Descargar el artículo

 

 

Ignacio Martínez de Pisón es un reconocido escritor español autor de más de quince libros, entre los que cabe destacar Carreteras secundarias (1996), Dientes de leche (2008), El día de mañana (2011), La buena reputación (2014) y Castillos de fuego (2023), que han merecido diversos premios. También ha publicado el ensayo de tema histórico Enterrar a los muertos (2005) y la recopilación de artículos Las palabras justas (2007). Temas de Psicoanálisis quiere expresar nuestro profundo agradecimiento por la disponibilidad y amabilidad de Martínez de Pisón al contestar a nuestras preguntas. Como novelista que se ha interesado por hechos históricos de nuestro pasado (en especial la guerra civil española y su terrible postguerra) consideramos de gran interés conocer sus opiniones en esta sección dedicada a la “Memoria colectiva contra el olvido”.

TdP. — En su último libro, “Ropa de casa”, rememora un momento en que, según sus palabras, “por sorprendente que parezca, dados algunos de los libros que luego he escrito, yo entonces sentía poca curiosidad por el pasado, particularmente por el pasado español”. ¿Qué cree que determinó que luego este pasado se convirtiera en el centro de algunos libros importantes de su trayectoria como escritor?

I.M. de Pisón. — Creo que, cuando eres joven, te importa poco el pasado y que solo cuando empiezas a hacerte mayor te das cuenta de que el mundo no empezó el día de tu nacimiento. El pasado español, por otro lado, no era muy interesante para un joven de los años ochenta. La España franquista estaba todavía demasiado cerca y no había nada en ese pasado que resultara atractivo. Nos habría gustado haber nacido en una democracia antigua, en un país tolerante y moderno, y no en esa España mugrienta del ordeno y mando. Supongo que eso influyó para que no miráramos demasiado hacia ese pasado que preferíamos olvidar. Luego ocurrió que precisamente ese pasado exigía ser revisitado. Mi generación necesitaba dar su propia versión de hechos tan determinantes como la Guerra Civil, una versión distinta de la de nuestros abuelos y de la de nuestros padres. Pero esa curiosidad mía por ese pasado no era tanto una curiosidad personal como el reflejo del interés que hacia finales de la década de los noventa empezó a expresar la sociedad española por ese pasado.

TdP. — En el prólogo de la colección de textos escritos entre 2001 y 2006 y reunidos en “Las palabras justas”, usted habla de injusticias que merecen ser reparadas. Aparecen personas cuya memoria ha sido olvidada o injustamente tratada. En los textos incluye documentos o testimonios que hacen que el relato avance como “tejiendo” una memoria a varias voces. Se crea así un sentimiento determinado en el lector: identificación, solidaridad, pena, etc. ¿Se puede decir que es un propósito implícito? ¿Estaría de acuerdo con esto?

I.M. de Pisón. — La justicia poética es una forma menor de justicia, no comparable con la que puedan dictaminar los tribunales, y, sin embargo, puede ser más duradera que esta. Rescatar la memoria de personas injustamente condenadas por un destino aciago es una manera de rendirles homenaje y también un intento de rectificar la escritura del pasado, aunque sólo sea simbólicamente. Y sí, la construcción de esa memoria entretejida acaba abarcando también al lector, que por fuerza tiene que sentirse partícipe de ella. Lo queramos o no, formamos parte de una sociedad determinada y el pasado de esta nos pertenece, con sus cosas buenas y sus cosas malas.

TdP. — En “Enterrar a los muertos” se centra en la figura de José Robles Pazos, amigo y traductor de John Dos Passos, quien, durante la Guerra Civil española, murió a manos de los servicios secretos soviéticos. La obra es una búsqueda de la verdad, que trata de ser ocultada. Algo parecido a lo que hacemos los psicoanalistas con los traumas “imposibles de recordar”. Pero, así como nosotros tratamos de reconstruir una mente individual, ¿trataría usted tal vez de reconstruir una “verdad colectiva” sobre hechos que no deben ser olvidados?

I.M. de Pisón. — A veces me pregunto si los novelistas no tenemos una relación directa con el subconsciente colectivo de una sociedad. Del mismo modo que los individuos tienen traumas que en algún momento deben borrar de su memoria para poder seguir adelante, las sociedades podrían arrastrar unos traumas colectivos que también, para no quedar paralizados, se han sepultado bajo capas y capas de recuerdos distintos. Pero esos recuerdos traumáticos nunca desaparecen del todo, y tal vez la literatura sea una de las vías de escape por las que en algún momento acaban saliendo a la superficie. Tuve esa sensación tras la publicación de “Castillos de fuego”, que habla de la primera posguerra, tan atroz, tan sanguinaria, y que, sin embargo, no parece haber dejado demasiados rastros en la memoria colectiva. Con esa novela me di cuenta de lo poco que se había hablado de esa época, de la necesidad de mucha gente mayor de olvidar un tiempo que nadie puede sentirse orgulloso de haber vivido. Pero ese pasado ominoso está ahí y parece que la sociedad española tiene ahora más interés que nunca en conocerlo para, de algún modo, conjurarlo.

TdP. — En sus relatos “documentales” aparecen John Dos Passos, Orwell, entre otros, personas que se implicaron en nuestra contienda, la vivieron, se entusiasmaron, se decepcionaron. ¿Estaría de acuerdo en que los esfuerzos dedicados a recuperar la memoria de los injustamente olvidados han necesitado el apoyo de voces “de fuera” de España?

I.M. de Pisón. — Si no fuera por la dimensión internacional de la Guerra Civil, el eco de lo ocurrido durante esos tres años se habría desvanecido con más celeridad. El interés de los extranjeros alimentó sin duda el interés de los propios españoles por una guerra que era la suya pero también del resto del mundo. La bibliografía extranjera sobre la Guerra Civil es inabarcable y sigue creciendo, al menos, entre los hispanistas. Ahora mismo estoy leyendo un libro recién aparecido del británico Martin Minchom sobre los corresponsales extranjeros en España. Y no es, ni mucho menos, la única novedad bibliográfica al respecto. Aunque a veces pueda parecer que está todo dicho sobre la Guerra Civil, se siguen publicando libros que dicen cosas nuevas o vuelven a las de antes, pero con un enfoque diferente.

TdP. — En 2024 publica “Castillos de fuego”, novela centrada en la postguerra en Madrid, donde los protagonistas son personajes de ficción. ¿Se puede decir que aquí el sujeto a reparar es un colectivo, el de los perdedores de la Guerra Civil española? ¿Cómo logró explicar de manera tan vívida unos personajes de ficción? ¿Qué le llevó a construir esta gran novela sobre la postguerra a partir de unos protagonistas recreados en su mente?

I.M. de Pisón. — Con esa novela quería representar a la sociedad entera: españoles de ambos bandos, de diferentes niveles económicos y culturales, etcétera. Pero la reparación queda limitada a aquellos personajes que, sin haber hecho nada para merecerlo, sufrieron una represión atroz: por ejemplo, el profesor de universidad víctima de un proceso de depuración. El problema con otros personajes es que, aun formando parte de la España de los perdedores, podían ser a la vez víctimas y verdugos, lo que hace más complicado y también más interesante el acercamiento moral a ellos.

TdP. — Se ha hablado y escrito mucho sobre la Guerra Civil, menos sobre la postguerra. Son libros escritos sobre todo por historiadores o a veces en forma de ensayo o artículo. ¿Usted cree que el novelista tendría una “voz propia” en el esfuerzo de una colectividad por no olvidar hechos traumáticos de su pasado? ¿Consistiría quizás en “la emoción en el modo de exponer el destino de los personajes, una emoción superior a cualquier otra”, tal como explica en “Ropa de casa”?

I.M. de Pisón. — Los historiadores son los que nos hacen el trabajo sucio a los novelistas, que no tenemos que visitar demasiados archivos y basta con que leamos sus estudios para que podamos contar una historia ambientada en el pasado. Y, en general, los novelistas tenemos más lectores que los historiadores, lo que nos sitúa más cerca de cierta sensibilidad o conciencia colectiva. También porque desde la narrativa es más fácil hablar de los destinos de la gente corriente. Y hablando de los destinos de la gente corriente, que es muy parecido al lector y al propio autor, es más fácil transmitir esa emoción, tan importante en literatura.

Enlaces de otras entrevistas: