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El poema “El niño perdido” de Neruda se inscribe en el primer libro de los cinco que constituye “Memorial de Isla Negra”, libro que titula “Donde nace la lluvia”. “Memorial de Isla Negra” es un poema que Neruda publicó en 1964 con ocasión de su sesenta cumpleaños y como es habitual en su poesía, incide en gran parte en motivos autobiográficos. Recogeré los comentarios de Giuseppe Bellini sobre este texto, especialista en su trabajo, que, aun siendo italiano, se hizo un lector apasionado de Neruda, lo que demuestra que la poesía trasciende fronteras tanto geográficas como lingüísticas.
Bellini destaca en estos poemas una indagación incansable de Neruda en su propia sustancia espiritual, una reinmersión en sí mismo a fin de comprenderse y hacerse comprender, definiendo una sugestiva geografía interior, como si recorriera las calles de su mundo interno para establecer un mapa que le sirviera de guía para su desarrollo y maduración espiritual. Es una poesía de la memoria hacia un punto o nueva estación de su crecimiento como hombre.
La poesía de Neruda, nos recuerda Bellini, ha sido siempre una confesión autobiográfica de un personaje complejo y lleno de contrastes, o como dice él mismo:

de un hombre claro y confundido
de un hombre lluvioso y alegre
enérgico y otoñabundo

En este texto hace constantes balances de su trayectoria vital que le lleva a una confesión íntima de sí mismo como ser humano. Son retales autobiográficos, hechos poemas en los que describe no solamente su aventura espiritual y poética, sino que son declaraciones de su humanidad y su evolución, reflejo de su sustancia más íntima, en la que confluye la historia del hombre en el plano más subjetivo e íntimo, describiendo una trayectoria existencial que la memoria va evocando.
Pero hay que tener en cuenta que la cronología del recuerdo se estanca con frecuencia en meditaciones improvisadas, a la vez que en ocasiones se vislumbra el cansancio del recuerdo, pero siempre rechaza lo episódico para perseguir objetivos más espirituales. El descubrimiento de su condición humana le lleva a evidenciar la tristeza de la vida, pero en cualquier caso vuelve continuamente para comprenderse y explicarse, constatando lo irrepetible del tiempo, el desgaste de la belleza y de los sentimientos. Un sentimiento trágico inunda sus páginas: la vida es un laberinto en el que se mueve sin encontrar salida. En cualquier caso, y aunque se exprese con voces antiguas, saben a nuevas como lo son los problemas del hombre.
Entrando ya en materia, en el poema “El niño perdido” Neruda recuerda y rememora su adiós a la infancia, como algo que se pierde definitivamente, paso necesario de la adolescencia y en su hacerse hombre, una infancia que se pierde, pero que es la base de la personalidad futura:

Lenta infancia de donde
como de un pasto largo
crece el duro pistilo,
la madera del hombre.
¿Quién fui? ¿Qué fui? ¿Qué fuimos?

Es el duelo y la pregunta de quién fue, aquello que se ha perdido, aunque fuera la base de su identidad posterior, es la añoranza de lo que se fue entonces y que ya no está. Todo el poema es la expresión del asombro ante los cambios, las modificaciones que va sufriendo y que no puede hacer nada para detenerlos:

Cambió tu piel
tu pelo, tu memoria. Aquel no fuiste
Cambios que siguen un derrotero inexorable:
pero tú ya no fuiste, vino el otro,
el otro tú, y el otro hasta que te fuiste…

Esa presencia nueva, ese otro tú que recoge en sus versos, esa extrañeza y asombro ante esa nueva identidad, ante ese cuerpo nuevo, con una piel nueva, con un pelo nuevo y con otra memoria. Detalla la tensión entre lo que fue y lo nuevo que emerge. Esta transición le llena de perplejidad y con dificultades para asumir ser otro yo:

pero fue el crecimiento como un traje!
era otro el hombre y lo llevó prestado

La vivencia de que la nueva identidad fuera prestada, no sintiéndola todavía como propia y no solo en la adolescencia sino en toda la vida de ese otro hombre nuevo que ocupa sus huesos mientras su esqueleto se mantiene firme.

Y de repente apareció en mi rostro
un rostro de extranjero
y eras también yo mismo:
era yo que crecía.

Ese hacerse hombre es algo que le parece extraño porque aún sigue sintiéndose ese niño que ya no es, extranjero en su propia piel, en su propia vida:

y cambiamos
y nunca más supimos quiénes éramos
y a veces recordamos
al que vivió en nosotros.

Su indagación, su investigación es buscar donde se fue el niño, que fue sustituido por este extranjero que ya es el hombre, como si fuera un traje al que todavía no nos hemos acostumbrado, nos parece ancho o estrecho, pero que no acaba de ajustarse a nuestras medidas internas, a nuestro yo interior.
Creo que este poema de Neruda describe con enorme sensibilidad y agudeza los cambios inherentes a la adolescencia, los cambios que se producen, lo perdido y la aparición de lo nuevo, las tensiones que generan y las ansiedades que es necesario metabolizar y hacer frente. Enfatiza y subraya esa búsqueda pertinaz del niño que se fue en su momento y que se ha perdido, y las ansiedades a las que da lugar a ese otro yo, que a veces siente como extranjero, o un yo que es como un traje prestado, con la dificultad de asumir la nueva identidad y reconocer en ese extraño al nuevo yo. Sentimiento que Neruda describe como una constante en su vida, sintiéndose extraño en su mismidad, el crecimiento como dolor por lo que se fue y que le lleva a preguntarse quién fue porque ya no sabe ni quién es ni quién fue. El asombro, la perplejidad y la angustia ante ese otro yo nuevo, que no acaba de sentir del todo propio.
Animo a su lectura completa, que recoge muchos más matices y ansiedades de las que he intentado sintetizar, en una lectura, como todas sesgadas, destacando aquello que me ha parecido nuclear en su descripción.

Referencia bibliográfica

Neruda, P. (1994). Memorial de la isla negra. Colección Visor de poesía. Visor Libros, Madrid.

José Luis Lillo Espinosa
10664jle@comb.cat
Psicoanalista Didacta de la SEP