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Salvar a Freud. Una vida en Viena y su huida a Londres.
Autor Andrew Nagorski
Editorial EDITORIAL CRITICA, S.A.

“Salvar a Freud” es un libro conmovedor y muy recomendable que nos sumerge en el peligroso e incierto escenario de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, donde la persecución al pueblo judío se cernía amenazante sobre la vida y el legado de Sigmund Freud. Es un relato fascinante que arroja luz sobre la resistencia humana ante la adversidad y la lucha por preservar la vida y el legado intelectual en medio del caos de la guerra.

Andrew Nagorski es un galardonado periodista y escritor. Nació en Edimburgo en 1947, hijo de padres oriundos de Polonia. Con un año de vida, sus padres emigraron a Estados Unidos. Pero vivió en varios lugares, en Hong Kong comenzó estableciéndose como corresponsal de Newsweek internacional, posteriormente residió en Varsovia, y en dos ocasiones en Moscú, en 1982 y en 1995, año en que fue expulsado. También en Roma, Bonn y  Berlín. Ha seguido muy vinculado a Polonia, incluso familiarmente, a su historia y su cultura. 

En este libro emprende una ardua tarea de recopilación e investigación de la situación socioeconómica en Europa en los años previos al estallido de la Segunda Guerra Mundial. Concretamente, nos transporta al corazón de la Viena prebélica, describe el contexto social, laboral y académico de Freud y sus colegas y también su vida más personal e íntima, mostrándonos la complejidad emocional desencadenada ante dicha situación en él y en el grupo de personas que hicieron posible su marcha. Se describe con detalle la evolución de los sentimientos de Freud desde una negación inicial de la gravedad y del peligro inminente hasta la aceptación de su partida  hacia Inglaterra para salvar su vida y la de sus seres queridos.   

En la segunda mitad de los años 20, la figura de Freud había adquirido una creciente fama y el psicoanálisis un amplio reconocimiento internacional. De 1928 a 1933, con la gran depresión económica de fondo, el partido nazi pasó de ser un partido marginal a representar una fuerza mayoritaria. Freud era conocedor de lo que ello significaba para él como judío, y también para el psicoanálisis. Sin embargo, después de las múltiples intervenciones a causa de su cáncer de mandíbula, estaba centrado en su propio mundo y  consideraba que los movimientos políticos ofrecían soluciones ilusorias. A pesar de su apoyo inicial a su país y a su bando en la Primera Guerra Mundial, fue evolucionando hasta situarse en contra del inicio de una nueva contienda. Einstein le instó a participar en la creación de una institución que promoviera la paz, pero él se mostraba poco optimista al respecto. 

Freud decía sentirse muy cercano a Alemania, a su cultura y a su idioma. Su hijo Ernst, arquitecto, asentado en Berlín, diseñó el Instituto de Psicoanálisis de esta ciudad (IPB) propiciado y financiado por Eitingon. El IPB  tuvo un gran desarrollo, y acogió a aspirantes de numerosos países europeos y estadounidenses. Pero en 1932, Eitingon visita a Freud y, alarmado, le relata el acoso y persecución que sufren los judíos en todas sus actividades profesionales, entre ellas el psicoanálisis. Y le informa de su intención de trasladarse a Palestina.

Muchos de los que trabajamos en psicoanálisis nos hemos preguntado: ¿por qué no se fue Freud de Viena a tiempo, por qué se dejó atrapar en esa situación? Este libro nos da la respuesta a esta cuestión.

Hubo varios momentos peligrosos para los Freud movidos por la creencia de los nazis de que las ideas de Freud eran “subversivas”. Uno de estos momentos  destaca  porque, a pesar de su dureza, no impidió que Freud conservar el sentido del humor. Los nazis irrumpieron en su apartamento y en la editorial que publicaba sus obras, “Verlag». Su esposa Martha y su hija Anna demostraron astucia y valentía al enfrentarse a los invasores para proteger a Freud y a su familia. Martha tomó el dinero disponible y les ofreció cortésmente: “¿No les gustaría tomar algo, caballeros?”. Acto seguido, Anna, la hija menor de la pareja, condujo a los intrusos a otra habitación, extrajo los 6.000 chelines de la caja fuerte, equivalentes a unos 800 euros, y les entregó la suma solicitada. Después de marcharse los nazis, Freud le dijo a Martha que él nunca había ganado tanto dinero en una primera cita. Tras éste siguieron otros incidentes cada vez más preocupantes para la vida de los judíos. 

En un número de la revista “Salud pública alemana de la sangre y la tierra”, se leía: “El psicoanálisis es un verdadero ejemplo de que nada bueno  puede venir de un judío para nosotros, los alemanes…”.  ( pp.209).

Nagorski hace un trabajo de recopilación y documentación histórica para reconstruir un relato frenético de las fechas decisivas en que se organiza la salida de Freud y sus acompañantes de Viena. El 12 de marzo de 1938 los nazis entran en Viena, el 14 de marzo llega Hitler y al día siguiente Jones se desplaza personalmente a esta ciudad tratando de convencer a Freud de que emigre. Parece que el hecho que finalmente decidió a Freud a hacerlo fue la larga  detención de su hija Anna por la Gestapo. En esos mismos días, Ernest Jones regresó a Londres y gestionó el permiso de las autoridades británicas para acoger la expedición, a la vez que Marie Bonaparte se desplazó a Viena y permaneció la mayor parte del tiempo con la familia Freud. 

Anna Freud, Ernest Jones, William Bullit, Max Schur, Marie Bonaparte y Anton Sauerwald, comisario designado por los nazis para fiscalizar a la familia Freud, constituyeron el equipo que se embarcó en una ardua tarea con tal de obtener el permiso de las autoridades nazis para salir de Alemania y encontrar un país dispuesto a acoger a Freud y a su séquito

Nagorski consigue información de todos ellos consultando todos los archivos disponibles,  obras publicadas, entrevistando a descendientes y logrando un apasionante retrato de estos personajes y del contexto histórico.

 Esta compleja operación de rescate, marcada por el riesgo y la incertidumbre, refleja la profunda devoción y el esfuerzo colectivo de aquellos que estaban determinados a preservar la vida y el legado de uno de los más grandes pensadores del siglo XX, asegurando así su marcha hacia un lugar seguro en medio de la turbulencia y persecución nazi. Los miembros principales del equipo fueron:

 

Anna Freud

 

La más pequeña de los 6 hijos de Freud permaneció unida a su padre también en su vida profesional. Junto con Dorothy Burlingham, fundó la Escuela de Psicoanálisis de Niños de Viena en 1927. Si sus padres no se iban de Viena, ella tampoco lo haría.

En la obra de Nagorski destacan algunas intervenciones de Anna, por ejemplo, cuando preguntó a su padre si no sería mejor que les mataran a todos, a lo que él le respondió que no, ¿por qué motivo, porque “ellos” lo quieran? 

Anna fue quien resolvió que otro médico, la Dra. Jossefine Stross, pudiera acompañar a su padre en el trayecto desde Viena hasta Londres cuando se hizo evidente que su médico habitual, el Dr. Schur, se encontraba físicamente impedido.

Vivió con su padre en la casa de Maresfield Gardens y permaneció después en ella hasta su muerte en 1982 a los 86 años. Tanto esta casa en Londres como la de Berggasse 19 en Viena albergan actualmente los museos de Sigmund Freud.

 

Marie Bonaparte

 

Marie Bonaparte fue una aristócrata francesa y bisnieta de Lucien Bonaparte, hermano de Napoleón Bonaparte. Princesa desde su matrimonio con el príncipe de Grecia. Representaba a la alta sociedad europea.

La relación entre Marie Bonaparte y Freud no solo fue profesional, sino también personal. Después de ser paciente de Freud, Marie se convirtió en una importante defensora y mecenas de su trabajo. Como describe Nagorski, Marie jugó también un papel muy importante en el exilio de Freud. Primero, defendió físicamente con su propia persona a la familia Freud. Cuando los nazis cercaban la casa, ella se sentaba en los escalones de la entrada para impedir el paso a cualquiera que tratara de irrumpir en ella. Contribuyó a salvar varios libros, llevándolos a la Biblioteca Nacional de Austria donde permanecieron protegidos hasta el final de la guerra y rescató las monedas de oro de Freud, llevándolas como valija diplomática a Inglaterra. Incluso las estatuillas de terracota que tanto le gustaban a Freud.

 

Ernest Jones 

 

Jones conoció a Freud en 1908. Jugó un papel fundamental en la fundación de la Sociedad Británica de Psicoanálisis en 1913 y fue su presidente durante muchos años. Fue pretendiente de Anna Freud, propuesta que ella declinó por percibir que estaba más interesado en su padre que en ella misma.

La relación entre Freud y Jones no estuvo exenta de conflictos y desacuerdos, como es común en muchas relaciones mentor-discípulo. Su propia vida no estuvo exenta de escándalos e incluso condenas. Sin embargo, continuó defendiendo las ideas de Freud incluso después de la muerte de este último, y su trabajo contribuyó en gran medida a la aceptación y la influencia duradera del psicoanálisis en el siglo XX. Como hecho relevante, Nagorski menciona cómo Jones salvó el psicoanálisis en Alemania durante la invasión nazi invitando a los miembros judíos, que aceptaron amablemente, a dejar la Sociedad  para que ésta fuera respetada por los nazis.

Su papel en el grupo de salvamento fue también crucial. Según Anna, Jones consiguió casi lo imposible, hacerse con los permisos de entrada en Inglaterra para 18 adultos y 6 niños.

 

William Bullit 

 

Fue un diplomático estadounidense que desempeñó el cargo de embajador de EEUU en la Unión Soviética. Pertenecía a la alta sociedad y gracias a su familia, que era ambiciosa y con iniciativa, poseía muy buenos contactos sociales.

Primero fue paciente de Freud y se interesó tanto en la psicología que se planteó convertirla en su principal campo de trabajo.

Tras el allanamiento nazi de la Verlag, el autor cuenta cómo Bullit, gracias a sus contactos  en Viena, intervino como miembro del grupo de salvamento. Consiguió que John Wiley, a quien había ayudado a convertirse en cónsul de EEUU en Viena, llamara al presidente Rooslvelt, y a través de las vías políticas pertinentes, este transmitió que: “de conformidad con las instrucciones del presidente(…) se permita al Dr. Freud y su familia viajar a París, donde el presidente está informado de que sus amigos están deseando recibirlo”. Bullit esperó a la familia Freud en el andén en 1938 cuando llegó a Londres.

 

Max Schur 

 

Era de los pocos médicos que acudían a las clases de Freud, pues la mayoría de los asistentes eran intelectuales y curiosos. Explicaba que la comunicación de Freud le creaba un impacto grande a pesar de no entender del todo el contenido, por la armonía entre sus gestos, su tono y sus palabras. Era el único judío del grupo de rescate, al margen de la familia.

Marie Bonaparte fue paciente de él y se lo presentó a Freud, y éste lo tomó como médico personal. Max Schur estuvo a punto de viajar a Inglaterra con los Freud pero tuvo que ser operado de apendicitis en el último momento y dejó en su lugar a la doctora Jossefine Stross. 

Después de que Freud muriera, pudo ir a EEUU con su familia tal y como tenía previsto y entró en la Asociación Psicoanalítica de Nueva York. Mantuvo contacto con los otros miembros del grupo de rescate y, como refiere Nagorski, dijo acerca de Freud:“(…) Y le vi enfrentarse a la agonía y la muerte con tanta nobleza como había enfrentado la vida”.

 

Anton Sauerwald

 

Sauerwald fue un personaje misterioso. Burócrata nazi asignado por el partido para extraer los bienes de Freud, había pocas razones para esperar una actitud indulgente si uno oía sus insultos a los judíos. Sin embargo, admiraba a un viejo profesor de química que era amigo de Freud y Jones pensó que quizás había transferido a Freud parte de aquellos sentimientos. Se fue leyendo en casa de Freud los libros de él y el respeto a éste y a su familia se fue incrementando. Su papel en la operación fue decisivo pues encontró material subversivo en casa de los Freud, suficiente para que acabasen en el holocausto, pero, lejos de eso, mantuvo en secreto los documentos acerca de fondos en Suiza y ayudó a empaquetar los  libros. Aprobó la salida de Freud del país. 

Su actitud en otras casas de judíos no fue igual y tras acabar la guerra fue condenado por expropiaciones judías excesivas y por pertenecer al partido nazi antes de que este fuera legal. Anna Freud intercedió en su defensa.

 

Dorothy Burlingham

 

Estadounidense de nacimiento, llegó a Viena en 1925 estableciendo una relación muy estrecha con Anna Freud tanto en lo personal como en lo profesional. 

Dentro del grupo de salvamento jugó un papel de intermediaria en las comunicaciones. Mientras Hitler entraba en Viena aclamado por una multitud eufórica, Burlingham estaba en contacto con Jones en Londres, con Marie Bonaparte en París y con Willey, el hombre de Bullit,  en Viena. Su labor en el sistema de alerta consistía en avisar cada vez que veía un posible peligro. Después de acabar la guerra, Anna y ella  fundaron  Hampstead Child Therapy Course and Clinic en Londres en 1947, que luego se convirtió en la Anna Freud National Centre for Children and Families.

Durante el viaje de Viena a Londres, con la pausa de París, y también en su posterior estancia  en Londres, Freud se sintió acogido y muy atendido. Se consiguió reproducir un marco confortable, con objetos rescatados, que incluía el diván de Viena. Siguió tratando pacientes en los primeros meses, y atendiendo numerosas visitas, deseosas de conocer al profesor. Desfilaron H.G. Wells, S. Zweig, Salvador Dalí, Isaiah Berlín, Leonard y Virginia Woolf, y seguía en estrecho contacto con Jones y con Marie Bonaparte. En julio de 1938 la familia adquirió Maresfield Gardens y su hijo Ernst lo adaptó arquitectónicamente a las necesidades de su padre. Pero Freud, cada vez más enfermo, doliente, a pesar de apreciar la acogida de Inglaterra y su gente, se siente exiliado, y fuera del lugar que consideraba suyo y al que no iba a regresar. También preocupado por los acontecimientos en Alemania y el devenir de la parte de familia que quedó en Austria. 

En los últimos meses de vida, Freud quería terminar proyectos inacabados, la biografía de Wilson, y su controvertida versión de “Moisés”. A  principios de septiembre Freud sufre una nueva intervención que le debilita enormemente, y finalmente fallece el 23 de ese mes, ayudado por su querido Schur, que de acuerdo con su hija Anna le induce un “sueño tranquilo”.

Todos estos actores propiciaron que los últimos tiempos del creador del Psicoanálisis tuviese una muerte digna y en libertad. Y a su vez, todos ellos quedaron profundamente marcados por el “clima de opinión” que Freud dejó: sus escritos, conferencias, conversaciones e ideas, continuaron difundiéndose, y ellos contribuyeron a perpetuar su legado. ”