Dicen que no hay que remover el pasado… que hay que mirar hacia adelante y no encarnizarse en abrir viejas heridas. Están perfectamente equivocados. Las heridas aún no están cerradas. Laten en el subsuelo de la sociedad como un cáncer sin sosiego. Su único tratamiento es la verdad. Y luego, la justicia. Solo así es posible el olvido verdadero (Gelman, 2007)
Resumen
Las palabras del poeta Gelman y la escucha en la clínica psicoanalítica demuestran que lo que algunos consideran pasado sigue presente en las historias individuales, mostrando heridas aún no sanadas. Aunque había un intenso trabajo de historiadores y periodistas sobre lo acontecido en España, faltaba abordar los efectos inconscientes y las secuelas traumáticas de la dictadura y la guerra en las personas y comunidades. A diferencia de otros países, en España, el psicoanálisis también sufrió represión, dificultando la ayuda a los traumatizados por la violencia.
En 2005, se organizaron jornadas para debatir sobre Memoria, Silencio y Salud Mental, revelando que las heridas de la guerra y la dictadura aún no estaban cerradas. Se destacó la importancia de reconocer los efectos del trauma en la subjetividad y los lazos sociales. Se formó un grupo interdisciplinario para investigar el impacto de la violencia estatal en Cataluña, presentando sus primeras conclusiones en 2007.
El testimonio es crucial para abrir caminos transformadores, enfrentando el silencio impuesto. El trauma psíquico se manifiesta a través de síntomas en el cuerpo y el psiquismo. La memoria y los rituales son fundamentales para procesar el duelo y evitar que el dolor se convierta en una fuente de nuevas crueldades. La transmisión generacional del trauma demuestra que las secuelas del pasado afectan a varias generaciones, subrayando la importancia de un trabajo psíquico activo para transformar y sanar estas heridas.
Palabras clave: memoria, trauma, silencio, psicoanálisis, transmisión generacional
Abstract
The words of poet Gelman and the listening in the psychoanalytic clinic demonstrate that what some consider the past remains present in individual stories, revealing wounds that have not yet healed. Although historians and journalists had intensely worked on the events in Spain, addressing the unconscious effects and traumatic aftermath of the dictatorship and the war on people and communities was still missing. Unlike other countries, psychoanalysis in Spain also faced repression, hindering assistance to those traumatized by the violence.
In 2005, conferences were organized to discuss Memory, Silence, and Mental Health, revealing that the wounds of the war and dictatorship were still not closed. The importance of recognizing the effects of trauma on subjectivity and social bonds was highlighted. An interdisciplinary group was formed to investigate the impact of state violence in Catalonia, presenting their first conclusions in 2007.
Testimony is crucial for opening transformative paths and confronting the imposed silence. Psychic trauma manifests through symptoms in the body and psyche. Memory and rituals are fundamental for processing grief and preventing pain from becoming a source of new cruelties. The generational transmission of trauma demonstrates that the aftermath of the past affects multiple generations, underscoring the importance of active psychic work to transform and heal these wounds.
Keywords: memory, trauma, silence, psychoanalysis, generational transmission
Introducción
Las palabras del poeta Gelman, al igual que la escucha en la clínica psicoanalítica, evidencian que eso que algunos suponen pasado, es presente en el narrar de cada historia singular mostrando heridas aún no tratadas y, por tanto, no psi(ci)catrizadas (Miñarro, Morandi, 2009). En nuestro entorno ya existía un intenso trabajo de historiadores, periodistas, y de diferentes asociaciones sobre lo acontecido en este país. Unos dando a conocer lo vivido, otros, buscando saber sobre sus antecesores, como una forma de combatir el olvido, la negación y la tergiversación de tantos años de Dictadura luego de una Guerra.
En el ámbito público, era notoria cierta ausencia sobre los efectos inconscientes y las secuelas traumáticas —a causa de las violencias y de un largo silencio obligado— tanto en el cuerpo como en la subjetividad de las personas y en los lazos comunitarios, así como las marcas que afectaron a las generaciones siguientes. Se hablaba poco de ello en nuestro campo, o no se abordaba, quizás por el efecto que se produce en sociedades sometidas a violencias extremas durante décadas (Benghozzi, 2009), en las que sufrimiento y trauma quedan relegados al entorno privado, mientras que los horrores constantes suelen invisibilizarse, callando por miedo, afectando a la vida social.
A diferencia de otros países, que sufrieron sucesos similares y en los cuales profesionales de la salud mental pudieron ayudar a personas traumatizadas por la violencia, aquí se hizo difícil, ya que el psicoanálisis también fue un sector muy golpeado por la represión franquista. Psiquiatras y psicoanalistas, como por ejemplo Francesc Tosquelles (Masó, 2021) y Emili Mira y López, que en tiempos de guerra habían participado en experiencias terapéuticas; Ángel Garma, y tantos otros fueron obligados al exilio. Aquellos que se quedaron, perdieron sus lugares o sufrieron “depuración” como Pere Folch Mateu o Júlia Coromines, entre muchas otras y otros, pese a lo cual tuvieron una presencia destacada.
Esa cierta ausencia de lo psíquico, de lo subjetivo, llevaba a que el tema de la Memoria se considerase sólo como una cuestión histórica, social, política, alejada de la consideración del sujeto singular, de los efectos de la violencia y del miedo. A quienes nos formamos en la teoría y práctica psicoanalítica, en el campo de la Salud Mental, estas manifestaciones nos interpelan e interrogan: ¿Concierne —o no—, al psicoanálisis?, ¿de qué modo y con qué finalidad puede un psicoanalista ser testigo activo e implicado en la historia contemporánea, en la cultura que habita?
Entendíamos que hay una implicación y, si bien el tema sujeto/colectivo suele ser complejo, partíamos de la premisa: la psicología individual es desde un principio y al mismo tiempo psicología social (Freud, 1921); y del hecho que la función y la responsabilidad como psicoanalistas nos sitúa en la intersección del sujeto singular con el lazo social, por tanto, no se puede ignorar la subjetividad de la época (Lacan, 1971), ni los discursos que moldean al sujeto.
El estar concernidos como psicoanalistas nos movió en 2005 a organizar unas Jornadas para debatir con otros saberes y disciplinas el tema de Memoria, Silencio y Salud Mental y sobre la guerra del 36, que quería ser a la vez un homenaje a las luchas de las Mujeres del 36. En el acto participaron filósofos, escritoras, periodistas, psicoanalistas y testimonios en primera persona (Quaderns de Salut Mental num.4, FCCSM, 2006).
Sorprendió la inesperada y masiva presencia de un público que —66 años después del fin de la Guerra y tras 27 años de Transición a la Democracia— toma la palabra, confirmando que las heridas aún no están cerradas, y expresando el deseo de que se investigase sobre los traumas sufridos, sus efectos en la subjetividad para lograr cierta reparación, tanto en lo singular como en los lazos sociales. Reparación basada en el reconocimiento de que los hechos ocurrieron y constituyeron una injusticia al violarse los derechos fundamentales de personas y comunidades. Otra memoria colectiva frente al olvido podía ser posible, si las y los afectados se sienten reparados, pese a que las pérdidas y daños sean irreparables.
Por ello, decidimos comenzar a investigar estos fenómenos de violencias y de impunidad que afectan al sujeto y a la subjetividad en nuestra época. Era importante el hecho de ser la última generación que podíamos conocer personalmente a algunos de los testigos directos y al entrevistarlos dar voz a los silenciados, al sufrimiento y temores, pero también a su resistencia y lucha.
Iniciamos así en el seno de la FCCSM[1], un grupo interdisciplinar formado por psicoanalistas, escritoras, politólogas, profesionales de la salud mental, con el proyecto de investigar sobre el impacto de la “catástrofe social” (Puget/Kaës, 2006) que significó la Guerra, la Posguerra, la Dictadura y la Transición. Es decir, los efectos de la violencia de Estado en la subjetividad de los y las ciudadanas de Catalunya, que acaba convirtiéndose en el primer estudio cualitativo (Miñarro, Morandi, 2009) desde el psicoanálisis, dando lugar a diferentes ponencias y publicaciones; presentando las primeras conclusiones en el Museo de Historia de Cataluña en 2007, continuando hasta 2015. Ha significado un marco de referencia para iniciar estudios similares en otras Comunidades y continúa teniendo relevancia en la actualidad.
Marcas históricas y afectación subjetiva
Se suele nombrar a la Guerra Española como Civil, pero es conveniente recordar que dicha contienda no comenzó como tal, sino con un golpe de Estado encabezado por militares contra un gobierno elegido democráticamente por la mayoría de la población. Rompen así las reglas y el deber de cuidar a sus ciudadanos, desencadenándose el conflicto armado, entre quienes apoyaban la República y los insurrectos. A la vez, se internacionaliza el conflicto contando los primeros con apoyos de las Brigadas Internacionales y los segundos con el de Hitler y Mussolini.
En la posguerra no cesa el conflicto: no hubo paz, sino victoria impuesta y lo hizo sentir la dictadura— una de las más largas de Europa— con un claro atentado a los Derechos Humanos, en especial, de aquellos que habían defendido y luchado por la República y no sólo con armas, sino con palabras: García Lorca, Zambrano, Machado, etc.
Por tanto, no sólo se trata de la crudeza de la guerra y sus efectos, sino también de los efectos a posteriori. Durante casi 40 años, la Dictadura fue creando una sociedad amordazada, triunfando el silencio, en la que casi todos sus miembros fueron afectados por una represión que ponía el trabajo, el amor, la confianza en el otro, los ideales, la solidaridad, la vida toda en continuo peligro. Agudizado por la desmentida por parte del régimen de lo que sucedía, exaltando la victoria sobre los vencidos. Negación de los fusilamientos sin juicios, de las fosas comunes, de los campos de trabajo-concentración, de hombres exiliados o desaparecidos; del sufrimiento de mujeres encarceladas con sus hijos, en muchos casos asistiendo al robo de estos, (Vinyes, Armengou, Belis, 2002) que continuó hasta bien entrada la democracia. Mujeres sometidas a violaciones y vejaciones, haciéndoles pagar “las culpas” de haber luchado por una sociedad en que se reconociera su lugar como sujeto. O por ser madre, hermana o hija de republicanos (González Duro,2012).
La infancia y la juventud también sufrieron la crueldad a través de una pseudociencia que inventó teorías raciales, psiquiatrizando la disidencia y a sus descendientes, en un intento de eliminar a través de una supuesta “reeducación”, la herencia de lo que ellos llamaban el “gen rojo” (Ventura 2008, Vinyes,2010). En la actualidad asistimos a numerosos testimonios de quienes fueron encerrados/as en “Casas de Beneficencia” (Armengou, Belis,2016; Blanco,2024) y sometidos a abusos de todo tipo. Otra institución a destacar fue el “Patronato de protección a la mujer”, que funcionó desde 1941 hasta el 1985, donde se recluía a jóvenes que llamaban “caídas”: aquellas que no aceptaban el papel de mujer sumisa sometida a la moral sexual dictada por Falange, Sección Femenina, Ejército, Jurisprudencia e Iglesia Católica (García del Cid, 2017; Iglesias, 2022). Daños aún no reconocidos en la Ley de Memoria Histórica.[2]
Durante la Transición se perpetúa el silencio y olvido impuesto represivamente, con una narrativa de reconciliación que no considera la ética y memoria de las luchas por las libertades, por la democracia – construyendo una memoria con los valores de una dictadura.
En cada uno de los momentos históricos nombrados se vive una violencia del hombre contra el hombre, cuyo paradigma ha sido la desaparición. Aún hoy, “España es el segundo país, después de Camboya, con mayor número de desaparecidos”, según la ONU. Más de cien mil vidas e historias en las “fosas del silencio”, “tres veces desaparecidos: con la muerte durante la guerra y posguerra, con el silencio, durante la dictadura y con el olvido, durante la transición”. (Armengou 2009)
Se ha comprobado que en la dictadura y hasta bien entrada la Democracia, no ha habido reconocimiento simbólico del daño ocasionado por el Estado, pese al pedido expreso de todas y todos los afectados.
Sobre el Sujeto
Para seguir la huella traumática se trabajó sobre testimonios de este impacto psíquico, tanto a través de la producción literaria —desde el exilio externo e interno—, de documentales, de trabajos de historiadores, y específicamente de las casi 200 entrevistas en profundidad a mujeres, hombres y familiares de los derrotados —no todos vencidos—.
Situamos al sujeto humano en el centro, tal como lo concibe el psicoanálisis: “dividido por la presencia del inconsciente, habitado por el deseo, por la sexualidad, el amor y la muerte, es decir, un sujeto atravesado por el lenguaje y en conflicto permanente, vinculado a una red social determinada” (Korman, 2009).
Ello implicó la escucha de la narración de cada testimonio que accedió a ser entrevistado/a; de su historia, subjetiva sin duda, pero engarzada en la Historia de un tiempo y un lugar, portando marcas en sus cuerpos, en su psiquismo, en sus vínculos, en lo vivido en la Guerra y en los duros, oscuros tiempos de la posguerra, de una de las dictaduras más largas en el tiempo.
Muchas y muchos de los que quedaron en el exilio interior -la cárcel generalizada-, fueron en gran parte, desposeídos de palabra, casa, trabajo, reconocimiento social, valores, ideales, e incluso de sus hijos.
Testimonios
¿No hay en las voces a las que prestamos oído un eco de otras voces ya acalladas? ( …) Si esto es así, existe un misterioso punto de encuentro entre las generaciones pasadas y la nuestra” (Benjamín, 1942).
Testimoniar es hacer público un esfuerzo subjetivo e íntimo, tarea nada fácil para quienes son supervivientes de violencias. Muchas/os mostraron ese esfuerzo, al permitirnos escuchar sus experiencias y recuerdos.
En psicoanálisis sabemos del valor de la escucha, pero también nos lo enseña Primo Levi (2005) cuando se refiere a un sueño nocturno recurrente –traumático- en los prisioneros de los campos: “haber vuelto a casa, estar contando con apasionamiento y alivio los sufrimientos pasados a una persona querida, y no ser creídos, ni siquiera escuchados”. Una misma idea repetida: “aunque lo contásemos, no nos creerían”.
La escucha es un acto importante, pero no siempre logrado. Por una parte, por la dificultad que conlleva prestar oídos a quienes tuvieron de frente el horror, la crueldad y la violencia. Y, por otra, porque puede ser afectada por la angustia y quedar prisionero -identificado–, con la vivencia de víctima, sin salida. O huir en el “no querer saber”.
Esta dificultad de escuchar los sufrimientos, la vivencia de no ser creídos, y el silencio impuesto explican, en parte, que esas voces hayan estado ausentes tanto tiempo en el relato sobre la Memoria Colectiva. Es la escucha de ese acto testimonial, de palabra, lo que da lugar a abrir caminos transformadores.
Si el olvido es ocultamiento de verdad, ¿el recordar- testimoniar- podría permitirnos acceder a algo de esa verdad para cada quién? Ocultamiento ha habido y deliberado, por la represión franquista, negando la gran importancia de la memoria en la construcción de la subjetividad singular y de los lazos sociales que, en parte, son legadas por los predecesores, siendo pilar fundamental del sentimiento de continuidad, coherencia (Pollack 2006) fortaleciendo el sentido de pertenencia a grupos y comunidades.
Testimoniar es devolver la palabra a los silenciados, en el intento de que lo pasado no se convierta en fuente de nuevas crueldades para otros. Desde el Grupo de Investigación se ha prestado escucha en diferentes momentos y acompañamiento a personas ante situaciones de apertura de fosas de familiares, en testimonios públicos; en Grupos de Palabra y Transmisión con diferentes generaciones. Es un acercamiento a la subjetividad, sin con-fundirse con el dolor del otro y poder aportar efectos de alivio, de comprensión, y de posibilidad creativa, sublimatoria: hacer algo diferente con lo vivido.
Trauma Psíquico
El trauma es una vivencia inesperada que provoca en la vida anímica un desgarro de tal intensidad que el sujeto se siente sin recursos e incapaz de procesarlo. Se instala como algo fuera de sentido, fuera de tiempo y fuera de lugar. Desde la clínica el trauma no es exclusivamente lo acontecido, sino su inscripción —o la falta de inscripción— en el psiquismo, con efectos diversos en los sujetos y en la transmisión generacional (Morandi,2012). Pero no todos se verán afectados de la misma manera por el mismo acontecimiento, ya que puede asociarse con vivencias anteriores o con lo acaecido que despierta esas situaciones. Además, en este caso, la cuestión singular queda ligada a la consideración de la dimensión colectiva del trauma.
Comprobamos que, en ocasiones, el trauma ofrece resistencia a ser narrado y representado, pero suele “hablar”. Es decir, se hace presente, a través de diferentes síntomas en el cuerpo, del psiquismo, en sueños, en actos. Es de una complejidad tal que no sólo se resuelve por poner palabras —las que producen cierto efecto— a veces de alivio, otras de desasosiego— pero no necesariamente terapéutico o de elaboración.
Desde la escucha analítica se trata de lograr un saber hacer con los síntomas, elaborar y permitir simbolizar lo perdido, encontrar caminos de salida de la victimización: ¿qué puedo hacer con lo que he hecho, con lo que me han hecho?, dando lugar al deseo de reparación.
Memoria
Hemos ido encontrando una Memoria plena de afectos silenciados, innombrados, exiliados al espacio familiar, y transmitidos a las siguientes generaciones, mostrando la potencialidad indeleble de lo traumático en la subjetividad y en el ataque al lazo social, a lo colectivo.
En el trabajo de recuperación de otra memoria distinta a la oficial hay el amor y el deseo —no necesariamente el deber—, de los familiares de diferentes generaciones, de dar voz, hospitalidad a sus represaliados, lugar a sus muertos, luchadores por una sociedad democrática. Buscan saber sobre sus antepasados, para desterrar vergüenza, humillación y obligación de silencio, hospedando al recuerdo en un espacio de restitución subjetiva y social. (Tormo,2023)
Esta memoria de reparación, como dijimos, comenzó a tomar forma hacia finales del siglo XX, principios del XXI, en una polifonía de voces, desde el periodismo, literatura, cine, y artistas cuyas obras van posibilitando formas de simbolizar y sublimar la dignidad robada. Desde la sociedad civil y las nuevas generaciones se crean asociaciones[3], haciéndose cargo de la responsabilidad —que el Estado no afronta—, buscando y logrando reconocimiento y reparación de las víctimas en el espacio público, al abrir las fosas para darles un lugar digno a quienes les fue negado y al dolor familiar; verdad, al recuperar la memoria del patrimonio ético de lucha por las libertades, contra las dictaduras, mediante condiciones de justicia y equidad como ejes de la construcción democrática actual y futura.
La memoria es fundamental en la construcción subjetiva, pero ello no implica “la frecuente tendencia de establecer el daño sufrido y el dolor generado en el sujeto como el activo esencial de la memoria transmisible, su capital” (Vinyes, 2011). El dolor no es un valor, sino una experiencia, forma parte del efecto de las luchas por la democracia y debe ser reconocido por su vulneración a los Derechos Humanos. Como creación posible de un futuro otro, que colabore a renovar los lazos de convivencia dañados.
Recordar/ rememorar
“Los que fueron enterrados sin amor ni lágrimas, fueron deshumanizados por este acto. Recordarles es devolverles la humanidad que se les negó.” (Martín Garzo, 2009)
Una pérdida siempre requiere algún tipo de reconocimiento, porque otorga cierta significación de que es real. Sobrellevar las pérdidas les fue negado a casi todas las familias de los asesinados en la represión.
La negación y mentiras sobre el paradero de los desaparecidos, la inexistencia del cuerpo a llorar, la prohibición a los deudos de ponerse luto significando, el Estado mismo, que esos muertos no merecían duelo por parte de los familiares, ni un gesto que reconociese su fallecimiento o incluso su previa existencia (Folch Mateu, 2006)
Sin ritos funerarios entonces y sin un sitio para recordar se produjo discriminación y desamparo durante los años de la posguerra y a posteriori; el silencio y esa ausencia actuó como si fueran borrados de la memoria histórica y de grupo, causando un vacío en la cadena familiar (Espina, 2004) transmitiéndose el exceso de sufrimiento, no procesado a las siguientes generaciones.
Pese a todo, algunos familiares y colectivos pudieron preguntarse y llegar a conocer el paradero de los suyos porque madres, esposas, hermanas dejaban— en las fosas comunes de cementerios o cunetas— cruces diferentes, marcas, rastros sobre esos restos, para que futuras generaciones se interrogaran sobre ello, y lo dieran a conocer.
Se hace imprescindible en democracia comprender y preguntarnos qué relación guardan esas huellas del pasado con la vida del presente[4], crear lugares de memoria de ese pasado que opera, aun en el presente, para que surjan las voces silenciadas/negadas en el relato histórico “oficial”, y sirvan de transmisión para un futuro, menos ligado a la repetición de las violencias.
El reconocimiento —por diversas instancias privadas y públicas— genera posibilidades de restañar heridas, adquiriendo un potencial relevante. Conmemorar eventos traumáticos, cumplir con los rituales, es dar lugar a la verdad de lo acontecido, hacer justicia, recuperar la solidaridad en las relaciones con otros.
Comprender y recordar una historia otra, -no oficial-, para la recuperación de la memoria, dando lugar y voz a aquellos que fueron privados de ello y entender que cada historia singular, subjetiva, está engarzada con los acontecimientos sociales y a la inversa.
Duelo/ Rituales
“Durante muchos años había que tener una indignación incoercible y una firmeza de Antígona para reclamar una tumba digna para el vencido” (Pere Folch Mateu,2006).
La Antígona de Sófocles es el paradigma de quienes reclaman una tumba digna para los suyos. Su acto de rebeldía y transgresión frente al poder, les condena a muerte. Pero es ella quien decide su final. Se trata de un acto ético en tanto no acepta fundar un orden social sobre un crimen.
Otra Antígona, ligada a la tragedia de este país (Zambrano, 2015) es un escrito de resistencia frente al poder tiránico, de defensa de la memoria y desmentida de la falsa versión de los vencedores. Es también reivindicación de la figura femenina: “¿Podía Antígona darse la muerte, ella que – como mujer- no había dispuesto nunca de su vida?”. La autora le da otro final, no la muerte. A través de un proceso accede a la palabra, a tener voz más allá de un silencio impuesto y aceptado por miedo. El lenguaje puede salvarnos del olvido -muerte – y restituirnos la memoria, la existencia subjetiva y social (Morandi, 2019).
El valor de estas Antígonas representa el de tantos/as que recobran la palabra y pueden hacer “Duelo” que es: dolor, lástima, aflicción o sentimiento, “reacción frente a la pérdida de una persona amada, o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la libertad, un ideal, etc.” (Freud,1915). En situaciones de catástrofe social los procesos de duelo adquieren gran complejidad y las pérdidas son múltiples. En el caso español, todas las enunciadas en la definición anterior.
Pero el duelo (Dolus), no es sólo el dolor, sino la manera como éste se procesa (Duéllum), la larga y dolorosa labor de separarse —anímicamente— de aquello que se ha perdido —en lo real. Comporta entonces un trabajo de elaboración, a nivel psíquico singular—consciente e inconsciente— pero también público, vehiculado por los rituales que cada cultura se ha dado para inscribir la pérdida dentro de la comunidad. Y ello dependerá de los recursos simbólicos, de elaboración con los que se cuenta en lo personal y con aquellos que el entorno y el colectivo brinda. No son iguales, pero sí necesarios e interdependientes.
Transmisión generacional
Nos es lícito pensar que ninguna generación es capaz de ocultar a las que les siguen sus procesos anímicos de mayor sustantividad (Freud, 1915).
Se ha analizado el impacto y las consecuencias psíquicas en los sujetos de las generaciones de la Guerra, Posguerra, Dictadura y Transición, encontrando que los traumas vividos no se agotan en la generación que sufrió directamente la experiencia, sino que pueden transferirse a sus descendientes, afectando a segundas, terceras y cuartas generaciones en la salud física, social y psíquica, así como la repercusión en los vínculos y en el tejido social. Cuestión que deja abiertos interrogantes sobre su incidencia en la subjetividad contemporánea.
La transmisión de lo traumático opera por vía de la identificación: “la manifestación más temprana de un enlace afectivo a otra persona” (Freud, 1921), mecanismo fundamental del psiquismo humano. En la transmisión no sólo transitan historias familiares, sociales, sino relatos de aquello que produjo en el transmisor dolor y padecimiento. Cuando la narración no existe y aparece el silencio, puede brotar la repetición traumática en la siguiente generación No se trata de una transmisión de síntoma, sino de identificación inconsciente con el sufrimiento parental, es decir, con lo traumático.
La primera generación que vivió un trauma colectivo como la guerra, desbordados psíquicamente, callaron sus experiencias, por ello se la llama la generación de lo “indecible”. La segunda es la generación de lo “innombrable”, no escuchaba ni preguntaba las situaciones de sus padres por verlos caídos, dolidos, humillados. Y la tercera generación es la de lo “impensable”, porque no pueden ni pensar ni representarse con palabras lo que sucedió. (Tisseron,1997).
Paradójicamente, tercera y cuarta son las generaciones que luchan por la memoria democrática.
Ahora bien, lo dicho no marca un destino fijo y funesto. Cada sujeto estará implicado en un trabajo psíquico activo. A través del aforismo del Fausto de Goethe: Lo que has heredado de tus padres, es necesario que lo adquieras para poseerlo, Freud señala que lo que ha sido transmitido psíquicamente a través de las generaciones, sólo será eficaz si el sujeto puede adquirirlo activamente, transformándolo. Aquello que elige, inconscientemente, de esa herencia es su responsabilidad subjetiva.
Para concluir, palabras de poeta:
Superar exige asumir, no pasar página o echar en el olvido. En el caso de una tragedia requiere, inexcusablemente, la labor del duelo, que es del todo independiente de que haya o no reconciliación y perdón. En España no se ha cumplido con el duelo, que es, entre otras cosas, el reconocimiento público de que algo es trágico y, sobre todo, de que es irreparable. Por el contrario, se festeja, una y otra vez, en la relativa normalidad adquirida, la confusión entre que algo sea ya materia de historia y el que no lo sea aún, y en cierto modo para siempre, de vida y de ausencia de vida. El duelo no es ni siquiera cuestión de recuerdo: no corresponde al momento en que uno recuerda a un muerto, un recuerdo que puede ser doloroso o consolador, sino a aquel en que se patentiza su ausencia definitiva. Es hacer nuestra la existencia de un vacío (Piera,2004).
Hacer nuestra —singular y comunitariamente— la existencia de ese vacío, es aceptar que no hay superación de duelos sin reconocer la existencia de aquellos pendientes, insuficientemente elaborados, retardados, congelados (Tizón, 2004) que cronifican el sufrimiento psíquico, no dejan psi(ci)catrizar las heridas, dando lugar a la eclosión de malestares y diversas patologías, incluso en generaciones sucesivas. Ayudará a hacerlo posible si el Estado tiene en cuenta un tiempo de verdad, un tiempo de justicia, un tiempo de reparación. Tiempo de reconocer errores y pedir disculpas como tantos otros países han hecho. Solamente así se puede tratar de evitar la repetición de lo traumático, construir una memoria colectiva como medida de protección contra el resurgir del horror y la repetición, tan amenazador en esta actualidad.
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Teresa Morandi
Psicóloga Clínica, Psicoanalista
Codirectora del Estudio “Trauma y Transmisión Generacional” (FCCSM).
[1] Fundació Congrés Català de Salut Mental (web fccsm).
[2] La Ley de Memoria Histórica del 2007 reconocía las víctimas de la guerra y de la dictadura, pero no la apertura de fosas. Ha sido derogada y reemplazada por la Ley de Memoria Democrática en 2022.
[3] Las Mujeres del 36; la Asociación de Recuperación de la Memoria Histórica
[4] Esta pregunta remite a S. Bauman (Modernidad y Holocausto,1989):“El mensaje que contiene el Holocausto sobre la forma en que vivimos hoy, sobre las instituciones, criterios y normas …se ha silenciado, no se escucha y sigue sin comunicarse”. Sin duda ha pasado lo mismo con la dictadura franquista y sus efectos hasta hoy, ligados a su vez al actual auge del neoliberalismo.