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“Vidas pasadas” es una película sobre el amor, pero no es una comedia romántica. En la escena inicial se condensa el tema: en una barra de bar conversan un hombre y una mujer, ambos coreanos, mientras les observa, sin intervenir, un tercer personaje, un hombre norteamericano. Se escucha un diálogo en “off”, dos personas discuten sobre cuál es la relación entre los tres personajes. A modo de un prólogo teatral, antes de que suba el telón, se anuncia brevemente el tema de la obra: ¿cuál es la auténtica naturaleza del vínculo amoroso que los une?
“Vidas pasadas” se refiere al vínculo amoroso que tiene sus raíces en momentos pasados, lo que nos lleva a pensar en el apego de los inicios de la vida, algo que no podremos recordar de manera explícita, concreta, pero que de alguna manera añoramos como si viniera de un pasado, de “otra vida”. En cierta manera, los vínculos posteriores están marcados por esta especie de “migración” o marcha del lugar originario.
En el film aparece el término in-yeon, una palabra coreana de origen budista, que viene a significar que una unión amorosa viene de vidas pasadas. El in-yeon se origina después de innumerables encuentros en vidas anteriores y vendría a simbolizar la unión perfecta, al fin reencontrada.
La historia que narra Celine Song, en gran parte autobiográfica, comienza en Seúl: dos chicos de 12 años, Hae Sung y Nora, compañeros de instituto, explican a sus madres que se gustan y éstas deciden que se encuentren en un parque. Mientras ellos juegan, las madres comentan que forman una buena pareja. Pero Nora tiene ambiciones, quiere ser una escritora famosa y le dice a su pequeño admirador que en Corea nunca ha habido un Premio Nobel. Además, los padres de ella también quieren emprender una nueva vida y se marchan a Canadá. A partir de esta primera separación, el relato nos traslada de una manera intimista y elegante a dos reencuentros posteriores, uno online al cabo de 12 años y otro presencial al cabo de otros 12 años. Parece haber un mensaje implícito en este intervalo temporal de 12 años, un sentido que no se explicita y que queda abierto.
Cuando Hae Sung está haciendo el servicio militar obligatorio, siente añoranza por su amor de infancia y busca a Nora por internet, cosa que ella finalmente detecta. Empiezan las conversaciones a través de la pantalla. En una de ellas, Hae Sung se encuentra en un teleférico desde el que se ve Seúl. Nora decide cortar estos encuentros y cuando él le pregunta el motivo, ella le explica que es porque le viene el recuerdo de su Seúl natal y llora de añoranza. Desde entonces ya no veremos llorar más a Nora, excepto en la escena final, a la que nos referiremos más adelante.
Llorar representa una relación con el pasado, una nostalgia que para Nora se hace incompatible con el progreso. Hae Sung le recuerda que en el instituto ella lloraba a menudo, especialmente cuando algo no le salía como quería, por ejemplo, una nota de examen inferior a la que esperaba. Su ambición por tener éxito no es compatible con la añoranza de querer volver al pasado: Nora debe dejar atrás el vínculo con Seúl y con Hae Sung.
El segundo reencuentro se produce en Nueva York, doce años después. Él ha decidido ir de vacaciones a Estados Unidos para poder verla. Este primer encuentro presencial después de 24 años tiene lugar en un parque que evoca aquel otro en que correteaban ante la mirada de sus madres. Antes de que llegue ella, él está inquieto, no sabe qué hacer con sus manos, parece que no sabe cómo recibirla, cuál es la naturaleza del vínculo que existe ahora entre ambos. Cuando llega, ella se abraza a él. Esta cercanía recuperada, señala el inicio de una comunicación respecto a qué ha sido para cada uno de ellos este amor de la infancia, cómo lo recuerdan, qué significa en el momento presente.
A partir de este momento se producen las dos escenas culminantes del film: la conversación entre Nora y su compañero americano, y la conversación entre Nora y Hae Sung. En la primera de ellas, el novio expresa su sentimiento de celos por la relación pasada entre ellos dos, a la que considera más auténtica, más estimulante, mientras siente que la actual es más “normal”. Es interesante la aparición de este tema que se observa a menudo en las relaciones de pareja: los celos por las relaciones anteriores, las “vidas pasadas”, sobre las que se proyecta la fantasía de que fueron más intensas, más “auténtico amor”. Este sentimiento se ve agudizado cuando han existido dificultades en el primer vínculo y se experimenta el anhelo de un amor ideal, incondicional. Nora tranquiliza a su compañero: Hae es muy “coreano”, le dice, en el sentido de que es muy conformista, poco ambicioso.
El diálogo entre Nora y Hae Sung plantea de nuevo el conflicto entre las dos maneras de vivir el vínculo amoroso que hubo en el pasado entre ambos. Hae ha fracasado en sus intentos de hacer una pareja y se presenta como alguien poco ambicioso en el terreno profesional. Sigue apegado a su vida pasada y a su vínculo con Nora. Le dice que ella siempre se marcha y él siempre se queda, pero en un momento determinado le dice a Nora que ella y su compañero americano sí que tienen in-yeon. Este es el núcleo del film: el reconocimiento de que, a pesar de la añoranza por una vida pasada, el amor auténtico, el in-yeon es fruto de un proceso evolutivo, elaborativo. En la escena final, después de que Hae parta, Nora se abraza llorando a su compañero.