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La obertura de las luces y los aplausos del público me devuelven a la realidad. Miro a mi alrededor: en esta pequeña —aunque llena— sala de teatro todo el mundo aplaude al unísono, con energía y convicción. 

Me levanto mientras sigo aplaudiendo y noto las piernas entumecidas. Presiento que no me he movido en la hora y poco que ha durado la obra, que me ha cautivado y casi dejado sin respiración desde los primeros minutos. Y no debo de ser la única, todos aplauden tan fuerte como yo.

Estoy conmovida, sin palabras. Necesitaré un buen rato para poner orden a mis pensamientos, a lo que siento, a lo que lo presenciado me ha sugerido. Hacía mucho tiempo que no veía una obra de teatro tan buena, tan incómoda, tan dura y necesaria. 

La màgia lenta es una obra basada en la historia real de un hombre de 40 años que vive atormentado, luchando contra unos impulsos muy oscuros que lo aterrorizan constantemente. Le persigue su pasado, una experiencia terrible, vivida y aparentemente olvidada, un trauma soterrado en lo más recóndito de su memoria. 

Llobet es un ingeniero informático, casado y con dos hijos, que acude a un psiquiatra, presentándose como paciente esquizofrénico, un diagnóstico que le fue dado diez años atrás por otro especialista, que parece que nunca fue capaz de empatizar con el paciente. Ante las explicaciones de Llobet, el doctor Solleres deconstruye el diagnóstico de esquizofrenia. Llobet es bipolar. 

Víctima de un error de diagnóstico, Llobet vive angustiado y no comprende qué le pasa, pero atribuye sus deseos reprimidos a la esquizofrenia. El doctor no puede deconstruir la identidad del paciente de golpe, sino que le va dando indicios poco a poco, para que Llobet vaya abriendo los ojos. “Llobet se piensa que es un homosexual esquizofrénico; no puede convertirse como si nada en un homosexual bipolar de un día para otro. No. Llobet tiene que continuar siendo esquizofrénico el tiempo que haga falta”.

 A través del psicoanálisis, el protagonista va escarbando y lentamente comienza a recordar lo que le pasó de niño, los abusos que sufrió por parte de su tío. Lo que inicialmente le parecía una pesadilla donde veía a su tío abusando de un niño pequeño, es lo que le pasó a él. “Yo no lo sabía, pero lo digo y me doy cuenta de que lo sabía. Aquel niño soy yo”. 

El público lo acompaña y se convierte en partícipe del duro trabajo que lleva a cabo el protagonista en su tumultuoso viaje hacia la verdad, que sería imposible sin la complicidad del psicoanalista, que hace que Llobet se sienta escuchado por primera vez. Sin prisa, con empatía y dando tiempo al paciente para que vaya descubriendo su propia historia. 

De ese modo, se evidencia el poder de la palabra. Aunque la verdad pueda ser temible, el desconocimiento de aquello que nos atormenta puede ser mucho peor. El camino hacia la verdad es doloroso pero necesario, y con valentía y consistencia se pueden llegar a destapar aquellas vivencias enterradas en lo más profundo de nuestro inconsciente. 

Así, el protagonista descubre quién es y todo lo que ha sufrido. Esto conlleva tristeza y rabia hacia el tío que abusó de él, pero también hacia su tía y sus padres que no se dieron cuenta, que —quedando sumisos en el silencio— nunca preguntaron. No supieron o no quisieron saber, igual que el primer psiquiatra de Llobet: “¿Cómo puede ser que un profesional de la palabra me escuchase durante diez años de mi vida sin ayudarme? […] Diez años de hablar para no decir lo que tenía que decir, aquel cretino, diez años sin escuchar lo que tenía que haber escuchado”.

La màgia lenta, basada en un texto de Denis Lachaud y dirigida por Pierre Notte, es una propuesta arriesgada pero perfectamente ligada, que muestra una realidad tan desagradable como el abuso infantil. La obra es tan violenta como un bofetón, nos fuerza a ser testigos de algo que todos sabemos que es real, pero que preferimos no ver.

La sencilla puesta en escena consigue dar más profundidad al contenido de la obra, que en ningún momento pierde su ritmo. La fuerza y potencia del texto van acompañadas por la actuación magistral de Marc García Coté, que se traslada de un personaje a otro —paciente, psicoanalista y conferenciante— con tanta destreza y sutileza que parece casi imposible. 

La obra llegó a Barcelona en febrero de 2019 en el marco del festival de teatro francés Oui! Festival. La versión catalana de esta producción es fruto de la colaboración entre la pequeña compañía barcelonesa Dau al Sec con el festival de teatro francés y la productora Idée du Nord y Mise en Lumière.

Mercè Managuera, directora artística de Dau al Sec, pidió los derechos para poder llevar a cabo una versión catalana de la obra, que se estrenó en Dau al Sec en abril de 2021, y tras el éxito, se volvió a programar en noviembre del mismo año y en 2023. La obra ha ido acompañada de coloquios postfunción y de actividades complementarias, y cuenta con la colaboración de la Fundació Vicki Bernadet, con el objetivo de fortalecer el valor social del proyecto y sumar esfuerzos para dar mejor visibilización a los abusos infantiles.

 

Dau al Sec Arts Escèniques abrió las puertas en 2018 en una nave modernista del barrio barcelonés Poble-Sec como espacio cultural comprometido con el barrio, promoviendo propuestas innovadoras, talleres y una interesante programación teatral. Dau al Sec apuesta por la reflexión, el diálogo y la palabra, y La màgia lenta es un perfecto ejemplo de ello.

“Tengo la edad que tengo y no sé quién soy”, se lamenta el protagonista, que ha pasado mucho tiempo sin ser verdaderamente escuchado. “¿Cómo puede ser que no me preguntaran nunca si tenía problemas? Yo no era un niño normal”. Aquellos que, como yo, hemos seguido un tratamiento psicoanalítico, hemos vivido en primera persona la experiencia de ser escuchados, acompañados en nuestro camino de descubrimiento personal. Y como nos muestra la obra, nunca es demasiado tarde para romper el silencio y abrirnos nuevos caminos.

 

Como dijo Freud, el psicoanálisis es una magia lenta. Y el teatro también lo es. 

 

Núria Falcó Romagosa, periodista
nuria@falco-romagosa.cat