Resumen
El texto aborda la reinterpretación de la pulsión de muerte desde una perspectiva femenina propuesta por Sándor Ferenczi, destacando el «principio femenino» como una capacidad esencial de sufrir, adaptarse y conciliar, en contraste con la pulsión masculina de autoafirmación. Según Ferenczi, esta disposición, vinculada a la maternidad y al altruismo, permite enfrentar el displacer y tolerar la frustración, características fundamentales en la práctica psicoanalítica. A través de obras como Thalassa y su Diario Clínico, se resalta la importancia de la empatía, la humildad y la reciprocidad en la relación analítica, donde paciente y analista co-construyen la verdad psíquica.
Palabras clave: Principio femenino, Pulsión de muerte, Regresión intrauterina, Capacidad de sufrimiento, Relación analítica
Summary
The text explores the reinterpretation of the death drive from a feminine perspective proposed by Sándor Ferenczi, emphasizing the «feminine principle» as an essential capacity to suffer, adapt, and reconcile, contrasting with the masculine drive for self-assertion. According to Ferenczi, this disposition, linked to motherhood and altruism, enables the confrontation of displeasure and the tolerance of frustration—fundamental traits in psychoanalytic practice. Through works like Thalassa and his Clinical Diary, the text highlights the importance of empathy, humility, and reciprocity in the analytic relationship, where patient and analyst co-construct psychic truth collaboratively.
Keywords: Feminine principle, Death drive, Intrauterine regression, Capacity to suffer, Analytic relationship
De todos es conocido que para Freud, la esencia de la feminidad no se basa ni en la biología ni en la anatomía. Desde sus primeros escritos[2], consideraba que la actividad sexual de la niña estaba centrada en el clítoris, es decir, en un tipo de actividad masculina. En “Tres ensayos de teoría sexual” (1905), retoma esta idea e insiste en la diferencia entre los sexos no como algo establecido desde la naturaleza, sino como el producto final de un proceso estimulado desde la pubertad, pero incierto en su desenlace. En la niña, este cambio coincide con el pasaje desde una excitabilidad sexual activa centrada en el clítoris, a una excitabilidad sexual pasiva centrada en la vagina. Este proceso es lento, inseguro y sobre todo está condicionado por el éxito de la represión de la masculinidad infantil. Es susceptible al olvido, a la neurosis y en particular a la histeria, a través de la cual la mujer mantiene la ilusión de tener un pene.
Sin embargo, la hipótesis de una simetría rigurosa en el desarrollo del Complejo de Edipo en ambos sexos, se modifica sustancialmente a partir de 1920. Ya en 1919, tanto en “Pegan a un niño” como en “Psicogénesis de un caso de homosexualidad femenina”, Freud se refiere a una posible fijación infantil de la niña con su madre, y en una nota añadida en 1923 al caso Dora, reconoce haber interpretado solo la transferencia paterna, ocultando la transferencia materna- es decir “el deseo erótico homosexual de Dora por la señora K”. Y afirma que este deseo procedía de un vínculo precoz de la niña con su madre que era “(…) La más fuerte de sus corrientes psíquicas inconscientes (…)”.
En “La organización genital infantil” (1923) introdujo una nueva formulación del primado del falo para ambos sexos. En esta organización del mundo, los seres humanos se distinguen en dos grupos: los que poseen el pene y los que han sido castrados. Esta distinción precede la polaridad entre masculino y femenino, del mismo modo que en la organización anal se establece entre actividad y pasividad. Sin embargo, este último paso, ir más allá de la fase fálica, se convierte en un punto extraordinariamente problemático.
Esta dificultad se refleja en la teoría freudiana, en la pregunta de cómo puede constituirse como meta femenina el deseo de poseer un pene. Freud sugiere que este paso se lleva a cabo no como una renuncia, sino como la satisfacción de un deseo: el hombre es deseado como un apéndice del pene o también el pene puede conseguirse bajo la equivalencia simbólica de un niño. Así pues, el deseo más genuinamente femenino se sostiene sobre un deseo masculino. Lo femenino no es más que una transformación de lo masculino. Al mismo tiempo, lo fálico es esencial para introducir la función clave de la castración.
Es fácil comprobar que a raíz de la formulación de la segunda tópica, y la introducción del concepto de “pulsión de muerte”, Freud no sólo modificó su concepción del psiquismo. Las nuevas nociones de narcisismo, masoquismo y pulsiones destructivas, así como del desarrollo del Yo a través de los procesos de identificación, determinaron una concepción mucho más compleja sobre la concepción de la feminidad.
Algunos años más tarde, en “Sobre la sexualidad femenina” (1931), Freud reconoce no haber podido responder a los interrogantes esenciales que plantea la feminidad ni captar en el análisis el vínculo materno primario, “como si hubiera sido víctima de una represión particularmente inexorable”. Sin embargo, aporta un nuevo dato tan sorprendente como el descubrimiento de la civilización minoico-micénica, anterior a la civilización griega, el dato incontestable, pero al que no había atribuido un significado, de una larga historia preedípica en la niña: “el apego edípico al padre fue precedido de un periodo muy prolongado de apego a la madre”. Así pues, nos habla de la prehistoria del sujeto, y tal vez de la del propio psicoanálisis, que nos da cuenta de un saber que, al mismo tiempo que se hace saber, se sabe inabarcable. ¿Acaso no es éste uno de los signos de nuestra identidad analítica? En cualquier caso, en su conocida Lección 33 sobre “La feminidad” (1932), Freud remite a todos los que deseen saber más sobre la esencia femenina, a la propia experiencia, a los poetas o al devenir de la ciencia.
El contrapunto teórico a estos postulados freudianos y que supone una formulación alternativa y una original visión de lo femenino, vino de la mano de Ferenczi, durante tanto tiempo injustamente denostado cuando era, por el contrario, el interlocutor más estimulante y productivo con quien pudo contar Freud.
En su fascinante ensayo sobre la Teoría de la Genitalidad “Thalassa” (1924), que no es, sino una genial construcción psicoanalítica de importantes consideraciones metapsicológicas, Ferenczi plantea que una parte del ser humano está dominado “por una tendencia regresiva permanente” que persigue el deseo primordial de “restablecer la situación intrauterina” (“Wiederherstellung der Mutterleibssituation”). Esta parte, opuesta al principio de afirmación del displacer y al acceso al principio de realidad, domina los sueños, la vida sexual y los fantasmas. El aspecto paradójico de este planteamiento está en el hecho que es precisamente en el coito, es decir, en la expresión más completa de la genitalidad, cuando tiene lugar tan ansiado regreso. Ferenczi introduce en este texto el concepto de “amor de objeto pasivo”, que servirá de antesala a algunos de los desarrollos más importantes de Balint, Winnicott y Margaret Mahler, opuestos a la concepción freudiana del narcisismo primario.
La idea esencial de esta obra es la teoría “vaginal” del prepucio que permite desplegar una formidable serie de equivalencias entre pez, pene y niño. La envoltura del glande dentro de una membrana mucosa (prepucio), afirma, constituye una reproducción de la vida intrauterina del niño, que reproduce a su vez la vida del pez, antepasado filogenético del hombre, en la “gran madre – océano”. El pene, monumento vivo de los acontecimientos del pasado, contiene la memoria de la catástrofe primordial (la desecación de los océanos) en la que el pez fue expulsado de la madre-océano. Esta situación catastrófica se repite en el nacimiento con la salida del niño del vientre materno y se conmemora en la erección.
La erección, en la que el glande se asoma fuera del prepucio como intentando separarse de él, en una forma de autocastración en la que el pene se separara del cuerpo configura una tendencia a la autonomía. Aunque en diferentes variedades del reino animal la relación sexual se concluye con la pérdida del genital o incluso con la muerte, en el ser humano la pérdida de una parte del organismo en la relación sexual se limita a la eyaculación. Sin embargo, paradójicamente, la erección representa también el movimiento contrario a la autonomía. La erección representa la tendencia a la regresión, a una regresión que atraviesa el desarrollo filogenético y perigenético en cuanto que el pene, en el coito, es el símbolo del niño que tiende a retornar al útero materno y del pez que tiende a retornar a su vez al océano del que habría sido expulsado. Se trata de restablecer así el equilibrio perdido con la gran catástrofe, cuando la madre-útero era aún el océano acogedor y pacificador de un pez-pene-niño. Este abrazo de la madre-océano-útero representa para Ferenczi también la muerte. Ni que decir tiene que los ecos freudianos de la concepción de la pulsión de muerte, de la segunda tópica, del masoquismo primario, de la importancia de la repetición no como resistencia sino como expresión de una producción psíquica de primer orden y obviamente de toda su concepción de “Más allá del principio del placer” recorren de un lado a otro y atraviesan profundamente toda la producción teórica de Thalassa.
Años más tarde, Ferenczi añadió algunas interesantes intuiciones a Thalassa, en un artículo titulado “Masculino y femenino” (1929) articulando con una sorprendente modernidad, el problema de la posición femenina en los dos sexos con la construcción tanto filogenética como ontogenética. En este texto destaca la mayor complejidad evolutiva, sensibilidad y sutileza de lo femenino con respecto a lo masculino, que se manifiesta a través de una superior capacidad de adaptación al dolor y al sufrimiento, de un mayor “sentido común” y de una mayor riqueza tanto sentimental como moral.
Pero su aportación más original al tema de lo femenino aparece en algunos pasajes de su “Diario Clínico”. Mientras el sufrimiento traumático aparece en sus últimos escritos a través de sus efectos destructivos de disociación, fragmentación y atomización de la personalidad, en el “Diario”, lo femenino se convierte en la ocasión de pensar el posible lugar de la reconciliación, de la aceptación del displacer[3]. Este lugar que no existe en el pensamiento de Freud se identifica con un «principio femenino» que atraviesa la naturaleza. La capacidad de sufrir, de aceptar, de soportar, en contraposición a la tendencia egoísta y masculina de descargar la tensión, es decir el principio del placer, son las características esenciales de ese «principio femenino» que Ferenczi teoriza como algo elemental y pulsional, pero al mismo tiempo dotado de inteligencia y asociado al principio de realidad. Este elemento pulsional, se configura como la versión femenina de la pulsión de muerte.
Según Ferenczi, la mujer está dotada de una mayor complejidad fisiológica y psicológica respecto del hombre. Este hecho se traduce en su mayor diferenciación, es decir, en una capacidad de mayor adaptación a todo tipo de situaciones. Esta capacidad de adaptación está determinada, en última instancia, por algo que Ferenczi considera insuficientemente explorado en la teoría psicoanalítica: el principio de afirmación del displacer, es decir, la capacidad de sufrir. Vincula, en consecuencia, el “principio femenino” con un principio específico de de la naturaleza y del psiquismo y con una pulsión que denomina de “conciliación” que, en contraste con el egoísmo y la pulsión de autoafirmación, típicamente masculina, puede ser interpretado como un querer y un poder sufrir. Esta capacidad de sufrir, de esperar, y de soportar y tolerar la frustración hace posible, entre otras cosas, la maternidad y el altruismo. Y por qué no decirlo, la capacidad de ser analista. Porque, de hecho, ¿en qué medida algunas de las características más inquebrantables del quehacer psicoanalítico como la neutralidad, la regla de la abstinencia, el contacto permanente con el dolor psíquico de los pacientes, la soledad del despacho, etc., no acercan los principios de la identidad psicoanalítica al principio femenino descrito por Ferenczi?
Algunas de sus ideas sobre lo femenino estaban presentes en su actitud clínica y el manejo técnico de la relación analítica. Uno de los puntos en los que Ferenczi (1928) insistía con mayor contundencia era en la relatividad del saber del analista y en la necesidad de poder soportar contratransferencialmente la angustia de no saber e incluso de saber que no se sabe. Insistía en el peligro de ciertas actitudes técnicas omniscientes que reproducen la situación infantil traumática del paciente y proponía una escucha humilde del paciente que permitiera un “sentir con él” (“Einfühlung”) empáticamente sus movimientos afectivos profundos.
La idea de Ferenczi implicaba no solo estar dispuesto, en contraposición al “fanatismo interpretativo”, a sacrificar las propias teorías y las propias convicciones interpretativas cuando estas resultan clínicamente ineficaces. Sino además, dejar la iniciativa al paciente y poder soportar mantenerse al margen, aceptando en consecuencia mantener el rol de quien está dispuesto a dejarse “construir”, “deconstruir” e incluso “destruir” por el paciente para poder llegar a adquirir el tacto, la capacidad empática, la capacidad de “sentir con” y de “ponerse en la piel del otro” o, como sugiere Speziale-Bagliacca (1997), la capacidad de desarrollar una actitud receptivo-activa que se caracteriza por “dejar que el otro entre dentro de nosotros y nos hable”.
Y aquí reside, en mi opinión, un punto sumamente importante o tal vez, más aún, el núcleo de la cuestión. La interpretación psicoanalítica, entendida desde la perspectiva sugerida por Ferenczi, no es un evento mental intrapsíquico y solipsista, sino que se verifica necesariamente en el terreno de la concordancia recíproca y por tanto en el seno de una relación. En el proceso analítico, la verdad psíquica es la consecuencia de una “cooperación textual” y de manera especial de un proceso interpretativo interminable en el que se suceden mensajes e interpretaciones del analista y del paciente. La interpretación, por tanto, y en ese sentido parece apuntar la intuición de Ferenczi, es un proceso interpsíquico en el que tanto el analista como el paciente se interrelacionan recíprocamente sin solución de continuidad. Como afirmaba en el maravilloso pasaje de sus anotaciones del 20 de marzo de su Diario, “cuando las lágrimas del analista y del paciente se confunden dan lugar a una solidaridad sublimada que encuentra su analogía únicamente en la relación madre-niño”.
Luis Jorge Martín Cabré
Psicoanalista.
Miembro titular con función didáctica de la Asociación Psicoanalítica de Madrid.
Colabora con el International Journal of Psychoanalysis.
Miembro cofundador de la Sándor Ferenczi International Foundation y del Grupo Internacional de Estudios Sándor Ferenczi de Madrid.
Asociación Psicoanalítica de Madrid: https://apmadrid.org/index.aspx
[1] Esta comunicación se presentó primero en una reunión de la Asociación Madrileña de Psicoterapia Psicoanalítica, que ha dado su autorización para poder ser reproducida en Temas de Psicoanálisis.
[2] “La sexualidad en la etiología de las neurosis” (1897).
[3] FERENCZI,S.(1933):»Diario Clínico«. Ver anotaciones del 23 de Febrero.