y sus criterios de lo que consideró característico de los contextos de reforma ideológica del pensamiento (control del medio, manipulación mística, carga del lenguaje, exigencia de pureza, culto a la confesión, ciencia sagrada, dominio de la doctrina sobre la persona y regulación de la existencia) han pasado a ser nucleares a la hora de describir a estos grupos. Ahora bien, hasta el momento, las explicaciones dominantes han pasado por modelos que han centrado su atención en los procedimientos de influencia desde la psicología social, pero no disponemos de una teoría psicológica completa. A mi entender, además, el problema que deriva de la adhesión sectaria no es un problema racional, sino más bien relacional. El psicoanálisis, al ser uno de los modelos más completos de explicación del comportamiento humano, está en condiciones de proporcionar ciertas bases para construir un modelo de comprensión psicológica más amplio que nos permita conceptualizar la adhesión sectaria como una modalidad de trastorno relacional.

Si volvemos al núcleo de la cuestión ─una relación de poder desigual en la que se exige una entrega desmedida que deviene controladora y explotadora, en el contexto de alguien que asegura ser especial y que escoge al adepto potencial haciéndole sentir igualmente único─, vemos que desde el punto de inicio hay una intensa densidad transferencial en el vínculo adhesivo y especular que termina instaurándose, teñido de una idealización sin límites que es sostenida desde el grupo. Debemos a un analista canadiense que falleció hace algunos años, Jean─Yves Roy, la noción de síndrome del pastor, con la que intentaba capturar esta interacción compleja, sobre la base de líneas inconscientes. Considerar la dimensión inconsciente del problema no es señalar que se produzca una elección inconsciente; lo que se plantea es que las sectas tocan precisamente aspectos muy inconscientes que terminan por poner el mundo interno del sujeto patas arriba para, en un segundo momento, destruirlo, vaciarlo y reemplazarlo por una narrativa interna basada en una programación obsesivizante, la paranoia y la exaltación narcisista.

Las aportaciones del psicoanálisis contemporáneo en torno a la relación entre la madre y el bebé nos ofrecen un modelo de comprensión esencial. Es más, lo que sabemos del nivel de actividad mental del bebé desde los primeros días de vida, de la interacción compleja que se establece de modo bidireccional, nos sirve también para comprender que hablamos de un problema con niveles de complejidad en donde el adepto no es un sujeto pasivo. En un momento de vulnerabilidad ─que tiene que ver con una crisis de las propias convicciones─, el grupo promete un entorno maternal de contención y sostén, ofreciendo una comprensión sin palabras al estilo de la primera relación madre─bebé. El primer movimiento tiene que ver con una crisis de convicciones personales, convicciones entendidas como esos objetos internos que organizan nuestro mundo interno, que se construyen en pilares de nuestra identidad y que en momentos de transición personal o de crisis personal o social, o durante el enamoramiento, o durante la creación artística o inclusive durante un proceso analítico, tambalean. Hay situaciones en la vida que nos enfrentan a cambios en nuestra organización psíquica y que comportan transitar por estados de vulnerabilidad y de entrega confiada al otro, como puede ser el trabajo analítico. Lo vemos diariamente en nuestra práctica clínica, cuando el paciente se entrega al proceso analítico, lo hace confiando en que desde nuestra función lo podamos sostener y ayudar en un proceso que se alarga durante el tiempo y que implicará muchos movimientos transferenciales y contratransferenciales. La función del análisis del analista y de la supervisión acompañan en esa relación dual que no está exenta de derivas, razón por la cual siempre es necesaria la presencia de un tercero (la propia formación, el analista, el supervisor o la institución) que organice para evitar derivas indeseadas y que pueden resultar nocivas para el paciente. Hace ya más de una década me referí, precisamente, a que el estudio de las dinámicas de abuso terapéutico o sectarización de algunas escuelas terapéuticas, nos pueden dar elementos de comprensión de lo que encontramos en el corazón de la experiencia sectaria. Hay un trabajo de Robert Hinshelwood que me parece muy rico en este sentido, en donde intenta delimitar las diferencias entre el psicoanálisis como práctica clínica y aquello que podría ser descrito como lavado de cerebro. La ruptura de esa entrega ─de ese darse al otro en el sentido de Emmanuel Ghent─ la perversión de ese vínculo de intimidad, de ese amae ─en palabras del analista japonés Takeo Doi─, comporta una ruptura traumática porque reverbera sobre aspectos nucleares del self.

En esa situación que veníamos describiendo, el sujeto sufriente busca alivio a su malestar, encontrándose con una propuesta que le viene de un conocido, de un compañero de trabajo de alguien de quien nunca desconfiaría, una propuesta a un encuentro que se promete sanador. Ese otro es alguien que ofrece seguridad, confianza, invitando a prácticas que tienen un efecto sedativo y excitador de forma alternante, en donde se hace sentir al neófito que es alguien especial y escogido. De este modo, el narcisismo desfalleciente del adepto potencial encuentra un entorno que se promete contenedor de sus ansiedades, si bien finalmente deriva en una madriguera de conejo al estilo de Alicia en el País de las Maravillas, de manera que la experiencia liberadora que se presentaba como un juego, termina resultando en alienación. Desde un cierto punto de vista, la experiencia sectaria funciona a modo de refugio psíquico en el sentido que describió John Steiner, a través de identificaciones adhesivas que llevan a recubrirse de una segunda piel que funciona como envoltura protectora ante el contacto con uno mismo y los demás. Aunque no puedo extenderme mucho en ello, el caso de los niños que nacen o fueron educados en un contexto sectario es muy diferente a las consecuencias que observaremos a la salida de aquellos adultos que entraron con un background previo; en el caso de los menores que fueron educados en el contexto secta (lo que llamamos segundas generaciones), esta segunda piel queda confundida con todo el carácter, lo que a la salida comporta una reorganización psíquica mucho más compleja.

El segundo elemento que deriva de estas dinámicas de relación tiene que ver con la cuestión del narcisismo maligno introducida en su momento por Erich Fromm y desarrollada extensamente por Herbert Rosenfeld y Otto Kernberg. La función del gurú (con acento, para diferenciarla de la figura de guru del hinduismo, entendida como maestro que respeta el tempo de su discípulo y que busca su crecimiento mental o espiritual) intersecciona en no pocas ocasiones con esta figura psicopatológica. Los colegas franceses se refieren en este sentido a la presencia de la perversión narcisista descrita por Paul-Claude Recamier. En mi experiencia clínica y forense, el patrón dominante en muchos líderes de sectas tiene que ver justamente con un estilo parasitario y depredador, en donde se retuerce el lenguaje, se alteran los valores morales y se invita a la transgresión de forma perversa, en un estilo de relación que exige una devoción sin límite y en donde se promete el acceso a la verdad última a través de un vínculo abusivo.

El encuentro entre ambos protagonistas inaugura una relación especular en la que uno se siente escogido (y necesita escoger a los demás), mientras que quien se siente escogido no puede abandonar esa relación (porque el vínculo pasar a funcionar como una prótesis y porque se le asegura que abandonar esa relación es caer en la nada o en la locura). El vínculo se promete redentor y salvífico, a la vez que irremplazable, porque se sostiene como un vínculo único que nadie entenderá, por lo que es importante guardar secreto, no dejarse contaminar por lo que están fuera de esta relación diádica o de grupo. El trabajo es purificar todo aquello que empieza a designase como “apego”, “ego”, “razón”, “mente” o “infancia”, que pasa a ser descrito como algo que impide y obstaculiza, a la par que se insiste en que fueron influencias nocivas en el pasado que ahora habrá que romper (en la práctica, el objeto malo a erradicar, de acuerdo con el discurso sectario, tienden a ser los padres y, en general, la propia infancia). Para ello se instauran “terapias locas» y encuentros de grupo regresivos que llevan a la persona a recordar supuestos abusos de la infancia de los que ahora podrá liberarse por completo. El gurú (o sus extensiones narcisísticas, los adeptos más fieles, aquellos que están en el núcleo duro o bien aquellos que desempeñan funciones de seducción de potenciales adeptos) invita a participar de múltiples actividades de grupo, muchas de las cuales se orientan a romper las defensas ─los mecanismos de defensa no son siempre patológicos como sabemos hoy día y para funcionar dentro de cierta normalidad son necesarias ciertas maniobras defensivas─ bajo el pretexto que son “patrones impuestos” o “modelos de los padres limitantes”, llevando al adepto en ciernes a participar en múltiples actividades de grupo regresivas que buscan conformar una identidad de grupo clónica que elimina las diferencias entre generaciones y altera la estructuración edípica constitutiva de la mente. La nueva identidad constituida podemos equipararla a un falso self en el sentido de Winnicott. La idea es llevar al límite, a la catarsis, empleando para ello juegos o ejercicios que incluso se apropian de fraseología psicoanalítica, con la finalidad de seducir y sacudir emocionalmente a la persona, quien desde ese momento pasa a confundir la intensidad del encuentro con un cambio auténtico. Cualquier duda es atacada como impureza, de manera que se introyecta un estilo relacional basado en clisés que detienen el pensamiento, porque pensar los propios pensamientos pasa a ser descrito como algo peligroso y que puede desviar del camino. En este proceso, se captura de entrada un grado de consentimiento por parte del adepto, si bien es un consentimiento viciado porque se desconoce todo el proceso y lo que exigirá en cuanto a la destrucción de uno mismo y de los vínculos relacionales. El reto a la salida es poder disponer de un dispositivo terapéutico que ayude a volver a construir la propia mente y el aparato para pensar los propios pensamientos, si bien antes de cualquier abordaje terapéutico, será necesario primero clarificar la naturaleza los actos maltratantes y la dislocación de la propia identidad fruto de todo el contexto anteriormente descrito.

Por lo general, tiende a subrayarse que lo que preocupa sobre las sectas tiene que ver con sus prácticas, no tanto con sus doctrinas, aunque lo cierto es que la ideología en marcha tiene una función esencial en la adhesión. La arquitectura narrativa introduce nuevos términos, trastoca aquellos que la persona ya tenía, se introduce un nuevo lenguaje externo pero, sobre todo, un nuevo lenguaje interno, en donde lejos de favorecerse una mayor flexibilización de la mente, se alimenta un Super Yo rígido y muy persecutorio que viene vehiculizado por la misma doctrina, forzándose la introyección de un mecanismo de autoobservación que es sumamente crítico e implacable, y que en mi experiencia clínica deriva de la propia psicopatología del líder que es proyectada masivamente sobre su seguidores y vertida en un cuerpo doctrinal que da cuenta de los traumas vividos por el gurú. El psicoanálisis puede aportar también elementos significativos de comprensión del funcionamiento mental del gurú. Innegablemente, esto no diluye la responsabilidad final, porque no hablamos de un psicótico, sino de trastornos de personalidad muy severos.

En este punto, las aportaciones de la escuela inglesa acerca de la identificación proyectiva nos abren una nueva vía de comprensión del mecanismo descrito como “programación”. La idea, en esencia, si bien no dispongo de mayor espacio ahora para desarrollarla en profundidad, es que todos aquellos aspectos intolerables del mismo gurú (aspectos que tienen que ver con afectos y situaciones de vergüenza y humillación) son masivamente proyectados sobre el grupo, como expresión dramatizada de la vida mental del gurú, pero especialmente sobre los mismos adeptos, que pasan de este modo a quedar dependientes y necesitados, al mismo tiempo que el gurú ataca a esos aspectos proyectados en sus adeptos, estableciéndose un vínculo maltratante y enloquecedor. La experiencia sectaria comporta ciclos reiterados de idealización/devaluación, proyección, escisión e identificación proyectiva, dentro de un contexto de grupo regresivo, que empuja a la transgresión, lo cual termina por debilitar el yo y las partes de uno mismo capaces de observar y pensar, generándose un estado mental de entumecimiento que dificulta el procedimiento de la información y rompe el diálogo con uno mismo. En esa tesitura, una de las salidas es la identificación con el agresor, como un modo de mantener el equilibrio psíquico en un contexto sectario.

En mi práctica clínica, lo que he observado es que no todos los grupos muestran los mismos niveles de control coercitivo, es más, muchas sectas no necesariamente desarrollan tales mecanismos porque la misma seducción ya estimula identificaciones adhesivas que favorecen un estado de sujeción emocional. Desde una mirada interactiva y de proceso, aquello descrito en la literatura como influencia o control coercitivos es el resultado de un proceso complejo de grupo en interacción con un funcionamiento patológico del lado del gurú.

TdP. ¿Existe alguna patología de base que propicie el ingreso en las sectas? ¿Existen diferencias geográficas en cuanto a la prevalencia de sectas y sus tipos? 

Perlado.─ Volviendo a lo que hablábamos antes acerca de ese primer vínculo estructurante de la mente, la relación madre bebé, podemos decir que como todos y cada uno de nosotros hemos vivido esa experiencia de máxima entrega en los brazos de otro, eso, al decir de Christopher Bollas, nos deja la marca indeleble del anhelo de una relación con un objeto transformacional. En términos de Erich Fromm hablaríamos del recurso al auxiliador mágico, esa permanencia en la fantasía de un objeto que nos rescata y del que pasamos a sentirnos únicos y escogidos. Las sectas activan experiencias muy primitivas en la mente de sus adeptos, llevándolos a funcionar en registros muy primitivos, fusionales, en donde aparecen con fuerza las defensas primitivas anteriormente citadas. En términos kleinianos diríamos que, lejos de promover un trabajo para alcanzar una posición depresiva, estimulan ansiedades que desorganizan la mente y llevan en regresión al adepto a una posición esquizoparanoide que no favorece la integración mental. El proceso de grupo, al estimular una regresión sin límites, tiende a desencadenar unas respuestas entre sus adeptos que se asemejan sintomáticamente a aquellas que observamos entre los pacientes con patología borderline. Muchas veces, el psicoanalista ve estos casos de pasada, duran poco en consulta, entre otras cosas por la fobia que se instaura al contacto con profesionales de la salud mental pero también por ese mismo funcionamiento alternante que a veces los familiares identifican erróneamente como bipolaridad.

En cuanto a si hay alguna psicopatología de base que pudiera volver a las personas más proclives a ser entradas en una secta, podemos encontrar algunas. Esta es una cuestión interesante, porque podemos encontrar grupos que funcionan en un registro predominantemente obsesivo, otros en un registro mayormente psicótico y otros incluso en un plano histeriforme. Podríamos agrupar incluso los grupos según el funcionamiento psicopatológico dominante, si bien, en la práctica, lo que encontramos son combinaciones variadas de elementos obsesivos, paranoicos y perversos dentro de estos grupos. Pero conviene aclarar varias cuestiones antes de seguir. Las sectas, por lo general buscan personas capaces, sin psicopatología, con estudios universitarios, ingenuas, idealistas, inconformistas, que se implican tenazmente en sus proyectos y que puedan estar atravesando algún momento de turbulencia emocional (duelo, separación, soledad, etc.). Ese es el motor que hará avanzar el engranaje, porque personas problemáticas o con trastornos muy evidentes terminan por convertirse en un lastre, no son productivas para la mecánica sectaria. De hecho, en las sectas terminan adheridas personas de todas las edades y no necesariamente han de mostrar psicopatología clínica severa previa. Por otro lado, si se han fijado, hablo de ser entrado en una secta. En términos generales, uno es entrado en una secta después de un tiempo en que el que se le radiografía. El núcleo sectario suele estar adentro, no en las capas periféricas, y a ese núcleo se accede tras un tiempo de vinculación, por lo que cuando llega el momento el sentimiento de ser un escogido adquiere mayor significación si cabe y cierra el círculo adictivo.

En otro orden de cosas, dentro de mi práctica profesional, y en consonancia con otros colegas francófonos y anglosajones, he podido observar ciertas condiciones previas que pueden marcar la evolución hacia un mayor traumatismo a la salida, como es el caso de adeptos que hubieran podido haber sufrido situaciones de malos tratos previa a su entrada en el grupo, u otros que arrastran experiencias de vínculos adictivos, y especialmente aquellos que hubieran podido vivir abusos sexuales previos, pueden terminar encontrándose con una experiencia retraumatizante en el contexto sectario que dificultará la posterior recuperación. Y, en cuanto a factores protectores o que pueden ayudar a la salida de estas relaciones sectarias, el hecho de tener un contexto familiar suficientemente bueno puede sostener también la recuperación posterior.

Y, en cuanto a la distribución de las sectas, las estimaciones que tenemos ─a la baja─ es de un 1% de la población que en algún momento se habría visto tocada por una secta, con una mayor incidencia en entornos urbanos y con una mayor prevalencia de mujeres. No obstante, el desconfinamiento, tras la pandemia, va a acelerar posiblemente algunas tendencias que ya estaban en marcha poco antes, y que tienen que ver con un retorno al contacto con la naturaleza por parte de estos grupos, entremezclado con discursos new age.

TdP.─ Desde el conocimiento profano del tema, se ve que las sectas suelen estar asociadas a la dimensión espiritual del ser humano. Una búsqueda de sentido inherente al ser humano, saludable en sí, en el caso de las sectas destructivas es utilizada para abusar de las personas. ¿Cómo explicaría esta asociación? ¿Existen sectas que no basen de alguna manera su modo de captación en estos aspectos espirituales? 

Perlado.─ La curiosidad, el deseo de saber, el preguntarnos por el sentido de las cosas, es un motor que hace crecer la mente. Innegablemente, la muerte y los interrogantes acerca de la misma han constituido siempre un acicate para las sectas. Uno de los elementos que prometen las sectas es encontrar respuestas, aunque al final lo que observamos en la práctica tiene que ver más con el empleo de eslóganes como si fueran mantras, un pensamiento simplificador que reduce la complejidad de la vida, un esquema de funcionamiento mental que se basa en la escisión continua de la experiencia emocional y espiritual. La emergencia de las sectas se vio con claridad en el terreno espiritual, aunque en mi experiencia, van más allá de lo religioso o lo espiritual. Les podría explicar casos en los que he debido intervenir en los cuales la actividad central de la dinámica de grupo era el arte o la música, en un contexto de relación sectarizado. Cualquier actividad humana que toque la intimidad de las personas, es potencialmente sectarizable. Innegablemente, aquellos ámbitos en donde hay algo inefable, el proceso sectario puede ser más fácilmente desplegado.

Por otra parte, al igual que la expresión de la psicopatología ha cambiado con los siglos, también la angustia se ha vuelto laica, en un contexto en donde los sociólogos de la religión han descrito la caída de los referentes religiosos. Sin duda, los cambios sociales y familiares han dado lugar a nuevas modalidades de sectarismo. Aunque, paradójicamente, lo que observamos en nuestros tiempos es un resurgir no solo de prácticas espirituales primitivas (neopaganismo, neochamanismo, etc.), sino también el desarrollo de innumerables propuestas que, de un modo u otro, incorporan dentro suyo un proceso espiritual de base.

Dentro de un contexto global en que vivimos infoxicados y sometidos a la tiranía de la imagen, emergen propuestas que prometen la libertad, el conocimiento y llegar a ser la mejor versión de uno mismo. La espiritualidad actual es marcadamente narcisista y se vende de forma empaquetada como otro objeto de consumo más. El impacto de la pandemia ha incidido también sobre esta área, de manera que proliferan propuestas que podríamos englobar dentro de lo que se ha descrito como conspiritualidad, en donde se entremezclan prácticas new age y posiciones conspirativas.

Mi punto de vista al respecto es que hay prácticas religiosas o espirituales que promueven el crecimiento y la autonomía, frente aquellas otras que promueven una dependencia ansiosa y un sometimiento explotador. Podríamos también hacer un paralelismo en términos kleinianos e indicar que hay prácticas espirituales que estimulan lo esquizoparanoide frente aquellas otras en donde predominan las ansiedades depresivas. Entre ambos polos, nuevamente, hay oscilaciones dentro de una amplia línea de continuidad. Las prácticas espirituales que promueven la autonomía, a mi entender, tienden a ser respetuosas con las personas, no fuerzan el tempo de sus practicantes, se plantean dudas y cuestiones abiertas en torno a la misma práctica, aceptan la crítica y son capaces de autocrítica, persiguen la integración personal y favorecen los vínculos, permiten que las personas abandonen el proceso cuando así lo necesiten, no inyectan el miedo al abandono, buscan cubrir las necesidades espirituales de sus practicantes, son claras en sus finanzas y tienden a estimular la creatividad y la relación abierta con los demás en un mundo complejo e incierto.

A mi entender, sería importante que las diferentes confesiones religiosas incorporaran dentro suyo algo así como un decálogo de buenas prácticas, que de algún modo pudieran trasladar a sus seguidores aquello que es éticamente permisible de aquello otro que traspasa los límites de lo tolerable y deviene explotador. Esta tarea, tanto para las confesiones religiosas como para cualquier organización social, no es sencilla, porque requiere estar abiertos a una reevaluación de sus prácticas y poder estar receptivos a cambiar desde dentro. Parte de mi tarea profesional tiene que ver también con la consultoría con algunas organizaciones que buscan aumentar la transparencia y evitar la sectarización de sus procesos de grupo.

TdP.─ Cuando pensamos en patologías solemos pensar, también, en posibles medidas de prevención. ¿Cree que se puede hacer algún tipo de prevención desde los sistemas de salud o desde los sistemas judiciales para que menos personas sean captadas por sectas? Y si es así, ¿se está llevando a cabo algún programa en nuestro país? 

Perlado.─ Particularmente, me parece esencial que los profesionales de la salud conozcan la problemática y dispongan de criterios de detección precoz. Parte de mi trabajo tiene que ver también con la formación y la capacitación de equipos profesionales, porque todavía existen muchas falsas ideas al respecto; pero no solo los profesionales de la salud, sino también del ámbito de la intervención social, así como también del derecho. El trabajo con personas atrapadas en sectas, además, nos lleva a preguntarnos y replantearnos continuamente nuestros vínculos con las instituciones, tarea que todos como profesionales deberíamos hacer regularmente.

La cuestión judicial es compleja. Por un lado, países como Francia, Bélgica o Luxemburgo han incorporado en su arsenal jurídico disposiciones específicas para abordar este problema (bajo las fórmulas del abuso de la debilidad, entre otras). En países como Inglaterra, y dentro del contexto del abuso en la relación de pareja, se ha formalizado también el delito de control coercitivo, que de hecho pudiera hacerse extensivo a situaciones que exceden el maltrato en la pareja.

Es indudable que, desde el prisma legal, los supervivientes (prefiero este término antes que el de víctima) deben ser atendidos y deben poder ser amparados para no pasar una nueva retraumatización. Cuando intervengo en juicios ─y hasta el momento ya he tenido ocasión de intervenir en más de una cincuentena─ debo evaluar el daño, pero siempre encontramos límites a la hora de poder trasladar que la experiencia sectaria sucede en un contexto de relación diádica o grupal y que no puede aislarse del mismo contexto en que se produce. Con esto quiero decir que, los grupos, en sí mismos, no pasan por el juzgado, tan solo sus prácticas y si tales prácticas resultaron en daño psicológico. Desde el punto de vista de grupo, incluso, cabría preguntarse si una legislación tendente a combatir tales grupos solucionaría el problema. En la práctica, las sectas funcionan como la Hidra de Lerna, y dada su capacidad camaleónica, se escinden, mutan y se transforman. Por lo tanto, el desarrollo de herramientas legales es tarea compleja, porque deben buscar el equilibrio entre la protección de la persona y el no poner en marcha medidas que reforzarán todavía más el repliegue autístico de estos grupos que pudiera favorecer una mayor regresión maligna.

La información, y la formación, por tanto, son dos piezas esenciales. Pero, en el contexto en el que vivimos, me parece todavía más importante empezar a incidir en edades tempranas en temas que tienen que ver con el pensamiento autónomo, el respeto a los límites, la tolerancia ante la diferencia, en definitiva, tenemos entre manos poder ayudar a las siguientes generaciones a construir identidades flexibles que contrarresten el aumento de fundamentalismos violentos de toda clase que estamos viviendo.

TdP.─ Muchas gracias por su colaboración en Temas de Psicoanálisis. Realmente, una intervención sumamente cuidada y de gran interés.

 

Miguel Perlado, psicólogo clínico, psicoterapeuta, psicoanalista SEP-IPA.
Fue fundador de la Asociación para la Investigación del Abuso Psicológico (AIIAP).
Miembro de la International Cultic Studies Association (ICSA).
Forma parte del Comité Científico de la Federación Europea de Centros de Información sobre Sectas (FECRIS).
Desde hace nueve años ha impulsado los Encuentros Nacionales sobre Sectas en España.
Mantiene desde hace años el proyecto online de libre acceso EducaSectas, que reúne diversos espacios de información y prevención sobre el fenómeno.
e-mail: consulta@miguelperlado.com