UN VIAJE DE JANET A BROMBERG, PASANDO POR FOULKES

Descargar el artículo

Resumen

 

En este artículo me propongo transformar los conceptos de arraigo y desarraigo en pertenencia y exclusión por un motivo en el que llevo trabajando varios años. La metáfora de las raíces creo que se ajusta más a la realidad de las plantas que a la de las personas. Las personas no nacemos con raíces, sino con un cuerpo y este cuerpo está preparado, diseñado incluso, para moverse. El cuerpo se mueve y las fronteras le impiden hacerlo más a algunos, en función de su pasaporte. Entre el cuerpo y las fronteras, la ficción se encuentra más del lado de las segundas y, en cambio, hemos integrado la idea de que lo normal es que existan y nos definan. Los casos que aquí se presentan nos permitirán desarrollar la idea general de cómo nos enfrentamos a las fronteras, no sólo las físicas, también las psíquicas y las sociales.

Palabras clave: pertenencia, disociación, conciencia autoritaria, conciencia humanística, desobediencia, poder, exclusión, represión, pluralidad, integración, simbolización, transexualidad, migración.

 

Abstract

 

In this article, I will transform the concepts of rootedness and uprootedness into belonging and exclusion for a reason I have been working on for several years. I believe the metaphor of roots fits plants’ reality more than that of people. People are not born with roots, but with a body, and this body is prepared, even designed, to move. The body moves, and borders prevent some from doing so more than others, depending on their passport. Between the body and the borders, fiction lies more on the side of the latter, yet we have integrated the idea that it is normal for them to exist and define us. The cases presented here will allow us to develop the general idea of how we confront borders, not only physical ones but also psychic and social ones.

Keywords: belonging, dissociation, authoritarian consciousness, humanistic consciousness, disobedience, power, exclusion, repression, plurality, integration, symbolization, transsexuality, migration.

 

A lo largo de este artículo, iniciado con la presentación de algunos casos, me gustaría defender la idea de que las personas tenemos piernas, no raíces. En las conclusiones lo explicaré más detenidamente. Por ahora, vayamos a los casos.

 

1er caso. Ceniza y sudor  (El Kadaoui, 2020)

 

Brahim, un hombre de 25 años que emigró de Marruecos a España cuando contaba con 15.

 —Mi madre —me explica— lo es todo para mí. Añoro su presencia, su olor, el olor de sus axilas también. “Aparta”, le decía cuando se acercaba a mí para abrazarme. “Hueles mal, hueles a ceniza y sudor”. “Es el olor de una madre que hace pan para su hijo. Algún día me comprarás un horno y una casa con luz y agua, me regalarás perfumes caros y tu madre será como las mujeres que salen en la televisión de la casa de tus tíos”. “Se refería a unos tíos míos de Tánger. Su hermano había estudiado y era profesor en una escuela primaria de la ciudad. Allí me fui. Quería estudiar y abandoné el pueblo para vivir con mi tío, su mujer y sus hijos. No resultó ser una buena idea. Lo pasé muy mal con el trato que me dispensaban, especialmente mi tío. Me hacía sentir diferente, inferior”. 

Aquel sentimiento de inferioridad prendió la mecha de la rabia y la vergüenza. El olor a ceniza y sudor de su madre lo impregnaba todo, y un día de furia pensó cuán injusto era que no pudiera tener una casa, un horno, una nevera, una televisión… No recuerda cómo, pero sabe que destrozó la casa de su tío y se marchó. Creyó que su madre estaría muy decepcionada con él y se convirtió en un niño de la calle en Tánger. Esnifaba pegamento, delinquía y soñaba con un horno para su madre, hasta que llegó la hora de subirse a una patera y emprender su odisea migratoria de la que no recuerda muchos detalles. Sus vacíos memorísticos hacen muy difícil saber cuánto tiempo merodeó por las calles de Tánger y cómo consiguió sufragar los gastos de un viaje tan arriesgado. Los traumas favorecen la disociación y es necesario aceptar estas lagunas de memoria. Lo que no dejó de recordar nunca fue aquel olor a ceniza y sudor de su madre. Ingresó en un centro de agudos psiquiátricos tras ser detenido por intentar asaltar a una mujer marroquí que transitaba por la calle. Con la ayuda de un traductor, respondió de forma incoherente a las preguntas de la policía afirmando que aquella mujer era su madre, puesto que olía a ceniza y sudor. 

 Años más tarde llegó a mi consulta a petición de su mujer. Residía en un pueblo cuyo oratorio era conocido por sus flirteos con el salafismo. Durante un tiempo sucumbió a los chantajes emocionales a los que le sometían el imán de este oratorio y algunos otros feligreses.

 —Simplemente, quería ser un buen musulmán —me dijo. 

Su mujer empezó a inquietarse cuando le propuso que se cubriera todo el cuerpo. Al negarse, le pidió el divorcio.

—Cuando decidí separarme de mi mujer, pasé unas semanas muy desorientado, como si hubiera perdido de nuevo las coordenadas básicas de la vida y, de nuevo, aquel olor a ceniza y sudor lo invadía todo. Tengo miedo, no quiero volver a pasar por lo mismo que hace unos años, no quiero enloquecer. —Estas fueron sus palabras cuando le pedí que me explicara la motivación de su consulta. Sus escarceos con el salafismo empezaron en un momento en que quería tener hijos con su mujer española y creyó necesario instruirse bien como musulmán para hacer una buena transmisión de su religión a su futura descendencia.

 

2º caso: Annie Ernaux. El Acontecimiento

 

Hago una excepción y, en este caso, no hablaré de un paciente en contexto de terapia, sino de la escritora Premio Nobel del año 2022, Annie Ernaux. Concretamente de su libro titulado El acontecimiento (Ernaux, 2001). Recientemente, también ha sido llevada al cine por la directora Audrey Diwan el año 2021. En mi opinión, tanto el libro como la película, a pesar de algunas diferencias, son muy recomendables. Como no quiero hacer spoiler, y teniendo en cuenta que más adelante citaré algunos fragmentos, transcribo lo que se nos explica del libro en la contraportada de la edición que yo he leído: 

En octubre de 1963, cuando Annie Ernaux se halla en Ruan estudiando filología, descubre que está embarazada. Desde el primer momento no le cabe la menor duda de que no quiere tener esa criatura no deseada. En una sociedad en la que se penaliza el aborto con prisión y multa, Annie Ernaux se encuentra sola; hasta su pareja se desentiende del asunto. Después de pasar por varios médicos que cierran los ojos ante su problema, y de intentar pedir ayuda entre sus conocidos y amigos, consigue que una mujer que ha pasado por la misma situación le dé una dirección y le preste la enorme suma de dinero que necesitará. Además del desamparo y la discriminación por parte de una sociedad que le vuelve la espalda, queda la lucha frente al profundo horror y dolor de un aborto clandestino. 

 

3er caso: Juana, la escritora.

 

Juana acaba de cumplir los 50 años y, a pesar de haberse prometido que nunca más realizaría una terapia con ningún otro psicoterapeuta de la línea psicoanalítica —después explicaré los motivos— decide llamarme.

—Siento que he fracasado. Tengo 50 años, no ejerzo la profesión para la que me he preparado en la universidad (Derecho) y tampoco he podido cumplir mi sueño de ser escritora. Lo soy, ya llevo autopublicados cinco libros, pero a la vez no lo soy. Nunca he realizado mi sueño de firmar un contrato, por ejemplo. 

—Veamos qué tipo de escritora eres entonces, le digo. Explícame tu vida en una hora.

—Empezaré por el final, me responde ella. Imagínate a una mujer de 50 años encaramada en una escalera y pasándole objetos de porcelana sin ningún valor, que extrae del armario del comedor, a su madre para que ésta les saque el polvo y volvérmelos a entregar a mí para que los coloque exactamente como estaban antes. No tolera que los coloque mal. Deben ir “donde van” que dice ella. Cada año, ayudo a mi madre a limpiar la casa como le gusta a ella, tardamos más de ocho horas y cada año es lo mismo. Mientras yo ayudo, mi hermano está en el bar tomando cervezas y después, en el intermedio, vendrá a comer con nosotras. Mi padre está con sus cosas y también regresará justo a la hora de comer. Después, ambos harán la siesta mientras mi madre y yo, regresamos a nuestra tradición anual. Esto fue hace un mes. Cuando bajé por última vez de la escalera, mientras la doblaba y la llevaba al trastero, sentí que quería llorar, disimulé hasta despedirme de mis padres y al salir de su casa no pude reprimir las lágrimas y lloré como una magdalena. “Soy una fracasada, soy una fracasada, soy una fracasada” me iba repitiendo, así hasta llegar a casa y encontrarme a mi hijo, un tío grandullón de 25 años, jugando a la play, en calzoncillos y tomando cerveza. Decido dar la vuelta, volver a salir, esta vez de mi casa y seguir llorando: “soy una fracasada, soy una fracasada, soy una fracasada…”.

—Me desdoblaré y te diré que me apena como te sientes, pero siento alegría en cómo lo cuentas. 

En las sesiones siguientes me doy cuenta de que tiene oficio, sabe explicar, narrar y empiezo a creer que puede ser que escriba bien. Me percato también de que está bien sometida a su madre, a su hermano y a su hijo. Solamente con su padre tiene una relación de admiración mutua pero clandestina. 

—Él cree mucho en mí. Me admira, se ha leído todos mis libros y piensa que soy buena. Pero está muy sometido a mi madre, en su presencia apenas habla. 

Juana fue una niña muy tímida. Su madre siempre le ha mostrado preocupación: “No salgas que con lo tonta que eres te van a engañar. No tardes en llegar a casa que, si no, los niños malos se meterán contigo por el camino. Reirán a tu costa. Eres tan tímida que te obligarán a hablar”. Sin embargo, Juana era una estudiante ejemplar, sacaba las mejores notas de su colegio y fue la única de su barrio que cursó estudios universitarios.

—Este detalle no parece importante para mi madre. Y lo peor. Tampoco me lo parece a mí. En el primer plano siempre pongo mi carácter inhibido. 

 

4º caso: difusión de la identidad  (El Kadaoui, 2020)

 

A raíz de dos casos bien diferentes que estábamos tratando, una colega, la psiquiatra Núria Ribas y yo, encontramos un común denominador en nuestras respectivas terapias. Mi caso era el de una chica negra que, entre otras cosas, no se sentía española a pesar de haber nacido en Madrid, y el caso de Núria, el de una paciente que intuía que su identidad sexual no se correspondía con su cuerpo. Ambas se comportaban con ademanes agresivos, despectivos y altivos, tanto con sus compañeros de colegio como con sus familiares y profesores. Las dos presentaban sintomatología de difusión de la identidad (Erikson, 1950), concretamente la elección de una identidad negativa, centrada en comportarse compulsivamente de forma desadaptada al entorno escolar y familiar; desafiando todo límite, por pequeño que fuera. 

La mejoría de ambos casos se produjo cuando su sentimiento de pertenencia empezó a adquirir vigor. Una pudo cuestionarse su idea rígida de que su color de piel le imposibilitaba ser española y la otra pudo encontrar su pertenencia sexual.

 

Pertenencia

 

León y Rebeca Grinberg (1996) afirman que el sentimiento de identidad se fragua entre capas de significado que se van superponiendo. Dicen que es el resultado del proceso de interacción continua entre tres vínculos de integración: espacial, temporal y social. El espacial es el que nos faculta para diferenciarnos del resto. Nacemos entretejidos con otras pieles en las que, en un principio, y de forma meramente instintiva, buscamos refugio, calor y alimento, desposeídos de una razón mínimamente autónoma. Poco a poco el bebé irá percatándose de que es alguien diferenciado de sus cuidadores.  Este vínculo de integración será el que nos permitirá desarrollar el sentimiento de individuación. El temporal nos permite cimentar nuestra identidad a través de las distintas representaciones que albergamos de nosotros mismos a lo largo del tiempo. Nos da una idea de continuidad. Nos permite saber que somos también el niño que ya dejamos de ser. Mudamos sin perder de vista que seguimos siendo la misma persona. Este vínculo de integración nos provee de lo que los Grinberg denominan sentimiento de mismidad. El social es aquel que nos facilita la relación entre los distintos aspectos de nuestro self y el exterior. Yo con mi entorno, con mi sociedad, con mi tiempo. Este vínculo de integración permite desarrollar el sentimiento de pertenencia.

El migrante debe asumir el costoso trabajo de pertenecer a un país que lo ha desterrado y a otro que lo acoge de forma ambivalente. Debe aprender a convivir con un sentimiento de pertenencia, en muchos casos, frágil (El Kadaoui, 2020).

S.H. Foulkes (2007), padre del grupoanálisis, disciplina que concibe al individuo como alguien inseparable de la matriz social que lo constituye, nos dice que un instinto fundamental del ser humano es el de pertenencia. Es una condición necesaria para tener la experiencia psicológica de bienestar. Es una necesidad ineludible, no un lujo. Sin este sentimiento no se puede dar la experiencia psicológica de confort. 

Si analizamos caso por caso teniendo en cuenta la teoría identitaria de los Grinberg, veremos que en el primer caso se produce una rotura de los tres vínculos de integración. El paciente pierde todas sus referencias hasta que un incidente lo lleva a lo más primario de su estructura. Regresa, al principio, al vínculo espacial, relacionado primordialmente con los cuidados de su madre, y a partir de allí se reconstruye. Tras ello, sus dificultades se fueron centrando más en el vínculo de integración social, el de la pertenencia. Le está siendo muy difícil desarrollar un sentimiento de pertenencia a su país receptor —especialmente por algunas situaciones humillantes de racismo, discriminación y arbitrariedad burocrática— y ha ido perdiendo su apego por Marruecos, país al que acusa con frecuencia de haberlo maltratado.

En el segundo caso, todas las dificultades extras que genera el hecho de quedarse embarazada sin desearlo, provienen del entorno social. Sabe que no es el momento de ensanchar su mismidad con el rol de madre y, a la vez, sabe también que querrá ser madre cuando las condiciones sean otras. Pero pertenece a un país cuyas leyes y cultura van en contra de su voluntad inquebrantable. 

En el tercer caso, el problema principal, proviene del vínculo de integración espacial. La relación con su madre es de dependencia patológica y con su padre de complicidad, de apoyo, pero con el hándicap de que el padre, dicho en palabras suyas, “llega hasta donde puede. Él también ha vivido sometido al carácter de mi madre”. Duda de sí misma constantemente, se ve reflejada en los ojos de su madre que diría Winnicott (1997) y no se gusta. Se ve a sí misma como alguien sometido, crédulo, fracasado y sin energía para llevar a cabo su gran proyecto de ser escritora. Las dos anteriores terapias psicoanalíticas se centraron en la represión de sus deseos incestuosos, de su agresividad reprimida y proyectada hacia su madre. Sentía que los terapeutas la responsabilizaban en exceso de su fracaso, al que, según ellos, no quería renunciar porque le otorgaba una identidad. En la terapia realizada conmigo, ya con la ventaja de saber de estos anteriores fracasos, decido poner el foco en la disociación y no en la represión, en la sobreprotección a la madre y no en la proyección de su agresividad hacia ella. Decido verla inspirado especialmente en Fairbairn (1978); en aquello de no querer ver la agresividad materna. Prefiere quedarse ella con lo malo para protegerla, disociando este aspecto de su madre de su psiquismo. Su individuación es frágil, su mismidad es estática – siempre he sido así, tímida, sometida— y su sentimiento de pertenencia social frágil. Ni ejerce la profesión de sus estudios ni ha desarrollado su escritura para ser reconocida como escritora. Hemos tenido que recular, al principio, tratar los aspectos infantiles de dependencia hacia su madre y, desde allí, enfrentarse al mundo externo. Durante los dos años que duró la terapia conmigo, tuvo discusiones fuertes con el hermano, los jefes y el hijo. Yo entendía estas discusiones como intentos de salir de la relación de sometimiento, de diferenciación y de abandono de la dependencia infantil. “Parece que te guste que me discuta con la gente” me dijo en una ocasión. Ciertamente, me gustaba. El regalo, su caquita más preciosa, me la trajo un año después de haber iniciado la terapia: 

—Este sábado —yo la veía los lunes— han venido mis padres a casa. Hasta ahora, siempre que venían arreglaba la casa, la limpiaba tanto como si fuera a recibir al Papa de Roma. Sé cómo es mi madre. Siempre se fija en todo y siempre consigue enfadarme descubriendo algún cajón desordenado, alguna librería llena de polvo, etc. Pues esta vez he decidido centrarme en cocinar bien. Prepararles un buen plato y aguardar mi momento para poner los puntos sobre las íes. Efectivamente, fue llegar y decirme que el último cajón del armario del comedor estaba bien desencajado y torcido, y le ordenó a mi padre que lo arreglara. Cuando él me pidió las herramientas, yo le dije a él y a mi madre lo siguiente: “habéis venido a comer, he preparado una comida deliciosa, el cajón está torcido y desencajado y me gusta así”. “Hoy —le dije a mi madre mirándola a los ojos— solo me dirás lo que está bien. Si no estás dispuesta, mejor que no nos sentemos a la mesa”. ¿Qué te parece?

—Me parece que te has hecho mayor. 

—Estás orgulloso de mí, ¿verdad?

—Sí, mucho.

—Creo que lo he entendido, me dice emocionada. También es asunto mío crecer.

 

En el cuarto caso, podríamos decir que están alterados todos los vínculos de integración, pero especialmente el social. Ser negra y española es imposible, ser no binaria y ser vista como normal, tampoco. No podían mostrar su identidad más que por antagonismo.  En este aspecto, todas las teorías del psicoanálisis transcultural, y el grupoanálisis, la filosofía queer iniciada por Judit Butler etc., son de gran ayuda para dar cabida a unas identidades que hasta ahora vivían en silencio, en la marginalidad. 

 Lo que me interesa señalar aquí es que, cuanto más sólido es el sentimiento de pertenencia, menos disociación y difusión de la identidad. Y este sentimiento de pertenencia solamente se puede dar de forma óptima si se vive en un país que no obliga a  algunas personas a esconderse y vivir en la marginalidad. 

 

Disociación

 

En mi opinión, uno de los mayores logros de Freud, es el papel que le otorga a la agresividad, junto a la sexualidad, en el proceso de construcción del individuo. Sin la agresividad no hay vida, mucha agresividad lleva a la muerte. Existe una agresividad latente, pasiva, y otra explícita. Freud teorizó mucho más la represión de la agresividad y de la sexualidad que su disociación. Un contemporáneo suyo, Pierre Janet (1889), en cambio, hizo lo contrario. Creo que la historia, en este caso todas las investigaciones sobre el trauma que se han ido sucediendo en la segunda mitad del siglo pasado y en las primeras décadas de este, le da más razón al segundo.

Si nos detenemos a ver los cuatro casos observándolos desde la ranura de la disociación, veremos que, en el primer caso, el paciente llega a olvidarse de prácticamente todos los elementos, de todas las cualidades y de todos los atributos que lo hacían un ser singular. El recuerdo de su madre le llevará a ir recuperando la memoria de sí mismo. El olvido, que no es olvido, sino reacción ante un estresor grande, puede denominarse disociación, pero también lo es la no introyección de los elementos nuevos, de las experiencias vividas. Sea como fuere se acostumbra a disociar aquello que hace daño, aquello que nos agrede, aquello que no puede ser pensado en un entorno, cultura y contexto determinados. Pero también se puede disociar aquello que nos protege. El trauma es tan grande en este caso que ha fragmentado su psiquismo. Ha olvidado quién es. 

Poco a poco se va reconstruyendo gracias a que el apego temprano con su madre fue seguro. El recuerdo más primario de su madre lo rescata, pero no lo puede todo, mostrando así los límites de las primeras relaciones cuando el mundo es altamente inseguro o agresivo. Recupera su memoria, los vínculos de integración espacial y temporal se reconfiguran, no así el social —aunque más adelante me contradeciré señalando un aspecto para mí muy relevante—. El paciente empieza a disociar lo nuevo, no lo deja entrar. El racismo y el maltrato sufrido lo lleva a no poder pensarse como un ciudadano de este país. Vamik Volkan (2013) señala que, tras un trauma masivo, las personas del grupo victimizado experimentan una vergüenza compartida, humillación, e incluso deshumanización. No pueden afirmarse en sí mismos, ya que expresar directamente la furia que sienten hacia los opresores, podría amenazar su subsistencia, e incluso sus propias vidas. Este desvalimiento respecto de la furia interfiere con poder hacer el duelo por tantas pérdidas. Exactamente así se sentía el paciente y quizás algo peor porque, en su caso, pensaba que no pertenecía ni a un grupo ni al otro. Ni a los marroquíes ni a los españoles. Su grupo, decía, era el de los perdedores e indefensos. Un país lo echa y el otro lo recibe con suspicacia. En estos casos, se rehúye conectar excesivamente con la situación para no desmoronarse o para no sucumbir a la tentación de las conductas auto y hetero agresivas.

El caso de Annie Ernaux me gustaría pensarlo desde la óptica de lo sabido no pensado de C. Bollas (2009) que, a mi modo de ver, es otro traje con el que se puede vestir la disociación. C. Bollas dice que lo que el niño ha internalizado, pero aún no ha procesado mentalmente es lo sabido no pensado. Los grandes sufrimientos, decía Janet (1914), pueden ser depositados en una gran zona oculta. Creo que a una parte de esta zona la podríamos llamar, con permiso de C. Bollas, la zona de lo sabido no pensado. Si en vez de criatura hablamos de ciudadano, podemos decir también que lo que el ciudadano ha internalizado, pero no pensado mentalmente respecto al entorno, la cultura y el contexto también nos influye. 

Hoy sería inconcebible que una chica joven francesa, con unos padres suficientemente buenos, no contara con ellos en una situación similar. Pero es del todo comprensible que Ernaux no lo hiciera. Quería protegerlos.  En el momento del embarazo, lo sabido es pensado parcialmente. Se percata de lo injusto de su situación, pero no emprende una lucha social, lo único que quiere es desprenderse de la criatura. Acordémonos que el sentimiento de identidad también se define por el vínculo de integración social. El acontecimiento de esta escritora nos habla de las consecuencias de pertenecer a un país, a un contexto y a una cultura androcéntrica y patriarcal donde el aborto no cabía. Internalizamos el contexto del mismo modo que internalizamos los primeros cuidados, sin percatarnos de ello. Es especialmente a través de la frustración, como diría Bion (1972), que empieza a producirse el pensamiento de lo sabido no pensado. La crueldad de los hechos la obligó a hacerse cargo de su situación. Aun así, la disociación fue necesaria. Un exceso de consciencia la hubiera llevado a la depresión. En Marruecos, por ejemplo, país que conozco bien, muchas de las cosas importantes suceden en este espacio de lo sabido no pensado. Las relaciones sexuales antes del matrimonio no existen, pero existen, claro; las enfermedades de transmisión sexual no se dan, pero se dan, claro; los abortos, la pérdida de la virginidad antes del matrimonio, etc. Una buena parte del psiquismo de los individuos y muy especialmente, el de la mujer, está relegado a esta zona. 

En el tercer caso han sido de gran ayuda las ideas de Fairbairn (1978). Su concepción del crecimiento psicológico implica algo bien sencillo y difícil a la vez: la genuina aceptación de uno mismo. Desde allí es más fácil entender también a los otros. Y este trabajo se logra a través de la negociación con todos los aspectos del self. La madre de la paciente era y continúa siendo amorosa y miedosa. Mi paciente me recuerda muchas veces que le fue de gran ayuda decirle que la misma persona que la amaba tanto, era la que le ponía palos en las ruedas y, sí, la misma persona inocente y amorosa era también en muchas ocasiones pasivo agresiva. 

Ahora bien. ¿Qué parte disociaba la paciente de su conciencia? Disociaba su parte capaz. Se veía a sí misma como esa niña tímida, retraída y tonta que creía ver en ocasiones en la mirada de su madre. Volviendo a Fairbairn, había que negociar con las identificaciones perturbadoras con la madre. Si lo queremos entender desde la óptica de Janet (1914) diremos que su idea fija era la de ser alguien incapaz y su representación sintomática consistía en quedarse a las puertas de la capacidad. Escogía mal a los hombres —ha tenido tres parejas, dos la dejaron y del padre de su hijo se divorció ella—  y no se sentía querida sino necesitada. Y escribía con premura para acabar sus libros, pero no recorría el arduo y trabajoso camino de la publicación, no por lo arduo y trabajoso, que lo es más escribir el propio libro, sino por la identificación establecida con los aspectos castradores de su madre. “Esta vez —le dije— debes recorrer todo el camino: el de la escritura y el de la edición, tardes lo que tardes”. Apelaba a Bion, la frustración es la única que nos ayudará a convertir las preconcepciones en pensamiento. Apelaba también a Janet , para un funcionamiento saludable de la conciencia no basta con contener las funciones, además deben sintetizarse, ser relacionadas para relacionarse entre sí. 

En los dos últimos casos, la difusión de la identidad que postuló Erickson  era la característica principal. 

La disociación nos permite desconectar de la realidad o bien lo contrario, vivir sólo en una parte de la realidad. Visto así, es fácil decir que el mismo mecanismo de defensa puede ser protector o condenatorio. En todos estos casos he querido mostrar estas dos caras. La mejoría del primer paciente no le ha llevado a la no disociación, sino a manejarla mejor. Ahora disocia una parte dolorosa que no depende de él solamente. En Annie Ernaux, la disociación fue primordial y protectora. Se agarró a la parte de la realidad que dependía de ella y actuó en consecuencia. Podríamos preguntarnos si en estos casos es disociación o división. Farhad Dalal (2009), asegura que no podemos dejar de dividir. Dividimos cognitiva y emocionalmente. Es imposible ver la totalidad. Creo entender en estas palabras que existe una disociación natural o básica en el individuo que llamaríamos división y una disociación patológica. En el caso de Juana, su funcionamiento disociativo era totalmente perjudicial. Veía la parte de la realidad que no le convenía y no conseguía salir de allí. Lo intentó recurriendo a dos terapeutas que la veían a través del prisma de la represión.  Se dice que el psicoanálisis relacional ha propiciado un cambio de marco. Un giro técnico y clínico desde la triada clásica pulsión-conflicto-represión a la triada relacional afecto-trauma-disociación. Pero para ser justos, diremos que este giro estuvo allí desde el inicio y tiene un padre: Pierre Janet. Según E. Horwell (2005) para Janet el concepto de represión en ese momento se aplicaba de manera errónea para explicar casi la totalidad de los fenómenos psíquicos. La disociación postulada por Howell es esencialmente un proceso pasivo como reacción a una angustia insoportable. La mente traumatizada sufre un proceso de desintegración debido a un fracaso en la función cohesiva. En suma, esta forma de conceptualizar la disociación difiere del concepto de represión freudiana, ya que para Freud la represión es una defensa activa, es decir que implica una intencionalidad inconsciente. 

Observar a Juana desde Janet y no a través de Freud, me ayudó a entender que cuando los pacientes disocian su experiencia traumática se quedan atados a un obstáculo insuperable. Al empezar a integrar su experiencia traumática en su Self, Juana se desató de aquel obstáculo y pudo hacer evolucionar la relación con su madre. 

 Los dos últimos casos me llevan a pensar en cuán importante es mirar a nuestros pacientes desde una óptica acogedora y no dogmática. Si Núria Ribas no hubiera entendido la complejidad de la identidad de género, no hubiera ayudado como lo hizo a su paciente y si yo no tuviera integrado en todo mi ser que la identidad tiene su componente ontológico y pragmático (Winnicott, 1986), el origen y el viaje que dice Salman Rushdie (2012) o la herencia vertical y la horizontal de la que hablaba Amin Maalouf (1999) no hubiera sabido acoger a la ciudadana española que tenía ante mis ojos.

 

Poder

 

La relación Amo y Esclavo, aparece en la “Política” de Aristóteles. Para Aristóteles, que vive en una sociedad esclavista, la posición de Amo se da de una forma innata, siendo el Amo el ciudadano libre, frente al Esclavo. Para Hegel, que vive el impacto de la revolución francesa y el entusiasmo generado en torno a la libertad, la relación Amo/Esclavo, no se da de una forma natural, será consecuencia de una lucha estando por otro lado, la posibilidad de alcanzar la libertad del lado del Esclavo. La relación intersubjetiva se mueve por el deseo y éste es en último término, un deseo de reconocimiento (Recio, 2021).

La relación amo esclavo hegeliana (no así la aristotélica) nos ayuda a centrarnos en la agencia del individuo, en su capacidad de acción. Este concepto es clave cuando se trata de producir cambios difíciles. No es casualidad que sea central en la obra de Judit Butler (2004). Para ella, la agencia significa ser consciente, primero, de que estamos constituidos por un mundo social que no hemos escogido y, segundo, desarrollar una capacidad de relación crítica con él hasta conseguir crear las condiciones más incluyentes para todos aquellos que se resisten a ser asimilados.

Norbert Elías (1966), cuyas ideas alrededor del poder son fundamentales en la visión del grupoanálisis, afirma que el poder es en primer y último término un atributo relacional. No es un atributo que alguien posee y otro no. Nadie carece totalmente de poder o es totalmente poderoso.

Si regresamos a los conceptos de arraigo y desarraigo o en su defecto la pertenencia y la exclusión teniendo en cuenta la relación, la agencia y el poder, una filósofa como Hanna Arendt (1993) desarrolló ideas que, si formaran más parte de la razón cotidiana, soliviantarían todo el orden establecido. En vez de centrarse en él dónde, ella pone el foco en el cómo, al conceptualizar el concepto de Natalidad. Todos nacemos extranjeros en un mundo que ya existía. La única forma de tener una identidad no es tenerla de forma previa sino adquirirla en el espacio de relaciones plurales que conforman el mundo. 

A algunos clínicos les molesta lo social, lo político, lo cultural, lo contextual, en definitiva, como si fuera un añadido, una parte más de la ecuación que puede desdeñarse, pero Foulkes nos ofrece una analogía clarificadora. Imaginemos que vamos conduciendo por nuestra ruta habitual. Tenemos consciencia de que somos individuos autónomos, Pero de pronto llegamos a un atasco; en estos momentos nos damos cuenta de que hay algo fuera que no nos deja ejercer nuestra autonomía. El nombre que ponemos a este tipo de experiencia, que en realidad contribuimos a crear, es el de tráfico. También hay una verdadera entidad llamada sociedad. Pero lo curioso es que a pesar de que la construimos,  tendemos a considerarla como ajena a nosotros y a creer que actúa en contra de nosotros.

Si pensamos desde la óptica del poder los casos anteriormente expuestos, veremos que en el primero, el poder que el paciente tiene es el de la huida. El poder de su madre consiste en haberlo querido lo suficientemente bien como para dejarlo marchar primero y permitirle regresar después, aunque este regreso se produjera de forma simbólica. Una vez recuperado, no puede enfrentarse al poder del discurso excluyente del racismo. No lo consigue del todo, pero quiero señalar que su pareja es española. Esta elección ya nos da alguna información de lo capaz que es el paciente de introyectar lo nuevo, ampliar su identidad para dar cabida a lo nuevo. A su vez, ha tenido que enfrentarse con su autenticidad. ¿Qué debe pensar un marroquí? ¿Cómo debe relacionarse con su religión? Todas estas preguntas le atormentaban y el dogma estuvo merodeándolo. Sin embargo, los vínculos lo rescataron, quería a su mujer y no estaba dispuesto a perderla. Se dio cuenta de que él también tenía poder de elección, no era un títere.

En el caso de Annie Ernaux, sólo su deseo de no ser esclavizada por su particular acontecimiento es más fuerte que el deseo social. 

Juana, lo que hace es elaborar un duelo transgeneracional. Al conseguir emanciparse de su madre, paradójicamente la libera también. La convierte en mejor madre. Su madre ha ejercido de esclava en cierto sentido. No se ha podido rebelar, no se ha cuestionado su rol de mujer y lo ha querido perpetuar. Juana sí que consigue salir de ahí. Se da cuenta de que ella también tiene un poder que ejercer. 

Y en los dos últimos casos, lo que se produce es un cuestionamiento total al poder establecido. Mal dirigido al principio, cargándolo sobre sus espaldas, desarrollando sintomatología de difusión de identidad que les hacía buenos candidatos a ser diagnosticados de trastorno límite de personalidad, y bien dirigido después al aceptar realizar un trabajo consistente de su sentimiento de pertenencia. 

 

La desobediencia

 

Eric Fromm (2011) afirmaba que la obediencia a la propia razón o convicción (obediencia autónoma) podía ser una introyección de una conciencia autoritaria (la voz internalizada de una autoridad a la que estamos ansiosos de complacer y temerosos de desagradar) o de una conciencia humanística (la voz presente en todo ser humano e independiente de sanciones y recompensas externas)

La conciencia autoritaria, el deseo extremo de seguridad, el miedo al cambio son eslabones de una misma cadena.

La desobediencia a la conciencia autoritaria de Fromm se asemeja a la agresividad, de Winnicott . Ésta constituye una fuerza vital, un potencial que trae el niño al nacer. Para Winnicott la agresividad parte del impulso primitivo del amor-lucha para llegar al reconocimiento de un mundo externo. Winnicott plantea que adaptarse a la realidad impide crearla, de ahí que llegue a considerar que existe una patología de la adaptación en los niños con dos posibles manifestaciones: aquellos que reaccionan con sumisión, teniendo dificultad para defenderse, aquellos que lo hacen con una agresividad destructiva y antisocial. Winnicott habla de un ambiente suficientemente bueno, de unos cuidados suficientemente buenos para que pueda emerger también la agresión que impele a la diferenciación. El ambiente bueno pasa también por reconocer que se odia a la criatura. A mi juicio, este apunte es de una enorme utilidad para entender a qué se refiere cuando se habla de un ambiente y de unos cuidados suficientemente buenos. No solamente se trata de dar y facilitar.

Vista así la agresividad y la desobediencia, podríamos decir que la madre del primer paciente, dejando que su hijo partiera, no la hace una madre desprendida o insuficiente. Al contrario. Hay que querer mucho a un hijo para permitir que se vaya en busca de mejores condiciones y el hijo vagando por las calles de Tánger con la idea fija de partir, lo que hace es proteger a la madre del peso que conlleva saberlo todo. El hijo decidió inventarse su mundo. No someterse a él. Este irse tan clave en la migración, conviene ser entendido también desde esta lente. ¡Cuántas veces habré escuchado lo desprendidas que son algunas madres de estos hijos! No y no, odiar un poco a la criatura (no me voy a detener en esto, pero el odio del que habla Winnicott se asemeja más a poder criticar y diferenciarse de la criatura),   sentir desde el principio que la criatura también hace daño, ayuda a desprenderse de ella, a dejarla marchar. Este desprendimiento, en su justa medida, es un gran gesto de amor. Cualquier persona que haya trabajado con jóvenes migrantes que han emigrado solos lo sabe. Ayuda a desarrollar la propia agencia y la conciencia humanística. Este mismo paciente  me dijo en una ocasión: “mira, he visto a muchas ONGs venir a Marruecos a ayudarnos. ¿Sabes lo que yo pensaba mientras me venían a convencer para participar en sus talleres cuando pululaba por las calles de Tánger? Te lo diré. Ellos me hablaban de lo importante que era tener oportunidades en mi país y yo pensaba: “¿Y si resulta que yo me quiero ir? En una ocasión fui con ellos, no recuerdo a dónde me llevaron, pero sí el coche. Un Toyota todoterreno. Hablaban, pero yo no escuchaba, sólo pensaba: estos tíos conducen un Toyota, visten ropa bonita, su piel está cuidada, hoy están aquí y mañana estarán allí. Ellos pueden ver mundo y yo no. Ese pequeño viaje, lejos de hacerme desistir, me dio el último empujón. Ya no pararía hasta cruzar el charco”. 

En el caso de Juana, su inconformidad la ha llevado a hacer varias terapias y llegar a los 50 y seguir incómoda. Decir “basta, no quiero seguir así”. “Sigo siendo una niña sometida”. Se enfrentó a su conciencia autoritaria, diría Erich Fromm. “Decidió no seguir siendo esclava”, diría Hegel. “Decidió diferenciarse”, diría Winnicott y muchos otros psicoanalistas. “Logró encontrar su agencia”, diría Butler. 

Annie Ernaux en ningún momento aceptó la fatalidad. Incluso a riesgo de parecer fría, nos deja ver anotaciones suyas de esa época, donde se puede leer: “Estoy desesperada. Necesito que esta cosa se vaya” (pág. 38). Y reflexiones acerca de su indefensión social: “era imposible determinar si el aborto estaba prohibido porque estaba mal, o si estaba mal porque estaba prohibido” (p.43 – 44). Desobedeció, a pesar de todo. 

En los dos últimos casos me interesa resaltar el potencial de su agresividad y de su relación conflictiva con el mundo. Los terapeutas tenemos mucha responsabilidad. Nuestra mirada puede captar este potencial saludable o contribuir a reprimirlo. Aquí citaré a uno de mis grandes maestros, Luis Feduchi (2023, pág. 199): lo inquietante en esa edad, [se refiere a la adolescencia], es que no surja la necesidad de moverse en alguna dirección novedosa. Por lo tanto, lo peligroso y lo patológico es que la persona se instale en lo conocido: el adolescente cumplidor, responsable, dócil. Es un cuadro psicológicamente severo y, por desgracia, tan valorado por el ambiente que lo rodea”.

Conclusiones

He querido transformar los conceptos de arraigo y desarraigo en pertenencia y exclusión por un motivo en el que llevo trabajando varios años. La metáfora de las raíces creo que se ajusta más a la realidad de las plantas que a la de las personas. Las personas no nacemos con raíces sino con un cuerpo y este cuerpo está preparado, diseñado incluso, para moverse. “yo no tengo raíces, tengo piernas” decía el escritor Fernando Arrabal (2002). Las piernas piden movimiento.  El viaje es consustancial al hombre, su deseo de explorar, ver más allá, buscar condiciones propicias para vivir mejor está bien instaurado en su genética y en su cultura. 

El cuerpo se mueve y las fronteras le impiden hacerlo más a algunos, en función de su pasaporte. Entre el cuerpo y las fronteras, la ficción se encuentra más del lado de las segundas y, en cambio, hemos integrado la idea de que lo normal es que existan y nos definan.  Esto mismo es lo que ha sucedido con la transexualidad. Como dice el filósofo Paul B. Preciado (2020) “todo lo que de terrible y temible hay en la transexualidad no se encuentra en el proceso mismo de mutación, sino en cómo las fronteras de género castigan y amenazan de muerte a aquel que pretende cruzarlas” (p. 53). La normalidad la define mucho más la ideología y la cultura que la biología y la naturaleza.  

Un cuerpo que se mueve es una metáfora que he querido hacer extensible también a un cuerpo social que se mueve. También una psicología que se mueve, un psicoanálisis que se mueve. Es lo que el historiador e islamólogo Mohammed Arkoun (2005) llama la historia de la razón. Lo que hoy es verdad puede ser que antaño no lo fuera y viceversa.   

¿Cómo tratamos nosotros a nuestros pacientes? Cada uno en función de sus teorías. Pero en este aspecto sí que quisiera ser claro: no todo es relativo. Hay una jerarquía en la historia de la verdad. Hanna Arendt decía que para no caer en la dictadura del  subjetivismo hay que buscar el consenso por el “sensus communis” y la “mentalidad amplia” (términos kantianos). 

En función de los tiempos, el poder está más cerca de una teoría que de otra. El poder es el concepto fundamental de la ciencia social en el mismo sentido que la energía lo es en la física. El cambio paradigmático del psicoanálisis actual es que es la relación y no la pulsión su concepto fundamental. Entonces preguntémonos si existe la relación sin el poder. De allí la importancia de psicoanalistas como Foulkes, que integran el individuo en una misma matriz relacional social.

 

¿Quiénes somos entonces?

Nuestro tiempo es fructífero para otro cambio de paradigma: ya no podemos considerar el self como algo unitario y unívoco. El psicoanálisis hasta ahora creía en un self unitario integrado o en busca de integración. Son Stephen Mitchell (1993a), que ha pasado a la historia como uno de los fundadores de la escuela relacional, y especialmente Bromberg (2017), los que afirman que la idea de unidad es ilusoria. No somos ni una unidad ni estamos integrados siempre. Y la no integración no siempre es patológica. Bromberg explica que, durante la infancia, la disociación colabora con el yo al filtrar los estímulos excesivos o irrelevantes, brindando una función adaptativa. Esta es la llamada disociación evolutiva. En la salud, se da una comunicación fluida entre los estados del self. La concibe como la habilidad de habitar en los espacios entre realidades, sin perder ninguna de ellas. El problema no es la no integración sino la no simbolización. Entiende que las partes que no fueron confirmadas en la infancia permanecen no simbolizadas, desconectadas de la experiencia de mismidad y, por lo tanto, no alcanzables para el self. De hecho, los llama como los aspectos No-Yo del self y únicamente podrán ser simbolizados en un contexto relacional. Los terapeutas, viendo aspectos de nuestros pacientes que ellos no pueden ver, contribuimos a que esta simbolización empiece a germinar. 

En los casos que he presentado, quiero defender que la mirada fue determinante para favorecer un sentimiento de mismidad que incluyera los aspectos capaces, de agencia y la pertenencia social. El caso de Annie Ernaux lo he querido mostrar para hacer hincapié en que su tiempo no era favorable a esta mirada. Aun con todo, encontró a gente que, aunque fuera de forma fragmentada y fragmentaria, supo reconocer que el aborto no era delinquir sino una salvación. Además, toda ella, toda su biografía llevada a la literatura de forma magistral, es una buena lección de cómo la salud es la capacidad de habitar entre realidades, entre culturas, entre verdades, entre leyes; así como el valor de la desobediencia. 

Vivimos un momento apasionante de cambios, pero no nos llevemos a engaño, son cambios que llevan mucho tiempo cocinándose. No son patrimonio de una sociedad líquida, cambiante y caprichosa. La filosofía hegeliana, el cuestionamiento del lenguaje y de la verdad por parte de Nietzsche (1972), de donde bebe toda la filosofía posmoderna, el feminismo, el psicoanálisis, el psicoanálisis transcultural, la psicoterapia institucional, el psicoanálisis relacional, el grupoanálisis, , el estructuralismo, la lingüística, la antipsiquiatría, la filosofía queer y la idea del pensamiento complejo que tan bien ha sintetizado Edgar Morin (2009), son todos eslabones de una cadena larga y consistente que ha dado lugar a una razón mucho más compleja. Seguramente por ello hemos pasado de un self nuclear en psicoanálisis a una pluralidad de estados del self. 

Dedicar una parte de mi tiempo profesional a la atención y a la investigación de la repercusión en el psiquismo de la migración me ha brindado la oportunidad de asumir que somos uno y muchos a la vez. Que existe una potencialidad en nuestro ser de devenir que sólo se desarrollará en algunos contextos. Me ha permitido también empatizar con otros grupos sociales, con otras personas, que desde otro lugar también reman a favor de un cambio de paradigma. De la misma manera que me he apoyado en el feminismo y en la filosofía queer para hablar de emancipación, es un gusto ver cómo personas como Annie Ernaux o Paul B. Preciado también se sienten interpelados por la migración, como si estuvieran hablando de su situación. En el libro multicitado en este artículo de la primera me he llevado una alegría al leer lo siguiente: “En el momento en el que escribo, unos refugiados kosovares intentan pasar clandestinamente a Inglaterra desde Calais. Los traficantes de personas les exigen enormes cantidades de dinero y a veces desaparecen antes incluso de que comience la travesía. Pero ni los kosovares ni ninguno de los emigrantes de los países pobres se arredran ante nada, pues no tienen otra vía de salvación. Hoy en día se persigue a los traficantes de personas y se deplora su existencia de la misma forma que hace treinta años se deploraba la de las personas que practican abortos. Pero no se cuestionan las leyes ni el orden mundial que provocan este fenómeno. Y seguramente entre los traficantes de inmigrantes, como antes entre las aborteras, debe haber algunos más serios que otros” (pág. 85). Por su parte, Paul B. Preciado  afirma lo siguiente: “El cuerpo trans es con respecto a la heterosexualidad normativa lo que los campos de refugiados de la isla de Lesbos son hoy con respecto a Europa: una frontera cuya extensión y forma se perpetúan por medio de la violencia. (…) El migrante ha perdido el Estado-nación. El refugiado ha perdido su hogar. La persona trans pierde su cuerpo. Todos ellos cruzan la frontera. La frontera los constituye. Los corta y los destituye. Los atraviesa y los revienta. Viven en el cruce. El cuerpo trans es a la epistemología de la diferencia sexual lo que América fue al Imperio español: un lugar de inmensa riqueza y cultura imposible de reducir al imaginario del imperio” (págs. 46-47).

Todos somos seres relacionales. Todo el mundo necesita pertenecer a su(s) sociedad(es), a su tiempo y a su mundo, todos tenemos poder (algunos mucho más que otros, habrá que dejarlo por escrito también), todos recurrimos a la disociación para no colapsar unas veces y otras para huir de los conflictos y, para ir bien, todos deberíamos desobedecer algunos de los presupuestos sociales que se empeñan en dejarnos fuera de la ecuación o en cuestionar nuestra existencia. La normalidad depende mucho más de la ideología que de la ciencia.

Dicho todo esto, mucho me temo que acabaré matizando que pertenecer a tu tiempo es una quimera para una gran mayoría de gente. Unos arrastrados por la ideología y el fanatismo prefieren mirar hacia otra parte y no perder su poder, otros prefieren los compartimentos estancos, como alguna gente de la clase media alta de Marruecos que he conocido, que a la vez que despotrican de la inseguridad del país no son capaces de renunciar a algunos privilegios en aras de un país más igualitario; y otros, la gran mayoría, no tienen ni tan sólo la oportunidad de separarse del día a día para pensarse a sí mismos. El pensamiento es un lujo que mucha gente no se puede permitir. A estos últimos quisiera dedicarles este artículo.

 

Referencias bibliográficas

 

Arendt, Hannah (1993). La condición humana. Paidós.

Arkoun, M. (2005). Humanisme et islam. Combats et propositions. Vrin.

Arrabal, F. (2022). Carta al general Franco. Laetoli.

Bion, W. (1972). Aprendiendo de la experiencia. Paidós.

Bollas, C. (2009). La sombra del objeto. Psicoanálisis de lo sabido no pensado. Amorrortu.

Bromberg, P.M. (2017). La Sombra del Tsunami y el Desarrollo de la Mente Relacional. Ágora Relacional.

Butler, J. (2004). Deshacer el género. Paidós.

Dalal, Farhad (2009). Contra la mitificación de la diversidad. En Revista de Psicoterapia analítica grupal ( 5). pp. 2-16.

Elías, Norbert (1966). La sociedad cortesana. Fondo de cultura económica.

Erikson, E. H (1950). Growth and crisis of the healthy personality en Dentro de: identity and the Life Cycle. Int. Univ Press.

El Kadaoui, S. (2020). Radicales. Una reflexión sobre la identidad. Enciclopedia Catalana. 

Ernaux, A. (2001). El Acontecimiento. Tusquets editores. 

Fairbairn, W.R.D. (1978). Estudio Psicoanalítico de la Personalidad. Hormé.

Feduchi, L. (2023). Fuga, ruta, viaje. Artículos y conferencias. Debate.

Foulkes, SH. (2007). Grupoanálisis terapéutico. Cegaop Press.

Fromm, E. (2011). Sobre la desobediencia. Paidós.

Grinberg, L., Grinberg, R. (1996). Migración y exilio. Estudio psicoanalítico. Biblioteca Nueva. 

Horwell, E. F. (2005). The dissociative mind. Routledge

Janet, P. (1889). L’automatisme psychologique. Felix Alcan.

Janet P. (1914). Névroses et Idées Fixes. Libraire Félix Alcan.

Maalouf, A. (1999). Identidades asesinas. Alianza editorial. 

Mitchell, S. A. (1993a).  Conceptos Relacionales en Psicoanálisis: una integración. Sigloveintiuno.

Morin, E. (2009). Introducción al pensamiento complejo. Gedisa.     

Nietzsche, F. (1972). La genealogía de la moral. Alianza editorial.

Preciado, P. (2020). Yo soy el monstruo que os habla. Informe para una academia de psicoanalistas. Anagrama.

Recio, F. (2021). En torno a la dialéctica del amo y el esclavo en Hegel. Entreletras. Revista digital en español de cultura y algo más.

Rushdie, S. (2012). Joseph Anton. Memorias. Literatura Mondadori. 

Stolorow, R. D; Orange, D. M, y Atwood, G. E (2012). Horizontes del Mundo. Una alternativa post- Cartesiana al Inconsciente Freudiano. Clínica e Investigación Relacional. (6,3). pp. 434-451.

Volkan, V. D (2013). Enemies on the Couch: A Psychopolitical Journey Through War and Peace. Pitchstone Publishing.

Winnicott, D. W. (1992). Los procesos de maduración y el ambiente facilitador. Paidós.

Winnicott, D. (1986). El niño y el mundo externo. Ediciones Hormé.

 

Bibliografía complementaria

 

Aparicio, R., Portes, A. (2014). Repercusiones de la discriminación. Crecer en España. La integración de los hijos de los inmigrantes. Obra Social “La Caixa”. 

Camilleri, C. J. (1998). Stratégies identitaires. Presses Universitaires de France.

Kohut, H. (1977). Análisis del self. El tratamiento psicoanalítico de los trastornos narcisistas de la personalidad.  Amorrortu

 

Saïd El Kadaoui Moussaoui
Psicólogo. Núm col. 10482
Psicoterapeuta psicoanalítico.
Miembro titular del Instituto de Psicoterapia Relacional (IPR).
Miembro de pleno derecho de la Asociación de psicoterapeutas psicoanalíticos de Catalunya (ACPP).
Miembro de la AEN (Asociación española de Neuropsiquiatría).
Supervisor de varias instituciones de salud mental: Hospital San Juan de Dios, Fundación Eulàlia Torres de Beà, Fundación Pere Claver, Escola Carrilet y DAPSI Rubí.