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Resumen

En este trabajo se entiende la sesión analítica como un encuentro entre dos participantes que se influyen mutuamente y condicionan así la evolución de ese encuentro. Se valora la importancia de la percepción y significado de la historia que explica el paciente, la importancia de la mente del analista para que sea capaz de percibir su relato y cómo muchos detalles se escapan a su percepción. Se analizan las diversas significaciones del relato del paciente y su influencia en el analista. De ahí la importancia de la supervisión que puede ayudar como una «segunda mirada» a una percepción y mayor comprensión del contenido y significado de la sesión analítica. Se subrayan las dificultades del supervisado para aceptar las propuestas del supervisor.

Palabras Clave: percepción, interacción, supervisión, segunda mirada.

 

Summary

In this work, the analytic session is understood as a meeting between two participants who influence each other and thus condition the evolution of that meeting. The importance of the perception and meaning of the story that the patient tells us, the importance of the analyst’s mind so that he’s able to perceive his story and how many details escape his perception are valued. The various meanings of the patient’s story and its influence on the analyst are analyzed. Hence the importance of supervision that can help as a «second look» to a greater perception and understanding of the content and meaning of the analytic session. The difficulties for the supervisee to accept the supervisor’s proposals are highlighted.

Keywords: perception, interaction, supervision, second look

 

 …lo que yo veo y escucho no son las formas
 y sonidos naturales del mundo, 
sino las imágenes visuales y sonoras 
que mi cerebro forma a partir de las 
impresiones de los sentidos.
El viento de la luna
Antonio Muñoz Molina

….la realidad, el mundo exterior que casi todos damos por supuesto,
es una construcción aproximada y muy frágil 
que el cerebro urde a partir de las percepciones de los sentidos,
 y que basta cualquier mínima alteración,
cualquier peculiaridad en el equipaje cognitivo, 
para que ese mundo que parecía tan firme 
se desmorone o cobre otro aspecto inusitado.
Testimonios del tiempo
Antonio Muñoz Molina

 

Introducción

H. S. Sullivan definía la psiquiatría como el campo de estudio de las relaciones interpersonales, destinada a dar claridad a ciertas normas características de la vida del paciente, con la perspectiva de que tal elucidación le resulte provechosa a través del análisis de esa interacción (Sullivan, 1974 en la edición española, las primeras reflexiones están contenidas en dos conferencias de 1944 y 1945). Destacaba así el carácter interpersonal como algo que la definía. La sesión terapéutica sería la reunión de dos personas con la finalidad de establecer un intercambio de ideas dirigido hacia su mutua ilustración, relación perturbada por la ansiedad experimentada por ambos participantes.

Sullivan destacó la importancia de la ansiedad de sus participantes como un obstáculo para la fluidez de ese encuentro siendo su finalidad no su eliminación, sino su reconocimiento, su identificación para hacerla consciente y aceptar su realidad. Es por ello que la sesión se convierte en un proceso siempre en movimiento y jamás estable de interacciones, resultante de la presencia de ambos participantes en ese campo. Es una cuestión de relación interpersonal, siendo el terapeuta una figura no neutral sino un observador participante cuyo principal instrumento de observación es su propio Yo, su personalidad, es decir todo él como persona y de ahí las inferencias como único medio válido de conclusión. Se trataría de una performance de dos personas, estando el comportamiento del paciente condicionado por la respuesta y resultado del comportamiento y actitudes de su terapeuta. Tanto es así que Sullivan llega incluso a postular que hasta las manifestaciones psicopatológicas del paciente se verán condicionadas por la presencia, y de qué manera, del terapeuta. Frente a diferentes terapeutas nos encontramos con diferentes pacientes, siendo este último el mismo. Así, el terapeuta está inextricablemente comprometido en todo cuanto ocurra en la sesión, porque, entre otras cosas, todos los procesos del paciente van dirigidos a él. 

Sullivan también reflexiona sobre el lenguaje como medio vehicular de la relación entre ambos participantes del encuentro de la sesión. Concluye que no solo se utiliza el lenguaje para la transmisión y comunicación de ideas, sino también para mantener cosas en la oscuridad, para mantener distancia entre ellos, para la protección de la propia estimación, en definitiva tanto para la comunicación de ideas como para su ocultamiento y distorsión.

La consideración del carácter interpersonal del encuentro paciente-analista ya viene de lejos y no ha sido privativo del psicoanálisis, sino del enfoque de Sullivan sobre el campo de acción de la psiquiatría. Por eso no nos puede llamar la atención que W. Y M. Baranger (2009) ya en 1961-1962 destacaran que no sería novedad reconocer que las primitivas descripciones de la situación analítica como situación de observación objetiva de un paciente por un analista-ojo que se limitara a registrar, entender y a veces interpretar lo que en él está pasando, pecaría de unilateralidad. El analista intervendría, a pesar de su necesaria “neutralidad” y “pasividad”, como integrante a parte completa. La situación analítica sería una situación de dos personas indefectiblemente ligadas y complementarias, e involucradas en un mismo proceso dinámico. Ningún miembro de esta pareja es inteligible dentro de la situación sin el otro. Siguiendo a los Baranger podemos decir que lo que estructura este campo bipersonal es esencialmente una fantasía inconsciente organizada como una fantasía de pareja, no siendo ni una suma ni una combinación de fantasías individuales de los dos integrantes, sino que sería un conjunto fantasmático original creado por la misma situación de campo, que se arraiga en el inconsciente de cada uno de los integrantes. Es algo que se crea entre ambos, siendo radicalmente distinto de lo que son separadamente cada uno de ellos, y esta fantasía es la estructura dinámica que confiere a cada momento un significado al campo bipersonal. Aquí los Baranger dan un paso más al considerar no solo la relación y el campo analítico como interpersonal, sino que apuntan al hecho de cómo se organiza ese campo mediante la creación de una fantasía por parte de ambos participantes que estructurará la situación analítica. Se crea un interjuego de identificaciones proyectivas e introyectivas, así como de identificaciones y contraidentificaciones. Este campo analítico se define por la neurosis transferencia-contratransferencia establecida entre el paciente y su analista. Esa fantasía inconsciente es una “gestalt”.     

Al igual que Sullivan nos hablaba de cómo las intervenciones del terapeuta condicionan y mediatizan el diálogo interpersonal, los Baranger nos indican que la técnica del analista condiciona la dinámica de la situación bipersonal. Su utilización del punto de urgencia interpretable, la manera de hacerlo, la profundidad de la misma, su selección del material de la sesión, su preferencia hacia él, su manera de tratar los sueños y los datos del material biográfico histórico, las posiciones y manifestaciones corporales, los silencios etc, configuran no solo la respuesta del paciente, sino que configurarán el setting interno y su dinámica. Es por ello que la supervisión puede ayudar a evitar que el analista se haga cómplice del paciente y entre en colusión con él, evitando ciertas áreas y temas en la sesión.

La sesión analítica como encuentro. La importancia de la percepción

La consideración de la sesión analítica como un encuentro entre dos participantes, cuyo      interjuego de interacciones condiciona y mediatiza su evolución, me ha hecho pensar en cómo podemos llegar a un conocimiento adecuado de esos hechos, de las vicisitudes de ese encuentro y de sus dinamismos. Igualmente me ha parecido muy sugerente la idea de un encuentro y las posibilidades que se abren desde esta perspectiva, en la medida en que las cosas no nos son dadas por sí mismas sino que serían fruto y consecuencia de ese encuentro. Un encuentro generador dinámico de fenómenos dentro de la esfera de lo psíquico.

He recurrido a los teóricos del Empirismo inglés, especial y concretamente a Georges Berkeley (original publicado en 1734, traducción del 2013) para dilucidar esta cuestión, porque es una escuela filosófica que se ha planteado, junto con otras escuelas, el estudio de cómo podemos obtener eso que llamamos conocimiento humano y de lo humano. Me interesa estudiar cómo percibir lo que acaece en ese encuentro y la importancia que tiene percibir o no determinados hechos psíquicos.

Berkeley considera que la única sustancia que tiene realidad y de la que podamos dar cuenta es el Yo. La única forma en que podemos tomar conocimiento de las cosas externas son las vivencias, por ello concluye que ser es ser-percibido. Consecuentemente lo único que existe son las vivencias y el Yo. Del mismo modo, podremos percibir y tener impresiones de las vivencias internas como el dolor y las diversas emociones, afectos y sentimientos que dejarán sus impresiones al ser percibidas. El Yo sería el depositario de esa colección de impresiones y de vivencias internas, así como de la percepción de las impresiones correspondientes a la realidad externa. Freud (1900) lo plantea de forma similar cuando afirma que la consciencia es el órgano encargado de la percepción de las diversas cualidades psíquicas.

Berkeley reivindicó el Yo como base de todo conocimiento. Entendió que la existencia de las cosas dependía del hecho de ser percibidas. Para él era imposible que algo exista independiente de la percepción. La existencia de algo es inconcebible sin una percepción. El mundo material es algo dependiente de la mente. Sólo tiene existencia aquello que es      percibido. No podemos hablar de la existencia real de lo exterior a la mente y distinta del hecho de ser percibido. Para Berkeley son nuestros sentidos de la percepción los que nos informan de la existencia del mundo material y de sus cualidades y estos objetos dependen enteramente de nuestros diferentes modos de percepción, adquiriendo así existencia en nuestra mente, porque este ser perceptivo y activo es la mente o el Yo. La realidad del otro será en función de que sea percibido por nuestro Yo y dependerá, incluso, de la forma en que sea percibido

Las cosas existen en la medida que al percibirlas dejan una sensación en nosotros y nos formamos una idea en nuestra mente. La mente para Berkeley es algo que piensa, quiere y percibe, un ser activo cuya existencia es percibir ideas y pensar porque sólo conocemos las cosas en la medida en que están relacionadas con nuestros sentidos y en la proporción en que éstos se vean afectados por ellas. La vida mental está hecha de impresiones y la propia mente se encarga de hilarlas, de asociarlas unas con otras, tejiendo un tapiz de asociaciones. A esta capacidad la llamará entendimiento porque la mente es como una caja de resonancia del mundo exterior, y depende de esa mente que los objetos serán entendidos de un modo u otro. Anteriormente se creía que las cualidades sensibles estaban en las cosas, ahora piensa que dependerá de la mente que las percibe porque es imposible conocer supuestas cosas en sí mismas, porque sólo las conocemos en la medida en que están relacionadas con nuestros sentidos. En ocasiones lo que parece dulce al sano, es amargo para el enfermo, la temperatura del agua puede parecer a algunos caliente y a otros fría dependiendo del calor de esa mano que se sumerge en ella. El sabor de manzana es el resultado del encuentro de una manzana con nuestras papilas gustativas, otras papilas podrían describir otro sabor. La visión de las cosas dependerá del alcance de la mirada: si miramos con un microscopio la textura y cualidad del objeto puede ser muy diferente de la visión normal. Esta cualidad del encuentro entre el objeto y el sujeto es lo que da esa cualidad de aquel, no porque la tenga en sí mismo, es por ello que para Berkeley se ha pasado de estar frente al mundo a estar en el mundo, siendo la piel lo más profundo del hombre.

La experiencia nos muestra que determinadas impresiones visibles se acompañan entre sí y así les damos un significado, asociando una impresión visible a un significado. El enrojecimiento facial hemos aprendido por experiencia que va asociado a una pasión emocional: la vergüenza. También podría asociarse a otra emoción como es la ira. La experiencia nos ayuda a comprender si se asocia a una o a otra. La expresión facial será determinante para discriminarlas, para diferenciar si ese enrojecimiento significa vergüenza o ira. La experiencia nos ayuda a poder discriminar entre un significado y otro. Igual ocurre cuando oímos al paciente explicar o narrar su historia. Asociaremos a determinados hechos biográficos un significado en función de nuestra experiencia pero siempre abiertos a que el      paciente les atribuya el suyo propio en función de su sentir. Así la muerte de un familiar no siempre irá asociada a dolor y pérdida. En ocasiones puede ser motivo de alegría y satisfacción triunfante. Hemos de esperar a comprender mediante las asociaciones del paciente cuál es el significado particular que representan para él determinados hechos biográficos. Nos ayudarán en este esclarecimiento, tanto las asociaciones que siguen a continuación, como aspectos que surgirán en su expresión facial y en la tonalidad de sus palabras, la prosodia de las mismas. Aquí conviene destacar la importancia de cómo lo dice, cuál es su entonación emocional, cuál es su carga afectiva al decirlo. Cuál es su musicalidad, en definitiva. Si sigue un curso más o menos lineal o si se ve interrumpido, en ocasiones por silencios, o si expresa su azoramiento mediante imprecisiones o disminución de su tono vocal, cayendo en musitaciones, en ocasiones ininteligibles, esto nos mostraría en estas circunstancias que nos encontramos ante escollos o contenidos que son difíciles de verbalizar, con obstáculos indicativos de nudos emocionales que nos orientan hacia puntos importantes de su conflictiva psíquica, indicándonos posibles caminos para posteriores observaciones y exploraciones, para obtener su resolución si fuera dado.

La gestualidad corporal, como comunicación no verbal, adquiere en estas circunstancias cabal importancia. Hemos de estar atentos para percibir estas comunicaciones complementarias que nos ayudan a colorear el significado emocional que a veces las      palabras esconden, disimulan o maquillan para engaño de los interlocutores. A veces, se habla para evitar la comunicación. O bien podemos creer que compartimos un mismo código comunicacional cuando en muchas ocasiones no es así. Nos encontramos frecuentemente con palabras con referencia a valores y significados que no son compartidos, sino que muestran contenidos idiosincrásicos de cada uno de los intervinientes en la pareja analítica. Nuestra experiencia hace que atribuyamos un sentido y una carga significante a las palabras, cuando las asociamos, como vehículo regio comunicacional, con lo no dicho, cómo las dice, las dificultades o no para decirlas y su acompañamiento comunicativo corporal. Cuantas más dificultades encuentre el paciente para expresarse y comunicarse mediante las palabras, más perturbado será su funcionamiento mental, en la medida que no puede hilar pensamientos con la fluidez necesaria para que den expresión a sus deseos de comunicarse.

Berkeley destacó la multiplicidad de usos y funciones que tiene el lenguaje y la utilidad de las palabras. Para él el lenguaje tendría la capacidad, no sólo de comunicar ideas, sino también la de suscitar alguna pasión, la de animar o desanimar a realizar alguna acción o la de poner la mente del interlocutor en alguna disposición particular. Las palabras pueden influir, y de qué manera, en nuestra conducta y acciones, o pueden incitarnos a hacer o a evitar una acción. Lo que Berkeley enfatiza es su poder de influir en la mente del interlocutor, predisponiéndolo a un determinado estado mental o alimentando acciones complementarias a sus deseos, buscando así materializar sus intenciones, ya sean conscientes como inconscientes, haciéndonos sentir determinadas emociones y que actuemos en consecuencia.

Igualmente importante es percibir aquello que el paciente no dice. Aquellas lagunas en su relato, aquellos hiatos que hacen difícil seguir el hilo de sus explicaciones y que nos indican que nos encontramos con un material sensible de su vida emocional. Lo que se deja de lado puede adquirir mayor importancia y significado que aquello que se ha expuesto de forma manifiesta. Sabemos que lo latente es el objeto de nuestra investigación psicoanalítica, sometido a mecanismos de defensa porque se ha hecho intolerable a nuestra conciencia, se       ha reprimido en el mejor de los casos, o se ha disociado en el peor, generando una escisión en la mente. El discurso y narración del paciente es como el decurso de un río, que al igual que sus aguas, siguen en su recorrido aquellos puntos de menor resistencia. 

Otro factor o variable a tener en cuenta en ese esfuerzo de comprensión y percepción de la problemática que el paciente nos está exponiendo, es aquello que nos hace sentir con su comunicación. Debemos estar atentos a ese impacto emocional porque la direccionalidad de sus palabras es hacia nosotros como terapeutas y destinatarios de las mismas. Inicialmente el paciente consulta en busca de ayuda por sus problemas o dificultades, siempre y cuando acuda por iniciativa propia. No siempre es así. Puede buscar comprensión, justificación y excusa para sus actos, perdón por los mismos, castigo para satisfacer ansias masoquistas o para expiar pecados cometidos, o en ocasiones la complicidad del terapeuta para excusar su responsabilidad en los acontecimientos de su vida. Puede desear encontrar un amigo ante vivencias de soledad que le acompañe para aliviarla, o erotizar y excitar al terapeuta con su historia para lograr un mayor interés de este, o viene a la entrevista para denigrarlo como objeto innecesario e inútil y demostrar así su superioridad. Los motivos inconscientes pueden ser múltiples, pero en cualquier caso conviene prestar atención a esta modalidad comunicativa, y tener en cuenta a quién le explica el paciente los avatares de su vida, a quién representa el terapeuta en ese diálogo: un amigo, un cómplice, un padre, una madre, un juez, un colega de aventuras, un objeto de excitación, un ser inservible etc.

Será necesario para comprender efectivamente el significado emocional de un cierto relato esta conjunción de factores, que unidos nos perfilan en a qué debemos atenernos. Si no fuera así nos estaríamos proyectando sobre las palabras y hechos de la vida del paciente, atribuyéndoles un significado que nos es propio, nos pertenece a nosotros y no al paciente. Esto subraya la importancia de la escucha desprejuiciada de aquello que tenga el paciente a bien explicarnos. 

Berkeley viene a considerar que la existencia, naturaleza y cualidad de las cosas es producto de un encuentro entre esos objetos y la mente que las perciba. La calidad de ese objeto vendrá condicionada por la mente que las perciba en una interacción constante. De ahí los ejemplos del sabor a manzana, que es el resultado del encuentro de lo que llamamos manzana con nuestras papilas gustativas, o la temperatura del agua en función de la mano que la percibe. Es por lo que le resulta imposible concebir en sus pensamientos alguna cosa sensible u objeto, distinto de la sensación o percepción del mismo. Lo cierto es que el objeto y la sensación son la misma cosa y no pueden, por tanto, considerarse separados el uno del otro. Concluye, por tanto, que todos esos cuerpos que componen la poderosa estructura del mundo carecen de una subsistencia independiente de la mente, y que su ser consiste en ser percibidos o conocidos; y que consecuentemente, mientras no sean percibidos por mí o no existan en mi mente, no tendrán existencia en absoluto. De ahí deduce que no hay más sustancia que la de quien percibe. Tener una idea es lo mismo que percibir. Considera que nuestras ideas son, en el fondo, retratos, imágenes o representaciones de esos objetos. Remacha su aseveración postulando que lo grande y lo pequeño, lo rápido y lo lento no existen en ninguna parte fuera de la mente, pues son enteramente relativos y cambian según las variaciones de la estructura o la posición de los órganos de los sentidos. Fuera de la mente no sería ni rápido ni lento, es decir, no serían nada en absoluto. La dureza o la blandura, el color, el sabor, la temperatura, la figura y otras cualidades semejantes existen solamente, en la mente de quien las percibe.

Esta interacción dinámica entre el objeto y la mente que lo percibe determinará las cualidades de ese objeto. De ahí la importancia que adquieren las supervisiones, en la medida en que proporcionan otra mirada sobre esa realidad clínica que ayudaría a percibir otras dimensiones que complementen las originales del terapeuta, ampliando el espectro y el registro clínico. Algo que nos parece dulce, puede tornarse amargo por cualquier causa que afecte y vicie el paladar. No sabemos, sirviéndonos de los sentidos, cuáles son las verdaderas cualidades y características del objeto. Solo sabemos que la interacción y encuentro entre ese objeto y una mente que lo perciba, será lo que las determine y las condicione. La potencia de nuestra mente la podemos observar cuando nuestras ideas se producen en ocasiones en ausencia de objetos que las susciten, como es el caso de las alucinaciones, donde se ve, se oye o se siente en ausencia de objetos que produzcan y generen esas impresiones sensitivas. Es evidente que en nuestra mente se producen ideas o sensaciones; pero no hay razón alguna para suponer que existan siempre objetos que las desencadenen. La mente puede proyectar sus impresiones sensibles al mundo exterior en ausencia de esos objetos, creándolos a su vez, recurriendo a la memoria de aquellas. Es lo que llamamos proyección. Proyectamos entonces objetos provistos de las cualidades que inicialmente se percibieron. No es una proyección de objetos inexistentes o de nuevo cuño. Como dice Berkeley, cuando tratamos de concebir la existencia de objetos exteriores, lo más que concebimos es contemplar nuestras propias ideas, y concluye diciendo que “la existencia absoluta de cosas no pensadas, son palabras sin significado” (Berkeley, 1734). 

Berkeley también reflexiona sobre los sueños en los que los sentidos de la mente están apagados y sin embargo aparecen en ella objetos, dotados de movimiento, acción, colores etc., y concluye que en un sueño percibimos como existentes cosas, a pesar de que se reconoce que esas cosas sólo tienen existencia en la mente misma. Creo que estas opiniones subrayan su idoneidad para el tema que estamos tratando.

Las investigaciones de Menninger y Holzman

Entre los analistas que han pergeñado por iluminar lo que sucede en ese encuentro y en la relación entre paciente y terapeuta, quisiera traer a colación las investigaciones de Menninger y Holzman quienes han postulado un acercamiento a esta problemática que me parece de sumo interés para lo que venimos desarrollando. Menninger y Holzman consideran que se podría formular el siguiente esquema para caracterizar las especificidades      que se dan en esa relación: 

Yo (el paciente) — Quiero (verbo) — Cura (objeto directo) —del Psicoanalista (objeto indirecto)

Pasa, a continuación, a estudiar cada uno de esos elementos que componen dicha fórmula. Así, en cuanto al objeto directo, la cura, este deseo puede sufrir diversas modificaciones que el terapeuta ha de tener en consideración. Lo que el paciente puede desear en el fondo es que se le quiera a pesar de sus síntomas y fracasos, buscando para ello audiencia, ayuda, alivio, simpatía, u obtener el perdón del terapeuta, su aceptación, aprobación y elogio. En otras ocasiones, por lo contrario, puede desear su rechazo, su castigo y reprensión o reprobación para satisfacer deseos inconscientes de castigo para aliviar sentimientos de culpa. ¿Pero cuál sería el objeto directo que se busca? Menninger responde que puede ser múltiple. El paciente puede querer que el terapeuta le proporcione fuerza, belleza, inteligencia, poderío, riqueza, empleo, un pene o uno más grande, un bebé, una pareja. En otras ocasiones pretenderá obtener tierna seguridad, confort, caricias, mimos, abrazos, contacto oral y/o genital.

En cuanto al objeto indirecto, el psicoanalista puede cambiar como tal bajo la mirada           y necesidades del paciente, según los elementos transferenciales que lo transformarán por la proyección y atribución de características de objetos de su biografía, para tal de obtener lo anteriormente reseñado. Habría que tener en cuenta a quién se dirige el paciente, y discriminar a quién va destinado su relato. 

También el verbo sufre cambios y modificaciones desde su enunciado inicial. Así podríamos percibir que el paciente buscaría, en ocasiones, complacerlo, ajustar cuentas con él, desafiarlo, herirle, irritarle, seducirle, reírse de él, humillarlo, ponerlo al descubierto en su insignificancia, calumniarlo, insultarlo, castrarlo, descargar cólera en su contra e incluso tener fantasías de matarlo. Si predominan sentimientos de culpa o componentes masoquistas expresaría deseos de que le imponga una penitencia, que le reprenda, le castigue, lo ataque, lo humille, lo viole, le castre e incluso fantasías de que le mate para expiar sus pecados.

Debemos tener en consideración que también el Yo del paciente puede ser diferente del esperado: un Yo adulto. En su lugar puede mostrar un Yo infantil, regresivo, e incluso un Yo dominado por un funcionamiento psicótico, por lo que nos obliga a diferenciar estos diversos Yo del mismo sujeto, así como, sus diferentes identidades. Preguntándonos quién es el que acude a la consulta.

En resumen, se trataría de percibir y registrar quién es el que nos consulta, qué es lo que espera, de quién lo espera y cómo cree que lo podrá obtener. Si no percibimos estos conjuntos de circunstancias será difícil saber a qué atenernos y responder adecuadamente a lo que se nos solicita. De ahí la importancia de las observaciones de Berkeley. Si no percibimos este conjunto de manifestaciones nos haremos una idea equivocada en nuestra mente de la persona que tenemos delante, porque aquello que no percibamos no existirá, con las consecuencias que se podrían derivar. Deberíamos desplegar un esfuerzo para maximizar nuestra percepción y ser capaces de registrar en nuestra mente la complejidad de hechos psíquicos que se dan en la interacción paciente-analista, aquello que el encuentro de ambos va a dar lugar. Es en nuestra mente donde estos fenómenos adquieren sentido y significado, donde se colorean, y hace que existan. Aquí de nuevo se puede observar la importancia de la supervisión para poder percibir aquello que el terapeuta no alcance a hacer.

La aportación de Freud     

Freud (1940), en el apartado VIII de su “Esquema de Psicoanálisis”, se plantea estudiar las relaciones entre el aparato psíquico y el mundo exterior y hace unas observaciones que me parecen pertinentes para el tema que estamos desarrollando. Dice así, hablando de la percepción sensorial y los métodos complementarios para discernir las cualidades del objeto conjeturado externo:

 … la tarea consiste en descubrir, tras las propiedades del objeto investigado que le son dadas directamente a nuestra percepción (las cualidades), otras que son independientes de la receptividad particular de nuestros órganos sensoriales y están más próximas al estado de cosas objetivo conjeturado. Pero a esto mismo no esperamos poder alcanzarlo, pues vemos que a todo lo nuevo por nosotros deducido estamos precisados a traducirlo, a su turno, al lenguaje de nuestras percepciones, del que nunca podemos liberarnos. Ahora bien: esos son, justamente, la naturaleza y el carácter limitado de nuestra ciencia.

Lo real-objetivo permanecerá siempre (no discernible). La ganancia que el trabajo científico produce respecto de nuestras percepciones sensoriales primarias consiste en la intelección de nexos y relaciones de dependencia que están presentes en el mundo exterior, y cuya noticia nos habilita para “comprender” algo en el mundo exterior, preverlo y, si es posible, modificarlo.

Por este camino inferimos cierto número de procesos que en sí y por sí son “no discernibles”, los interpolamos dentro de los que nos son conscientes (pp 198).     

Con humildad es capaz de reconocer que lo real-objetivo será no discernible, pero la única forma de hacernos una idea del mundo exterior será el recurso a nuestros sentidos porque siempre estaremos precisados a traducirlo al lenguaje de nuestras percepciones. En este sentido, al menos a mí me lo parece, estaría muy próximo a los postulados del obispo Berkeley y por eso he creído de utilidad saber lo que éste nos tendría que decir en cuanto      a ese encuentro entre nuestra mente y la realidad exterior y el papel fundamental que juegan nuestros sentidos y nuestra percepción.

R. Berger (1999) ahondaba en estas reflexiones freudianas y siguiendo esta estela de pensamiento afirmaba que “(…) Las cosas no existen para nosotros más que en la medida en que les prestamos interés” concluyendo que “(…) Tampoco la ciencia conoce lo real en sí mismo”. “… Es una determinada perspectiva sobre la realidad.”.

No es nada fácil este método para aprehender las cualidades del objeto y es por ello que explica las dificultades para llegar a consensos entre los mismos analistas. El conocimiento de esa realidad dependería de las “determinadas perspectivas” que se adopten, que variarán de un analista a otro, ya que el obstáculo mayor al que nos enfrentamos es la dificultad de conocer lo real en sí mismo. Las percepciones dependerán de la mente del observador y ahí intervendrán tantas variables que harán que no siempre se perciba lo mismo y lo expresa así: “…tales inferencias e interpolaciones, y no se puede desconocer que la decisión ofrece a menudo grandes dificultades, que se expresan en la falta de acuerdo entre los analistas     

Estas diferentes percepciones, producto de muchas variables y tema de otras consideraciones, serán la base del diálogo entre el supervisado y el supervisor, diálogo encaminado a enriquecer la perspectiva del supervisado para que redunde en una mayor comprensión del funcionamiento mental de su paciente y que lleve a buen puerto su responsabilidad terapéutica.

Freud (1940) en “Algunas lecciones elementales sobre Psicoanálisis”, intenta explicar cuál es la naturaleza de lo psíquico a un profano, lo que me sugiere que es algo parecido a lo que hacemos en una supervisión, salvando todas las distancias ya que el supervisado puede ser un analista avezado en el conocimiento de la naturaleza de lo psíquico, pero como metáfora me parece que recoge muchas de las vicisitudes que se viven en una sesión de supervisión. Y en esa labor: 

 Enseguida se hallará la oportunidad de llamar la atención del profano sobre unos hechos…, de los cuáles él sin duda tiene noticia, pero que hasta entonces ha descuidado o no apreció lo suficiente. Y a continuación se le puede familiarizar      con otros hechos de los que él nada sabía, y así prepararlo para la necesidad objetiva de ir más allá del juicio que hasta entonces tenía, buscar nuevos puntos de vista y prestar oídos a nuevos supuestos explicativos (Freud, 1940).

Pero también destaca las dificultades de esa labor de esclarecimiento ya que el candidato tiene o puede tener dificultades en aprehender lo que se le muestra sino se le impone por sí mismo:     

No obstante sus ventajas, le es inherente el defecto de no hacer suficiente impresión sobre el aprendiz. Algo que él ha visto nacer y crecer en medio de las dificultades no se le impondrá, ni con mucho, como algo que surja frente a él en forma acabada, en apariencia cerrado en sí mismo (Freud, 1940).

Necesitará que se imponga por sí mismo o, dicho de otro modo, descubrirlo por sí mismo en el transcurso del diálogo de la supervisión y contrastarlo en el devenir con su paciente. Sólo así podrá comprobar la veracidad de los postulados planteados en la supervisión.

El campo de supervisión

Filho y colaboradores en 2007 definen lo que ellos conceptualizan como “campo de supervisión” siguiendo los conceptos de los Baranger. Lo explicitan como un campo formado por la superposición de dos campos: el del analista-paciente y el del supervisor-supervisado. Subrayan cómo el interjuego de identificaciones proyectivas e introyectivas en la relación analítica se trasladan al campo de la supervisión y sería aquí donde se podría contribuir a una comprensión más profunda de aquellos procesos inconscientes que se producen en la mente del analizado y como consecuencia en la del supervisado y del supervisor durante el proceso de supervisión.

La supervisión tendría dos objetivos: 1) intentar comprender los dinamismos que se producen en el seno del campo de la supervisión, estudiando el material y el interjuego que se ha producido entre analista y analizado y cómo se traslada a la relación entre supervisor y supervisado; y 2) ofrecer un modelo identificatorio que permita al supervisado desarrollar su escucha analítica, que le ayude a adquirir su identidad analítica y a lograr su propia voz como analista.

Las ansiedades catastróficas, persecutorias y depresivas que se viven en la relación analítica, aparecerán en la supervisión donde se verán reproducidas entre sus participantes y sería allí donde se podrían identificar, comprender, entender, contener y resolver. Será necesario que el supervisor pueda mantener una cierta distancia crítica acerca de lo que suceda en el campo de la supervisión, mediante el uso de lo que los Baranger han conceptualizado como “segunda mirada”. Con el insight así obtenido puede esclarecer lo que sucede tanto en el campo analítico como en el de la supervisión.

La supervisión se configura como la posibilidad de una “segunda mirada”. El supervisor no puede mantener una posición completamente externa al campo, porque sería observador y a la vez participante de ese mismo campo. Se podría hablar de un campo de la supervisión donde se podría establecer esa “segunda mirada” sobre la sesión y la evolución del proceso.

En definitiva, es la mente la que configura toda la variedad de cuerpos y objetos que componen el mundo visible, cada uno de los cuales existe solamente mientras es percibido. Ahora bien, no podemos concluir que no existan porque nosotros no los percibamos, ya que puede haber otra mente que las perciba, aunque nosotros nada sepamos de esta. Esa otra mente podría ser la del supervisor y su mirada.

La complejidad de observaciones y percepciones que se dan en un encuentro entre paciente y analista requerirán en muchas ocasiones de esa otra percepción en la mente del supervisor que complemente las recogidas por el analista directamente para intentar abarcar lo máximo que se pueda y tener una percepción más global del paciente.

Conclusiones

 El supervisor podría estar en condiciones de ayudar a esclarecer esa “encrucijada de funciones” que se establece entre el paciente y su analista, para lograr una articulación “físico-psíquica” que permita avanzar en el desarrollo del proceso analítico que el analista trae al “campo de supervisión”. Se trataría, por tanto, de llamar la atención del supervisado sobre aquello que no apreció lo suficiente o que descuidó, y de familiarizarlo con hechos de los que nada sabía, como nos recuerda Freud.

Resumiendo, podríamos recoger la utilidad del concepto de “campo de supervisión” como espacio en que se pudiese desarrollar esa “segunda mirada” sobre el material de la sesión y la evolución del proceso. Una segunda mirada sobre la realidad clínica, complementando así la perspectiva del analista, ampliando el espectro y el registro clínico, porque ayudaría a percibir aquello que el terapeuta no alcance a ver, y prepararlo a ir más allá del juicio que tenía hasta ese momento, facilitando nuevos puntos de vista, nuevos supuestos comprensivos de la situación analítica y postulando una nueva perspectiva sobre la realidad del proceso.

Hemos de ser conscientes de las resistencias del supervisado, porque como decía Freud, en ocasiones hasta que la realidad clínica no se le imponga a sí mismo no aceptará su presencia, necesita descubrirlo por sí mismo.

 

Referencias bibliográficas     

Baranger, W. y M. (2009). La situación analítica como campo dinámico en Libro Anual de Psicoanálisis. Vol. XXIV (pp. 171-196). También en Revista Uruguaya de Psicoanálisis (1961-1962). Volumen IV (1) 3-54.

Berger, R. (1968). El conocimiento de la pintura. Trad. de Luis Monreal y Tejada. Editorial Noguer. 1999.

Berkeley, G. (2013). Tratado sobre los principios del conocimiento humano (original publicado en 1734). Trad. de Carlos Mellizo. Editorial Gredos. 

Filho, G.V., Pires, A.C., Berlim, G.I., Hartke, R., Lewkowicz, S. (2007). The supervisory field and proyective identification. International Journal of Psychoanalysis. 88 (3). pp. 681-689

Freud, S. (1993). La interpretación de los sueños en Obras completas de Sigmund Freud. (1900). Vol. IV y V. (Trad. José L. Etcheverry). Amorrortu. 

Freud, S. (1980). Esquema de Psicoanálisis en Obras completas de Sigmund Freud. Vol. XXIII (1940), pp. 133-209 (Trad. de José L. Etcheverry). Amorrortu.

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Menninger, K.A, Holzman, P.S. (1974). Teoría de la técnica psicoanalítica. Trad. de Mario           Arnaldo Marino. Editorial Psique.

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José Luis Lillo Espinosa
Médico Psiquiatra.
Psicoanalista didacta de la Sociedad Española de Psicoanálisis (SEP).
10664jle@comb.cat