Resumen
Partiendo de la teoría sexual de las neurosis en el origen del psicoanálisis, se hacen hipótesis sobre las posibles causas de patología mental en la actualidad. La idea de que la hipersexualización sustituye a la represión y encubre nuevas obligaciones, prohibiciones y castigos, se observa desde la forma de acceder a la información sexual por parte de los púberes/adolescentes.
Palabras clave: Adolescencia, sexualidad, escena primaria, teorías sexuales infantiles, internet.
Abstract
Starting from the sexual theory of neuroses at the origin of psychoanalysis, hypotheses are made about possible causes of mental pathology today. The idea that hypersexualization replaces repression and conceals new obligations, prohibitions, and punishments is observed in the way pubescent/adolescent individuals access sexual information.
Keywords: Adolescence, sexuality, primal scene, infantile sexual theories, internet.
El estudio de la sexualidad humana es una piedra basal del psicoanálisis. Freud (1976, 1914) relataba cómo había surgido en él la idea de la sexualidad como causa de trastornos mentales. Con un cierto humor recuerda las frases de Breuer, Charcot y Chrobak a las que no prestó atención en un principio, pero que, un tiempo después de haberlas oído, le llevaron a pensar en la importancia de la sexualidad reprimida en sus pacientes histéricas. Creo que vale la pena recordar cuáles eran esas frases. Primero le sorprendió la frase de Breuer al hablar de un caso clínico: “son siempre secretos de alcoba”. Años más tarde, escuchó a Charcot, en respuesta a un colega que refería otro caso clínico, decir: “Mais dans des cas pareils c’est toujours la chose génital, toujours… toujours… toujours!” a lo que Freud pensó: “y si él lo sabe, ¿por qué nunca lo dice?”. Y quizás la más célebre de todas fue la que le transmitió Chrobak, un famoso ginecólogo vienés, al derivarle una paciente a Freud: “La única receta para una enfermedad así […], nos es bien conocida pero no podemos prescribirla. Sería: Rp. Penis normalis dosim. Repetatur!” Más de un siglo después, estos comentarios que contribuyeron a crear una de las bases más importantes del psicoanálisis nos parecen tremendamente ingenuos. Médicos importantes hablaban con pudor y casi a hurtadillas de sexualidad.
Mucho ha llovido desde entonces, muchos psicoanalistas han ampliado con sus trabajos las implicaciones de la sexualidad en el psiquismo. Además, desde aquel fin de siglo XIX en que Freud empezó a hablar e investigar sobre la sexualidad humana, la psicología, la medicina, la sociología y la antropología han estudiado el tema desde muchos puntos de vista y con muchas polémicas. Entre los años 30 y 70 del siglo XX, autores no psicoanalistas como Margaret Mead, William Masters y Virginia Johnson, Alfred Kinsey o Shere Hite fueron pioneros en su estudio y llevaron la sexualidad a los laboratorios, a las universidades, a las encuestas, a las conversaciones y a los medios de comunicación. Tanto Freud como sus seguidores y los investigadores citados parecen ahora naifs a los ojos de los jóvenes de hoy en día, si es que saben que han existido estos científicos. Las sociedades occidentales han vivido una revolución sexual tan continuada que a los menores de 50 años les puede parecer extraño que científicos relevantes se jugaran el prestigio por estudiar el tema.
Muy lejos quedan los problemas de la represión victoriana; los jóvenes piensan que la revolución sexual de los 60 es una batallita de abuelos o simplemente la desconocen. Los padres de hoy nacieron en los 80 en un entorno más distendido en el que se podía hablar más libremente y el sexo no estaba tan revestido de peligro o prohibición. Los adolescentes de los 90 tuvieron que vivir sus experiencias sexuales bajo la amenaza del SIDA que aportaba una buena dosis de pulsión de muerte a Eros. Aún y así, se habló y mucho, se tomó consciencia de medidas preventivas y en las escuelas y la televisión se hablaba de sexo. Seguro que nunca fue suficiente, ni se hizo lo bastante bien, y aun siendo cierto que la educación sexual en las escuelas siempre se ha considerado la pariente pobre, desde hace cuarenta años mejor o peor ha existido. Y la posibilidad de tratar del tema en la mayoría de familias se ha ido normalizando. Los ahora abuelos, sabemos reconocer muy bien las diferencias.
Aun así, las cosas dan vuelcos inesperados, y los que hemos luchado contra la represión, a momentos pensamos si ahora no habrá necesidad de ella. No cunda el pánico, no voy a reclamarla. Pero en la actualidad, en parte por la presencia de las nuevas tecnologías, la sexualidad se ha banalizado de tal manera que lo íntimo se ha vuelto público y lo prohibido parece convertirse en obligatorio. Eso nos lleva a tener que repensar el tema en el momento actual, y sobre todo desde el punto de vista del psicoanálisis. Y a esto va dedicado este artículo, pero me centraré solo en cómo llega la información sexual a la infancia y la adolescencia hoy en día, tomando como base los conceptos de curiosidad sexual infantil y la escena primaria. El tema es tan amplio que con esto basta y sobra.
La información sexual en la adolescencia, hoy
No podemos negar que la adolescencia es una etapa vital en que el redescubrimiento de la sexualidad y las primeras prácticas sexuales tienen una gran importancia. Existe amplio consenso en que la sexualidad en esta etapa, como otros descubrimientos, puede ser arriesgada e irresponsable, de hecho, siempre ha sido así. Además, en una sociedad en que los adultos ven correctas, sensatas y prudentes determinadas prácticas y actitudes que en algún momento fueron arriesgadas, alocadas o intolerables para otros adultos, hace que la adolescencia deba ir más lejos a buscar los límites.
La adolescencia como un proceso integral y complejo es una etapa clave en la construcción de la identidad, de las relaciones y de los valores. Esto va unido a un gran desarrollo de la curiosidad, las dudas, el sentido de pertenencia y la diferencia respecto al núcleo familiar. En el aspecto sexual, es lógico esperar que aparezca la curiosidad saludable de explorar y experimentar. Ganas de conocer, pero también de tranquilizarse ante las preocupaciones e incertidumbres que se plantean al dejar atrás la infancia y enfrentarse a un mundo adulto que atrae a la vez que atemoriza.
A nadie se le escapa que hoy en día las redes sociales e Internet, con todos sus contenidos, se han convertido en el principal educador de la sexualidad infantil y adolescente, muy por encima de las familias y la escuela. “Educador” en este contexto no se usa solo en el buen sentido, sino en el sentido amplio del que enseña, y si no son cosas convenientes, son cosas inconvenientes.
Al empezar a pensar en este artículo, me resultaba imposible no recordar mi experiencia adolescente a mediados de los 60, como una niña de un colegio religioso que llevaba a sus amigas a casa donde pasábamos muchos ratos consultando una gran enciclopedia en búsqueda de palabras que parecían encubrir los grandes secretos. Lo cierto es que la enciclopedia no servía de mucho, pero ahora esta experiencia me sirve para compararla con la facilidad para acceder a la información que tienen, por suerte y por desgracia, los jóvenes de hoy en día. Pero la dialéctica Eros-Thanatos acompaña al ser humano, y la informática, que tanto nos ayuda, también tiene sus peligros y no son banales. Veamos qué puede aportar hoy el psicoanálisis al tema del conocimiento de la sexualidad.
Pulsión epistemofílica y escena primaria
Para seguir, refrescaré un poco la memoria. Para Freud (1976, 1905) la curiosidad sexual infantil (epistemofilia) estaba diferenciada de la pulsión de investigación, ya que aquella inviste directamente lo sexual. La pulsión de investigación estaría después asentada en la curiosidad sexual infantil que se dirigiría hacia objetos no sexuales y generaría las diferentes teorías sexuales infantiles. Esta primera curiosidad está dominada en un primer momento por un interés en la contemplación de los órganos genitales y de la relación sexual (pulsión escópica). En este momento, Freud también destaca la importancia que desempeña la búsqueda de esta contemplación de un objeto de deseo.
Freud, en el caso del pequeño Hans “(Análisis de la fobia de un niño de cinco años”, 1976, 1909), diferencia la curiosidad sexual de la pulsión escópica, ya que la curiosidad sexual elige como objeto privilegiado un objeto ausente, el pene materno, y no se limita al placer de ver, sino que se desarrolla enseguida como necesidad de compararse con el objeto mirado. Si la pulsión escópica supera el riesgo de quedar fijada en el voyeurismo o el fetichismo, la curiosidad sexual puede investirse con la dimensión del enigma, y para que exista un enigma es necesaria la existencia de un saber presentido, aunque no poseído.
Es Melanie Klein (1989, 1921) quién relaciona la curiosidad infantil con el sadismo y la posición libidinal sádico-anal que empuja al niño a querer apropiarse de los contenidos del cuerpo, particularmente del de la madre, a la que se supone poseedora del pene y de los bebés. Destaca Klein que, si hay una dificultad del niño en manifestar su curiosidad y del entorno en satisfacerla de manera adecuada, la curiosidad infantil puede derivar a una inhibición o una fuerte aversión o a tomar una forma obsesiva, lo que puede verse con frecuencia en la sintomatología infantil, por ejemplo, en las dificultades de aprendizaje.
La adolescencia, con su fuerza biológica imparable, viene a romper a base de sensaciones y preguntas la tranquilidad de aprendizaje en la latencia, en la que predominan la pulsión de investigación y ciertos procesos de sublimación.
Una se pregunta, por un lado, ¿cómo satisface cada persona aquella primera curiosidad? Por otro lado, ¿qué adultos acompañan al descubrimiento de la sexualidad infantil? ¿Son padres amorosos y comprensivos, padres ansiosos, una familia desestructurada, una familia puritana y represiva o quizá progresista y excitante? En cualquier caso, estas improntas despiertan nuevas preguntas y búsquedas. El adolescente puede iniciar la investigación con muchos más recursos internos y externos que un latente, pero con un inconsciente más que nunca indómito y cargado de fantasías, de creencias e inseguridades. ¿Cómo se realiza hoy este encuentro?
La escena primaria y la búsqueda sexual del adolescente
Otro concepto de los que conformaron el psicoanálisis y que creo importante revisar para el desarrollo de este trabajo, es el de escena primaria. “Llamamos escena primaria o también llamada originaria, a la escena de relaciones sexuales entre los padres, observada, construida o fantaseada por el niño e interpretada por él en términos de violencia. Esta escena no es comprendida, sigue siendo enigmática y provoca simultáneamente una excitación sexual en el niño” (Diccionario Int. de Psicoanálisis, 2007).
Freud hace énfasis en el aspecto violento que el infante confiere a la relación que contempla, le otorga la cualidad de traumática a la contemplación de la escena primaria y a las teorías que luego desarrolla el niño de agresión del padre hacia la madre. Sin embargo, Klein (1952), le da un enfoque diferente al no contemplar sólo un enigma hecho de violencia, sino a la posibilidad de que el niño proyecte sus fantasías amorosas. Así, el niño imaginará “al padre poniendo alimento bueno dentro de la madre, la alimenta con su órgano genital porque ella le ha alimentado con sus pechos”.
Estas fantasías alrededor de la escena primaria, teñidas de amor, violencia y teorías sexuales infantiles sufren un proceso de represión y se alejan del recuerdo consciente. Aparecen en sueños o se subliman. ¿Qué sucede cuando un joven busca información hoy en día sobre sexualidad? Desde luego, no encuentra ninguna de las puertas cerradas de la enciclopedia de mi casa. Por el contrario, portales rellenos de imágenes y textos y cómo no de pornografía.
Cito aquí a Mariela Michelena¹, que en su bien documentado libro Saber y no saber. Curiosidad sexual infantil (2006) refiere cómo el niño quiere mantenerse en la duda. Él quiere saber y no saber a la vez. Ni se conforma con sus creencias, ni se conforma con las explicaciones que encuentra en su entorno. El niño quiere corroborar su propia teoría y a la vez quiere contradecirla. Y se refiere a ello como una paradoja. “¿Cómo se pueden congregar, sin estorbarse, la certeza y la incertidumbre, la pregunta y su respuesta previa, el deseo y el horror de saber? No se trata de una disyuntiva, el curioso no opta. Se trata de una paradoja.”(Michelena, 2006).
Respondiendo a la entrevista para Temas de Psicoanálisis (Garcia Gomila, C., 2020) Michelena nos dice que “La experiencia clínica nos muestra que tenemos cada vez más niños diagnosticados de trastorno de hiperactividad, niños hiperexcitados que no encuentran sosiego. La etapa de latencia parece haber desaparecido. Nuestros niños de hoy saltan, sin la pausa que supone la latencia, de la excitación edípica a la excitación preadolescente cuando todavía no tienen ni siquiera la disposición física para expresar su sexualidad y descargarla. La pornografía, sin censura, tan disponible a todas las edades, ofrece una imagen muy distorsionada de la sexualidad. Una sexualidad hiperefectiva de erecciones perpetuas y disponibilidad indiscriminada sin ningún referente afectivo que la acompañe. Se privilegian la inmediatez y la dominación. Si ese es el modelo que se ha convertido en ideal, para empezar, será fácil que tanto ellos como ellas se sientan inadecuados e insuficientes al pretender emular una actuación estelar, que nada tiene que ver con las dificultades cotidianas de una sexualidad suficientemente satisfactoria.”
¿Cómo se produce el encuentro entre la curiosidad y la información?
El estudio La sexualidad de las mujeres jóvenes (Pinta y Vázquez, 2022) muestra cómo la información sexual llega tan solo en un 8% de los casos a través de los progenitores y cómo se buscan otros espacios de referencia que suelen ser principalmente las amistades e internet. No dudamos que la búsqueda de información es un indicador de curiosidad y autonomía, pero la falta de acompañamiento adecuado puede generar escenarios en los que se reproduzca, por ejemplo, el discurso hegemónico de la sexualidad machista, violenta y sesgada en cuanto a la representación de cuerpos, prácticas o vivencias.
Por lo que sabemos, el inconsciente no descansa, y las fantasías y temores que andan en barbecho durante la ahora frágil latencia, surgen de nuevo en la adolescencia. Ahora,además, ya se habla de cómo los jóvenes llegan a la pornografía, o mejor dicho aún, de cómo la pornografía llega a los jóvenes. Un primer contacto puede producirse entre los 8 y 10 años sin que exista una búsqueda premeditada. El consumo que se hace de esta pornografía gratuita que llega a nuestros jóvenes, se generaliza a partir de los 13 años. Se trata de una pornografía dura, muy violenta y en la que las relaciones entre hombres y mujeres son de poder y sumisión, cuando no de escenas de franca agresividad y violaciones. Y sin el adecuado acompañamiento, repito.
Aquí es donde me permito hacer mis aportaciones. Se escribe largo y tendido sobre los peligros de la sexualidad en Internet. El contacto precoz con la pornografía, las posibilidades de abuso o difamación y la inseguridad de los dispositivos móviles son temas que llenan los periódicos y que son tratados, a veces con gran rigor y sensibilidad (TV3, 2023), en los medios de comunicación. Pero, ¿qué se puede aportar desde el psicoanálisis? Solo me atreveré a formular con un poco de criterio preguntas que me surgen al ver a los jóvenes de casa y a los hijos de mis pacientes y establecer alguna hipótesis plausible que nos ayude a pensar.
Como es normal en esta etapa de la vida, y como trataba en un artículo en esta publicación (García Gomila, C., 2012), los temas sexuales no suelen aprenderse precisamente a través de los maestros y padres, sino que es más a través de los iguales, de informaciones más o menos realistas y como no, a través de personas mayores con poca cabeza o pocos escrúpulos. En la actualidad, queda claro que Internet es la principal fuente de conocimiento a la hora de que los niños y adolescentes de hoy en día, se ilustren sobre la sexualidad.
Antes decía que la sexualidad se inviste con la dimensión del enigma, y que para ello es necesaria la existencia de un saber presentido, aunque no se conozca. Así aquel que busca, espera confirmar ese saber presentido, desvelar el enigma, confirmar las creencias o instalarse en la duda.
Entonces, me pregunto: ¿cómo deben sentirse cuando todavía en la latencia intentan explorar el tema y se encuentran con escenas claramente explícitas? Peor aún, cuando se encuentran con una información que los busca a ellos y no al revés. ¿Cómo debe ser la escena primaria reprimida que retorna sin impunidad y por sorpresa antes de reformularse las preguntas?
El camino que siga en cada persona será distinto, pero no debemos obviar el factor sorpresa y cómo pueden aparecer con fuerza las fantasías reprimidas y crear la sensación de que aquellas viejas teorías sexuales infantiles eran la pura verdad. Si tanto Freud como Klein y otros muchos autores consideran que la escena primaria está cargada de fantasías violentas, de dominación y repugnancia, me aventuro a hipotetizar que la contemplación de imágenes pornográficas en la tranquilidad de la escuela o de casa en el propio ordenador o Smartphone pueden producir una fuerte coincidencia cognitiva y la confirmación de aquellos temores y deseos.
Probablemente, al púber/adolescente quizá le costará expresar la turbación que siente a sus compañeros, igual de excitados, igual de sorprendidos y de asustados, que quieren aparentar a toda costa que dominan la situación. Muy buena relación tendrá que haber para que comunique esta turbación a los padres. Así, el joven en su tímida búsqueda se encuentra con un saber incómodo que, al activar las teorías sexuales infantiles creadas a partir de la escena primaria, reactivan las ansiedades primitivas e incluso al superyó arcaico. Sin lugar a duda, y con las complicaciones que ya tiene el adolescente con su identidad, con su familia, con su cuerpo, con los cambios escolares, deberá recurrir a mecanismos de defensa variados para manejar la angustia que le provoca el contacto con más información de la que puede manejar emocionalmente. Podríamos conjeturar que la aparición de elementos beta parece inevitable y la soledad para convertirlos en alfa no es la mejor compañía.
Frente a esta información, que aparece en un momento en que el entorno de iguales está también buscando y en el ámbito de una sociedad altamente sexualizada, también cabe pensar que las defensas más utilizadas sean las maníacas. El presumir de lo que se sabe, la sensación narcisista de ir por delante de los demás, presumir de no tener ni miedo, ni angustia, ni asco, y que a menudo pueden acompañar todo esto de actuaciones precoces que buscan descargar el malestar a base de negar los afectos.
Por el contrario, y esto parece no preocupar tanto a las familias o a la opinión pública, el joven puede retraerse en una inhibición de la curiosidad general y tener problemas en el aprendizaje, o una vergüenza extrema que le dificulte relacionarse, cuando no una clara aversión hacia la sexualidad. En otros puede derivar hacia defensas de tipo obsesivo en que se intenta controlar la aparición de la curiosidad o del deseo a través de conductas ascéticas, del deporte o del cuidado corporal extremos o su contrario, caer en un consumo compulsivo de imágenes pornográficas que pueda dar lugar a una adicción. Son simples hipótesis para pensar cómo una inmersión brusca en la sexualidad distorsionada de las redes puede generar sufrimiento.
Sin embargo, me inclino a pensar que la hipersexualidad en las redes no sería más que el señuelo con el que imbuir ideología y conformar los gustos y la ética de los jóvenes, y los no tan jóvenes. Quizá suena conspiranoico y arriesgado afirmar esto, pero hay que poder pensarlo. A mí me cuesta a veces apartar la vista de Instagram o YouTube con su carrusel de imágenes más o menos afines a mis intereses. Y me cuesta darme cuenta de que estoy montada precisamente en un carrusel que va dando vueltas sin ir a ningún lado, pero que roba mi tiempo y mi atención mientras me genera la sensación de estar siempre en marcha.
Esa sintomatología nos recuerda algo
Queda claro que la represión y el castigo de la sexualidad típicos en tiempos de Freud eran realmente dañinos. Pero según parece, el péndulo Eros-Thanatos no se detiene, y ahora un exceso de supuesta libertad sexual genera también patología. Antes bromeaba sobre pedir un poco de represión, y quizá no es esta la palabra, pero lo cierto es que la erotización de la sociedad actual, con su consumo narcisista y su búsqueda compulsiva de likes, puede resultar muy intrusiva, sobre todo en el proceso de hacerse adulto. Al margen de lo que vean en la escuela o en las redes, la sexualidad todo lo impregna con purpurinas y temores y aún peor, con obligaciones implícitas. Obligaciones que vienen, redes sociales mediante, de parte de los pares, de los iguales y compañeros que crean sus propios rituales iniciáticos, su propia cultura con características primitivas como una forma de hacer frente a las angustias que muchos de los adultos que los acompañan desconocen y que quizá también tengan dificultad en afrontar.
Como ya dije, estas obligaciones no las reciben sólo los más jóvenes. Estamos en una sociedad en que hay también mucha exigencia. Estamos influenciados por muchos elementos superyoicos camuflados de autopresión y pensamiento positivo. Byung-Chul Han (Han, 2022) en la Sociedad del cansancio, nos advierte sobre cómo en lugar de una sociedad dominada por la represión y la coerción, —como sucedía por ejemplo en la Europa de Freud, pero por extensión a la mayor parte de la historia—, la sociedad actual se caracterizaría por la autopresión y el agotamiento. Así, en las sociedades disciplinarias del pasado se ejercía el control a través de la prohibición y la represión y en la sociedad actual se utiliza la positividad y el exceso como método de control.
Las pantallas, así, como si de un pariente cercano se tratara, están en todas partes, nos influencian con sus imágenes incorpóreas e inciden sobre nosotros de forma seductora y engañosa. Un superyó rebozado de purpurina, unicornios y puestas de sol que esconde los bajos fondos del perfeccionismo, el rendimiento y el ideal narcisista de ser único y en consecuencia la violencia del castigo y el miedo al fracaso. El castigo camuflado es la invisibilidad en las redes, y las consecuencias, la soledad y la depresión.
Asimismo, Han (2022) señala la desaparición del “otro” externo como agente de control y como este lugar viene ocupado por la presión voluntaria de ser exitosos y felices. Realmente, el Superyó siempre ha sido esto, la interiorización de normas y prohibiciones sociales, pero siempre quedaba un resquicio de crítica suficiente para querer rebelarse contra las normas y los castigos. Ahora queda todo camuflado y resulta realmente difícil.
Así, la patología que encontramos hoy en día tiene mucho que ver con inseguridades y vergüenzas derivadas de un tiránico ideal del Yo. La depresión y el suicidio de los jóvenes son la punta del iceberg del desconcierto y la anomia social que se vive hoy en día. Y algo debe tener que ver en ello la precocidad en el contacto con imágenes e informaciones difíciles de digerir para los menores. Y además no son imágenes casuales, hay toda una industria que las produce y las difunde gratuitamente. Y como se dice en marketing, en Internet, si no eres el cliente, eres el producto. Puesto que los menores no compran pornografía, sino que se la regalan, ¿qué producto son? ¿A quién interesa que reciban estas descargas de dopamina mientras van camino de la escuela? No tengo respuestas, pero sí preguntas, estas y muchas más. Y espero poder formularlas durante mucho tiempo y deseo que otros se formulen las suyas.
Sin embargo, quiero terminar con unos datos que llaman a un cierto optimismo, al menos en lo que a sexualidad se refiere. Según la encuesta FRESC (2021), el 26,3% de las chicas de 15 y 16 años identifica haber sufrido violencia machista por parte de su pareja. Pero también muestra que el 64,2% de los chicos y el 71,8% de las chicas de todos los grupos de edad estudiados declaran sentirse satisfechos en el ámbito sexual y que el 77,1% de las chicas y el 80,2% de los chicos han utilizado algún método anticonceptivo durante la última relación sexual. O, dicho de otro modo: la población joven identifica cada vez más las violencias machistas, disfrutan cada vez más de sus relaciones sexuales, exploran más su deseo y buscan la manera de cuidarse. Esperemos que esta sea la tendencia, pero no bajemos la guardia.
Referencias bibliográficas
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Carme Garcia Gomila
Licenciada en Medicina y Cirugía
Psicoanalista SEP-IPA
e-mail: 25550cgg@comb.cat