TdP. — ¿Cómo fue que decidiste ser médico?

J.Aguilar. — Creo que la figura que más influyó en este sentido fue mi abuelo materno, que tenía además una faceta de investigador y colaboró con el Dr. Ferran, que fue uno de los creadores de las primeras vacunas contra la tuberculosis, que en aquellos años salvaron muchas vidas. Aparte de esto, mi abuelo era el jefe médico de un dispensario en el barrio de Gràcia. Este abuelo es una referencia para mí por su doble condición de buen médico y de persona muy cercana. Murió cuando yo tenía unos 11 años. Durante los primeros meses de mi análisis con el Dr. Pere Bofill tuve un sueño en el que aparecía mi abuelo. Él aparecía como salido de una cueva y yo le decía: “Pero ¡qué haces aquí después de tantos años! ¿De dónde sales?” Y él me contestó que no me lo podía decir. Nos abrazamos y desapareció. Hasta aquí el sueño. Con el tiempo fui comprendiendo que su muerte temprana había dejado como consecuencia un duelo no resuelto.

Recientemente, he compuesto una Cantata en memoria de Antonio Machado y Leonor Izquierdo. Ella murió a los tres años de su relación matrimonial con Machado, debido a una tuberculosis pulmonar. Machado pasó por un duelo difícil y muy doloroso que en mi opinión trató de elaborar a partir de su creatividad poética. En algunos de sus poemas habla de cómo la muerte le arrebató a Leonor y también de un sueño en el que vuelve a pasear con ella por una blanca vereda. El poema expresa muy bien la fluctuación típica del proceso de duelo, entre creer en la realidad de una Leonor todavía viva y la conciencia de la realidad de su muerte. Yo fui construyendo la Cantata atraído fuertemente por estos poemas. También en un poema de Jordi Sala, gran amigo, psicoanalista y poeta, las olas del mar besan la tierra. Se trata de una mar necesitada de una tierra digna. Este poema me inspiró una composición para 2 violines, viola y chelo que acompañan a una soprano. La música pasa por pasajes de aceleración y “crescendo”. Como si fuera una música enfurecida. Posteriormente, he tendido a pensar que mediante la indignación por el drama de la muerte precoz y sin sentido de tantos inmigrantes ahogados en el Mediterráneo, volvió a salir el tema del duelo una vez más.

TdP. – Ya hemos entrado de lleno en temas muy propios de ti: el psicoanálisis, la música, todo ello viniendo del abuelo. ¿Cómo siguió después tu recorrido?

J.Aguilar. — Entré como interno en el Servicio de Neurología del Dr. Sales Vázquez. Yo quería dedicarme a la neurocirugía y estuve un tiempo colaborando con el Dr. Isamat. Recuerdo una operación a un paciente con un meningioma, que duró ¡7 horas! Y yo pensé, ¿realmente quieres dedicarte a esto? Y entonces, a través del Dr. Ponces, fue cuando entré en el Centro de Parálisis Cerebral de Barcelona. Para mí la figura del Dr. Jordi Ponces es tan importante como la de la Dra. Coromines[1]. Ponces había observado cerca de dos mil bebés, era un gran observador. Pero, además, cuando llegó al Centro de Parálisis Cerebral tenía ya una experiencia de diez años como neurólogo con el Dr. Lluís Barraquer-Bordas y el padre de éste, y también se había formado como cirujano ortopédico con el Dr. Lluís Canadell. Por tanto, tenía una importante experiencia previa en ambos campos.

TdP. — ¿El Centro de Parálisis Cerebral lo creó Ponces? 

J.Aguilar. — No, fue un industrial de Sabadell llamado Marcet que tenía un hijo con parálisis cerebral y que fue atendido por la Dra. Júlia Coromines, entonces una doctora joven que trabajaba en el servicio de Neurología del Dr. Subirana en el Hospital del Sagrat Cor de Barcelona. La Dra. Coromines, que debía ver entonces a varios niños afectados de parálisis cerebral, decidió ir a Londres a conocer una técnica que allí hacían los Bobath para la rehabilitación de niños con esta patología. Y en Londres entró en contacto con padres que llevaban allí a sus hijos porque aquí no existía un tratamiento específico. Cuando volvió a Barcelona, Marcet le propuso a Coromines la creación de un Centro dedicado al tratamiento de la parálisis cerebral. Esto era el año 1961. Pero Júlia Coromines estaba más interesada en el mundo del psicoanálisis, había iniciado su formación en Francia, y pidió a Jordi Ponces y a la Dra. Eulàlia Torras que se ocuparan de la parte de rehabilitación y educativa del centro. Más adelante, le pidió a Ponces que se ocupara de la dirección del Centro para ella poder dedicarse a trabajar con los profesionales de la institución e ir viendo en qué podía colaborar desde una posición más en segundo plano.

Coromines y Ponces hablaban muchísimo. Ponces le decía que la motricidad y la mente no podían separarse y menos la mente inconsciente. Coromines estaba de acuerdo, pero le decía que a ella la parálisis cerebral en principio no le interesaba. Pero sus intereses iban fluctuando y vino la época de aquel importante trabajo sobre la oralización de la mano. Era una época en que estuvo pensando mucho sobre esto. En el trabajo habla sobre las funciones primitivas de la mano que actúa como una boca, pero que se traga al objeto, pero sin explorarlo, o como una raqueta que lo proyecta hacia fuera, etc.

TdP. — Entonces en estos momentos Coromines sí estaba interesada en la motricidad primitiva ligada al inconsciente.

J.Aguilar. — Sí, por supuesto. En aquella época había en Italia una doctora llamada Adelaide Grisoni Colli, que trabajaba en la prevención y hacía un tratamiento muy precoz de la parálisis cerebral. En aquella época podías encontrarte con pacientes con síntomas muy graves como grandes distonías, atetosis, espasticidad, ya intratables y que creaban familias disfuncionales, es decir, con mucha ansiedad que, o bien sobreprotegían o bien sentían un rechazo no elaborado. No se había tratado el problema desde que los niños eran muy pequeños. Grisoni Colli empezó a tratar a madres y niños conjuntamente desde que eran muy pequeños. Ponces entró en contacto con este método y le propuso a Júlia Coromines hacer algo semejante y ella empezó a hacer semanas de madres y bebés, cosa que resultó de una enorme utilidad. Y posteriormente empezó a hacer grupos de madres solas. En aquella época era excepcional que los padres asistieran a estos grupos.

TdP. — ¿En qué momento te incorporas al Centro de Parálisis Cerebral?

J.Aguilar. — A principios de la década de los 70. Cuando comencé a trabajar en el Centro Piloto de Parálisis Cerebral, Ponces y Coromines estudiaban lo que denominaban los “pres”: es decir el pre-simbolismo, el pre-gesto inteligente, el pre-lenguaje, el paso de una motricidad arcaica más rígida a una motricidad más liberada, la importancia de la mente y de las emociones en todo esto. Es el mundo arcaico que a veces lo vemos desde la patología, pero que era también observado desde la salud. Yo me fui empapando de lo que se hacía allí. La Dra. Coromines hizo un trabajo impresionante con logopedas, fisioterapeutas, maestras. Siempre que tenían algún problema iban con ella. Recuerdo el caso de una niña que presentaba una gran distonía, pero tenía la inteligencia conservada porque la afectación era subcortical. Esta afectación le dificultaba el lenguaje y la marcha. Es decir, era una niña que madurativamente estaba preparada para mantenerse en pie y ser autónoma, pero no había manera de que lo pudiera conseguir. Las fisios estaban desesperadas porque después de trabajar un año con ella veían que no avanzaba. Entonces, la Dra. Coromines propuso hacer una psicoterapia. En el curso del tratamiento se pudo ver que cada vez que tenía que reconocer sentimientos de separación los negaba con actitudes maníacas. También tenía una intensa identificación proyectiva con una hermana adolescente y su mundo de discotecas y baile y la Dra. Corominas vio que, de alguna manera, estaba “dentro” de las piernas de esta hermana. La Dra. Coromines fue tratando de manera paciente todos estos aspectos un año hasta que un día, tras unas vacaciones, la niña volvió andando. Fue un hecho espectacular en el Centro.

Esta época fue importante para la Dra. Coromines porque, aunque al principio consideraba sólo la posición esquizoparanoide y la depresiva, años más tarde, repensando estas experiencias, pensó que había una fase previa, la etapa autosensorial, durante la cual las sensaciones podían ser utilizadas para bloquear el progreso hacia la diferenciación “me/not me”. Me confesó que quería presentar un trabajo sobre este tema en la Sociedad Psicoanalítica, pero que tenía miedo de que no fuera bien entendido. La realidad es que poco a poco esta idea fue dejando una huella profunda en los psicoanalistas de la SEP.

TdP. — Hasta el punto de que podemos afirmar que forma parte del ADN de la SEP.

J.Aguilar. — Sí, sí. Yo en aquellos momentos ya estaba muy interesado en el psicoanálisis, pero no dejé totalmente la neurología. Entré en contacto con el Servicio de Neurología del Dr. Oller-Daurella, que era el sucesor del Dr. Subirana en el Sagrat Cor. Empecé a ver casos que no habría podido entender si no fuera por las aportaciones de la Dra. Corominas. Recuerdo el caso de una niña con crisis de hipsarritmia que evolucionó mal, generando el llamado síndrome de Lennox-Gastaut. Esta niña, cuando estaba con su madre y entraba alguien en la habitación, extendía la mano y la movía delante de su cara como tapando la percepción de aquella persona que había aparecido. Y una cosa que me dijo su madre que hacía cuando estaba inquieta era poner la mano sobre el cristal de la ventana, y aquella superficie fría la calmaba. Yo le expliqué a la madre que me parecía que su hija se adhería a la visión de su mano y a la sensación de una superficie fría para evitar la ansiedad de reconocer al otro, a ella como madre. Entonces se puso a llorar y me dijo que ella sentía que su hija nunca la había reconocido como madre. Y pasado el tiempo, en una visita ulterior, me dijo que, aunque ya veía que tenía una hija muy lesionada, sí que pensaba que ahora esta niña tenía una madre.

Y otro caso muy interesante que ahora recuerdo fue el de otra niña que cogía un papel, lo arrugaba y se lo acercaba al oído y lo pulsaba como si fuera una cuerda de guitarra. En ese momento, tenía una hipotonía súbita y perdía la conciencia. Se vio que en ese momento tenía un registro electroencefalográfico correspondiente a una epilepsia, un tipo de epilepsia que se desencadena por estímulos específicos. A partir de este patrón se instalaba un bucle psicotizante. Cuando se le administró la medicación antiepiléptica adecuada dejó de repetir esta maniobra y entonces apareció la ansiedad frente al extraño, o sea entró en la posición esquizo-paranoide. Fue impresionante, porque era poder hacer visible a través de la observación algo que ya sabía por la teoría que estaba elaborando Júlia Coromines.

TdP. — Al oírte, me doy cuenta que esta época tuya como neurólogo no es algo pasado, es algo muy presente.

J.Aguilar. — Realmente es así. Ahora estoy haciendo entrevistas y hablando con Jordi Ponces que, a pesar de sus 93 años, tiene una mente privilegiada. Además de escribir su biografía, hablamos de su concepción teórica y de su relación con la Dra. Coromines. Yo salgo de estos encuentros con una gran paz interior.

TdP. — Actualmente se habla mucho de la neurociencia y de lo que puede aportar al psicoanálisis, pero tú que llegaste al psicoanálisis observando y tratando niños dañados con un funcionamiento de pre-mentalización, creo que sería muy interesante que esta experiencia se incorporara de una manera más sistemática a la formación psicoanalítica.

Pero pasemos ahora a otra cuestión, si te parece, que es la de tu vinculación a la asistencia pública en salud mental, desde una perspectiva psicoanalítica. Cuando llegas a Sant Pere Claver (SPC) y ves cómo se van desarrollando toda una serie de equipos de orientación psicoanalítica, cuya importancia ya señalaba Luis Feduchi, ¿por qué crees que la administración continúa teniendo tantas dificultades en invertir en estos tratamientos que ayudan a evitar muchas cosas, a prevenir, y, sin embargo, opta por tratamientos más cortoplacistas? Claro, hay modelos como el cognitivo-conductual que requieren menos tiempo, pueden trabajar con más casos y, por tanto, obtener mayor soporte científico. ¿Cómo lo ves desde tu experiencia de aquellos años?

J.Aguilar. — Cuando yo entré en SPC, con M.ª Victòria Oliva y con Mercè Sariol, presenté mi tesis doctoral sobre la psicopatología de los niños paralíticos cerebrales. Debo decir que para hacer la tesis me puse en contacto con el Dr. Toro, quien, aunque no trabajaba según el modelo psicoanalítico, era una persona extraordinariamente rigurosa y formada, que me embarcó en una tesis enorme. Esta tesis, totalmente empírica, en la que comparé niños con parálisis cerebral, niños normales, niños con Síndrome de Down y niños con crisis epilépticas, nos proporcionó unos resultados muy interesantes. Y es que, de 120 variables neurológicas no había ni una que explicase la psicopatología en los niños con parálisis cerebral. En cambio, los factores relacionales de los padres eran significativos en cuanto a la psicopatología del niño. Y le pregunté al Dr. Ponces: “¿estarías de acuerdo con esto?” Y me respondió: “Totalmente”.

Cuando presenté la tesis, vino a escucharla el director del Hospital Sant Pere Claver, Francesc Vilurbina, y a los pocos días me llamó y me dijo que quería crear un Departamento de Salud Mental unitario, no quería que estuvieran, por un lado, los de infantil, por otro los de adultos; me ofreció crearlo y dirigirlo y dije que sí.

La gestión fue muy costosa, se me hacía una montaña inmensa, pero todo lo que era el trato con el paciente, con el profesional, el pensar en la asistencia, eso sí que me gustaba. Fue entonces cuando vi que debíamos hacer sesiones clínicas en las que estuviéramos todos los profesionales del departamento: infantil, adolescentes, adultos. Encontré muchas resistencias, que si la hora o el día, pero lo mantuve y se comenzó a hacer y se mostró como un instrumento valiosísimo que impactó a los profesionales al poder escuchar lo que hacía cada departamento, los diferentes abordajes, comprensiones, puntos de vista, etc. Fue un espacio que fue cobrando cada vez más forma y valor, y además por su carácter formativo, porque podíamos contar con los médicos de familia, psicólogos en formación psicoanalítica, etc.

También nos enfrentamos a un intento por parte de la Administración Sanitaria Pública de Cataluña de aquel momento, de acabar con los equipos de secundaria, es decir, los equipos de psicoterapia, porque se alegaba que era el único lugar donde se hacía este abordaje.

TdP. — Y continúa siéndolo.

J.Aguilar. — Sí, y continúa siéndolo. Recuerdo aquella reunión con la administración en la que distintos profesionales defendimos poder continuar ofreciendo algo tan importante como la psicoterapia en la asistencia pública. Se dieron cuenta de que no se podía suprimir y entonces nos pidieron que montáramos un equipo de atención a menores con conductas delictivas. Aquí es donde comenzó todo el trabajo del EAM, el Equipo de Atención al Menor, equipo que durante muchos años dirigió Jorge Tió, psicoanalista de la SEP y que ha hecho un trabajo muy importante, y muy interesante, supervisado desde el primer momento por el Dr. Feduchi.

Posteriormente, distintos profesionales, entre ellos el Dr. Toro y la Dra. Miró, estuvimos haciendo un intenso trabajo para ampliar el alcance de la psicoterapia en la red pública, pero aquello se quedó en un cajón, y ahí sigue. Hubiera representado un aumento de la psicoterapia en la red pública.

TdP. — Supongo que debía ser un trabajo que intentaba unificar, tanto para adultos como adolescentes y niños, el alcance y la importancia de la psicoterapia, con criterios unificados para toda la red, incluyendo las distintas formaciones.

J.Aguilar. — Sí, que hubiera un consenso de los profesionales.

TdP. — Claro, porque en este ámbito, a diferencia de otras especialidades, hay mucha disparidad de criterios. Lo vemos, por ejemplo, en los porcentajes de los diagnósticos. Si te fijas en el CSMIJ A, encuentras más de un 80% de diagnósticos de TDH, y si miras el CSMIJ B, podemos hablar de un 35%.

J.Aguilar. — Sí, es muy complejo.

TdP. — También elaborasteis una escala en Sant Pere Claver… 

J.Aguilar. — Sí, después de la tesis doctoral, tenía ganas de seguir investigando y comenzamos a trabajar en una escala que permitiese llegar a diagnósticos más estructurales de tipo psicoanalítico, que fue la Kleinian Psychoanalytic Diagnostic Scale (KPDS). Trabajamos con el método empírico, la administramos a una N elevada y comprobamos que estadísticamente se comportaba bien. La presentamos en Madrid, obtuvimos una beca FIS y la enviamos al Acta Psiquiátrica Escandinava que era en aquel momento de las dos o tres revistas de mayor impacto en el campo de la psiquiatría. Y para nuestra sorpresa tuvimos una respuesta muy satisfactoria, tuvo mucho interés, la publicaron y llegaron a pedírnosla de 34 ó 36 universidades de diversos países.

Tratar de traducir en una escala cosas tan sutiles de la relación humana y de la relación terapéutica es muy difícil, no hay escala que pueda traducir esto, pero se mostró muy útil como primera aproximación a la evaluación en el mundo del psicoanálisis. Lo comprobamos especialmente con psicólogos que no tenían ninguna formación en psicoanálisis, a través de su propia evaluación de casos con la KPDS y hubo un acuerdo enorme. Vimos que la escala consiguió acercar a los profesionales a los conceptos principales de la relación terapéutica desde el modelo psicoanalítico. Recuerdo bien a compañeras como María Victòria Oliva, Antònia Grimalt y Llúcia Viloca, reflexionar sobre cómo la administración de la escala nos facilitaba la comprensión de los pacientes porque habíamos hecho un esfuerzo importante en formalizar los contenidos de la experiencia del trabajo terapéutico. Posteriormente, este trabajo dio lugar a la publicación del libro La entrevista psicoanalítica.

Quiero aprovechar para expresar un fuerte agradecimiento a María Victoria Oliva por todo el entusiasmo que puso, ya que sin ella no se hubiera podido hacer esta investigación.  Yo no hubiera podido. Ella fue quien aglutinó a todo el equipo de infantil para trabajar sobre la creación y la investigación de la KPDS.

TdP. — Ojalá pudiéramos hacerle una entrevista para Temas.

J.Aguilar. — Una lástima… a ella y a su marido, el Dr. Francesc Cantavella que era un pediatra psicoanalítico impresionante.

TdP. — Pasemos ahora al mundo de la música, que es algo importante en tu vida actual. Entiendo que no es una afición, es una dedicación fuerte que ya estaba dentro de ti mucho antes y que poco a poco le has ido dando forma, escribiendo, pensando, ¿nos quieres hablar un poco sobre todo esto?

J.Aguilar. — La música la comencé a vivir ya de pequeño. Mi hermano mayor era compositor de sardanas y tiene publicados dos CD, me parece que son en total veinticuatro sardanas, muy bonitas, y mi abuela materna, la abuela Rosario, era maestra y tocaba el piano. Cuando ella era joven no existían aún los tocadiscos, así que, ella tocaba y las amigas bailaban. Yo he compuesto algunas cosas para ella. El caso es que siempre había escuchado esta historia de la abuela Rosario.

Total, que yo de adolescente tocaba la guitarra y cantaba, y mi mujer también tocaba la guitarra. Y un día hablando con un gran amigo nuestro, Jordi Guarner, médico, un buen pianista, que había cantado en la coral de la escuela universitaria, le propusimos que montara una coral, que funcionó durante años y que se llamaba Tornada. Nos seguimos reuniendo con un grupo de esta coral, al que ahora llamamos Retornada, porque ya somos todos muy mayores.

Poco a poco, comencé a interesarme por hacer alguna pequeña composición, pero, aunque ya me había jubilado de Sant Pere Claver, continué unos diez años trabajando mucho como supervisor en distintas instituciones hasta que llegó un momento en el que pensé —bueno, ahora ya puedo— y mi mujer me lo dijo: “Jaume, estamos en una edad que ya podemos aprovechar para dedicarnos a las cosas que nos gustan”. Y eso me ayudó a decidirme, ya había trabajado mucho como psicoanalista y pensé que ya podía dedicarme más a mi familia y a la música. Gran parte de lo que yo he podido hacer de bueno, ha sido gracias a la ayuda de mi mujer y a la experiencia de tener hijos y nietos. De eso estoy completamente seguro.

Entonces comencé a estudiar de manera intensiva armonía, composición y con el tiempo orquestación, y ahora ya llevo unos 14 años dedicándome, no sólo a estudiar sino a componer.

TdP. — Me gustaría hablar contigo también de espiritualidad, porque creo que independientemente de las creencias personales de cada uno, una persona que se dedica a una relación terapéutica profunda dentro de la orientación psicoanalítica, siempre se encuentra de alguna manera con algo que tiene que ver con una dimensión de buscar sentido, de buscar en algún lugar, un refugio, una esperanza, algo que no se ha tenido o que se quiere recuperar, todos tenemos experiencias. Es un tema complejo, quizás por una mala lectura de lo que dijo Freud.  ¿Qué piensas al respecto?

J.Aguilar. — Lo que seguro que está equivocado es pensar que no cabe dentro del psicoanálisis. En el psicoanálisis debe entrar toda manifestación de lo que es el deseo, la necesidad y el pensamiento profundo humano. Todos tenemos muchas preguntas que quizás sabemos que tienen una respuesta muy complicada o no la tienen, pero las preguntas están. Y estas preguntas creo que implican un grado de apertura hacia aquello que no podemos entender, pero que estamos viviendo porque en realidad estamos inmersos en una cosa bien misteriosa que es la vida. Y sólo pensar en el hecho de que tienes una vida, yo creo que implica darse cuenta de que tienes un tesoro increíble y te puedes preguntar: ¿cómo es que lo tienes?, ¿qué ha hecho posible que eso sea así?

TdP. — Y la dimensión de la finitud y de la muerte. Creo que el interrogante número uno es ¿dónde iré a parar? O ¿qué sentido tengo yo en este recorrido?  Y estos interrogantes pueden ser angustiantes y un psicoanalista ha de poder escuchar todo esto en la dimensión que sea. 

J.Aguilar. — Un psicoanalista ha de poder escucharlo. En realidad, nuestra vida, es una resistencia constante al nihilismo, y al sin sentido.

TdP. — A la pulsión de muerte que diría Freud.

J.Aguilar. — Sí, en términos freudianos, a la pulsión de muerte. Ante esto, lo que estamos buscando es amparo, sentirnos amparados ante este abismo que nos puede engullir sin sentido, que es el sinsentido, lo absurdo. Para mí, aquí está una de las raíces de la espiritualidad.

TdP. — ¿Crees que se debería poder tratar este tema en la formación de psicoanalistas?

J.Aguilar. — Sí. Creo que sería muy útil que se hicieran grupos de trabajo entre psicoanalistas, médicos, enfermeras y personal sanitario que está trabajando con las personas que se acercan a la muerte porque es muy importante ver las ansiedades que se despiertan, pero también las necesidades espirituales que surgen en los pacientes, y en los propios profesionales que están viviendo esta experiencia.

Este proceso remueve muchas preguntas sobre el sentido que tiene vivir ante este momento de la muerte, y toda la pregunta de si hay o no trascendencia, si hay más allá o no. Una cosa que dice Esquirol muy importante es que no podemos anular el nihilismo, el sinsentido y el absurdo, debemos tenerlo en un diálogo constante con la resistencia, pero no lo podemos hacer desaparecer. Y en un tratamiento psicoanalítico, nos podemos encontrar con momentos de mucho desespero del paciente, y este desespero siempre estará en algún nivel, pero es muy importante que al mismo tiempo haya esperanza, y que haya un diálogo entre la esperanza y el desespero. Creo que un tratamiento psicoanalítico con frecuencia ayuda al paciente a mantener este sentido y no-sentido en un equilibrio que no lo destruya, sino que le permita avanzar.

TdP. — En algunos casos nos podemos preguntar de dónde viene el hilo de esperanza, creo que está muy ligado a esta dimensión de la espiritualidad.

J.Aguilar. — Es una dimensión existencial ligada a problemas que han preocupado a muchos filósofos y pensadores, y creo que el psicoanálisis no puede estar al margen de esto. Recuerdo que Josep Beà, que era un cristiano practicante, hablaba de la dificultad que experimentaba en ser psicoanalista, como si ello excluyera poder realizar un acto explícitamente religioso, pero llegó un día en el que se preguntó por qué debía privarse de algo de lo que sentía necesidad. En el psicoanálisis ha habido un ambiente que parecía no permitir esto, que hacía difícil esta libertad, era visto un poco sospechosamente, como una gran negación de las ansiedades de muerte.

TdP. — Creo que a Josep Beà le gustaba mucho esta parte de Bion en que habla de la fe, y decía: —¡si lo dice Bion! –

J.Aguilar. — Pero es que cuando Bion no tiene vocabulario científico o psicoanalítico para decir una cosa que quiere decir, utiliza el vocabulario que le va bien para decirla; y si es un vocabulario procedente de la fe cristiana, lo dice, y si ha de citar a San Mateo, versículo X, lo hace. Y esto tiene un valor enorme, habla de la capacidad y libertad de un gran pensador como fue Bion. Un buscador de palabras para pensamientos que buscan un pensador.

TdP. — Ya vamos acabando, no sé si querrías añadir alguna cosa.  

J.Aguilar. — Una cosa que he pensado, estimulado por la lectura reciente de un libro de Esquirol, muy bonito sobre la escuela y la educación, un libro precioso que os recomiendo mucho. Esquirol dice: —En la escuela de la madurez, en lugar de consumir una teoría detrás de otra, se procura que los pensamientos profundos y vivos descansen en nosotros y nosotros en ellos (Sonríe mientras nos lo lee).

Lo encuentro precioso. Es la idea de que uno ha de descansar sobre la propia experiencia de la vida. Y si no puedes hacer eso y estás lleno de teorías, te estás equivocando. Yo creo que Bion insistió una y otra vez en que había un empacho de teorías dentro del mundo psicoanalítico, en que era muy importante tener muy pocas y sobre todo, tener la capacidad de dejarlas a un lado cuando estabas con el paciente para poder ver el aquí y ahora de lo que surgía en aquel momento, de acuerdo con el dictum bioniano de comprender sin memoria y sin deseo.

TdP. — Es una cuestión muy complicada porque es evidente que un psicoanalista se va haciendo conforme acumula más experiencia de la vida profesional y personal, y esto es lo que le permite dejar a un lado las teorías, pero necesita un buen tiempo.

J.Aguilar. — Un largo tiempo.

Nota final

J.Aguilar. — Quisiera ahora, para terminar, añadir unas pocas palabras para hablar de mi entrañable amigo y maestro, el Dr. Jordi Ponces Vergé. Pocas semanas antes de su reciente muerte le pedí si le parecería adecuado que nos viéramos cada semana para realizar unas cuantas entrevistas que me permitiera escribir un libro sobre él y su trabajo en el campo de la Parálisis Cerebral infantil. Aceptó con agrado. Estas entrevistas se convirtieron en una entrañable comunicación entre ambos. Él estaba ya muy próximo a su muerte, de la que hablaba con gran lucidez y realismo. Creo que nuestras charlas le ayudaron y consolaron y para mi fueron una gran bendición. Su esposa, Anna Roldán, me dijo que estas entrevistas habían sido un regalo inesperado de la vida, para ella y para él. Yo añadiría que también para mí. Quisiera ahora, desde la posibilidad que los amigos de Temas me han dado de realizar esta entrevista, expresarle mi más profunda gratitud y afecto.

 

Entrevista realizada por María Jesús Córdoba, Carme Daunas y Rafael Ferrer, editores de Temas de Psicoanálisis.

 

Jaume J. Aguilar

Doctor en medicina, psiquiatra y miembro titular de la Sociedad Española de Psicoanálisis. Ha trabajado muchos años en el neuro-psico Desarrollo de niños con parálisis cerebral y ha dirigido también el Departamento de Salud Mental del Hospital de Sant Pere Claver en Barcelona.

Los últimos años ha desarrollado un trabajo musical como compositor. Su música puede escucharse en el web: https://www.jaumeaguilar.cat/

 

[1] Poco tiempo después de realizar esta entrevista, se ha producido el fallecimiento del Dr. Jordi Ponces. Véase la Nota Final.