Resumen
Damos a conocer un servicio comunitario de prevención y promoción de la salud emocional, en un parque público, dirigido a infantes de 0-3 años no escolarizados.
A través de nuestra atención, nuestra mirada, nuestra escucha, nuestra ritmicidad y nuestra rêverie intentamos crear un espacio interior en un espacio exterior, una piel de grupo que permita introyectar la función contenedora. Se hace referencia a la función Santa Ana o función de abuelidad. Se dan diferentes ejemplos clínicos.
Palabras clave: Observación participante, función continente, piel psíquica, abuelidad, atención, ritmicidad.
Abstract
We are launching a community service for the prevention and promotion of emotional health, in a public park, aimed at children aged 0-3 years who do not attend school. Through our attention, our gaze, our listening, our rhythmicity and our rêverie, we try to create an inner space in an outer space, a group’s skin that allows us to introject the containing function. Reference is made to the Saint Anne function or grandparenting function. Different clinical examples are given.
Keywords: Participant observation, containing function, psychic skin, grandparenthood, attention, rhythmicity
Los bebés nos muestran, a pesar de su extrema dependencia, toda la fuerza vital que pueden movilizar para afrontar las adversidades. Nos enseñan que el desarrollo es un movimiento continuo hecho de sorpresas, trastornos y transformaciones en el sentido de Bion, a través del cual los elementos emocionales pueden ser “digeridos” y utilizados para el crecimiento y el pensamiento.²
Esta frase, aparecida en la invitación al Congreso de la AIDOBB de 2024, resonó en nosotras. Por este motivo decidimos participar y presentar La Caseta amb rodes, un servicio de prevención y promoción del bienestar emocional, que surgió como consecuencia del largo confinamiento en nuestro país, y explicar por qué la observación de bebés nos resulta indispensable para su desarrollo.
Nos sentimos privilegiadas porque la pandemia nos ha brindado la oportunidad de aprender desarrollando nuestra creatividad a pesar del contexto mundial de ansiedad.
La aterradora idea de imaginar las familias confinadas con bebés, sin posibilidad de relaciones familiares o sociales, nos conectó con la necesidad y el deseo de transformar los espacios familiares de la pequeña infancia ya conocidos, donde las madres vienen con sus bebés y pensamos que debíamos ir a su encuentro. Cuando se reabrieron los parques públicos para permitir que las criaturas salieran un poco, nuestro reto fue crear un espacio interior en un espacio exterior.
La Caseta amb rodes (que en catalán quiere decir “la casita con ruedas”), es un espacio familiar comunitario en un parque infantil, destinado a niños y niñas de 0 a 3 años, que no van a la guardería, y que vienen acompañados de al menos un adulto de referencia.
¿Por qué este proyecto se dirige a infantes no escolarizados?
Cuando las criaturas van a la guardería, los padres tienen más probabilidades de ampliar su red de relaciones sociales, pero cuando no tienen obligación de salir pueden incrementarse las vivencias de soledad, así como las de carácter depresivo.
Por otro lado, los infantes escolarizados, además de tener un mínimo de intercambios con otros niños y niñas, pueden gozar de la atenta mirada de los equipos pedagógicos. Pero ¿qué ocurre con aquellas criaturas que no van a la guardería? Aparte del círculo familiar, ¿quién las mira? Este proyecto aspira a llegar a las familias cuyos hijos no están inscritos en una escuela o una guardería.
La Caseta amb rodes es un encuentro en un espacio abierto, entre los infantes, los adultos que los acompañan y las acogedoras.
Las acogedoras son profesionales con experiencia en la comprensión del mundo interno infantil y el acompañamiento familiar. Concretamente, son psicólogas o antropólogas especializadas en perinatalidad y primera infancia, con formación en observación de bebés y una experiencia de psicoanálisis personal.
La Caseta amb rodes es una invitación a jugar, hablar, observar y pensar. Este encuentro, por un lado, permite a los niños y niñas jugar según sus deseos y necesidades, ya sean solos, con otras criaturas, con sus referentes, o con las acogedoras. Y, por otro lado, los acompañantes pueden jugar con las criaturas, observarlas, pensar sus comportamientos o hablar con otros adultos.
Sobre todo, es un momento de calma y de observación que, gracias a la simple presencia de las acogedoras, facilita pensar lo que está pasando en el momento presente. Al mismo tiempo, los adultos acompañantes pueden compartir preguntas, comentarios y pensamientos.
De la posibilidad de pensar libremente que ofrece este encuentro, partiendo de una mirada y una escucha atentas, sin juicios ni prejuicios, podrá nacer una experiencia transformadora.
En nuestro primer encuentro, vino una mamá con sus dos hijos: un bebé de siete meses y un niño de casi tres años que estaba en proceso de adaptación escolar. Mientras la mamá amamantaba al bebé, el hijo mayor jugaba tranquilamente con otros niños, pero la mamá no estaba tranquila, le regañaba constantemente y le decía “vigila con los más pequeños”. En un momento dado, el niño se acercó a los juguetes y cogió unos sonajeros. Una acogedora cogió otros y compartieron un momento de intercambio de sonidos con objetos para bebés, lo que hizo reír muchísimo al niño. La mamá acomodó al bebé ya dormido en su cochecito, llamó al hijo mayor, lo cogió en brazos, le dio un gran beso y mientras lo abrazaba le dijo “Ven aquí mi amor, a veces no sé si eres un niño pequeño o un bebé grande”.
¿Cuál es nuestro encuadre?
Esther Bick escribe: “Debemos insistir sobre el hecho que la función continente de la situación analítica radica especialmente en el encuadre y, por lo tanto, es en este campo donde la solidez de la técnica resulta esencial”(Bick, E, 1968). Tomando como referencia sus palabras, en La Caseta amb rodes ponemos mucha atención al encuadre, que evidentemente, no es el de la psicoterapia.
Cada semana, el mismo día, a la misma hora y en el mismo lugar, que es un parque infantil público, las acogedoras traemos una casita de madera, con ruedas, campana y timón, que contiene un tapiz —donde niños y niñas podrán jugar— y juguetes apropiados para su edad. También llevamos sillas para que los adultos puedan sentarse, que se colocarán alrededor del tapiz formando un contorno. Una vez dispuestos el tapiz, el material de juego y las sillas, siempre de una misma manera, la Caseta amb rodes permanece durante dos horas en la plaza.
El espacio donde se desarrolla la actividad cumple unas características específicas:
- Está vallado y, por lo tanto, delimitado.
- Tiene arena y agua
- Está soleado en invierno y sombreado en verano.
Los encuentros solo se ofrecen durante el calendario escolar porque tratamos de crear y preservar un espacio de intimidad para las familias entre sí y con las acogedoras. Hemos constatado que los parques públicos están muy concurridos en los días festivos y las familias podrían tener una cierta sensación de invasión.
La participación es libre y gratuita: las familias no tienen la obligación de inscribirse, de participar con asiduidad o de permanecer un tiempo determinado. El equipo profesional, en cambio, sí tiene un compromiso de regularidad; si las condiciones meteorológicas son adversas y la actividad no puede desarrollarse al aire libre, ésta se ofrece en el lugar cubierto ya convenido.
Al llegar a la plaza, criaturas y acompañantes son siempre recibidos de la misma manera: primero les damos a ambos la bienvenida. Después, nos dirigimos directamente al niño o a la niña, hacemos un breve comentario sobre la última vez que vino, para mantener la continuidad, le recordamos nuestro nombre y le preguntamos el suyo, su edad, el nombre de su acompañante y el rol familiar que éste ocupa, y todo ello lo anotamos en una pizarra que quedará visible. También les invitamos a utilizar el espacio y el material como deseen.
Las acogedoras, observadoras participantes, desempeñamos un rol de sostén al mismo tiempo que compartimos momentos vitales de encuentro con criaturas y acompañantes. Con mirada atenta, observamos y acompañamos, sin interpretaciones, juicios ni consejos, mientras intentamos establecer nexos entre lo que se juega, lo que se dice y lo que se vive. Prestamos atención a lo que comunican de distintas maneras, criaturas y cuidadores. En función de las situaciones que se presentan, realizamos discretas intervenciones que faciliten la reflexión y la comprensión de lo que se vive en el momento presente. También podemos iniciar un pequeño juego (trasvasar, esconder, hacer cucú-tat, etc.) que permita, ya sea a pequeños o mayores, elaborar a través del juego la situación vivida.
A lo largo de más de medio año vino a uno de los parques una niña de dos años que mostraba mucho interés por el cesto de los animalitos. Nos dimos cuenta de que tenía predilección por dos de ellos: un rinoceronte y un león, a los que solía enfrentar en una enérgica pelea. Nos empezamos a sentar junto a ella cuando jugaba y ella nos invitaba a dar vida a otros animales. Algunos se hacían amigos del rinoceronte, otros seguían luchando contra él. El rinoceronte atacaba siempre con su cuerno a todos los animales. Ante esta reiteración, una de las acogedoras comentó “¡Pincha, pincha! Como pincha, ¿verdad?” La madre que estaba sentada junto a otra acogedora, ambas observando el juego, comenzó a hablar sobre una enfermedad autoinmune que la pequeña sufría y de la que nunca nos había explicado nada. Era la razón por la cual no iba a la guardería. Desde que le detectaron la enfermedad, cada día sin excepción, la madre tenía que “pincharle” con una inyección, muy a su pesar. El juego permitió exteriorizar una vivencia dolorosa tanto para la niña como para la madre y poder contar con alguien con quien compartirla. Y no solo esto, sino que la madre, poco tiempo después, aprovechando que las inyecciones se habían espaciado, asumió que no quería seguir administrándoselas ella misma y decidió llevar a la pequeña al centro de salud para que lo hicieran.
También trabajamos para consolidar la confianza de los adultos en su propio rol y sus competencias. Se trata de sostenerlos para que puedan, a su vez, introyectando esta función, brindar apoyo al niño.
Nadine, una niña de 16 meses, y Eva, su mamá, acudieron a la Caseta. Hacía tres meses que Nadine había sido adoptada.
Nadine era una niña simpática y Eva admiraba a su hijita. Observaba cada detalle de su evolución, sus aprendizajes y su adaptación, y nos lo contaba con deleite. La traía muy regularmente, era una mamá organizada y colaboraba con las acogedoras. Nos llamó la atención que Nadine se caía mucho y que caminaba sobre los juguetes del tapiz sin que la mamá pusiera límites. Un día, un niño, Max, se acercó a Eva con unas maracas, le dio una y hacía como que la invitaba a bailar. Eva bailó un momento con Max, pero el niño insistía trayendo más juguetes y solicitando su atención continuamente. Una acogedora comentó: “Parece que Max te adoptó, Eva”, lo que hizo reír mucho a los allí presentes. Sin embargo, la acogedora se sintió muy mal por haber hecho un comentario tan poco acertado. A pesar de ello, nos dimos cuenta de que Eva comenzaba a poner límites, que Nadine se caía menos, sobre todo cuando bailaba, lo que parecía ser la actividad preferida de su madre, y mostraba una excelente agilidad corporal y mucha precisión en sus movimientos. Hasta pudimos ver cómo imitaba la voz y los gestos característicos de la madre, lo que por supuesto la enorgullecía. No es que queramos defender que el comentario desafortunado originó el cambio porque la adopción y la adaptación mutua ya estaban en marcha, pero este enactment de la acogedora tal vez permitió sentir a Eva que ella también era una mamá “adoptable”.
Una vez finalizada la estancia en el parque, las acogedoras nos reunimos para dar sentido a la experiencia emocional. Son momentos para pensar y digerir lo vivido, para incorporarlo, recordarlo, revivirlo. Es el momento de desarrollar una comprensión de lo que se observó y el impacto que tuvo internamente en nosotras. Es el momento de prestar especial atención a nuestras experiencias contratransferenciales, de descubrir las proyecciones que podrían interferir con nuestros propios conflictos internos, de transformar la experiencia emocional en palabras y en pensamientos compartidos.
Algunas veces, por ejemplo, hemos observado como un adulto regañaba al niño o niña, incluso con una cierta violencia o normalizando ciertos maltratos. Situaciones como éstas son difíciles de presenciar. Este encuentro final, así como las reuniones mensuales entre equipos o incluso las supervisiones, nos ayudan a acercarnos a la díada infante-adulto con mayor apertura y aceptación. No se trata de aceptar o tolerar el acto punitivo, sino cada persona en sí misma.
Los encuentros entre acogedoras son momentos clave para el funcionamiento de la Caseta amb rodes, sin ellos el desarrollo del proyecto no tendría sentido. Nos ayudan a ensanchar nuestra mirada y a estar psíquicamente más disponibles para el próximo encuentro en el parque.
¿Qué ofrece la Caseta amb rodes en términos de prevención y promoción del bienestar emocional?
Ofrece una función continente: un entretejido vital y sutil de atención, de mirada, de escucha, de ritmicidad, de presencia.
La Función Continente
Manuel Pérez-Sánchez (1981) señala que el observador que puede recibir las quejas y los comentarios sin dar consejos es vivido como un apoyo y tiene una función de contención.
Concebimos nuestra labor de prevención a la manera de las muñecas rusas, en la que una contiene a la otra, que a su vez contiene a la otra.
La Caseta amb rodes vendría a ser una muñeca rusa más, que cumple una función de contención. Dicha función queda simbolizada por la cerca de madera de la zona de juego, así como por la disposición inicial de las sillas alrededor del tapiz donde se ofrecen los juguetes.
Hoy en día las familias gozan de menos entorno familiar. Las razones de esta pérdida de contención social son bien conocidas: familias menos extensas, fragmentación familiar, mayor movilidad geográfica, desplazamientos migratorios difíciles de revertir, etc. Cuando una madre joven, por ejemplo, no se siente suficientemente sostenida, puede sentir la necesidad de recurrir a foros de Internet donde se dan consejos sobre crianza, a gurús de los medios de comunicación, a libros llenos de recomendaciones, que no son nada más que intelectualizaciones. Un enganche a una norma que, en nuestra opinión, puede tener la función de segunda piel, utilizando uno de los conceptos de Esther Bick. (1986).
Al comienzo de la vida, el bebé no puede organizarse solo; la madre debe prestarle sus brazos y su aparato para pensar, debe contener tanto lo físico como lo psíquico. Gracias a su preocupación materna primaria y la rêverie, la madre con buena salud mental identifica las necesidades de su hijo y alivia sus tensiones internas. Es una madre que busca en sus propios sentimientos como sostenerlo emocionalmente, al mismo tiempo que le ayuda a pensar.
Por su parte, la madre también vive momentos difíciles de organización y nuevas ansiedades que intentaremos acompañar y contener con nuestra atención, nuestra mirada, nuestra escucha, nuestra presencia y nuestra rêverie.
Nuestro trabajo tiene una función de abuelidad, prestamos nuestro aparato psíquico para hacer esta función, actuamos como una madre que está atenta, que mira y escucha a su hija mientras ésta atiende al bebé, algo que estamos convencidas de que puede tener efectos preventivos e incluso terapéuticos.
La Atención
La actitud continente por excelencia es la atención, atención a la vida emocional.
“Hemos constatado —escribe Geneviève Haag (1985)— que el simple hecho de aumentar el círculo de la atención, de reforzar mutuamente nuestra atención, precisamente allí donde hay una dificultad, parecería cambiar el sentido de ciertos círculos viciosos, a veces de forma espectacular”.
Simone Weil, filósofa francesa que hizo de la atención uno de los conceptos claves de sus estudios, explica que la atención es un estado de apertura y disponibilidad al mundo; se trata de vaciarse de los propios prejuicios para poder acoger algo desconocido e imprevisto.
En esta misma dirección, Michel Haag (2002) nos cuenta que Esther Bick condensaba sus consejos a los observadores debutantes en dos reglas:
Primera: “Llegar como una tabula rasa, tú no sabes, eso es todo.”
Segunda: “Estar solo en modo receptor: déjate llenar, céntrate en ti mismo, nunca pidas cambio alguno.”
En definitiva, se trata de poder desprenderse de todos los conocimientos adquiridos para dejarse sumergir en el encuentro.
La Mirada
La mirada de la madre tiene para el bebé, desde su nacimiento, una función integradora. Despierta una fuerza de atracción que tiene que ver con la magnetización, con la reuniónParticipa también en la formación de las envolturas psíquicas, desempeñando así un rol importante de contención.
De la misma manera que el bebé se refleja en la mirada de la madre, creemos que nuestra mirada atenta y respetuosa podría devolver a la madre una imagen de seguridad y al mismo tiempo reforzar su función. El bebé se ve reflejado en la mirada de la madre, mientras que la madre también es mirada por otra madre. Es la función de Santa Ana. La hipótesis sería que nuestra mirada es también un reflejo donde la madre puede ver una imagen de madre reconocida.
En una de las estancias en el parque fuimos testigos de cómo unas madres elaboraban a su manera la función continente de la mirada:
“Carol quiere que la mire continuamente” dice una madre. “Sí, continuamente y para todo es: mamá mira” dice otra. «Antes me pedía brazos, ahora me pide ojos», agrega la primera. “Antes los sostenían con los brazos y ahora con la mirada”, comenta una acogedora. De estos comentarios se concluyó que “los ojos son la continuación de los brazos.”
La Escucha
Proponemos una escucha sin consejos ni juicios. Tratamos de ayudar a los adultos a reconocer sus sentimientos, su intuición y su subjetividad para que puedan interiorizar una imagen de sí mismos más aceptable, más serena y más segura en su vida diaria.
Por segundo año viene a la Caseta amb rodes una mamá que suele mostrarse bastante enojada con el mundo y habla de todo lo aprendido en distintos cursillos. Tiene recomendaciones para padres, madres, abuelas, canguros… incluso para nosotras. Apenas sonríe. Un día, mientras su niño jugaba, la mamá nos comentó que quería comprar unos juguetes. Le preguntamos por sus propios juegos de infancia. Pareció que se le ensanchaba el corazón. Su rostro se relajó y nos contó con alegría como sus abuelos, campesinos, se la llevaban a los campos de frutales, como la sentaban a la sombra, le ponían a su alcance una cesta con piedras, trocitos de madera, unas naranjas, un gran balde con agua… Otro día, recuperó este mismo recuerdo y nos explicó con goce como jugaba con la tierra y el agua haciendo figurillas de barro mientras sus abuelos trabajaban a poca distancia de ella. La escuchábamos con mucha atención y su sonrisa se nos contagiaba. La segunda vez que nos habló de ello le comentamos que se la veía feliz con dicho recuerdo. Pareció emocionarse.
Al ser escuchada, probablemente la mamá pudo escuchar su propia voz y la emoción que ésta podía provocar en el otro. Fue una vivencia auténtica, genuina, no aprendida en ningún cursillo. Tal vez le permitió verse como una madre capaz de crear algo por sí misma.
La Ritmicidad
La ritmicidad (Ciccone, 2001) “permite la anticipación y da una ilusión de permanencia. A la vez participa en la constitución del sentimiento de ser contenidos en la medida que proporciona la sensación de continuidad.” De ahí que mantengamos nuestra actividad aun cuando ésta no pueda realizarse al aire libre a causa de las condiciones meteorológicas.
Una madre y un hijo vinieron algunas veces al comienzo de nuestro proyecto. Sólo regresaron al año siguiente, después de varios meses sin venir. Cuando nos reencontramos, una de las primeras cosas que nos dijo la madre fue que no había vuelto hasta entonces por diversos motivos, pero que todos los viernes había pensado en La Caseta amb rodes y que nos había tenido en su cabeza. La semana siguiente, la madre y el niño regresaron, pero esta vez con el padre. Al día siguiente volvió toda la familia, se quedó hasta el final, ayudó a recoger juguetes y colaboraron todos en distintas tareas.
Aspiramos a que nuestra atención, nuestra rêverie, nuestra mirada, nuestra escucha, nuestra presencia de continuidad sean distintos envoltorios psíquicos que generen esta función continente que recibe las proyecciones, al mismo tiempo que permite la elaboración, la simbolización y la transformación.
Con Geneviève Haag presente en nuestras mentes, intentamos facilitar la creación de una piel de grupo, un espacio interior donde las experiencias pueden ser acompañadas, pensadas y transformadas.
Qué nos aporta la observación de bebés?
Esther Bick estaba convencida del papel preventivo que puede desempeñar el observador. En nuestro caso, también hemos observado que el simple hecho de aumentar la atención, precisamente donde encontramos una dificultad, provoca cambios, como si de un círculo virtuoso se tratase.
Un papá trae muy regularmente a su niño, John. No faltan nunca, a menudo son los primeros en llegar y los últimos en irse. John es bastante tímido y reservado, se aleja poco de su papá y solicita mucho su atención. El papá, muy atento con John, es muy activo en el juego con él. Al principio no se desplazaban mucho por el espacio, fue el niño quien comenzó a agrandar su radio de movimiento y el papá lo iba siguiendo. Pudimos observar que el niño se aproximaba a otros niños, pero sin intervenir en el juego, y el papá se acercaba e iniciaba juegos, incluyendo las otras criaturas. Poco a poco, el papá comenzó a permanecer más tiempo sentado sin dejar de observar a su hijo. Nosotras aprovechamos para acercarnos al papá y compartir momentos de charla y de observación.
Un día una acogedora vio al papá sentado mirando a su hijo y comentó que el niño iba más lejos y durante más tiempo. El papá asintió. “¿Y tú qué sientes?”, preguntó la acogedora. El papá pensó cinco segundos y respondió: “Ambivalencia: ¡Estoy contento! Estoy triste…”Todavía estábamos riéndonos de la respuesta, cuando vimos que había un grupo de tres niñitos jugando y que, a unos pasos de ellos, John los miraba dando un pasito para adelante y un pasito para atrás, un pasito para adelante y un pasito para atrás. El papá intentó levantarse, pero la acogedora le cogió el brazo y le dijo: “Esperemos…” Y el niño dio cuatro pasos y llegó al grupo. El padre al irse comentó agradecido a la acogedora: “Casi nos perdemos ese momento”.
Además, la observación es una referencia y un apoyo para escapar de la tentación de dar respuestas inmediatas, banales o estereotipadas, fruto de convenciones sociales.
También la observación nos capacita para aceptar el no saber. Las familias tienen su propia cultura, su estilo y sus maneras de hacer las cosas. Con absoluto respeto iremos descubriendo cómo se ajusta y se teje la relación, cómo las madres u otras figuras parentales son receptoras del placer o displacer de su bebé y dan significado a sus balbuceos, quejas, muecas, sonrisas, expresiones no verbales o movimientos corporales.
Son momentos privilegiados porque contienen interacciones muy valiosas, fundantes, pero nuestra presencia conlleva una gran responsabilidad: nos corresponde lograr que una madre, que está con nosotras en una estructura comunitaria, pueda desarrollar su relación con su criatura a su propio ritmo y disfrutarla, aprendiendo a través del ensayo y error, de una manera agradable, tal como aprenden los niños y las niñas a través del juego, sin miedo a ser juzgada.
Los primeros meses en que se desarrolla el vínculo madre-hijo no están exentos de dificultades y numerosas ansiedades. Tratamos de que nuestra observación tenga una distancia adecuada, que pueda resultar tranquilizadora y no persecutoria para la madre angustiada. Así, el infante, aunque sea por un breve periodo de tiempo, puede jugar con placer, libre de la ansiedad del adulto, e integrar esta experiencia, poblando su hogar interior con experiencias alternativas a las experiencias familiares.
La observación de bebés nos ayuda también a pensar en cada criatura en función de su particularidad, a evitar compararlas, a aceptar la singularidad sin preocuparnos por ninguna evaluación o por un diagnóstico. También nos ayuda a mantener la confianza y la esperanza de que nuestro trabajo, por sutil que sea, dará frutos.
La observación nos permite además acercarnos a los adultos, interesarnos por ellos. No solo observamos a los infantes, sino que también ponemos atención en la abuela que, sentada en una silla, inclina la cabeza hacia el suelo, apoyando la barbilla en la mano apretada y con los ojos cerrados; la madre que sostiene su celular en una mano siguiendo a su hija en el parque y mirándola con frecuencia; el abuelo sentado en el suelo que se inclina hacia su nieto y le muestra un juguete tras otro sin darle tiempo a explorar; la canguro que a menudo dice “te dejo” y se esconde de la niña a la que cuida. Nos preguntaremos qué deben estar experimentando, qué deben estar sintiendo. Quizás esto nos permitirá estar más disponibles y más receptivas a lo que libremente quieran explicarnos o confiarnos, o a lo que esperen de nosotras.
La abuela preocupada que preocupaba
A excepción de su hija, su yerno y su nieto, sus parientes habían quedado lejos y ella no conocía nuestros idiomas. Rara vez miraba a su nieto, que deambulaba por todas partes como buscando miradas, se acercaba a los adultos que jugaban con sus hijos, se acercaba a otros niños para arrebatarles los juguetes.
La relación entre ambos era muy tensa; a veces la abuela insistía en enseñarle cómo hacer las cosas —por ejemplo, cómo dibujar en la pizarra— y lo forzaba o reprendía cuando no respondía como ella esperaba. Cuando el niño se metía un juguete en la boca, le pegaba en la boca diciendo «¡No, caca!” También vimos cómo el niño, molesto, mordía la mano de la abuela. Una vez que el niño se cayó del columpio, la abuela lo levantó y, sin una palabra de consuelo, lo sentó en su cochecito y se fueron: el niño llorando y la abuela enfadada.
A pesar de la incomodidad y la tensión que mostraban, volvían al parque día tras día. Un día, en nuestra reunión después del parque, una compañera nos explicó que había jugado con el niño porque la abuela había recibido una llamada de un familiar de su país y al hablar en su propio idioma, vio que la actitud de la abuela había cambiado: su cara se había iluminado, su cuerpo había adquirido otro aspecto, su voz, otro tono, y la acogedora había sentido la necesidad de preservar ese momento de la abuela.
Fue entonces cuando nos dimos cuenta de que la “pobre criatura” era la abuela, que estaba perdida en tierra extranjera y lo había perdido todo. Decidimos acercarnos a ella, tomarnos el tiempo de sentarnos a su lado, hablarle mediante el traductor del teléfono… Con el tiempo, la abuela se relajó, y pudo ver cómo otras abuelas jugaban con sus nietos. Empezamos a observar cambios en la relación entre nieto y abuela.
Un día, el niño volvió a caerse del columpio (este niño se dejaba caer), pero esta vez la abuela lo levantó, lo besó y lo consoló. Poco después, mientras la abuela ayudaba a su nieto a columpiarse, una acogedora cantó una canción de cuna y preguntó a la abuela si recordaba alguna canción de su infancia, ¡y la abuela cantó!
La mamá con el teléfono
Esta mamá está atenta a su niña, no deja de mirarla, pero al mismo tiempo no deja su teléfono. A su vez, la niña tiene pocos momentos en que se posa o se interesa por un juguete. A veces se detiene frente a otros infantes, los mira con cierta curiosidad, puede haber un esbozo de imitación, pero no entra en comunicación con ellos y no trata de sacarles el juguete, aunque puede recoger un juguete que otro acaba de dejar. ¿Será una niñita que se comunica poco? ¿Será que a esta mamá le resulta difícil comunicarse con su niña? ¿Qué no la comprende? ¿Será una mamá que necesita estar en comunicación y con su niñita no se siente comunicada? También, en esta ocasión, nos propusimos acercarnos y simplemente señalar, tal como lo haría un bebé, reclamar una atención conjunta: “¡Mira lo que hace! ¿Qué nos contará con su expresión? ¿Qué estará pensando?” La invitamos a observar.
El abuelo que “inundaba” de juguetes
El pequeño tenía apenas dos años, hablaba muy bien, no solo era capaz de decir su nombre y apellido al llegar, sino que a demanda de su abuelo daba nombre y apellidos de su abuelo, de su abuela, de su padre, de su madre, y también la dirección, aunque no se la hubiéramos pedido. Le interesaban los juguetes y los manejaba con destreza, pero sus juegos se veían constantemente interrumpidos por las peticiones del abuelo —a veces también de su abuela— que le animaban a descubrir algo más. Hablando con los abuelos día tras día, supimos acerca de su historia de privaciones infantiles y su deseo de progresar y mejorar. ¿Las altas exigencias al nieto eran una proyección de estos deseos de superación llevados al extremo? ¿Estaban expresando su forma de afrontar la vida a través de la relación con su nieto?
La canguro que a menudo dice “te dejo” y se esconde de la niña a la que cuida
Nos visitaba regularmente Emma acompañada por su canguro, Lorena. Emma era una niña muy bien adaptada y tenía muy buena comunicación con Lorena. Lorena era muy atenta al juego de la niña, siempre decía: “Yo no le propongo ningún juego, siempre observo a ver qué quiere o espero que ella proponga uno”. También estaba siempre presente —ya sea cerca o más alejada— para cualquier demanda de la niña.
Sin embargo, a veces contrastaba tan buena atención con su intransigencia. Cuando Emma tenía una rabieta, no intentaba calmarla, distraer su atención ni dejar que alguien intentase “desconflictuar”. En estos casos se limitaba a decir: “Déjala, déjala, ya se va a cansar y verás como viene a buscarme. Siempre, después de un enfado, viene a abrazarme y me dice ‘te quiero’.” También a la hora de irse, cuando Emma quería continuar jugando, como muchos niños, Lorena decía: “Pues te dejo” y se iba; luego se escondía detrás de un árbol, esperando que la niña la buscase.
Un día que Lorena estaba sentada junto a una de nosotras en un corro con algunas mamás, una de ellas comentó el terror que había sentido en una ocasión al pensar que podía morirse y dejar a su hija desamparada. Lorena, tal vez con ánimo de tranquilizar a esta mamá, explicó que su madre, precisamente, había muerto en el parto cuando ella nació, pero que no tenía la sensación de haberse sentido desamparada porque siempre tuvo a muchos familiares a su lado, sus hermanas mayores, su tía materna que cuidó de ella, su padre, su abuela paterna… En la reunión de equipo, nos preguntamos si Lorena no buscaba el conflicto para vivir el placer del abrazo, que tal vez no tuvo de su madre. Fueron pasando los días y en uno de nuestros siguientes encuentros de equipo, tomamos consciencia de que Lorena había dejado de utilizar la expresión “te dejo” o “dejadla”. Poco antes de vernos por última vez, Lorena nos explicó que había empezado a salir con un chico y que le gustaría tener hijos, pero sentía algo de miedo porque se había dado cuenta de que a veces no sabía muy bien cómo tratar a Emma, aunque venir a la Caseta le había ayudado a aprender.
¿Qué huellas y experiencias vividas con nosotras en el parque quedarán inscritas en la mente de estos infantes?
Desearíamos que el interés que mostramos por lo que vive cada uno de ellos les ayude a fundar una identidad auténtica, un verdadero self. Esperamos ayudarlos a sentirse reconocidos y por lo tanto, seguros para construir una imagen propia de sí mismos.
La Caseta amb rodes funciona desde abril de 2021. Los resultados son alentadores. A veces nos faltan sillas para que los infantes jueguen bajo la atenta mirada de sus acompañantes.
Un día éramos 34 personas (15 criaturas, 17 acompañantes y 2 acogedoras) en la plaza, que es un espacio no demasiado grande. Todos los infantes jugaban tranquilamente mientras los adultos los miraban o hablaban entre ellos. No se escuchaban gritos ni se daban grandes conflictos, se vivía un clima tan placentero que no daban ganas de que ese momento terminara. En nuestro tiempo de encuentro posterior comentamos la emoción que las acogedoras habíamos sentido. Estábamos conmovidas de pensar que habíamos alcanzado uno de nuestros objetivos, que las criaturas “jueguen solas en presencia de su madre”, como dice Winnicott. No solo esto, pudimos observar más de lo que esperábamos, puesto que , también, las madres habían visto con placer a sus criaturas que crecían y se separaban.
Trabajar en prevención y en promoción de la salud requiere estar dispuestos a avanzar sin vislumbrar el camino, sin cosechar resultados tangibles e inmediatos. Requiere dosis importantes de esperanza y de confianza, también de paciencia. Saber que estamos todos aquí en la Habana, es como tener el apoyo de una muñeca rusa más, una matrioshka mayor que nos ayuda a sostener nuestro trabajo.
Nuestro agradecimiento a todas las personas que han hecho posible que este proyecto fuese una realidad y, muy especialmente, a las familias que cada semana nos renuevan su confianza y a las compañeras con quienes hacemos equipo, Luciana Maggi, Mariel Brener y Paty Uriz Ortega.
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