Descargar el artículo

 

https://www.laurafreixas.com/freixasretrato.html

 

Laura Freixas (Barcelona, 1958) es autora de novelas (Amor o lo que sea (2005); Los otros son más felices (2011); entre otras), relatos (Cuentos a los cuarenta (2001)), ensayos, autobiografía y varios volúmenes de diario, el más reciente, A todos nos falta algo en Diario 2000-2002 (2024).

Destaca también como estudiosa y promotora de la literatura escrita por mujeres. En 1996 coordinó y prologó la antología Madres e hijas, y en 2000 publicó el influyente ensayo Literatura y mujeres. En la misma línea se halla su más reciente ensayo, ¿Qué hacemos con Lolita? Argumentos y batallas en torno a las mujeres y la cultura (2022).

Fue una de las fundadoras y la primera presidenta (2009-2017) de la asociación para la igualdad de género en las culturas Clásicas y Modernas. Es también conocida por sus conferencias sobre escritoras o sobre las mujeres en la cultura. La que dio en 2013, en la Fundación March, sobre Virginia Woolf, tiene más de 150.000 visualizaciones. Ha sido profesora invitada en varias Universidades de Estados Unidos.

Su obra más conocida es A mí no me iba a pasar (2019), una autobiografía en forma de novela que refleja su intento de comprender por qué y de qué manera se encontró desempeñando un papel —el de ama de casa y madre— que nunca había querido para sí.

Temas de Psicoanálisis quiere expresar su agradecimiento a Laura Freixas por su disponibilidad y generosidad en atender y responder a nuestras preguntas. La entrevista fue presencial y muy vivencial, lo que creemos que se refleja en su contenido tal como lo transcribimos a continuación.

TdP.— Querría preguntarte en primer lugar por el tema del consentimiento. Desde el punto de vista del feminismo, el consentimiento es: sí es sí, no es no, pero creo que el tema puede ser más complejo desde el punto de vista de la relación hombre-mujer. A veces es muy claro, pero otras quizás se comunica algo más o el hombre no lo interpreta bien. En un reciente caso mediático de un político famoso empiezan a salir mujeres que cuentan sus historias de abuso o violencia. ¿Qué hace que ahora lo digan?, ¿Por qué habían consentido algo que no querían consentir, y no lo dicen por vergüenza? Cuando una comienza, otras siguen, es todo un tema, ¿no?

Laura Freixas.— Yo lo que veo es que está saliendo a la luz un fenómeno enorme, que se da además en todo el mundo. Por ejemplo, en Francia un famosísimo presentador de televisión, Patrick Poivre d’Arvor, ha sido denunciado por una veintena de mujeres, y además se ha sabido que hace 20 años una mujer ya lo denunció y explicaba exactamente lo mismo que las que han salido ahora, pero nadie hizo nada. Y está la Iglesia, y están las violencias sexuales dentro de la familia… Acabamos de enterarnos, por poner otro ejemplo, de que la “nietastra” de Juan Goytisolo (la nieta de su exmujer), cuando tenía 14 años, fue abusada por el novio de Juan, se lo contó a Juan, y él le pidió que no dijera nada. Están saliendo constantemente libros-testimonio, como Triste Tigre de Neige Sinno, El consentimiento de Vanessa Springora, o los varios (Incesto, Un amor impossible…) de Christine Angot.

Un ejemplo personal: hace poco presenté mi último libro en Barcelona, y al terminar el acto vino a saludarme un señor. Yo no le identificaba, hasta que me dijo su nombre y entonces le reconocí. Habíamos sido amigos —era el novio de una amiga mía— en la época de la Universidad. La última vez que nos habíamos visto fue un día a principios de los 80 que nos encontramos por la calle. Era en mi barrio, el Raval, le invité a subir a mi casa, estuvimos charlando, se quedó a cenar, y después le dije:

—Bueno, márchate, que  mañana me tengo que levantar temprano.

No, que hace mucho frío, es tarde, tengo la moto aparcada lejos…

— Bueno, pues va, quédate aquí a dormir, pero en el sofá, ¿eh?, solo amigos…

“Sí, sí, no te preocupes”, dijo él. Yo me acosté (era un estudio muy pequeño, no había puertas) y a medianoche, se me metió en la cama. ¿Qué haces en un caso así? Le dije claramente que no, que no quería, pero él no me hizo caso. Se salió con la suya, porque yo no me atreví a resistirme. La puerta de mi piso estaba al lado de la puerta de la azotea, y la puerta de la azotea se mantenía abierta con una piedra en el suelo. Siempre que mi madre venía a verme, se quedaba mirando aquella piedra, y aunque ni ella ni yo decíamos nada, yo sabía perfectamente lo que ella estaba imaginando: el cráneo roto, la sangre, la hija violada, la chica que vive sola, en un barrio de mala nota.

En resumen, nos estamos dando cuenta de algo absolutamente extendido y que afecta a todas las mujeres, o porque lo hemos sufrido, en diferentes grados, o porque corremos el peligro de que nos pase, y ese peligro, que tenemos muy presente, nos condiciona, limita nuestra libertad. Nuestro consentimiento está muchas veces viciado por el miedo. De hecho, el mismo planteamiento: hablar de “consentimiento” para las mujeres dando por supuesto que en el caso del hombre se trata de “deseo”, ya es una desigualdad: quiere decir que quien toma la iniciativa, porque quiere satisfacer un deseo, es el hombre, y la mujer, como en los contratos de adhesión, sólo puede aceptar o no aceptar.

Y está también toda esta socialización femenina que nos lleva a pensar que para las mujeres ser deseada y ser querida por un hombre es lo mejor, es la máxima prueba de valía.

TdP.— ¿Y también de feminidad, en la medida que un hombre te haga sentir atractiva?

Laura Freixas.— Sí, también de feminidad. Ayer, hablando con una amiga que es profesora de la Universidad y que fue muy buena estudiante, decía: a las mujeres a las que todos nos dicen que somos inteligentes, también tenemos ganas que alguien nos diga que somos guapas, ¿no? Pero hay poca reciprocidad. En los hombres, el atractivo tiene que ver con la personalidad, un hombre puede ser feo y viejo, como Gerard Depardieu o Michel Houllebecq, y tener éxito entre las mujeres. Pero en las mujeres se disocia la feminidad de la personalidad, de las otras cualidades.

Estoy preparando una conferencia que daré próximamente en Barcelona, titulada La mujer inventada, que consiste básicamente en diapositivas con imágenes de la cultura mainstream. Y una cosa que muestran muchas de esas imágenes, una característica muy curiosa de la cultura mainstream, es la representación de mujeres sin cabeza. Por ejemplo, a las mujeres embarazadas se las representa casi siempre así. O en muchos carteles de películas (están recogidos en la web Headless women of Hollywood) salen caras de hombres, u hombres de cuerpo entero, y mujeres de las que solo se ve el cuerpo, sin cabeza.

TdP.— Pero volviendo aún al tema del consentimiento, ¿no puede ser que el consentimiento, en el sentido de sólo sí es sí, haga que el hombre sea visto como un agresor y que se nieguen todos los componentes masculinos y femeninos que hay en todo ser humano? 

Laura Freixas.— Yo no sé qué son los componentes “masculinos” y “femeninos”. Cosas que tradicionalmente se consideran masculinas, como el amor por el saber, no hay ninguna razón para considerarlas impropias de las mujeres, o para pensar que convierten a las mujeres en menos femeninas (no es casualidad que el cliché de la mujer fea sea una con gafas, o sea, una intelectual)… Tuve un novio que me decía: “en el fondo sé que tengo tendencias homosexuales, por ejemplo, me gustan las mujeres inteligentes”. Me quedé de piedra…

TdP.— Sí, sí, una chica puede pensar que si un chico es cercano y cariñoso, seguro que es gay. Con lo de la homosexualidad, los queer, LGTBIQ+, hay mucha confusión a nivel de identidad de género. ¿De dónde dirías que viene todo esto? En pacientes vemos a menudo que no saben si son homosexuales.  

Laura Freixas.— En los últimos años ha aparecido una nueva ideología, la queer-trans, paradójica porque se presenta como súper transgresora y de vanguardia, cuando de hecho lo que hace es reafirmar los estereotipos más rancios. No me refiero a la teoría queer original, que es más sofisticada, pero la versión que de hecho se está extendiendo, la que llega a la mayoría de la gente, lo que podríamos llamar el catecismo queer, es que hay un sexo mental, o sentido, o íntimo, que es más real y relevante que el sexo biológico, y ha de ser reconocido por la ley. Este supuesto sexo mental, de hecho, son los estereotipos: la masculinidad tradicional y la feminidad tradicional. Igual que la derecha conservadora dice que a cada sexo le corresponde una determinada personalidad (una mujer debe ser “femenina”, un hombre debe ser “viril”), esta gente supuestamente tan moderna dice lo mismo, solo que al revés: a una cierta personalidad (lo que ellos llaman “identidad de género”, el sentimiento íntimo de ser mujer u hombre) ha de corresponder un determinado sexo; si tienes una personalidad “femenina”, eres mujer, aunque tengas un cuerpo de hombre. Es un pensamiento reaccionario.

TdP.— En un artículo reciente, “La memoria de las mujeres”, explicas que con motivo del Día de las Escritoras, el Instituto Cervantes recordó a una mujer del siglo XVII, Catalina de Erauso, que tenía relaciones con mujeres, se escapó de un convento y se fue a América disfrazada de soldado, calificándola de “transgénero”. O sea que no se acepta que una mujer pudiera ser una mujer guerrera.

Laura Freixas.— Exacto, es la consecuencia paradójica de esta ideología trans. Dicen lo mismo que los conservadores: que una mujer no puede ser valiente, agresiva, rebelde, homosexual…; que si tiene esa personalidad, es que en realidad es un hombre.

TdP.— También quería preguntarte sobre el tema del hombre como potencialmente violador, al que has dedicado también un artículo. Bueno, puede que me centre mucho en los hombres…

Laura Freixas.— Está bien poner el foco en los hombres: están en un momento de duda sobre qué es la masculinidad, y está muy bien que reflexionen. Que el cuestionamiento de los roles sexuales no lo hagamos solo nosotras.

TdP.— Hay feministas que dicen que la sociedad patriarcal hace que en el interior de todo hombre se encuentre un violador. Y dicen que hay quien lo reconoce y lo trabaja y hay quien no, pero supongo que el estereotipo de una mujer que mira a un hombre y dice tú, por ejemplo, eres un violador, creo que tampoco nos ayuda mucho a la relación hombre-mujer. No creo que sea justo.

Laura Freixas.— No, no es justo. Pero hay que entender que cuando decimos “todos los hombres son violadores en potencia”, queremos decir que aunque no lo sean, nosotras no podemos saber de antemano cuáles son peligrosos y cuáles no, y en principio tenemos que protegernos de todos, del mismo modo que, aunque sepamos que la mayoría de las setas no son venenosas, no vamos a comernos una seta cualquiera. Justamente acabo de leer una novela que me ha gustado mucho, titulada “La Educación Física”,[1] cuya protagonista, una niña de catorce años, se siente muy a gusto con el padre de su mejor amiga, que es muy cariñoso, que parece que la entiende muy bien… y resulta ser un abusador. Insisto:  desde nuestro punto de vista, hay que entender que desconfiemos a priori de todos los hombres: del amigo, del padre de la amiga, del profesor, del confesor, del que te coge en autoestop, del ginecólogo, del jefe… y no os lo toméis como una ofensa.

TdP.— Pero también dices en un artículo muy bonito, “Queridos hombres”, que tenemos que entender que si una mujer va por un callejón oscuro y oye pasos detrás y ve que es un hombre tiene miedo. ¿Qué podemos hacer los hombres al respecto?

Laura Freixas.— Examinar vuestros propios comportamientos (preguntaros, por ejemplo, si nunca habéis actuado como ese antiguo amigo del que hablé antes); reflexionar en voz alta; no ser cómplices, ni siquiera por omisión, de las violencias y abusos de otros hombres… Por ejemplo, yo estoy viendo en Francia una cosa que no estoy viendo aquí, en relación con el caso Pelicot. En España, yo creo que casi todas las mujeres columnistas nos hemos pronunciado al respecto, pero los hombres han callado. En cambio, en Francia, muchos hombres, con motivo del juicio a Dominique Pelicot y a los otros cincuenta violadores, están haciendo una especie de examen de conciencia colectivo.

TdP.— Pero sí que es verdad que la reacción de los políticos hombres suele ser que proclaman que están al lado de las víctimas, pero no ha habido esta reflexión. ¿Qué les pasa a los hombres?

Laura Freixas.— Creo que los hombres deberían entender que el violador no es solo el del callejón oscuro. Que la presión que ellos hacen sobre las mujeres, y que a ellos les parece que no es nada, las mujeres la viven como una amenaza de muerte. Y están todos los demás privilegios masculinos, como el de la prostitución. Los hombres deberíais denunciar la prostitución. Irte a la cama con una mujer que no te desea, pero que necesita el dinero, o que está huyendo de un país en guerra, es un abuso.

TdP.— El otro día, una paciente me dijo, fíjate que los hombres no tienen pantalones sin bolsillos. Yo me quedé diciendo, es que nunca lo había observado. Y, en cambio, las mujeres pueden ir sin bolsillos. Claro, es porque los hombres no usan bolso, y bueno, ¿por qué no usarlo? ¡Su bolso es su “paquete”! 

Laura Freixas.— Sí (se ríe).

TdP.— En otro artículo, sobre el progreso y la melancolía, contrapones la visión de Mary Harrington[2] y la de Clara Ramas[3]. La primera supondría una añoranza del papel clásico de la mujer, una vuelta atrás, mientras que la segunda se adscribe al feminismo queer. Tú propones un debate entre las dos visiones, huir de los maniqueísmos.

Laura Freixas.— Es imprescindible el debate, pero cada vez es más difícil. Cada vez se da más peso a las emociones, sobre todo a las negativas: indignación, miedo, desprecio, odio… y cada vez se apela menos a los datos, cada vez importa menos el conocimiento objetivo, la evaluación de las políticas. Y cada vez se recurre más a la descalificación y a la cancelación. Hay una izquierda que ante la menor discrepancia respecto a sus tesis, aunque sea una discrepancia argumentada y razonada, te etiqueta como “de extrema derecha” y te mete en el mismo saco que la Iglesia católica, la alt-right, los incels… Eso es lo que hace Clara Ramas en su libro. Y así no hay debate posible, claro. Es desesperante.

Respecto a la feminidad tradicional que reivindica Mary Harrington: yo creo que un mundo en el cual no se hiciera lo que ahora hacemos básicamente las mujeres, que es cuidar, crear vínculos, crear red, dar afecto, estar pendiente de la otra persona… un mundo sin eso sería insoportable, invivible. Alguien lo tiene que hacer, pero es arbitrario e injusto que lo hagamos las mujeres mucho más que los hombres.

Vivimos en una sociedad patriarcal en la cual todo lo que es masculino está, a priori, sobrevalorado, y lo que es femenino, infravalorado. Lo que ha pasado es que las mujeres hemos adoptado actitudes, actividades, valores, mentalidades “masculinas”, hemos salido a la calle y hemos trabajado, y los hombres, en cambio, no se han incorporado a la casa ni han incorporado los valores femeninos, porque sigue habiendo una especie de consenso implícito de que los valores interesantes son los masculinos. Yo creo que los hombres se lo pierden, porque muchos de los valores tradicionalmente considerados femeninos son fantásticos.

Todas esas tareas que, hoy por hoy, hacen las mujeres pienso que en parte se han de delegar a la sociedad (mediante guarderías, residencias para la tercera edad, y todo tipo de servicios sociales), pero las hay que no se pueden delegar. Yo puedo pagar a alguien para que planche mi ropa o recoja al niño en la escuela, pero lo que no puedo delegar es el estar atenta a mi hija o hijo, escucharle, consolarle si llora, hablar con ella o él… Y esa disponibilidad requiere a veces sacrificios profesionales, por ejemplo renunciar a un ascenso que nos obligaría a viajar constantemente o a mudarnos a otra ciudad o país. Es injusto que estos sacrificios los hagan mucho más las madres que los padres. Y como es un trabajo no pagado, nos aboca a la alternativa de, o bien depender del marido que es quien gana el dinero (lo cual, queramos o no, le da mucho poder) o bien la pobreza. Como hemos cotizado menos, nos encontramos con unas pensiones mucho más bajas: la pensión promedio de una mujer en España es de 740 euros al mes, frente a 1.160 en el caso de los hombres. Teóricamente, la sociedad venera a las madres, pero es una veneración de boquilla, que nos infantiliza, nos hace dependientes, nos empobrece.

TdP.— Últimamente me encuentro con padres jóvenes que se quejan de que sus mujeres están tan absorbidas en intentar ser perfectas en la crianza de su bebé, que de alguna manera los excluyen a ellos, ellas parece que no pueden delegar, quizás por inseguridad.

Laura Freixas.— A mí esa nueva forma de maternidad es un fenómeno que me sorprende. Creo que estamos en un momento muy contradictorio de deshumanización y mercantilización, de relaciones humanas utilitarias, de utilizar a una persona para una tarea concreta mientras te sirva. Se ve en la nueva industria de la gestación subrogada, o en cierto tipo de sexualidad, de sexo sin compromiso. Por otro lado, hay unas actitudes contrarias, con las que conviven y que tal vez sirven para compensar lo anterior, por ejemplo, la moda de organizar bodas por todo lo alto, o esa maternidad “con apego”. Hay libros muy interesantes sobre eso, como “Las contradicciones culturales de la maternidad”[4], o el reciente “Maternidades virtuosas”[5].

TdP.— Sería como un refugio de la mujer y un distanciamiento de cara al hombre, porque no lo está introduciendo.

Laura Freixas.— Sí, esta parte a mí me sorprende, esta parte no la veo clara. Hubo una época en que leía mucha literatura de Estados Unidos y me horrorizaba este mundo que mostraban, donde no hay vínculos, la gente además se traslada de un Estado a otro, no vuelven a ver a sus padres en años, las parejas se hacen y se deshacen… y parece que la única relación realmente cálida, intensa, significativa, es la de la madre con su hija o hijo pequeño.

En el feminismo se dice que la maternidad con apego es la nueva versión del amor romántico, donde algunas mujeres encuentran una gran satisfacción, pero pagando un precio y corriendo unos riesgos muy importantes.

TdP.— Desde el feminismo ¿ha habido una crítica del amor romántico?

Laura Freixas.— Sí, y, en cambio, contra la maternidad romántica no tanto, quizás porque es más nueva. En la época de nuestras abuelas, la maternidad no se elegía, no era tan deseada, pensada y preparada como ahora, ni se esperaba tanto de ella.

TdP.— Por otro lado, cada vez son más frecuentes las maternidades tardías

Laura Freixas.— Eso se debe, entre otras cosas, a que las mujeres actuales han crecido con una promesa de igualdad, de éxito profesional, y ha sido una promesa en parte  incumplida. En una sociedad formalmente igualitaria como la nuestra, la desigualdad al principio no se ve mucho. En la adolescencia, en la primera juventud, tanto las chicas como los chicos estudian, y disfrutan de libertad sexual. Después se emparejan, pero sigue habiendo una apariencia de igualdad porque los dos trabajan, no hay responsabilidades familiares, ni mucho trabajo doméstico… Pero él avanza profesionalmente más que ella, porque está apoyado por las redes masculinas, por toda una sociedad que facilita las cosas a los hombres. Ella se va quedando atrás, y eso provoca o agudiza su deseo de ser madre, buscando unas satisfacciones —sentirse necesaria, ser reconocida, ser útil…— que el trabajo exterior no le da. Pero así entra en un círculo vicioso. Renuncia, en todo o en parte, a su vida profesional y entonces, como tiene más tiempo, es ella la que se ocupa de cuidar a los padres mayores, por ejemplo. Y termina dependiendo económicamente del marido y perdiendo autonomía.

TdP.— A veces, de manera excepcional, puede ser, al revés: que es el hombre el que renuncia a su carrera profesional, aunque realmente es la excepción porque el hombre se siente herido si lo hace, de cara a la sociedad y de cara a él mismo si adopta este rol.

Laura Freixas.— Y porque el hombre no necesita renunciar para tener una familia, puede tener una vida profesional plena y al mismo tiempo un hogar y una familia, mientras que la mujer que tiene éxito profesional lo paga muchas veces con la soledad.

TdP.— Y eso también llevaría a este tema que ahora está saliendo del déficit masculino. Las mujeres no encuentran a un hombre porque buscan una igualdad o una equidad y el hombre no sabe cómo colocarse. Y entonces la pareja, ya de entrada, se tambalea.

Laura Freixas.— En Occidente, a partir de los años ochenta y noventa, las mujeres empiezan globalmente a tener más formación que los hombres, pero mientras ellas buscan hombres con el mismo nivel de formación y más o menos de su misma edad, ellos no quieren forzosamente una mujer del mismo nivel. Les resulta más fácil encontrar pareja porque eligen entre toda la gama de edades y toda la gama de formación.

TdP.— Quizás porque a algunos hombres les da la sensación de que si renuncian a su rol masculino ya no son nadie. Pero he visto, por ejemplo, hombres que han tenido que asumir el “rol femenino” por posibles depresiones de la mujer, y él no tiene más remedio que hacerse cargo de la situación. ¿Pero después qué pasa? Que también se vuelven muy posesivos con los hijos. ¿Pero tú crees que se logrará un intercambio más natural y equilibrado?

Laura Freixas.— ¿Por qué no?… Aunque, hoy por hoy, la igualdad la veo casi únicamente en las parejas en las que el hombre y la mujer tienen un trabajo similar, con horarios y exigencias similares y con ingresos parecidos. Por ejemplo, las parejas de profesores.

También en las segundas parejas, las que se forman, como la mía actual, a los 50 años, cuando cada uno tiene su trabajo, su casa, su vida hecha, cuando los hijos son mayores o no los has tenido… y la relación de pareja puede establecerse sin todas esas cargas.

TdP.— Últimamente vemos que a pesar de las grandes posibilidades de relaciones sexuales, la relación en sí misma resulta bastante vacía. Es lo que tratabas en tu artículo sobre “Sexo triste”.

Laura Freixas.— Me recuerda una frase de André Gide que me gusta mucho, algo así como: “liberarse es lo de menos, lo difícil es ser libre”. Luchar contra la represión y contra los límites es muy fácil —al menos en teoría, aunque no lo sea en la práctica— y muy agradecido. Pero después, con la libertad, ¿qué haces? Ahora impera un modelo de promiscuidad, de sexo sin afecto, una especie de consumo de cuerpos, algo muy mecánico y donde incluso el placer es muy pobre. Es un modelo tradicionalmente muy masculino, el modelo de la prostitución. Y yo creo que es bastante deprimente. Lo cuenta muy bien la cineasta francesa Ovidie, en un libro autobiográfico titulado, “La chair est triste, hélas!”, que me impresionó mucho.

TdP.— Yo diría que para los hombres también es frustrante. Ese hombre que a la mañana siguiente debe marchar, no puede esperar, no puede soportar este vínculo con el afecto, el enamorarse… No sé, creo que se pierde muchísimo.

Laura Freixas.— El problema de muchos hombres es el miedo que tienen a la intimidad, al vínculo, a ser absorbidos, a perder su libertad.

TdP.— Incluso viven la relación sexual como quedarse atrapados dentro de la mujer. La vagina dentada. Además, los hombres tienen una inseguridad relacionada con el tamaño del pene, la erección, es decir, si funcionarán en el momento de la relación sexual, y también si después de la relación sexual ella verá otras cosas de él que no le gustarán. Si tienen una fantasía muy ligada a lo que ven en los videos pornográficos, que pueden superponer con la mujer con la que están, quizás funcionan en aquel momento, pero después tienen que huir.

Laura Freixas.— Yo también pienso que los hombres con estas masculinidades tan exageradas y tan convencionales, se pierden muchas cosas. Si tuviera que elegir entre los dos extremos, me quedaría con los valores considerados femeninos. De lejos. Son unos valores que históricamente los han asumido y encarnado las mujeres, pero que están a disposición de todos.

TdP.— ¿Crees que en las escuelas habría alguna manera de desarrollar una educación acerca de estos valores de lo que es masculino y lo que es femenino? Porque la realidad es que los chicos cada vez miran pornografía a una edad más precoz. 

Laura Freixas.— Yo creo que se debería impedir el acceso de menores a la pornografía. Y después… no lo sé. Pero yo me he educado a base de literatura y he aprendido mucho sobre relaciones humanas, que pueden incluir la sexualidad, pero son algo mucho más amplio y complejo que esa sexualidad vista como si fueran unas instrucciones: aprieta aquí, gira allá… como para abrir una lata de sardinas. (Nos reímos todos).

TdP.— Hay una palabra bastante en desuso, amor, que quizás explica parte del problema.

Laura Freixas.— Es verdad. No lo había pensado. Sí, la palabra amor está en desuso.

TdP.— Los hombres están bastante perdidos en encontrar su lugar. A veces quieren proteger a las mujeres y ellas les dicen “Vete a proteger a quien quieras, ¡pero no a mí!”. De la misma manera que hay el feminismo, tendría que haber un espacio para el hombre, pero no para impulsar el machismo, sino como posibilidad de cambio. De introversión, de introspección. Este espacio ellos no lo tienen, se está dando protagonismo a la mujer, que ya tocaba, pero ellos se han quedado sin.

Lauras Freixas.— Algún lector me escribe y se me queja mucho de que ahora solo se habla de las mujeres, y los hombres solo suelen salir en las noticias en calidad de violadores.

TdP.— Pero esto no es culpa de las mujeres que escriben. Si no de los hombres que no escriben.

Laura Freixas.— Que no escriben sobre esto. Escriben sobre el mundo exterior, pero muy poco sobre su intimidad. Y esa reflexión sería interesantísima.

Entrevista realizada por Carme Daunas y Rafael Ferrer

[1] “La educación física” de Rosario Villajos, premio Biblioteca Breve 2023

[2] “Feminismo contra el progreso”

[3]  “El tiempo perdido”.

[4] “Las contradicciones culturales de la maternidad” de Sharon Hays.

[5] “Maternidades virtuosas” de Maria Cebreiro do Rábade Villar.