“CUANDO LE PONES UN PORQUÉ CALMAS ALGO POR DENTRO”. Entrevista a Alba
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Resumen
Alba, de 19 años, y su hija Marta, de 3, se reúnen cada semana en el día de visita autorizado. La vida de Alba ha estado marcada por una infancia traumática y abandono. Tras vivir con su madre alcohólica y enfrentar situaciones difíciles, fue abandonada a los 9 años. Vivió con sus abuelos hasta los 13, luego ingresó en un centro de acogida, donde quedó embarazada a los 15. Incapaz de cuidar de Marta, dejó el centro con el padre de la niña, quien fue acogida por una familia de emergencia.
Anna y Eulàlia, profesionales del EAIA y del Servicio de Acompañamiento a la Maternidad, entrevistaron a Alba para entender mejor las experiencias de separación y desamparo desde una perspectiva vivencial. Alba comparte sus reflexiones sobre su vida con su madre, sus años con los abuelos, su adolescencia difícil, y la lucha por mejorar su vida para recuperar a su hija.
Alba, ahora en un programa de inserción laboral y educativa, reflexiona sobre su dependencia emocional, sus errores como madre y su progreso personal. A través de un proceso terapéutico, ha mejorado su autoestima y está más preparada para cuidar a Marta. La relación entre ambas ha mejorado notablemente, con Marta mostrando más cariño y confianza.
La historia de Alba ilustra la importancia de un enfoque humano y reflexivo en la atención a la infancia y adolescencia, destacando la necesidad de escuchar y aprender de las experiencias de quienes han pasado por el sistema de protección.
Palabras clave: separación; desamparo; infancia; proceso terapéutico; trauma; superación.
Abstract
Alba, 19 years old, and her daughter Marta, 3, meet every week on the authorized visitation day. Alba’s life has been marked by a traumatic childhood and abandonment. After living with her alcoholic mother and facing difficult situations, she was abandoned at age 9. She lived with her grandparents until she was 13, then entered a foster care center, where she became pregnant at 15. Unable to care for Marta, she left the center with the child’s father, and Marta was taken in by an emergency foster family.
Anna and Eulàlia, professionals from the EAIA and the Maternity Support Service, interviewed Alba to better understand the experiences of separation and abandonment from a lived perspective. Alba shares her reflections on her life with her mother, her years with her grandparents, her difficult adolescence, and her struggle to improve her life to regain her daughter.
Alba, now in an employment and educational insertion program, reflects on her emotional dependence, her mistakes as a mother, and her personal progress. Through a therapeutic process, she has improved her self-esteem and is better prepared to care for Marta. The relationship between them has significantly improved, with Marta showing more affection and trust.
Alba’s story illustrates the importance of a human and reflective approach in the care of children and adolescents, highlighting the need to listen to and learn from the experiences of those who have gone through the protection system.
Keywords: separation; helplessness; childhood; therapeutic process; trauma; overcoming
Alba y Marta han llegado, como cada semana, el día que tienen permiso de visita. Pasan un día juntas hasta la hora en que Marta vuelve con su familia de acogida… La historia de Alba es de una infancia llena de situaciones traumáticas y con muchos momentos de sufrimiento y abandono. Alba tiene tan solo 19 años y su hija, Marta, 3. Y las dos han vivido historias de separación y reencuentros en diferentes momentos de sus cortas vidas.
Somos Anna y Eulàlia, del Consorci de Benestar Social Gironès-Salt. Muy a menudo nos surgen dudas y preguntas difíciles de responder con respecto a nuestra propia intervención, pero con Alba hemos tenido la oportunidad de escuchar, con sus propias palabras, reflexiones que nos invitan a entender de manera vivencial y no teórica qué se puede vivir y sentir en los diferentes procesos de separación y desamparo en una niña de corta edad. Así, entrevistando a Alba, damos voz a alguien que ha pasado por el sistema de protección a la infancia, lo que puede ayudarnos obtener una nueva perspectiva respecto a cómo entender nuestras intervenciones, nuestros objetivos y el trato como profesionales. En definitiva, favorece nuestro desarrollo profesional.
De la entrevista a Alba no queremos extraer fórmulas ni conclusiones definitivas, tan solo queremos compartir ideas e interrogantes para la reflexión en nuestra práctica profesional y la mejora de la atención a la infancia y adolescencia.
Alba fue derivada al servició de acompañamiento a la maternidad a través de un EAIA (Equipo de Atención a la Infancia y la Adolescencia). Actualmente Alba vive en un piso de IPI (Itinerario de Protección Individualizado) donde se enfoca el recorrido de jóvenes tutelados de 16 a 21 años para una inserción laboral y formativa.
Alba nació con síndrome de alcoholismo fetal. Vivía con su madre y su hermano mayor (de padres diferentes) y sus domicilios eran itinerantes. Su madre bebía mucho y se prostituía. Al salir de la escuela iban directamente a los bares, hasta que ellos mismos llevaban a su madre a casa cuando ya estaba tan borracha que no podía sostenerse en pie. Muchas veces no les hacía la cena. Y en muchas ocasiones les pegaba. Cuando Alba tenía 9 años, pasó un incidente que le marcó su vida, y así nos lo cuenta. Estando en un bar, como una de tantas noches, el hermano llamó a la policía. Los abuelos maternos los fueron a recoger y se los llevaron a casa, en espera que la madre volviera a buscarlos a la mañana siguiente. Pero esa mañana no llegó para Alba. Ella se refiere a este momento como el día que su madre la abandonó y no la volvió a buscar. Alba y su hermano vivieron con los abuelos hasta los 13 años, cuando los dos hermanos pidieron ingresar en un centro de acogida (primero lo pidió el hermano mayor y luego Alba). A los 15 años Alba se queda embarazada, pero después de tener a su hija, Marta, no puede sostener su maternidad y se marcha del centro con el padre de Marta, dejando a la bebé en el centro. Marta se va con una FUD (familia de acogida de urgencia) en acogimiento simple, es decir en previsión de una corta duración.
La historia de Alba, desde el punto de vista de los profesionales, empieza a sus 9 años cuando se le da la tutela a los abuelos, y los servicios de protección empiezan a acompañar a Alba en sus diferentes etapas vitales.
Hemos escogido la historia de Alba porque está haciendo un proceso terapéutico y existe un plan de trabajo de recuperación de su hija. Y porque Alba ha querido poner voz a su historia de vida.
Como no somos referentes de su expediente administrativo como EAIA y no hemos accedido a sus informes técnicos, le hemos hecho previamente una entrevista semiestructurada de vida para profundizar en diferentes aspectos que pudiesen ser relevantes en su historia, en sus relaciones, aspectos traumatizantes, etc. Por privacidad, se han cambiado los nombres de las personas implicadas.
Entrevista con Alba
Anna y Eulàlia.— ¿Podrías describir, en pocas palabras, tu historia de vida?
Alba.— En mi infancia con mi madre, no había mucha estabilidad, no había cariño. Todo estaba muy desorganizado, no había tiempo, no había lo que a lo mejor yo veía en otros niños que era lo normal.
Cuando pasé a vivir con mis abuelos, sí que vi otra vida diferente. Que a mis abuelos les importábamos tanto yo como mi hermano, había más normas, horarios, normal. Fue una infancia bonita, la verdad.
Luego en la adolescencia, pues ahí vi que me torcí mucho y que llevaba una vida parecida a la de mi madre.
Ahora estoy bien, bastante bien.
Anna y Eulàlia.— Ahora nos situamos en el momento de tu primera infancia, antes de ir a vivir con tus abuelos, antes de los nueve años…
Alba.— A mi madre la quería mucho, pero me daba cuenta que la vida que llevaba, no era buena. Yo estaba muy, muy pegada a mi madre. Entonces veía que lo que hacía estaba mal y que había ocasiones en que yo me sentía que ella no me quería, que le estorbaba, pero bueno era mi madre Era a la única persona que yo le tenía confianza porque yo de pequeña era muy cerrada, no me gustaba estar con niños, era muy mía. Y mi madre era la única persona a quien más o menos le tenía un poco de confianza.
Anna y Eulàlia.— Cuando te refieres a tu madre como la única persona con quien tenías confianza…
Alba.— Sí, era una sensación, hablaba con ella de las cosas de una niña de nueve años más o menos… Y tenía la sensación de sentirme segura con ella, más que nada era seguridad.
Anna y Eulàlia.— De los nueve a los trece años estuviste viviendo con tus abuelos. Explícanos.
Alba.— Al principio bien, pero luego sentía mucha rabia, y no sabía cómo sacarla y siempre era hacía mis abuelos, gritos o incluso cuando me enfadaba, destrozaba la habitación, tiraba esto, lo otro, rompía cosas… Y así es como más o menos me desahogaba, pero luego me arrepentía. Era todo el rato lo mismo, un ciclo que no se acababa. Mis abuelos, yo sé que eran los únicos que más o menos querían el bien para mí y para mi hermano, pero en ese momento, no te dejas ayudar y es más complicado. No ves la realidad, sino que solo ves tu realidad. Lo de las rutinas en casa de mis abuelos, a mí eso me mataba, porque yo no estaba acostumbrada a eso, entonces me chocaba mucho y había veces que me enfadaba mucho por según qué cosas, yo estaba acostumbrada a siempre cambiar de casa, siempre cambiar de escuela… Bueno, de paisaje, y de todo. Y con mis abuelos, es todo lo contrario. Me enfadaba mucho con ellos por eso, y sentía a veces que, a lo mejor, no tenía un buen día, y no sabía ponerle un por qué, y eso también me frustraba mucho.
Anna y Eulàlia.— A partir de los 13 años, que sucedió?
Alba.— Entré en el centro a los 13 años, y al cabo de pocos meses cumplí los 14. Aquí conocí al padre de mi hija. Y fatal, porque era una persona también inestable, yo también era pequeña e influenciable. Nunca había tenido ninguna pareja, al no tener padre, o no sé, me aferré mucho a él. Entonces, yo necesitaba estar con él, siempre, siempre, siempre, veinticuatro horas. Y no era un bien para él, ni bien para mí. Sufría por si él me dejaba o si encontraba otra chica, perderlo… Yo quería estar con él veinticuatro horas, era como que no podía respirar si no estaba con él.
Anna y Eulàlia.— ¿A qué edad te quedaste embarazada de tu hija?
Alba.— A los quince, casi dieciséis.
Anna y Eulàlia.— Nos comentas que en la etapa que estabas viviendo con tu madre, había cosas o situaciones que sabías que no estaban bien, pero que te sentías segura con ella.
Alba.— Con mi madre, siempre pasaba algo diferente, era como que pasan los días más rápido, porque nosotros íbamos al cole, nos quedábamos allí a comer, salíamos a las cinco de la tarde, ella nos recogía, nos llevaba cada día a un sitio diferente, a un bar diferente, y siempre era lo mismo, en distintos sitios… entonces, tenía la sensación que pasaban los días más rápido.
Anna y Eulàlia.— ¿Y el sufrimiento?
Alba.— ¡Sí! Era para mí y para ella también. Porque cuando te pones en esas situaciones, sufres. Y cada vez más conforme te vas haciendo más grande, que ves, por ejemplo, que ella bebe alcohol, se emborracha y luego está a punto de caer, que la tienes que coger tú… pues sufres.
Anna y Eulàlia.— Has pasado por distintas separaciones en tus relaciones familiares. ¿En esos momentos mantenías contacto con tu madre o familiares?
Alba.— Con los abuelos sí, y con mi madre…
Anna y Eulàlia.— ¿Tu madre?
Alba.— El primer año no la vimos, bueno, la vimos una vez, pero no porque hubiera un permiso, sino porque nos la encontramos. A partir del año es cuando empezaron los permisos. Pero los permisos no fueron bien. No se presentaba el día que tocaba y llamaba dando excusas, y cuando quedábamos para otro día, la esperábamos vestidos y a punto y no se volvía a presentar. Y luego, venía al siguiente permiso con regalos. Pero no cumplía ni un permiso de una hora. Llegó un momento que los permisos los hicimos de fin de semana, pero también salían mal, seguía bebiendo y a mi hermano le daba más libertad. Y eso le pasó factura, como mi madre le daba más libertad y mis abuelos eran más estrictos con él, pues a mi hermano esto le pasó factura y al final se torció por el camino.
A mí me dolió más cuando, a los nueve años, pues pasó eso, que mi hermano llamó a la policía y la policía le dijo a mi madre que nos viniera a buscar el día siguiente por la mañana y nunca vino. Y no saber nada de ella. Me dolió mucho más que lo otro.
Mis abuelos siempre se han portado bien, pero yo los oía hablar con otras personas (mi tío, por ejemplo), o porque estaba en mi habitación y los oía o porque lo decían delante de mí. No me lo echaban en cara, pero te lo van recordando, que no es su obligación habernos acogido. Y era repetitivo. Y tampoco te acabas de sentir cómoda cuando vas escuchando esas cosas. Pero bueno, esa época la pasé más o menos bien. Y más el año que no tuvimos permisos con mi madre. Cuando empezamos a tener permisos, tanto mi hermano como yo estábamos más confundidos.
Anna y Eulàlia.— ¿En qué sentido?
Alba.— El primer año fue bien porque no la veíamos. Y cuando ya la empezamos a ver estaba siempre preguntando por lo que hacía la yaya y siempre estaba intentando sacarme información para criticarla. Yo le explicaba cosas y luego ella iba a explicarlas a mi yaya. Pero claro, lo que yo le explicaba era totalmente diferente a lo que ella le iba a explicar a mi abuela. Y al final, me causaba problemas con mi abuela.
Anna y Eulàlia.— De tu madre antes has dicho que no recibías afecto, pero sí que te ofrecía seguridad o sensación de seguridad.
Alba.— Si, depende de la situación. Ella sí que es muy cariñosa, pero a lo mejor cuando ella estaba bebida y estábamos en un bar y yo necesitaba algo, yo sentía que estorbaba. O cuando estábamos en casa y ya era la hora de comer o que ya se tenía que poner a cocinar, porque yo era pequeña todavía y mi hermano también, y se lo pedías… pues no hacía caso, nos hablaba mal, depende de la situación. Ha habido veces que también me ha pegado a mí, a mi hermano no, y luego se va a dormir, han pasado dos o tres horas, y entonces viene a dormir conmigo a pedirme perdón.
Claro, todo eso como niña no lo acabas de entender del todo, y como tampoco tenía a nadie, porque a lo mejor si hubiéramos estado más unidos con mi hermano ,me hubiera desahogado con él. Pero él iba mucho a la suya, entonces yo me sentía muy sola porque mi tía estaba en las mismas condiciones que mi madre, mi hermano era… era inexistente casi, y no sé, me sentía muy sola.
A mi madre, es que me daba, no sé…, siempre la acababa viendo como a mi madre, no la veía como una persona mala, sino como que me daba pena.
Anna y Eulàlia.— De todo esto que has vivido, ¿qué crees que ha generado un impacto positivo y negativo en ti?
Alba.— En la infancia, durante los años que estuve viviendo con mi madre, sí que considero que había cosas que hoy en día hago inconscientemente, luego al ir al psicólogo me ha hecho ver que eso tiene un por qué, ya que en la infancia realmente es cuando un niño se forma. Y los años que estuve viviendo con mi madre, pues son los pocos malos hábitos que tengo o que he llegado a tener. Por ejemplo, con mi pareja yo tenía mucha dependencia emocional, pues eso yo lo relaciono también con no tener padre, por no haber tenido ningún tipo de contacto con mi padre. Cuando he vivido con mis abuelos, porque mi madre se ha llegado a prostituir, ha conseguido dinero fácil y mis abuelos, pues, todo lo contrario. Yo creo que si hubiera crecido con mi madre hasta la edad en la que estoy ahora podría haber seguido su camino perfectamente, pero una vez que están mis abuelos, mi abuelo se levantaba y con esfuerzo iba a trabajar, mi abuela igual… el dinero cuesta de ganar y no es solo el dinero, sino en muchos más temas. Pues sí, los valores, y todo me lo han dado mis abuelos, una buena educación.
Anna y Eulàlia.— Viviendo con los abuelos, pediste ingresar en un centro de protección.
Alba.— Yo creo que, al pasar mi infancia con mi madre, con todo lo que hemos vivido, yo tenía mucha rabia. Hoy en día tampoco sé por qué, pero era rabia. A lo mejor rabia de ver niños que estaban en una situación normal, ¿no? Con su padre, con su madre, y siempre yo era la diferente. También me sentía culpable cuando yo hacía esas cosas que he explicado antes, lógicamente cuando ya estaba en frío, pensaba “me he pasado”, pero soy muy orgullosa y a lo mejor no les decía perdón ni nada, pero igualmente me sentía mal y luego a veces me lo echaban en cara y me decían “te podrías haber ido a un centro y no te teníamos porque acoger nosotros aquí”. Escuchar todo eso y al ver también que mi hermano se fue a un centro…
A ver, con mi hermano tampoco era la relación que teníamos, pero me sentía más sola porque mis abuelos, al educarnos a mí y a mi hermano, estaban para los dos, pero que estuvieran los dos para mí no me gustaba tanto. Aparte, son muy estrictos, no me dejaban salir con mis amigas y cosas así cuando yo, en verdad, más o menos me portaba bien y no fumaba ni hacía nada malo, y mis amigas eran chicas tranquilas. No sé si eran así porque con mi madre y mi tía a lo mejor les dieron mucha libertad y salieron mal, o no sé, pero a mí no me dejaban hacer casi nada.
Anna y Eulàlia.— ¿Crees que no confiaban en ti?
Alba.— Podría ser, también. A mi hermano, por ejemplo, le han dejado salir y todo, a mí no y no sé por qué. A ver, era más pequeña, también, pero lo veía injusto. Yo veía siempre injusticias. Es como mi madre, en esta época que teníamos los permisos le daba más dinero a mi hermano, y a mí me daba menos, yo me enfadaba y se lo decía, pero ella me decía “ay es que no tengo más dinero” y le decía “mamá, pero si tienes 10 euros, pues cinco y cinco, no hace falta que a él le des ocho y a mí dos, ¿no?”. Siempre veía estas injusticias y me daba mucha rabia.
Anna y Eulàlia.— Actualmente, tu hija de 3 años, está tutelada y acogida en una familia ajena, ¿crees que lo que tú has vivido en la infancia ha influido en tu rol de madre?
Alba.— Desde que he estado embarazada, nunca he querido que mi hija viviera lo que yo he vivido, pero sí que, como persona, a esa edad, yo era una niña. Encima no había ido ni al psicólogo, no me había podido curar esa herida que tenía yo. Y no solo de mi infancia, sino con su padre también, no lo pasé nada bien, y aún seguía con él, seguía con ese sufrimiento.
Yo nunca le he querido transmitir todo lo que he vivido de pequeña, pero inconscientemente creo que no lo he hecho bien como madre (al principio).
Estuve unos meses viviendo con mi hija, pero entonces la dejé allí (al centro) y me fui con el padre. Y me di cuenta de que no lo había hecho bien, que lo primero es ser madre. Y empecé a tener los permisos con mi hija, y me di cuenta de que realmente no había asumido que era madre y tenía una hija. Ahora sí. Ser consciente y asumir los errores que he cometido, y que puedo seguir adelante.
Anna y Eulàlia.— La vivencia de la separación de niña con tu madre, y ahora la tuya con tu hija, son momentos importantes de tu vida, ¿crees que tienen algún tipo de relación?
Alba.— Sí, yo por ejemplo me acuerdo de que cuando dejé a mi hija en el centro, tenía un poco de relación con mi madre y le llegué a decir: “mamá, hasta te entiendo en lo que llegaste a hacer” y a medida que han ido pasando los años me acuerdo de esa frase. Pero ahora entiendo según qué cosas, pero otras siendo madre no, porque yo he cometido errores y los acepto, mi madre nunca aceptó nada. Yo siempre me intento superar, tanto para mi persona como para mi hija. Sé que la cagué, pero desde allí todo lo que tengo, todo lo poco que he podido tener y las ganas de avanzar que tengo (de estudiar, de superarme como persona, etc.) me las ha dado mi hija, realmente.
Yo lo pienso y digo que sin ella yo estaría fatal ahora mismo, no hubiera estudiado, no tendría la ESO, no hubiera aguantado en el piso, el trabajo sería imposible que lo hubiera mantenido. Ni esto ni nada.
Mi madre en ese momento era joven y no estaba bien, cuando tú no estás bien contigo misma no puedes cuidar a otra persona. Yo creo que esa es la relación.
Anna y Eulàlia.— ¿Actualmente cómo te sientes?
Alba.— Estoy muy contenta. Al ir a la psicóloga me he dado cuenta de que tenía baja autoestima y que, si yo estoy marcándome objetivos y cumpliéndolos, ahora me sube la autoestima. Me acuerdo de que antes de tener a mi hija, me ponía el objetivo de estar en el centro, algo muy básico, y no podía cumplirlo; de estudiar y no podía cumplirlo. Y te acostumbras a: “no puedo, no puedo, no puedo…”. En cambio, si te marcas un objetivo y llegas a ese objetivo, te sientes muy orgullosa.
Anna y Eulàlia.— ¿Qué crees que te ha ayudado?
Alba.— Lo que más me ha ayudado ha sido tener a la niña, porque hay veces que no he hecho las cosas por mí, pero como madre, pues sí que las he hecho. Yo he cambiado muchas cosas, miro atrás y es que he cambiado todo, cada rutina, mi alimentación… Al principio hacía los cambios porque venía la niña, pero luego me planteé hacer los cambios también por mí.
Lo bueno de mí, es que soy muy reflexiva, entonces si hago algo mal lo intento cambiar. Me dejo ayudar, escucho mucho, escucho a diferentes personas… es bueno también escuchar cada punto de vista diferente.
Quien me ha entorpecido más el camino, es el padre de mi hija, pero realmente es mi responsabilidad porque yo sé cómo es él.
Anna y Eulàlia.— Explicas que eres una persona reflexiva, que puedes reconocer tus equivocaciones y que actualmente estás realizando un trabajo terapéutico.
Alba.— Realmente es hacer un clic y dejarte ayudar, yo antes no me dejaba ayudar. Desde el piso de autonomía, donde vivo, me han ayudado mucho y he tenido mucha suerte con los educadores, me han dicho la verdad, tanto si me gustaba como si no. El EAIA también me ha ayudado mucho e ir a la psicóloga es lo que más me ha ayudado.
Los educadores en sí no te dicen nada que vaya a ser malo para ti, lógicamente, pero hay que estar también preparada para escuchar. Porque me decían según qué cosas, en según qué situación y no las aceptaba. Pero ahora mismo lo pienso y veo que era algo mío, tener rabia hacia ellos porque sí, sin motivo. Es verdad que con algunos tienes más feeling que con otros. Por ejemplo, había una educadora que era muy sincera conmigo y si me tenía que decir alguna cosa, siempre me lo decía, con respeto, pero me lo decía. Muchas veces me he enfadado con ella, le he dejado de hablar. Pero a la larga he visto que realmente me quería ayudar, y me ha ayudado con el proceso de mi hija. Se va ganando tu confianza.
Porque realmente hay cosas que cuando le pones un “por qué, calmas algo por dentro”. Eso, dejarte ayudar sobre todo.
Anna y Eulàlia.— ¿Recuerdas cómo eran los primeros días que venías aquí con tu hija? Cómo eran las llegadas, los ratos de juegos que teníais. ¿Cómo explicarías vuestra interacción?
Alba.— Ella es muy cerrada, es muy ella. No es vergonzosa ni tímida, pero cuando no tiene confianza es muy desconfiada. Y siempre hacía lo mismo, hacía siempre la misma rutina, no reía mucho. Ahora la veo más cómoda, ríe más, es más cariñosa, habla mucho más…
El primer año porque era un bebé, pero a partir del año, cuando hacíamos el cambio con la familia de acogida lloraba mucho, se enfadaba. Al principio prefería estar con la familia de acogida que conmigo, y cuando era la hora de marchar no me quería dar ni un beso.
Creo que ella no entendía bien lo que pasaba, ahora sí. La acogedora me explica que, cuando la niña se despierta, pregunta si va al cole, y si le dicen que no, dice ¿“vamos con la mami?”. Y si le dicen que no, es porque es fin de semana y van a casa de unos abuelos a comer. Y a ella le gusta mucho saber, pregunta siempre mucho: “¿donde vamos?” Supongo que lo ha puesto todo en su sitio y ahora, ya sabe que viene conmigo, que viene con ganas y cuando se va ya me da un beso, un abrazo. Al principio el beso y el abrazo me lo daba a cambio de chuches pero ahora ya, sin chuches.
Anna y Eulàlia.— Todo este proceso que defines como de irte superando, mejorando, consiguiendo objetivos ha servido para llegar a tu objetivo más difícil, que era recuperar a tu hija.
Alba.— Es lo que le decía a mi EAIA, que estoy muy contenta y que siempre, desde el primer día del proceso que empecé, cuando mi hija no estaba conmigo, yo ya quería tener a la niña. Pero ahora la quiero y me veo preparada para tenerla, que es lo más importante. Porque, en realidad, si yo le quiero dar una calidad de vida, aunque no tenga la vida totalmente montada, lo importante es que yo esté bien conmigo misma y que tenga un trabajo y que tenga lo básico. Y eso sí lo tengo, así que en este sentido estoy tranquila, lo otro ya vendrá, un piso sola… Y haciendo las cosas bien. Cuando haces el bien, te vienen bien.
Reflexiones finales
Cuando Alba y Marta empezaron a venir a las sesiones de juego del Servicio de Acompañamiento a la Maternidad para familias en riesgo de exclusión social, la relación entre ellas era muy diferente de cómo ha sido después. Marta entraba con cara rígida y gesto serio; no emitía expresión de emoción ninguna. Su distanciamiento era físico y emocional. Cada día entraba con el mismo paso y hacía la misma estructura de juego, con el mismo orden, las mismas palabras, los mismos gestos. Y Alba, seguía el ritmo de su hija, esperando a recibir órdenes, intentando leer unas demandas sin complicidad de su hija. En espera de la sucesión de pautas repetitivas de los juegos de su hija. En las primeras sesiones, Marta se mostraba extremadamente autónoma, no quería dejarse ayudar por su madre en ninguna de sus acciones, rechazaba la participación de su madre en todas las esferas, marcando con gestualidad una barrera física bien visible, y a la vez, tolerando y aceptando la ayuda de la profesional. Poco a poco pudimos introducir cambios en las rutinas de juego, y empezó a aflorar una sintonía en la díada madre-hija y un aumento de la sensibilidad materna de Alba, pudiendo ser más propositiva y Marta aceptando estas propuestas. Ahora Marta llega a las sesiones de juego con una sonrisa, expresando emociones y disfrutando de la sensación de pedir ayuda a su madre.
Todo este cambio ha sido impactante para nosotras, sobre todo teniendo en cuenta cómo fue su infancia y adolescencia, la situación de abandono, negligencia y maltrato emocional a la que la sometieron los adultos que debían ser responsables de su atención, lo que impidió que pudiera desarrollar en un entorno sano y seguro. El sufrimiento infantil es visiblemente presente, del que destaca la soledad, la rabia, la pena y el no saber qué le estaba pasando… Esta búsqueda del “por qué”, resulta muy significativa en su relato. Cuando lo encuentra, todo le empieza a encajar y a cobrar sentido.
Entonces es cuando siente el miedo a repetir patrones de su propia madre, que entiende que no son adecuados para la crianza y la protección de su hija. Poderlo reconocer e identificar, le permite trasladarlo a su propio rol de madre y la convierte en una madre más adecuada, con factores de protección y buen pronóstico de recuperabilidad.
Alba ha realizado un proceso consistente en reconocer sus dificultades y tratar de entenderlas, lo que le ha llevado a tranquilizar su interior, comprender que cuando ha podido estar mejor ha podido cuidar mejor a su hija, lo que ha sido un estímulo decisivo en su vida. Es impresionante ver la lucha de Alba por recuperar a su hija, y los cambios que se han ido operando y hemos podido ir observando en las sesiones de juego y en la manera en que se ha ido creando el vínculo entre ambas.
La historia de Alba y de su superación nos permite reflexionar para tratar de entender cómo ayudar en situaciones vitales tan difíciles, y cómo evitar el riesgo de que el desamparo y el abandono puedan perpetuarse y producir nuevos desarraigos.
Anna Vihè.
Coordinadora del Servei especialitzat d’Atenció a la Infància i Adolescència del Consorci de Benestar Social Gironès Salt.
email: anna.vihe@cbs.cat
Eulàlia Ferrer
Educadora social del Servei d’Intervenció Socioeducativa de Maternatge i Atenció a la Familia del Consorci de Benestar Social Gironès Salt.
email: eulalia.ferrer@cbs.cat